Una noche de verano, Andrei miraba su guitarra a unos pasos de él, una que por cierto no sabía tocar. Tan deslumbrante como siempre; única y majestuosa como sólo ella podía estar.
Entrelazó los dedos de sus manos para apoyar su mentón en ellos, usando sus rodillas como soporte para sus codos que le ayudaran a la comodidad de su posición. A lo lejos escuchaba la voz de su hombre más fiel conversar con los demás acerca de los planes nocturnos que tenían. Era su mejor amigo y el hombre por quien daría la vida sin dudarlo, porque sabía que sería lo mismo en caso contrario. —Todos se fueron a divertirse, y tú pareces un fantasma allí, sentado como si no tuvieras nada mejor que hacer —dijo su amigo Kirill, entrando al lugar. Andrei sonrió tras escucharlo, había interrumpido la música que le acompañaba en su ensimismamiento y provocado que saliera de su universo alternativo, tranquilo y calculador como siempre. —Hoy no tengo nada mejor que hacer —respondió con simpleza. —Pagaría por saber en qué piensas cada vez que te pierdes así… —comentó Kirill, buscando su billetera entre sus cosas. —Invítame a una copa y tal vez te lo diga —respondió Andrei. Él se volteó para echarle un vistazo, riéndose por el comentario, porque las invitaciones para ellos estaban de más. —No necesitas que te invite, sabes que hoy debemos ir al club nocturno más aburrido bajo nuestro amparo… —No iré, Kirill —respondió tajante—. Detesto ese negocio, es decadente y carece de status. Estoy harto de que se involucren en los negocios fáciles… —Fácil y lucrativo —agregó—. Si yo fuera tú, no me quejaría tanto, al menos te va bien. Andrei lo miró por un segundo, no era un malagradecido, solamente quería más que clubes nocturnos, prostitutas y drogas a cargo. Quería mucho más que negocios burdos y decadentes en medio de una ciudad que parecía innovadora, pero que tenía los mismos lugares básicos que cualquier otra. Le gustaba su herencia y aquella organización delictual de la cual todos sus integrantes se enorgullecían, pero por ambición quería más, algo que ni siquiera sabía qué era pero que estaba dispuesto a encontrar. —De todas maneras no iré. Es una estupidez sin importancia, y contigo allí basta —respondió Andrei al final. —Gracias por hacerme sentir que basto, Andrei —bromeó Kirill ofendido. —Ya vete y luego me dices si algo interesante ocurrió en ese hueco de mala muerte —una sonrisa de medio lado se formó en su boca—, aunque de seguro será tan aburrido como todo lo que me cuentas de ese lugar. —Mi mejor amigo es un amargado —comentó Kirill dejándolo solo, haciendo que Andrei esbozara una pequeña sonrisa al escucharlo. ... Las luces se apagaron y Elisa entró al escenario, situándose justamente a un lado del tubo para tocarlo con una mano. La música comenzó y también sus movimientos. Cada vez que estaba en ese gran fierro, pensaba que no había nadie ni nada más allí. Había aprendido ese baile porque querían un pasatiempo nuevo y que la mantuviera en forma hace un par de años atrás. Detestaba el gimnasio y las actividades físicas exigentes, pero cuando el baile estaba de por medio, todo era sinónimo de diversión. También le era imposible no sentirse nostálgica, extrañaba todo lo que había dejado atrás, y temía acostumbrarse a esa vida y a preferirla por dinero. Como era de esperarse, los aplausos de parte de los hombres comenzaron a hacerse notar. Ella deshizo su posición final para ponerse de pie y bajar del escenario con encanto, porque era el momento de recibir el dinero de parte de ellos. Para eso tenía muchos minutos a partir de ese momento, porque venían todas las chicas a bailar a las pequeñas tarimas. Así que debía lucir lo más seductora que podía para recibir buenas propinas mientras sus compañeras comenzaban a recibir las suyas. Los shows principales ocurrían cada una hora, y ese día le había tocado a Mikaela, a Julia y a ella. Luego de eso, se fue al bar a beber junto a Miki, quien había sido la primera en presentarse. —Creo que ya estoy mareada —confesó Elisa riendo, porque luego de esos dos tequila margarita, ya sentía sus mejillas dormidas y su visión un tanto nublada. —Entonces ve al baño a orinar, Eli —reía la pelinegra. —No, no quiero. Los zapatos me van a traicionar —fingió un puchero. Claro que no iba a pasar por la vergüenza de caer por esos zapatos altos que debía llevar por obligación. —Anda, ven. Yo voy primero —se animó la chica para servirle de guía. La tomó de la mano y así, comenzaron a caminar. —Hey… —la detuvo desde su muñeca un sujeto de su tamaño gracias a los tacones que llevaba, uno de cabello negro, delgado y rostro serio. Era un hombre muy guapo, así que Miki la obligó a sonreírle con un movimiento de sus cejas. —Hey… —le respondió de vuelta, esperando a que su amiga se fuera, porque moría de la vergüenza de quedarse a solas con ese sujeto que no le inspiraba mucha confianza. —Ven, siéntate… —el hombre la hizo sentarse a su lado, adueñándose de su cintura inmediatamente para comenzar a hablarle en el oído. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, no estaba acostumbrada a tener ese tipo de cercanía con hombres, y que la tomaran así, parecía ser su punto débil. —¿Puedo hacerte mía? —le hablaba al oído, sonriendo diabólicamente y rozándole la piel expuesta con sus labios gruesos. Su piel se erizó y como reflejo, encogió el hombro bajo su oreja para protegerse de esa nueva invasión. El alcohol era dulce y la hacía sentirse muy bien bajo las atenciones de ese hombre, cuyo nombre no sabía, y cuando estaba bajo el efecto de la bebida solía jugar. —Te daré esto… —le mostró un rollo de billetes grandes, mostrándolos desde abajo. Era una buena cantidad, pero ella no era una prostituta para aceptar tal oferta. Podría sentirse insultada y podría mandarlo al demonio por eso, claro, eso habría hecho si hubiera estado sobria, pero no lo estaba… —Dame cinco veces ese monto y acepto —terminó con una sonrisa, mirándolo desafiante y entretenida. Tenía la certeza de que con eso no la molestaría más, pero el sujeto acentuó su sonrisa y se alejó un poco de ella, tomándole el mentón con una mano, para rozarle los labios con los suyos. —Hecho —la miró satisfecho, tomándola nuevamente desde el brazo para llevarla con él al encargado.Sabía que no era un prostíbulo, pero él sí tenía la facultad de convertirlo en uno por una noche y con una sola chica si se le daba la gana.Elisa se quedó helada y no reaccionó, incluso luego de verse presa de esa mano que la llevaba fácilmente hasta el novio de Mikaela.¿En serio habían hecho un trato? No quería…—Pero Sokolov, sabe que no está…—Sí, lo está. Para mí sí e hicimos un trato, ¿no es así, linda? —la atrajo hasta a él. Ella sólo miró al encargado, sin ninguna expresión en particular, porque aún estaba presa del asombro, mientras el pelinegro le mostraba el dinero al encargado del club, poniéndolo en el sostén de Elisa, justo en medio de sus pechos.No había mucho que reclamar, estaba claro y más claro aún el hecho de que no podría negarse o toda la noche se iba ir al mismo infierno, incluso él si la suerte no estaba de su lado. Así que simplemente le enseñó con un gesto de su cabeza la cabina disponible.Al llegar a una de las cabinas, la chica se tensó. El sujeto la a
—¿Pero hace cuánto? —le preguntaba Miki al encargado del club, nerviosa porque no creía lo que él le decía. Ella conocía a Elisa y sabía perfectamente que ella jamás se vendería, y menos teniendo aquello que ella tanto cuidaba.—Hace más de una hora… —se extrañó. Todos habían sentido sus gritos, pero nadie quiso intervenir porque no se podía. Los compañeros de Kirill, por otro lado, reían.—¿Y qué esperas? ¡Anda! Ya ha sido suficiente, ve a ver qué sucede.La miró por un momento, él tenía que ver qué pasaba, así que eso hizo. Se quedó inmovilizado frente a la puerta cuando vio a la chica a un lado del sofá con su pecho, brazos y manos cubiertas de sangre que se secaba, sentada sobre un charco rojo brillante y a un cuerpo inerte boca abajo sobre el sofá. Mierda, mierda, mierda ¿Qué había hecho esa loca? Estaban todos perdidos por su culpa.Pero ella no reaccionó, ni siquiera sintió una presencia allí, hasta que Mikaela se asomó tras el hombro de aquel hombre y se horrorizó, haciénd
Andrei tomó aire lentamente, intentando controlar su descontento. —Pero lo golpeaste con tus manos amarradas —alzó una ceja.—Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz…—Y lo mataste —espetó él con voz acerada.Elisa subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también. La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa.—El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento…Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas. Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acerca
Llevaba ya dos días encerrada en esa habitación, nadie había cruzado esa puerta y el vaso con agua que tenía sobre el velador se lo había tomado luego de oír ese disparo. Tenía sed y hambre, no tenía fuerzas y se había orinado varias veces en la cama por miedo y por necesidad, aunque no podía entender de dónde seguía saliendo líquido si no había bebido nada. Necesitaba que todo eso terminara ya, hace horas que no oía movimiento cerca de esa habitación. Parecía que la habían dejado sola, abandonada y condenada a morir lentamente.Había llamado a alguien varias veces el día anterior, pero nadie le prestaba ayuda, porque parecía que no había un alma cerca de ella. Estaba cansada y su voz ya no salía, había llorado demasiado y soñaba con una botella de agua. Entonces comenzó a soñar despierta con sus ensayos en el club cuando terminaba, y luego la esperaba su botella de agua con sabor a limón. Amaba las aguas con sabor a limón, y podía sentir el sabor de ella.Sonreía, mientras imagin
Elisa cerró sus ojos, gimiendo por la relajación que esa voz le trajo.Andrei dejó su vaso en la mesa a su lado y se puso de pie para ir hasta ese caño caminando a paso firme, estaba enojado por esa exposición sin carácter e indigna de una persona como él. Además, le molestaba verla sucia. Sabía que había sido él quien la había abandonado y olvidado, pero aquello ya superaba su paciencia.Ella podía escuchar esos pasos siendo atenuados por la música, no quería que nadie más la humillara ni la obligara a subirse a ese caño nuevamente. Tal vez venían a matarla por dar tan deprimente espectáculo y eso le provocaba una extraña ansiedad. Pero el castaño en vez de dañarla, la tomó entre sus brazos para alzarla. Él no iba a darle explicaciones a nadie por su acción, que pensaran lo que quisieran, la situación había llegado demasiado lejos y había sido mucho show para la noche.Elisa observó el rostro que no la miraba, se sentía pequeña entre esos brazos y vulnerable a cualquier cosa. De
Elisa tenía los ojos cerrados, porque había optado por sentir en todo su esplendor esa agua caliente que la abrazaba y la reconfortaba un poco. Sus músculos se habían relajado y con ellos, el dolor de sus heridas y los de sus golpes también.Andrei había entrado ya en el baño, y la observaba tan relajada como sólo la había visto cuando la fue a conocer, durmiendo como un bebé a salvo del mundo, tranquila y en paz. Dejó un short deportivo y holgado sobre una mesa junto a una camiseta, que estaba seguro que le quedaría, además de unas zapatillas de levantarse en el suelo. Acto seguido dejó dos toallas cerca de la bañera para luego salir de allí.No planeaba interrumpir su tranquilidad luego de haberla angustiado durante cuarenta y ocho horas.Elisa abrió sus ojos cuando sintió que el agua se estaba enfriando, y cuando lo hizo, se dio cuenta de las cosas que le había dejado. Sonrió cuando vio la ropa y las toallas, parándose con dolor pero no lo suficiente como para caer en la bañera.
—No puedes hacerme eso, estoy en la universidad y me buscarán —argumentó para bajarlo de su nube, insegura de sus palabras.—¿Y quién te buscaría de la universidad? —dijo, mientras dejaba el jarro con jugo sobre la mesa—. ¿Algún novio?—No… ¡No sé quién!, pero es obvio que se preocuparán si no aparezco. Denunciarán el hecho a la policía, lo que sucedió el otro día en el club no fue algo simple. Tú y tus matones mataron a todo el mundo.—¿Y alguien sabe que trabajabas en ese club? —la molestaba con su sonrisa victoriosa, jugando con el líquido del vaso, con movimientos circulares de su muñeca.Elisa lo observó mordiendo sus labios, claro que nadie sabía. Andrei echó una risa.—Claro que no saben, debe ser una vergüenza para ti —tomó del jugo, dándole su aprobación con un gesto—. No entiendo esa castidad tuya, eres extranjera. ¿Qué mujer se resiste de esa forma? Eres extraña…—Tú no sabes nada de mí…—No, ni tú de mí —dio un paso hacia ella—. ¿Quieres que tengamos una plática toda la n
Tal y como había pasado en sus primeros días en esa casa, Andrei se había olvidado de Elisa, pero esta vez había sido por siete días y a propósito, como su primer paso justiciero. Ella lo sabía porque había contado esos días con tristeza, solamente había tenido la visita de la señora María, la sirvienta de confianza del alto, y hasta ese momento era el único ser humano que parecía interesarse por su salud. Iba tres veces por día a ver que necesitaba, y cada día se había dedicado a cuidar del estado de las heridas de la castaña que ya no sangraban y parecían saludables. Ya no lloraba, pero no porque no quisiera, sino que sus ojos parecían fatigados. Jamás había tenido síntomas claustrofóbicos, pero estar allí en esa habitación la angustiaba y la desesperaba, así que comenzó a pellizcarse la piel de sus brazos y piernas para descargar la tensión el día anterior. Además, aún tenía rabia acumulada en el pecho por no poder desquitarse con el castaño. —El señor Andrei se va a enojar