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—Nunca entendí esto —murmuró Andrei cuando volvió a levantarse y se acercó a Elisa, que reía feliz—. Pero lo que sí odio es que tantos hombres hayan visto tus piernas. Gracias a Dios, esto solo pasa una vez porque no voy a permitir que nadie más las vea.

Elisa lo miró con diversión, y una risita escapó de sus labios.

—Oh, pobre de ti, Andrei —dijo con tono burlón, acariciándole el rostro—. Si te molesta tanto, ¿qué vas a hacer cuando estemos en la playa? No pienso usar camisones largos, tendrás que acostumbrarte a compartir la vista.

Andrei apretó la mandíbula con una expresión de molestia, pero no pudo evitar que una sonrisa escapara de sus labios.

La atrajo hacia él con un movimiento firme, tomando su cintura, y la besó con una fuerza que dejó a Elisa sin aliento.

—Eso jamás —respondió con voz ronca—. Eres mía, y solo mía.

El beso entre ambos encendió nuevamente los aplausos y silbidos de los invitados, que disfrutaban del espectáculo de la pareja apasionada.

El ambiente en el saló
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