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Andrei tomó aire lentamente, intentando controlar su descontento.

—Pero lo golpeaste con tus manos amarradas —alzó una ceja.

—Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz…

—Y lo mataste —espetó él con voz acerada.

Elisa subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también.

La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa.

—El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento…

Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas.

Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acerca
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