—¿Pero hace cuánto? —le preguntaba Miki al encargado del club, nerviosa porque no creía lo que él le decía.
Ella conocía a Elisa y sabía perfectamente que ella jamás se vendería, y menos teniendo aquello que ella tanto cuidaba. —Hace más de una hora… —se extrañó. Todos habían sentido sus gritos, pero nadie quiso intervenir porque no se podía. Los compañeros de Kirill, por otro lado, reían. —¿Y qué esperas? ¡Anda! Ya ha sido suficiente, ve a ver qué sucede. La miró por un momento, él tenía que ver qué pasaba, así que eso hizo. Se quedó inmovilizado frente a la puerta cuando vio a la chica a un lado del sofá con su pecho, brazos y manos cubiertas de sangre que se secaba, sentada sobre un charco rojo brillante y a un cuerpo inerte boca abajo sobre el sofá. M****a, m****a, m****a ¿Qué había hecho esa loca? Estaban todos perdidos por su culpa. Pero ella no reaccionó, ni siquiera sintió una presencia allí, hasta que Mikaela se asomó tras el hombro de aquel hombre y se horrorizó, haciéndolo a un lado para entrar y ver cómo estaba su amiga. —¡Elisa! Cariño… —se le acercó con cautela. La chica volteó su rostro, cubierto de pintas de sangre seca corridas por aquellas lágrimas que seguían saliendo. —Miki… —dijo con voz temblorosa, débil y rasposa—. Lo maté… fue sin querer, un accidente. Perdón… —un espasmo tomó su garganta—. Lo siento tanto…. El encargado del local salió de allí. ¿Qué podía hacer? Estaba desesperado. Supuso que debía decírselo a algún compañero de Kirill, ellos sabrían qué hacer. Tal vez matarían a Elisa. —Tranquila… —se terminó de acercar hasta su amiga castaña, que yacía en el piso llorando, inconsolable. —No quería hacerlo… —Lo sé, sé que no querías —se agachó a su lado, arrullándola entre sus brazos para que se sintiera acompañada, ofreciéndole su hombro y pecho para llorar. —Estaba ebria y… —Shh… No digas nada ¿Quieres que te traiga algo? —No —se aferró a ella con miedo, de seguir allí sola a un lado de Kirill, temiendo y deseando que reaccionara y le diera una bofetada. Mikaela se quedó con ella, pensando que lo próximo que vería cruzar por esa puerta sería a su novio con una buena solución, pero este no venía y ya habían pasado varios minutos. Elisa había sucumbido al sueño en los brazos de su amiga, hasta que gritos y sonidos de bala comenzaron a tomar el lugar. La chica despertó, mirando de inmediato a su amiga y cayendo en cuenta de lo que había pasado. —¿Qué…? —no alcanzó a terminar la pregunta, cuando la puerta se abrió y su amiga se puso de pie, avanzando unos pasos hacia la puerta, cayendo al instante cuando una bala atravesó su cabeza—. ¡Miki! —gritó, ahogándose en su propio miedo y pánico. Vio cómo los ojos de su amiga se desorbitaron y se quedaban inmóviles para siempre, viendo como la sangre salía de ella, al igual como había salido de aquel hombre cuyo nombre no conocía. Pero justo después de su grito, una bala paró en su hombro, dejándose ver y mostrándole al mundo que ella había sido la asesina de ese sujeto en el sofá. —¡Miki! —volvió a gritar, y otra bala paró en su fémur. Se comenzó a arrastrar entonces, no para escapar, sino que para llegar junto a su amiga. Ella estaba muerta por su culpa, toda la gente en ese recinto estaba muerta por su culpa… Lloraba mientras se arrastraba, por el dolor de ver a su única amiga en ese país yacer muerta a unos centímetros que parecían eternos y por el dolor físico. —Miki… —seguía avanzando, sabiendo que alrededor de ella habían dos personas viéndola divertidos, por haber matado a aquel hombre. Justo cuando iba a alcanzarla, unos zapatos se interpusieron entre ambas, unos zapatos negros y bien lustrados, con unas piernas largas cubiertas de un pantalón de tela negro. Alzó su mirada con cautela, dejando ver su rostro sucio de sangre, de lágrimas secas y de nuevas lágrimas… pero no pudo seguir viendo más allá, porque se desplomó sobre esos zapatos y dejó de sentir. *** Hace meses que no dormía tan profundamente, rodeada de una burbuja protectora que la mantenía fuera del alcance de cualquier peligro. Todo parecía suave y la abrazaba exquisitamente, se sentía como un bebé. De a poco fue viendo una luz blanca, quedando en la mejor parte del sueño, cuando iba a saber la nota que había sacado en un examen en la universidad. Era un sueño, estaba en otro lugar. Cuando abrió sus ojos, se cegaron inmediatamente por el sol, sintiendo con ello también el dolor de su herida en el hombro. Trató de pararse, pero la bala aún estaba allí, y al moverse, pareció que aquel objeto metálico se escabullía más en su carne. Quería salir de allí e ir a ver a su gente, a Miki. —Ah… —se quejó, recordando con ese dolor todo lo que había pasado anoche. Despertar de ese sueño para caer en esa realidad era cruel, deseaba no existir más, justo como Miki. Llevó sus manos a sus ojos, comenzando a llorar, porque no sabía por qué seguía allí viva y en una cama en un lugar desconocido. ¿Dónde estaba la gente del club? ¿Miki seguía tirada en esa habitación, impregnada del olor metálico de la sangre? Era desesperante. —No hagas eso —dijo una voz firme, casi golpeándola con sus palabras—. No quiero que llores. Elisa alzó su mirada a quien le daba esas órdenes, estaba a un lado de las cortinas y en un segundo recordó los zapatos negros que le impidieron llegar hasta su amiga. ¿Era el dueño de esos zapatos? Se quedó en su lugar, mirando a un punto inexistente en esa cama y sintiendo mucho frío. Si aquel sujeto la quería consciente al darle muerte, entonces le daría en el gusto, porque no se sentía capaz de seguir consciente; recordando todas esas cosas difíciles. Sentía vergüenza de su debilidad, y podía escuchar a su amiga regañarla por eso. Aquel sujeto se le acercó, tomando una silla para sentarse a un lado de su cama. Tomó de las cobijas para hacerlas a un lado, destapándola, porque necesitaba ver su cuerpo lleno de sangre, para convencerse de que ella era la asesina de Kirill. Como acto de reflejo, la chica se cubrió con sus manos, recordando el ataque del hombre que había asesinado, pero fue una mala acción; porque las dos heridas le dolieron terriblemente. Gritó y seguía sucia y sin bragas, tal cual como había quedado la noche anterior. —Bien… —llevó una mano a la herida en su pierna, recordando las órdenes que había dado de dejar viva a la asesina de su amigo, antes de llegar a ese ahora cementerio que llevaba por nombre, club nocturno—. ¿Qué me puedes decir? Estás cubierta de sangre —comenzó a meter su dedo en la herida, tratando de encontrar la bala, aunque no deseaba encontrarla realmente, quería que hablara, y pronto. —¡Nnh! —se retorció de dolor, creyendo que caería desmayada. ¿Así que de eso se trataba el estar allí consciente y en una cama, como si lo mereciera? —¿Quieres que saque la bala? —preguntó alzando una ceja, al ver que de esa manera solamente iba conseguir hacerla llorar. Lo miró con ojos vidriosos, mordiendo sus labios por dentro, con miedo de decir alguna cosa porque de seguro él le haría más daño con cualquier respuesta por haber osado dirigirle la palabra. Como respuesta, Andrei rodó su dedo dentro de su carne para volver a hacerla gritar. —¡Sí! —gritó, llorando agudamente. Lo hizo, le sacó la bala y se la mostró, dejándola caer sobre las sábanas, a un lado del cuerpo de la chica. —Ahora, dime lo que pasó anoche y te saco la otra. Su voz estaba débil, comenzó a hablar con voz rasposa, mientras aún sentía que la herida le quemaba. Su vida estaba en las manos de ese sujeto y no sabía qué sería de su futuro, aunque tampoco le importaba si tenía uno. No después de todo lo que había pasado, no quería cargar esa culpa. Solamente quería que todo eso terminara ya. —Yo lo maté… —se interrumpió, por un espasmo de su llanto—. Yo no quería hacerlo, sólo quería que dejara de tocarme. El castaño de cabello largo ladeó una sonrisa. ¿Esa era la razón del por qué lo había matado? De pronto se interesó en la estúpida inocencia de esa chica. —¿Por qué tenías el cinturón en las manos? ¿Aquel hombre era amigo del sujeto que había asesinado? ¿Por qué parecía tan frío e indiferente a todo? Se sorprendió por la pregunta. —¿Sabes lo demás? —preguntó tímidamente, sorprendida. —Respóndeme. Recogió sus piernas, llevando sus rodillas a una altura que dejara de exhibir su desnudez allá abajo. —Porque él me amarró las manos con él… No quería que lo golpeara. Él soltó un bufido. ¿En serio había ocurrido de esa manera? Qué patético…Andrei tomó aire lentamente, intentando controlar su descontento. —Pero lo golpeaste con tus manos amarradas —alzó una ceja.—Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz…—Y lo mataste —espetó él con voz acerada.Elisa subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también. La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa.—El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento…Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas. Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acerca
Llevaba ya dos días encerrada en esa habitación, nadie había cruzado esa puerta y el vaso con agua que tenía sobre el velador se lo había tomado luego de oír ese disparo. Tenía sed y hambre, no tenía fuerzas y se había orinado varias veces en la cama por miedo y por necesidad, aunque no podía entender de dónde seguía saliendo líquido si no había bebido nada. Necesitaba que todo eso terminara ya, hace horas que no oía movimiento cerca de esa habitación. Parecía que la habían dejado sola, abandonada y condenada a morir lentamente.Había llamado a alguien varias veces el día anterior, pero nadie le prestaba ayuda, porque parecía que no había un alma cerca de ella. Estaba cansada y su voz ya no salía, había llorado demasiado y soñaba con una botella de agua. Entonces comenzó a soñar despierta con sus ensayos en el club cuando terminaba, y luego la esperaba su botella de agua con sabor a limón. Amaba las aguas con sabor a limón, y podía sentir el sabor de ella.Sonreía, mientras imagin
Elisa cerró sus ojos, gimiendo por la relajación que esa voz le trajo.Andrei dejó su vaso en la mesa a su lado y se puso de pie para ir hasta ese caño caminando a paso firme, estaba enojado por esa exposición sin carácter e indigna de una persona como él. Además, le molestaba verla sucia. Sabía que había sido él quien la había abandonado y olvidado, pero aquello ya superaba su paciencia.Ella podía escuchar esos pasos siendo atenuados por la música, no quería que nadie más la humillara ni la obligara a subirse a ese caño nuevamente. Tal vez venían a matarla por dar tan deprimente espectáculo y eso le provocaba una extraña ansiedad. Pero el castaño en vez de dañarla, la tomó entre sus brazos para alzarla. Él no iba a darle explicaciones a nadie por su acción, que pensaran lo que quisieran, la situación había llegado demasiado lejos y había sido mucho show para la noche.Elisa observó el rostro que no la miraba, se sentía pequeña entre esos brazos y vulnerable a cualquier cosa. De
Elisa tenía los ojos cerrados, porque había optado por sentir en todo su esplendor esa agua caliente que la abrazaba y la reconfortaba un poco. Sus músculos se habían relajado y con ellos, el dolor de sus heridas y los de sus golpes también.Andrei había entrado ya en el baño, y la observaba tan relajada como sólo la había visto cuando la fue a conocer, durmiendo como un bebé a salvo del mundo, tranquila y en paz. Dejó un short deportivo y holgado sobre una mesa junto a una camiseta, que estaba seguro que le quedaría, además de unas zapatillas de levantarse en el suelo. Acto seguido dejó dos toallas cerca de la bañera para luego salir de allí.No planeaba interrumpir su tranquilidad luego de haberla angustiado durante cuarenta y ocho horas.Elisa abrió sus ojos cuando sintió que el agua se estaba enfriando, y cuando lo hizo, se dio cuenta de las cosas que le había dejado. Sonrió cuando vio la ropa y las toallas, parándose con dolor pero no lo suficiente como para caer en la bañera.
—No puedes hacerme eso, estoy en la universidad y me buscarán —argumentó para bajarlo de su nube, insegura de sus palabras.—¿Y quién te buscaría de la universidad? —dijo, mientras dejaba el jarro con jugo sobre la mesa—. ¿Algún novio?—No… ¡No sé quién!, pero es obvio que se preocuparán si no aparezco. Denunciarán el hecho a la policía, lo que sucedió el otro día en el club no fue algo simple. Tú y tus matones mataron a todo el mundo.—¿Y alguien sabe que trabajabas en ese club? —la molestaba con su sonrisa victoriosa, jugando con el líquido del vaso, con movimientos circulares de su muñeca.Elisa lo observó mordiendo sus labios, claro que nadie sabía. Andrei echó una risa.—Claro que no saben, debe ser una vergüenza para ti —tomó del jugo, dándole su aprobación con un gesto—. No entiendo esa castidad tuya, eres extranjera. ¿Qué mujer se resiste de esa forma? Eres extraña…—Tú no sabes nada de mí…—No, ni tú de mí —dio un paso hacia ella—. ¿Quieres que tengamos una plática toda la n
Tal y como había pasado en sus primeros días en esa casa, Andrei se había olvidado de Elisa, pero esta vez había sido por siete días y a propósito, como su primer paso justiciero. Ella lo sabía porque había contado esos días con tristeza, solamente había tenido la visita de la señora María, la sirvienta de confianza del alto, y hasta ese momento era el único ser humano que parecía interesarse por su salud. Iba tres veces por día a ver que necesitaba, y cada día se había dedicado a cuidar del estado de las heridas de la castaña que ya no sangraban y parecían saludables. Ya no lloraba, pero no porque no quisiera, sino que sus ojos parecían fatigados. Jamás había tenido síntomas claustrofóbicos, pero estar allí en esa habitación la angustiaba y la desesperaba, así que comenzó a pellizcarse la piel de sus brazos y piernas para descargar la tensión el día anterior. Además, aún tenía rabia acumulada en el pecho por no poder desquitarse con el castaño. —El señor Andrei se va a enojar
Ambos se voltearon hacia esa voz grave y dura, Igor sonrió y Elisa se escondió tras él, al saber quién era el dueño de esa voz que le despertaba y desordenaba todas sus hormonas.—Hirió a la señora María —le respondió divertido—, y se escapó.Andrei caminó hacia ellos, sacando a la joven detrás de Belov Igor desde su brazo, tomándolo con fuerza para que quedara frente a él y para que ella no se resistiera. Le echó un vistazo general, parecía perturbada y podía ver la hinchazón y lo rojo de las lesiones sobre su piel. Elevó una ceja al mirarla a los ojos. Ella por su parte, lo miraba temblando. De nuevo esa ceja inquisidora la amenazaba y la hacía sentirse pequeña y vulnerable.—Mujer escandalosa… —le soltó el brazo y ella, por reflejo, llevó su mano hasta esa zona que ahora le dolía—. Vete a tu habitación ahora, no quiero verte aquí.—No quiero, quiero estar aquí. No voy a escapar, no puedo...Andrei volvió a mirarla. ¿Quién se creía que era para contestarle?—Vete ahora antes de qu
Durante toda esa semana, Andrei había decidido que era una buena idea salir de casa o de distraerse en ella con buena compañía femenina. No tenía planes de volver a molestar a Elisa dentro de unos días más, quería dejarla sola con su angustia y eso le divertía. Pero verla esa vez le hizo sentir que no era divertido si deseaba matarse, aunque era eso lo que buscaba. Tal vez su primer paso con ella no había sido el correcto, torturarla así no iba a servir si ella era así de débil. Aunque no podía evitar reír al imaginarla vuelta loca en su habitación peleando con la señora María para que le entregara las llaves. De cierta forma, eso fue lo que buscaba desde el principio, volverla loca primero y luego saber cómo seguir divirtiéndose con ella…Ahora estaba en una habitación cercana y que no era la suya, porque nadie era lo suficientemente importante para entrar allí. Estaba sobre el cuerpo de aquella chica que entró con él a casa de su brazo. Ella era bella y no le daba problemas, sim