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Tal y como había pasado en sus primeros días en esa casa, Andrei se había olvidado de Elisa, pero esta vez había sido por siete días y a propósito, como su primer paso justiciero.

Ella lo sabía porque había contado esos días con tristeza, solamente había tenido la visita de la señora María, la sirvienta de confianza del alto, y hasta ese momento era el único ser humano que parecía interesarse por su salud.

Iba tres veces por día a ver que necesitaba, y cada día se había dedicado a cuidar del estado de las heridas de la castaña que ya no sangraban y parecían saludables.

Ya no lloraba, pero no porque no quisiera, sino que sus ojos parecían fatigados.

Jamás había tenido síntomas claustrofóbicos, pero estar allí en esa habitación la angustiaba y la desesperaba, así que comenzó a pellizcarse la piel de sus brazos y piernas para descargar la tensión el día anterior. Además, aún tenía rabia acumulada en el pecho por no poder desquitarse con el castaño.

—El señor Andrei se va a enojar
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