Sabía que no era un prostíbulo, pero él sí tenía la facultad de convertirlo en uno por una noche y con una sola chica si se le daba la gana.
Elisa se quedó helada y no reaccionó, incluso luego de verse presa de esa mano que la llevaba fácilmente hasta el novio de Mikaela. ¿En serio habían hecho un trato? No quería… —Pero Sokolov, sabe que no está… —Sí, lo está. Para mí sí e hicimos un trato, ¿no es así, linda? —la atrajo hasta a él. Ella sólo miró al encargado, sin ninguna expresión en particular, porque aún estaba presa del asombro, mientras el pelinegro le mostraba el dinero al encargado del club, poniéndolo en el sostén de Elisa, justo en medio de sus pechos. No había mucho que reclamar, estaba claro y más claro aún el hecho de que no podría negarse o toda la noche se iba ir al mismo infierno, incluso él si la suerte no estaba de su lado. Así que simplemente le enseñó con un gesto de su cabeza la cabina disponible. Al llegar a una de las cabinas, la chica se tensó. El sujeto la arrojó a la pared a un lado de la puerta y la acorraló, dejando un brazo a un costado de su cabeza para impedirle la huída o tal vez para simplemente parecer más dominante frente a una chica que parecía sumisa. Llevó su mano faltante a tomarle el mentón, mirándola conforme, acariciándole el carnoso labio inferior con su pulgar, para después dejar sus dedos descender. Jugó con apenas unos roces sobre la piel que su escote le dejaba ver, bajando luego hasta su abdomen. Sonrió al tocarlo, mirándola porque ella tiritaba y su pecho se inflaba jadeante. —Eres demasiado sensible… —llevó su mano hasta el borde de su braga de cuero color dorado. Adoraba que las bailarinas llevaran esas ropas sencillas y generosas—. Hace un rato eras muy atrevida —susurró sobre sus labios, escabullendo su mano bajo la braga, acariciando su zona íntima. Elisa estaba asustada, agitada, y por el licor sentía unas agradables cosquillas en su cuerpo gracias a esa pequeña invasión en su intimidad, pero despertó cuando ese sujeto comenzó a deslizarle la ropa, eso no podía ocurrir. —No… No, por favor —comenzó a alejarlo desde sus hombros. —¿Estás demente? —volvió a acercarse para seguir con su tarea, esta vez más invasivo, agresivo. —¡No, no quiero! —ella lo volvió a alejar desde sus hombros, ya más repuesta y decidida—. ¡Déjame, no quiero! —¡Basta! —él la tomó de los hombros y golpeó su espalda contra la pared. —Soy virgen… —soltó con dolor, ese golpe hizo que se debilitara, le dieron ganas de llorar. El moreno rió tras oír aquello. —¿Y eso debería importarme? —volvió a tomarla desde los hombros para arrojarla al sofá, puestos para realizar cualquier pose del tipo sexual—. Date por pagada. Terminó por sacarle la braga, abriéndole las piernas y mirando lo que había entre ellas. Volvió a sonreír de aquella manera diabólica. ¿Así que así se veía una vagina virgen? —Pagué una fortuna y es mucho más que una virginidad. —¡No, basta! ¡Detente! —Elisa volvió a cerrar sus piernas, pegándole con sus pies en el pecho y abdomen—. Quédate con tu dinero, ¡no lo quiero! —sacó el rollo de billetes de su sostén para arrojárselo en la cara. Si había algo que odiaba Kirill, era verse insultado por una mujer, y más aún si aquella mujer no merecía su respeto. Así que sin miramientos le dio una bofetada, volviendo a dejarla en su lugar con su peso encima. —Cállate, prostituta. Elisa lloró al verse presa de esa manera, detestando todo a su alrededor y odiando ese insulto. Lloró más fuerte porque parecía una muñeca, su fuerza era inútil comparada a la de ese hombre y no quería que eso ocurriera; tenía mucho miedo. El pelinegro comenzó a sacarse la ropa, dejando su cinturón grande con un broche de oro potente y grueso. —Deja esas manos, ¡me molestan! —se las tomó para amarrarlas con ese cinturón. Aquellos golpes inútiles le estaban irritando la espalda y hombros. —Basta, déjame… —la chica lloraba más débil—. No quiero, por favor… A él no le importó, a esas alturas ya estaba demasiado caliente y sentir que abusaba de ella, más caliente le ponía. Comenzó a morderle el cuello y a lamerlo, deteniéndose en sus pechos para torturar sus pezones con su lengua y labios. Ella se sentía asquerosa y fácil, había sido realmente una tonta al jugar de esa manera. Se tensó y volvió a patalear, porque no sólo estaba actuando en sus pezones, sino que su mano intrusa se estaba adentrando en su interior. —¡No! —gritó. ¿Por qué nadie la escuchaba? ¿Tan importante era ese sujeto que nadie quería prestarle ayuda?—. ¡No quiero eso! —comenzó a pegarle con sus manos atadas con fuerza en la cabeza. Dejó se sentir sus atenciones y notó que no podía sacar sus manos del cinturón ni de la cabeza de aquel sujeto horrible. Se aterró y se quedó inmóvil, miró sus manos y estaban siendo cubiertas por un pequeño hilo de sangre; la parte puntiaguda del broche, aquella que asegura el cinturón, estaba incrustada en su cráneo. —No… —su voz estaba ahogada, sentía que no podía hablar—. No… —comenzó a forcejear para sacar sus manos de su cabeza, lográndolo y con ello, que un gran chorro de sangre saltara sobre ella. Elisa se aterró más, saliendo debajo de su cuerpo con un poco de dificultad, llena de pánico y arrodillándose a un lado del sofá para examinarlo. —Oye… —lo movía, pero sin resultado—. Despierta… —pedía, volviendo a llorar—. Lo maté, lo maté… —se llevó las manos sangrientas al rostro, para fundirse en el llanto. Su virginidad no valía la vida de una persona, por más repugnante que fuera. Había matado a alguien por accidente y no podía soportarlo. No lo podía creer. —Perdón, perdón… —decía entre sus manos, sintiendo aquella sangre cálida que poco a poco comenzaba a enfriarse. ¿O eran sus lágrimas? Ya no podría diferenciarlo.—¿Pero hace cuánto? —le preguntaba Miki al encargado del club, nerviosa porque no creía lo que él le decía. Ella conocía a Elisa y sabía perfectamente que ella jamás se vendería, y menos teniendo aquello que ella tanto cuidaba.—Hace más de una hora… —se extrañó. Todos habían sentido sus gritos, pero nadie quiso intervenir porque no se podía. Los compañeros de Kirill, por otro lado, reían.—¿Y qué esperas? ¡Anda! Ya ha sido suficiente, ve a ver qué sucede.La miró por un momento, él tenía que ver qué pasaba, así que eso hizo. Se quedó inmovilizado frente a la puerta cuando vio a la chica a un lado del sofá con su pecho, brazos y manos cubiertas de sangre que se secaba, sentada sobre un charco rojo brillante y a un cuerpo inerte boca abajo sobre el sofá. Mierda, mierda, mierda ¿Qué había hecho esa loca? Estaban todos perdidos por su culpa.Pero ella no reaccionó, ni siquiera sintió una presencia allí, hasta que Mikaela se asomó tras el hombro de aquel hombre y se horrorizó, haciénd
Andrei tomó aire lentamente, intentando controlar su descontento. —Pero lo golpeaste con tus manos amarradas —alzó una ceja.—Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz…—Y lo mataste —espetó él con voz acerada.Elisa subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también. La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa.—El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento…Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas. Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acerca
Llevaba ya dos días encerrada en esa habitación, nadie había cruzado esa puerta y el vaso con agua que tenía sobre el velador se lo había tomado luego de oír ese disparo. Tenía sed y hambre, no tenía fuerzas y se había orinado varias veces en la cama por miedo y por necesidad, aunque no podía entender de dónde seguía saliendo líquido si no había bebido nada. Necesitaba que todo eso terminara ya, hace horas que no oía movimiento cerca de esa habitación. Parecía que la habían dejado sola, abandonada y condenada a morir lentamente.Había llamado a alguien varias veces el día anterior, pero nadie le prestaba ayuda, porque parecía que no había un alma cerca de ella. Estaba cansada y su voz ya no salía, había llorado demasiado y soñaba con una botella de agua. Entonces comenzó a soñar despierta con sus ensayos en el club cuando terminaba, y luego la esperaba su botella de agua con sabor a limón. Amaba las aguas con sabor a limón, y podía sentir el sabor de ella.Sonreía, mientras imagin
Elisa cerró sus ojos, gimiendo por la relajación que esa voz le trajo.Andrei dejó su vaso en la mesa a su lado y se puso de pie para ir hasta ese caño caminando a paso firme, estaba enojado por esa exposición sin carácter e indigna de una persona como él. Además, le molestaba verla sucia. Sabía que había sido él quien la había abandonado y olvidado, pero aquello ya superaba su paciencia.Ella podía escuchar esos pasos siendo atenuados por la música, no quería que nadie más la humillara ni la obligara a subirse a ese caño nuevamente. Tal vez venían a matarla por dar tan deprimente espectáculo y eso le provocaba una extraña ansiedad. Pero el castaño en vez de dañarla, la tomó entre sus brazos para alzarla. Él no iba a darle explicaciones a nadie por su acción, que pensaran lo que quisieran, la situación había llegado demasiado lejos y había sido mucho show para la noche.Elisa observó el rostro que no la miraba, se sentía pequeña entre esos brazos y vulnerable a cualquier cosa. De
Elisa tenía los ojos cerrados, porque había optado por sentir en todo su esplendor esa agua caliente que la abrazaba y la reconfortaba un poco. Sus músculos se habían relajado y con ellos, el dolor de sus heridas y los de sus golpes también.Andrei había entrado ya en el baño, y la observaba tan relajada como sólo la había visto cuando la fue a conocer, durmiendo como un bebé a salvo del mundo, tranquila y en paz. Dejó un short deportivo y holgado sobre una mesa junto a una camiseta, que estaba seguro que le quedaría, además de unas zapatillas de levantarse en el suelo. Acto seguido dejó dos toallas cerca de la bañera para luego salir de allí.No planeaba interrumpir su tranquilidad luego de haberla angustiado durante cuarenta y ocho horas.Elisa abrió sus ojos cuando sintió que el agua se estaba enfriando, y cuando lo hizo, se dio cuenta de las cosas que le había dejado. Sonrió cuando vio la ropa y las toallas, parándose con dolor pero no lo suficiente como para caer en la bañera.
—No puedes hacerme eso, estoy en la universidad y me buscarán —argumentó para bajarlo de su nube, insegura de sus palabras.—¿Y quién te buscaría de la universidad? —dijo, mientras dejaba el jarro con jugo sobre la mesa—. ¿Algún novio?—No… ¡No sé quién!, pero es obvio que se preocuparán si no aparezco. Denunciarán el hecho a la policía, lo que sucedió el otro día en el club no fue algo simple. Tú y tus matones mataron a todo el mundo.—¿Y alguien sabe que trabajabas en ese club? —la molestaba con su sonrisa victoriosa, jugando con el líquido del vaso, con movimientos circulares de su muñeca.Elisa lo observó mordiendo sus labios, claro que nadie sabía. Andrei echó una risa.—Claro que no saben, debe ser una vergüenza para ti —tomó del jugo, dándole su aprobación con un gesto—. No entiendo esa castidad tuya, eres extranjera. ¿Qué mujer se resiste de esa forma? Eres extraña…—Tú no sabes nada de mí…—No, ni tú de mí —dio un paso hacia ella—. ¿Quieres que tengamos una plática toda la n
Tal y como había pasado en sus primeros días en esa casa, Andrei se había olvidado de Elisa, pero esta vez había sido por siete días y a propósito, como su primer paso justiciero. Ella lo sabía porque había contado esos días con tristeza, solamente había tenido la visita de la señora María, la sirvienta de confianza del alto, y hasta ese momento era el único ser humano que parecía interesarse por su salud. Iba tres veces por día a ver que necesitaba, y cada día se había dedicado a cuidar del estado de las heridas de la castaña que ya no sangraban y parecían saludables. Ya no lloraba, pero no porque no quisiera, sino que sus ojos parecían fatigados. Jamás había tenido síntomas claustrofóbicos, pero estar allí en esa habitación la angustiaba y la desesperaba, así que comenzó a pellizcarse la piel de sus brazos y piernas para descargar la tensión el día anterior. Además, aún tenía rabia acumulada en el pecho por no poder desquitarse con el castaño. —El señor Andrei se va a enojar
Ambos se voltearon hacia esa voz grave y dura, Igor sonrió y Elisa se escondió tras él, al saber quién era el dueño de esa voz que le despertaba y desordenaba todas sus hormonas.—Hirió a la señora María —le respondió divertido—, y se escapó.Andrei caminó hacia ellos, sacando a la joven detrás de Belov Igor desde su brazo, tomándolo con fuerza para que quedara frente a él y para que ella no se resistiera. Le echó un vistazo general, parecía perturbada y podía ver la hinchazón y lo rojo de las lesiones sobre su piel. Elevó una ceja al mirarla a los ojos. Ella por su parte, lo miraba temblando. De nuevo esa ceja inquisidora la amenazaba y la hacía sentirse pequeña y vulnerable.—Mujer escandalosa… —le soltó el brazo y ella, por reflejo, llevó su mano hasta esa zona que ahora le dolía—. Vete a tu habitación ahora, no quiero verte aquí.—No quiero, quiero estar aquí. No voy a escapar, no puedo...Andrei volvió a mirarla. ¿Quién se creía que era para contestarle?—Vete ahora antes de qu