La Venganza del Mafioso
La Venganza del Mafioso
Por: Samantha Leoni
1

—Es tu turno.

Elisa Morrison asintió, levantándose imponente, y es que sus tacones de 15 centímetros le daban un aire estilizado, imponente y sexy.

Era esbelta, de ojos verdes y sedoso cabello castaño. Su atuendo dorado con negro y de piedras brillantes le daba un aspecto arrebatador, hechizante; un traje de danza árabe que se amoldaba a su cuerpo como un guante.

Su cuerpo bailaba al son de la música, su vientre desnudo era objeto de miradas lascivas pero nadie la había tocado nunca, y es que no por nada le fue dado el apodo de "la intocable", por ser virgen e inaccesible para un baile privado en uno de los cubículos.

Sus manos tomaron el largo fierro de metal, la intensidad de las luces fueron disminuidas y comenzó a bailar de manera sensual y hechizante, convirtiendo al frío e inerte objeto en su más leal amante.

Se entregó a él como a nadie olvidando todo a su alrededor, seduciendo con aire sexy y encantador a su concurrida audiencia. Luego se centró en usar la fuerza de sus piernas para ponerse de cabeza, escuchando los vítores de los presentes, hombres en su gran mayoría.

—¡Hermosa! ¡Despampanante! ¡Sexy! —gritaron varios de ellos, silbando y aplaudiendo luego de otra ronda de baile.

La mujer castaña y de escasa ropa se inclinó, y más aplausos se oyeron en el lugar, así como varios billetes de gran valor comenzaron a aterrizar a sus pies.

Eso era precisamente lo que le importaba.

Alentada por el cálido recibimiento, recogió el dinero rápidamente y fue a tomar una copa a la barra, cortesía de un cliente.

"Vaya noche," pensó con un suspiro, empujando el líquido por su garganta.

Era un día más o menos aburrido y monótono, pero Elisa decidió no perder el entusiasmo, hacía a la perfección su trabajo y los hombres frente al escenario no escatimaban en gastos, no le interesaba una relación y mucho menos tener sexo, al menos no con nadie de ese lugar.

—¿Puedo invitarte un trago? —Una voz detrás de ella la hizo voltear.

Siempre recibía esa clase de atención, ya estaba más o menos habituada a ser el foco de las miradas en el club nocturno La Femme Rose, donde ganaba un buen dinero que gastaba en sus estudios universitarios.

—Tengo uno en la mano, pero no me quejo de conseguir otro —dijo con una sonrisa algo forzada.

Amaba bailar y le sacaba provecho en el pole dance, pero tenía que aguantar las insinuaciones y acciones morbosas de hombres que solo la veían como un buen polvo.

A menudo pensaba que la vida no era siempre como la gente quería. Que giraba en torno a casualidades llenas de mucha suerte, en el que muchos querían que sucediera una cosa, pero siempre sucedía otra.

Pensaba que Dios tenía a sus

favoritos y que los demás, los poco favoritos; trataban de sobrevivir con el pasar de los días, así como ella hacía cada noche para poder tener un mejor futuro, a costa de pervertidos que querían desnudarla con la mirada.

—Eres preciosa —alabó el hombre y ella asintió, aunque una amplia sonrisa se hizo presente cuando el hombre metió un billete de 100 en el medio de sus protuberantes pechos—. Quiero tenerte, ricura.

Se acercó a ella buscando un beso, pero solo tocó uno de sus dedos, sonriendo diabólicamente al ver la mirada traviesa de la bailarina.

—No hago ese tipo de tratos.

—Una chica difícil, me agrada —se burló el hombre, sacando un enorme fajo de billetes—. ¿Cuánto vale una noche contigo?

Elisa suspiró, negando con la cabeza.

—Ni todo el oro del mundo —sentenció.

—Los rumores dicen que eres virgen —el hombre acarició el fajo de billetes y la contempló con una sonrisa ladeada—. Debe haber un precio para ese coño apretado, muñeca.

—No está a la venta —dijo serena, confiada en que Iván se haría cargo—. Gracias por la propina, pero ya debo ir a mi camerino.

—Vamos, al menos dame un beso —pidió el hombre y ella aunque rodó los ojos, accedió y de manera mecánica se dejó besar—. Quiero más…

El sujeto comenzó a besar su cuello, pero ella le dio un rodillazo directo a su entrepierna, haciéndolo aullar de dolor.

—¡Argh, m*****a zorra! —vociferó molesto—. ¡Me las vas a pagar!

—¡Ya le dije que no hago ese tipo de tratos! —gritó ella, poniendo una mano en su cuello, donde el tipo le había hecho una marca—. Ahora será mejor que se vaya por las buenas…

—¡¿O qué?! —espetó el hombre, tratando de acercarse a ella, acechante.

El bullicio que se formó a su alrededor fue apabullante. Elisa dio un paso atrás, hasta que chocó con alguien, haciéndola sobresaltar.

—¡Iván! —exclamó con sorpresa y alivio.

—¡Espera! —el hombre la tomó del brazo con fuerza y de un momento a otro, era apartada por el aludido que se interpuso entre los dos—. Apártate, bestia. Esto es asunto de ella y mío.

—Ella es mi responsabilidad —dijo el hombre de voz gruesa, haciéndolo ver intimidante—. Y usted ya se va, por las buenas o por las malas será su decisión.

—¿Por qué ella es tan especial? —gritó, atrayendo la atención del resto—. ¿Por qué m****a es intocable? ¡Todo en esta puta vida tiene un precio, bonita, y tú lo tendrás!

—Acompáñame a la salida…

—No siempre vas a tener a este gorila para defenderte, ¿me oyes? —se dirigió a Elisa de manera burlona, amenazadora—. Algún día dejarás de ser la intocable, alguien te tendrá, así sea por las malas… ¡te vas a acordar de mí!

—¡Sal de una puta vez, maldición! —Tomó al hombre y en medio de improperios y juramentos, lo echó del lugar prácticamente a empujones.

Pocas veces ocurrían situaciones como esa, y en esas intervenía Iván, un gran y temerario guardia de seguridad que espantaba hasta el más rudo del lugar.

La chica se quedó parada sin saber qué hacer, estaba recordando las palabras del hombre, que habían sonado como una especie de maldición, y aunque no creía mucho en esas cosas, no pudo evitar estremecerse.

—¿Estás bien, Elisa? —una pelirroja se acercó a ella, preocupada.

—En perfecto estado —dijo la chica con un suspiro, notando que sus manos temblaban—. Son gajes del oficio, supongo.

—Estás pálida, nena —la chica llamada Mikaela la tomó de los hombros, guiándola a su camerino—. ¿Quieres un poco de agua?

Elisa asintió sin pronunciar palabra. Se sentía enferma y tuvo que echarse aire un buen rato. Se sentía nerviosa y no paraba de pensar en los riesgos de un empleo así, aunque intentaba darse ánimos y recordarse a sí misma sus motivos para estar allí.

"Solo un poco más y pronto podré pagar la universidad, ya casi termino de reunir lo que me falta, debo ser un poco más paciente y mantener la compostura"

Vio también un hermoso y enorme ramo de rosas que la dejó atónita. Se quedó admirando el bellísimo regalo que sólo tenía una tarjeta con las palabras:

"Eres increíblemente hermosa, ya quiero verte de nuevo. K.S"

Sonrió de manera automática, deleitada en la fragancia de dos docenas de rosas y pensando que ese trabajo también tenía sus ventajas.

Fue así como pudo nuevamente ponerse de pie y más tranquila, comenzar el último espectáculo de la noche.

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