—Es tu turno.
Elisa Morrison asintió, levantándose imponente, y es que sus tacones de 15 centímetros le daban un aire estilizado, imponente y sexy. Era esbelta, de ojos verdes y sedoso cabello castaño. Su atuendo dorado con negro y de piedras brillantes le daba un aspecto arrebatador, hechizante; un traje de danza árabe que se amoldaba a su cuerpo como un guante. Su cuerpo bailaba al son de la música, su vientre desnudo era objeto de miradas lascivas pero nadie la había tocado nunca, y es que no por nada le fue dado el apodo de "la intocable", por ser virgen e inaccesible para un baile privado en uno de los cubículos. Sus manos tomaron el largo fierro de metal, la intensidad de las luces fueron disminuidas y comenzó a bailar de manera sensual y hechizante, convirtiendo al frío e inerte objeto en su más leal amante. Se entregó a él como a nadie olvidando todo a su alrededor, seduciendo con aire sexy y encantador a su concurrida audiencia. Luego se centró en usar la fuerza de sus piernas para ponerse de cabeza, escuchando los vítores de los presentes, hombres en su gran mayoría. —¡Hermosa! ¡Despampanante! ¡Sexy! —gritaron varios de ellos, silbando y aplaudiendo luego de otra ronda de baile. La mujer castaña y de escasa ropa se inclinó, y más aplausos se oyeron en el lugar, así como varios billetes de gran valor comenzaron a aterrizar a sus pies. Eso era precisamente lo que le importaba. Alentada por el cálido recibimiento, recogió el dinero rápidamente y fue a tomar una copa a la barra, cortesía de un cliente. "Vaya noche," pensó con un suspiro, empujando el líquido por su garganta. Era un día más o menos aburrido y monótono, pero Elisa decidió no perder el entusiasmo, hacía a la perfección su trabajo y los hombres frente al escenario no escatimaban en gastos, no le interesaba una relación y mucho menos tener sexo, al menos no con nadie de ese lugar. —¿Puedo invitarte un trago? —Una voz detrás de ella la hizo voltear. Siempre recibía esa clase de atención, ya estaba más o menos habituada a ser el foco de las miradas en el club nocturno La Femme Rose, donde ganaba un buen dinero que gastaba en sus estudios universitarios. —Tengo uno en la mano, pero no me quejo de conseguir otro —dijo con una sonrisa algo forzada. Amaba bailar y le sacaba provecho en el pole dance, pero tenía que aguantar las insinuaciones y acciones morbosas de hombres que solo la veían como un buen polvo. A menudo pensaba que la vida no era siempre como la gente quería. Que giraba en torno a casualidades llenas de mucha suerte, en el que muchos querían que sucediera una cosa, pero siempre sucedía otra. Pensaba que Dios tenía a sus favoritos y que los demás, los poco favoritos; trataban de sobrevivir con el pasar de los días, así como ella hacía cada noche para poder tener un mejor futuro, a costa de pervertidos que querían desnudarla con la mirada. —Eres preciosa —alabó el hombre y ella asintió, aunque una amplia sonrisa se hizo presente cuando el hombre metió un billete de 100 en el medio de sus protuberantes pechos—. Quiero tenerte, ricura. Se acercó a ella buscando un beso, pero solo tocó uno de sus dedos, sonriendo diabólicamente al ver la mirada traviesa de la bailarina. —No hago ese tipo de tratos. —Una chica difícil, me agrada —se burló el hombre, sacando un enorme fajo de billetes—. ¿Cuánto vale una noche contigo? Elisa suspiró, negando con la cabeza. —Ni todo el oro del mundo —sentenció. —Los rumores dicen que eres virgen —el hombre acarició el fajo de billetes y la contempló con una sonrisa ladeada—. Debe haber un precio para ese coño apretado, muñeca. —No está a la venta —dijo serena, confiada en que Iván se haría cargo—. Gracias por la propina, pero ya debo ir a mi camerino. —Vamos, al menos dame un beso —pidió el hombre y ella aunque rodó los ojos, accedió y de manera mecánica se dejó besar—. Quiero más… El sujeto comenzó a besar su cuello, pero ella le dio un rodillazo directo a su entrepierna, haciéndolo aullar de dolor. —¡Argh, m*****a zorra! —vociferó molesto—. ¡Me las vas a pagar! —¡Ya le dije que no hago ese tipo de tratos! —gritó ella, poniendo una mano en su cuello, donde el tipo le había hecho una marca—. Ahora será mejor que se vaya por las buenas… —¡¿O qué?! —espetó el hombre, tratando de acercarse a ella, acechante. El bullicio que se formó a su alrededor fue apabullante. Elisa dio un paso atrás, hasta que chocó con alguien, haciéndola sobresaltar. —¡Iván! —exclamó con sorpresa y alivio. —¡Espera! —el hombre la tomó del brazo con fuerza y de un momento a otro, era apartada por el aludido que se interpuso entre los dos—. Apártate, bestia. Esto es asunto de ella y mío. —Ella es mi responsabilidad —dijo el hombre de voz gruesa, haciéndolo ver intimidante—. Y usted ya se va, por las buenas o por las malas será su decisión. —¿Por qué ella es tan especial? —gritó, atrayendo la atención del resto—. ¿Por qué m****a es intocable? ¡Todo en esta puta vida tiene un precio, bonita, y tú lo tendrás! —Acompáñame a la salida… —No siempre vas a tener a este gorila para defenderte, ¿me oyes? —se dirigió a Elisa de manera burlona, amenazadora—. Algún día dejarás de ser la intocable, alguien te tendrá, así sea por las malas… ¡te vas a acordar de mí! —¡Sal de una puta vez, maldición! —Tomó al hombre y en medio de improperios y juramentos, lo echó del lugar prácticamente a empujones. Pocas veces ocurrían situaciones como esa, y en esas intervenía Iván, un gran y temerario guardia de seguridad que espantaba hasta el más rudo del lugar. La chica se quedó parada sin saber qué hacer, estaba recordando las palabras del hombre, que habían sonado como una especie de maldición, y aunque no creía mucho en esas cosas, no pudo evitar estremecerse. —¿Estás bien, Elisa? —una pelirroja se acercó a ella, preocupada. —En perfecto estado —dijo la chica con un suspiro, notando que sus manos temblaban—. Son gajes del oficio, supongo. —Estás pálida, nena —la chica llamada Mikaela la tomó de los hombros, guiándola a su camerino—. ¿Quieres un poco de agua? Elisa asintió sin pronunciar palabra. Se sentía enferma y tuvo que echarse aire un buen rato. Se sentía nerviosa y no paraba de pensar en los riesgos de un empleo así, aunque intentaba darse ánimos y recordarse a sí misma sus motivos para estar allí. "Solo un poco más y pronto podré pagar la universidad, ya casi termino de reunir lo que me falta, debo ser un poco más paciente y mantener la compostura" Vio también un hermoso y enorme ramo de rosas que la dejó atónita. Se quedó admirando el bellísimo regalo que sólo tenía una tarjeta con las palabras: "Eres increíblemente hermosa, ya quiero verte de nuevo. K.S" Sonrió de manera automática, deleitada en la fragancia de dos docenas de rosas y pensando que ese trabajo también tenía sus ventajas. Fue así como pudo nuevamente ponerse de pie y más tranquila, comenzar el último espectáculo de la noche.La oscura y sombría fortaleza del mafioso Andrei Borisov se alzaba majestuosamente en lo más alto de una colina a las afueras de la ciudad. Una imponente mansión de estilo gótico, rodeada por altos muros de piedra y vigilada por hombres armados, cuyas sombras se proyectaban amenazadoramente sobre los pasillos iluminados por tenues luces. El aire se llenaba del olor a tabaco y whisky, un ambiente opresivo que reflejaba la personalidad fría y despiadada del mafioso.Andrei, un hombre de mirada penetrante y gesto severo, caminaba con paso firme entre sus secuaces. Cada uno de ellos mostraba respeto y temor en sus rostros mientras recibían órdenes directas de su líder. Nadie se atrevía a cuestionar sus mandatos, pues aquellos que lo habían hecho en el pasado habían desaparecido.La sala de conferencias de la fortaleza estaba impregnada de un aire tenso cuando los hombres se sentaron en torno a una gran mesa de madera oscura. Andrei ocupaba el lugar central, su presencia dominante llena
Una noche de verano, Andrei miraba su guitarra a unos pasos de él, una que por cierto no sabía tocar. Tan deslumbrante como siempre; única y majestuosa como sólo ella podía estar. Entrelazó los dedos de sus manos para apoyar su mentón en ellos, usando sus rodillas como soporte para sus codos que le ayudaran a la comodidad de su posición. A lo lejos escuchaba la voz de su hombre más fiel conversar con los demás acerca de los planes nocturnos que tenían. Era su mejor amigo y el hombre por quien daría la vida sin dudarlo, porque sabía que sería lo mismo en caso contrario. —Todos se fueron a divertirse, y tú pareces un fantasma allí, sentado como si no tuvieras nada mejor que hacer —dijo su amigo Kirill, entrando al lugar. Andrei sonrió tras escucharlo, había interrumpido la música que le acompañaba en su ensimismamiento y provocado que saliera de su universo alternativo, tranquilo y calculador como siempre.—Hoy no tengo nada mejor que hacer —respondió con simpleza.—Pagaría por sabe
Sabía que no era un prostíbulo, pero él sí tenía la facultad de convertirlo en uno por una noche y con una sola chica si se le daba la gana.Elisa se quedó helada y no reaccionó, incluso luego de verse presa de esa mano que la llevaba fácilmente hasta el novio de Mikaela.¿En serio habían hecho un trato? No quería…—Pero Sokolov, sabe que no está…—Sí, lo está. Para mí sí e hicimos un trato, ¿no es así, linda? —la atrajo hasta a él. Ella sólo miró al encargado, sin ninguna expresión en particular, porque aún estaba presa del asombro, mientras el pelinegro le mostraba el dinero al encargado del club, poniéndolo en el sostén de Elisa, justo en medio de sus pechos.No había mucho que reclamar, estaba claro y más claro aún el hecho de que no podría negarse o toda la noche se iba ir al mismo infierno, incluso él si la suerte no estaba de su lado. Así que simplemente le enseñó con un gesto de su cabeza la cabina disponible.Al llegar a una de las cabinas, la chica se tensó. El sujeto la a
—¿Pero hace cuánto? —le preguntaba Miki al encargado del club, nerviosa porque no creía lo que él le decía. Ella conocía a Elisa y sabía perfectamente que ella jamás se vendería, y menos teniendo aquello que ella tanto cuidaba.—Hace más de una hora… —se extrañó. Todos habían sentido sus gritos, pero nadie quiso intervenir porque no se podía. Los compañeros de Kirill, por otro lado, reían.—¿Y qué esperas? ¡Anda! Ya ha sido suficiente, ve a ver qué sucede.La miró por un momento, él tenía que ver qué pasaba, así que eso hizo. Se quedó inmovilizado frente a la puerta cuando vio a la chica a un lado del sofá con su pecho, brazos y manos cubiertas de sangre que se secaba, sentada sobre un charco rojo brillante y a un cuerpo inerte boca abajo sobre el sofá. Mierda, mierda, mierda ¿Qué había hecho esa loca? Estaban todos perdidos por su culpa.Pero ella no reaccionó, ni siquiera sintió una presencia allí, hasta que Mikaela se asomó tras el hombro de aquel hombre y se horrorizó, haciénd
Andrei tomó aire lentamente, intentando controlar su descontento. —Pero lo golpeaste con tus manos amarradas —alzó una ceja.—Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz…—Y lo mataste —espetó él con voz acerada.Elisa subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también. La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa.—El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento…Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas. Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acerca
Llevaba ya dos días encerrada en esa habitación, nadie había cruzado esa puerta y el vaso con agua que tenía sobre el velador se lo había tomado luego de oír ese disparo. Tenía sed y hambre, no tenía fuerzas y se había orinado varias veces en la cama por miedo y por necesidad, aunque no podía entender de dónde seguía saliendo líquido si no había bebido nada. Necesitaba que todo eso terminara ya, hace horas que no oía movimiento cerca de esa habitación. Parecía que la habían dejado sola, abandonada y condenada a morir lentamente.Había llamado a alguien varias veces el día anterior, pero nadie le prestaba ayuda, porque parecía que no había un alma cerca de ella. Estaba cansada y su voz ya no salía, había llorado demasiado y soñaba con una botella de agua. Entonces comenzó a soñar despierta con sus ensayos en el club cuando terminaba, y luego la esperaba su botella de agua con sabor a limón. Amaba las aguas con sabor a limón, y podía sentir el sabor de ella.Sonreía, mientras imagin
Elisa cerró sus ojos, gimiendo por la relajación que esa voz le trajo.Andrei dejó su vaso en la mesa a su lado y se puso de pie para ir hasta ese caño caminando a paso firme, estaba enojado por esa exposición sin carácter e indigna de una persona como él. Además, le molestaba verla sucia. Sabía que había sido él quien la había abandonado y olvidado, pero aquello ya superaba su paciencia.Ella podía escuchar esos pasos siendo atenuados por la música, no quería que nadie más la humillara ni la obligara a subirse a ese caño nuevamente. Tal vez venían a matarla por dar tan deprimente espectáculo y eso le provocaba una extraña ansiedad. Pero el castaño en vez de dañarla, la tomó entre sus brazos para alzarla. Él no iba a darle explicaciones a nadie por su acción, que pensaran lo que quisieran, la situación había llegado demasiado lejos y había sido mucho show para la noche.Elisa observó el rostro que no la miraba, se sentía pequeña entre esos brazos y vulnerable a cualquier cosa. De
Elisa tenía los ojos cerrados, porque había optado por sentir en todo su esplendor esa agua caliente que la abrazaba y la reconfortaba un poco. Sus músculos se habían relajado y con ellos, el dolor de sus heridas y los de sus golpes también.Andrei había entrado ya en el baño, y la observaba tan relajada como sólo la había visto cuando la fue a conocer, durmiendo como un bebé a salvo del mundo, tranquila y en paz. Dejó un short deportivo y holgado sobre una mesa junto a una camiseta, que estaba seguro que le quedaría, además de unas zapatillas de levantarse en el suelo. Acto seguido dejó dos toallas cerca de la bañera para luego salir de allí.No planeaba interrumpir su tranquilidad luego de haberla angustiado durante cuarenta y ocho horas.Elisa abrió sus ojos cuando sintió que el agua se estaba enfriando, y cuando lo hizo, se dio cuenta de las cosas que le había dejado. Sonrió cuando vio la ropa y las toallas, parándose con dolor pero no lo suficiente como para caer en la bañera.