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La oscura y sombría fortaleza del mafioso Andrei Borisov se alzaba majestuosamente en lo más alto de una colina a las afueras de la ciudad.

Una imponente mansión de estilo gótico, rodeada por altos muros de piedra y vigilada por hombres armados, cuyas sombras se proyectaban amenazadoramente sobre los pasillos iluminados por tenues luces.

El aire se llenaba del olor a tabaco y whisky, un ambiente opresivo que reflejaba la personalidad fría y despiadada del mafioso.

Andrei, un hombre de mirada penetrante y gesto severo, caminaba con paso firme entre sus secuaces.

Cada uno de ellos mostraba respeto y temor en sus rostros mientras recibían órdenes directas de su líder. Nadie se atrevía a cuestionar sus mandatos, pues aquellos que lo habían hecho en el pasado habían desaparecido.

La sala de conferencias de la fortaleza estaba impregnada de un aire tenso cuando los hombres se sentaron en torno a una gran mesa de madera oscura. Andrei ocupaba el lugar central, su presencia dominante llenaba la habitación con un aura intimidante.

Los hombres presentaron informes sobre los negocios en curso, mientras Andrei los escuchaba atentamente, haciendo preguntas cuando lo consideraba necesario. Su mente estratégica y calculadora dejaba claro por qué había llegado a la cima del mundo criminal.

En medio de la reunión, uno de los atrevidos levantó una objeción a una de las decisiones recientes de Andrei. La sala se sumió en un silencio incómodo mientras todos aguardaban la reacción del mafioso.

Andrei alzó la mirada, sus ojos penetrantes clavados en el hombre que había osado cuestionarlo.

Un escalofrío recorrió la espalda del hombre, pero no mostró signos de debilidad. Sabía que no se podía retroceder una vez desafiado.

—¿Tienes algo que decir, Dimitri? —preguntó Andrei en un tono helado.

Su mejor amigo y mano derecha sonrió al ver la escena.

Dimitri tomó aire, tratando de mantener la compostura.

—Jefe, siento que la decisión de extender nuestros negocios hacia el oeste puede atraer la atención no deseada. Podríamos poner en riesgo nuestra posición actual.

Los demás se removieron inquietos en sus asientos, conscientes del peligro de contradecir a Andrei. Sin embargo, él se limitó a sonreír con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Dimitri, aprecio tu franqueza, pero no te preocupes por eso. Ya he tomado todas las precauciones necesarias. Confía en mí, esta expansión nos beneficiará a todos en el largo plazo —respondió con seguridad.

Él asintió, reconociendo la sabiduría del líder y sabiendo que no había más discusión al respecto.

A partir de ese momento, nadie más se atrevió a cuestionar las decisiones de Andrei en aquella reunión o en las que vendrían después.

Una fría noche de invierno, cuando la niebla cubría los alrededores de la fortaleza, un inquietante rumor llegó a los oídos de Andrei. Se decía que un espía enemigo intentaría infiltrarse en su territorio para obtener información confidencial sobre sus operaciones.

Andrei no subestimaba a sus enemigos y sabía que debía actuar con rapidez y contundencia.

Los hombres de Andrei intensificaron la seguridad y reforzaron los puntos de acceso. Cualquier extraño que intentara ingresar sería interceptado y llevado ante su líder sin contemplaciones.

Un individuo misterioso se deslizó sigilosamente por el muro exterior de la fortaleza. Su habilidad para evadir la vigilancia fue notable, pero no lo suficiente para escapar de la mirada aguda de los guardias de Andrei.

El intruso fue descubierto y rápidamente apresado. Fue conducido ante Andrei, quien lo esperaba con una expresión fría y calculadora.

El espía lucía nervioso y temeroso, consciente de que había caído en manos de un hombre sin piedad.

Andrei se levantó de su asiento y se acercó lentamente al prisionero, rodeándolo con una presencia imponente. Los hombres que lo sostenían se estremecieron ante la intensidad de su líder.

—¿Quién te envió? —preguntó Andrei con voz gélida, sus ojos perforando el alma del espía.

El hombre intentó resistirse, pero sabía que no podía ocultar la verdad por mucho tiempo.

—Tendremos que sacarte la verdad a la fuerza —dijo Kirill con voz segura, ganándose una mirada de aprobación del jefe.

El hombre finalmente admitió que trabajaba para una organización rival que buscaba debilitar a Andrei y tomar el control de sus negocios.

Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de Andrei mientras escuchaba las palabras del espía. Sin vacilar, dio una señal a sus hombres, quienes inmovilizaron al intruso y lo llevaron a una cámara subterránea.

Andrei siguió al grupo, manteniendo su compostura imperturbable mientras caminaba por los oscuros pasillos.

Al llegar a la cámara, encendió las luces, revelando una escena macabra. Instrumentos de tortura colgaban en las paredes y el suelo estaba cubierto de sangre seca.

—Espero que hayas disfrutado de tu tiempo aquí —dijo Andrei con una sonrisa despiadada.

El espía temblaba, suplicando por su vida, pero Andrei no tenía piedad nunca. Sabía que debía enviar un mensaje claro a sus enemigos: nadie podría desafiarlo impunemente.

Sin titubear, ordenó a sus hombres que llevaran a cabo un interrogatorio cruel y brutal. El espía gritaba de dolor mientras era sometido a métodos de tortura inhumanos que helaban la sangre del más rudo.

Andrei observaba con una calma escalofriante, como si estuviera presenciando una simple transacción comercial.

Finalmente, el espía reveló toda la información que tenía y, después de obtener lo que quería, Andrei lo miró con desprecio.

—No mereces ni siquiera un final rápido —declaró con voz fría.

Sus hombres llevaron al espía fuera de la cámara y se escuchó un último grito desgarrador antes de que todo quedara en silencio.

Andrei regresó a su despacho, sin una pizca de remordimiento.

Sabía que su crueldad hacia los enemigos era parte de lo que le daba el poder y el control que ostentaba. Nunca permitiría que nadie se interpusiera en su camino.

En otro momento, un grupo rival intentó atacar la fortaleza de Andrei en un intento de derrocarlo. Sin embargo, sus hombres demostraron una lealtad inquebrantable, defendiendo la fortaleza con ferocidad y determinación.

La lucha fue feroz, pero la habilidad táctica y el liderazgo de Andrei prevalecieron. Los atacantes se retiraron, dejando claro que el mafioso no era alguien a quien se pudiera desafiar fácilmente.

—¡Viva Andrei Borisov! —gritó uno de sus hombres.

—¡Viva!

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