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Cap. 5: Nadie dudará que Renata está loca.

Doménico observó a Renata desde el otro lado de la pequeña mesa de metal en la sala de entrevistas. 

Su aspecto era desolador: la piel pálida, las ojeras marcadas y un temblor casi imperceptible en las manos. 

Tenía las muñecas marcadas con ligeras contusiones, y su cuerpo parecía desgastado, como si llevara una eternidad sufriendo en ese lugar.

Renata mantuvo la mirada baja, evitando los ojos de Doménico, pero él pudo notar el destello de miedo y agotamiento en su expresión. 

Tomó un suspiro profundo, tratando de encontrar el tono adecuado para no alarmarla más.

—Renata —comenzó con voz suave, observándola atentamente—, quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte. Todo lo que me digas queda entre nosotros, y estoy comprometido a tratarte con respeto y comprensión. ¿Me puedes contar qué ha pasado desde que llegaste aquí?

Renata alzó la vista lentamente, con sus ojos llenos de un dolor silencioso. 

Dudó un momento, como si temiera decir algo que empeorara su situación, pero el tono amable de Doménico la animó a hablar.

—No… no sé realmente cuánto tiempo llevo aquí —murmuró, con voz temblorosa—. Desde el primer día, han intentado convencerme de que estoy loca, que soy un peligro para mi hijo… pero yo no… —su voz se quebró, y apartó la vista, luchando contra las lágrimas.

Doménico asintió, sintiendo una punzada de indignación al ver su estado. Se inclinó un poco hacia ella, manteniendo la voz calmada.

—¿Te han hecho algún tipo de tratamiento específico? ¿O administrado medicamentos?

Renata asintió, abrazándose a sí misma como si buscara protegerse.

—Me… me han dado muchas pastillas —murmuró, apenas capaz de recordar con claridad—. No sé qué son… pero cada día parecen aumentar la dosis. Y… también están las descargas, las terapias de electroshock —dijo en un susurro lleno de dolor.

Doménico sintió un nudo en el estómago, y su rostro se tensó al escuchar aquello. 

Anotó mentalmente lo que ella decía, comenzando a comprender que Renata no era una paciente cualquiera. 

Había sufrido una cantidad de tratamientos desproporcionados y claramente dañinos.

—Renata, necesito que seas honesta conmigo —dijo, tratando de mantener la calma a pesar de la indignación que sentía—. ¿Sabes por qué estás aquí? ¿Alguien te ha dicho específicamente el motivo?

Ella asintió, pero su mirada se oscureció, llenándose de una mezcla de dolor y confusión.

—Mi esposo… Ángelo… Él me envió aquí —dijo, y las palabras se le atoraron en la garganta—. Me dijeron que él piensa que soy un peligro para nuestro hijo, que soy inestable… que intenté hacerle daño. Pero yo nunca haría algo así… jamás.

Doménico observó cada detalle de su rostro, la desesperación que transmitía su voz y las palabras que resonaban en su mente. 

Había algo profundamente equivocado en esta situación, y su instinto le decía que Renata no estaba mintiendo, leyó en la historia clínica el apellido de su marido. 

—¿Ángelo Bellucci es tu esposo? —preguntó, confirmando lo que ella le acababa de decir.

Renata asintió, su mirada perdida, como si el solo hecho de decir su nombre trajera consigo una oleada de recuerdos dolorosos.

Doménico tomó nota en silencio, pero una expresión de repulsión cruzó su rostro. 

Examinó con más detenimiento las marcas en sus muñecas, el rastro de lo que parecían ser moretones recientes, y la evidente desnutrición que sufría. 

Aquello no solo era maltrato, era tortura.

—Renata, voy a hacerte una última pregunta por ahora, y quiero que respondas lo que sientas —dijo en tono bajo, tratando de ganarse su confianza—. ¿Crees que estás enferma? ¿Crees que necesitas estar aquí?

Renata negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas que caían lentamente.

—No, doctor. Yo… yo no estoy loca. Solo quiero a mi hijo… quiero volver a mi vida. —Se cubrió el rostro con las manos, sus palabras impregnadas de una tristeza desgarradora—. No entiendo por qué él me haría esto… no entiendo nada.

Doménico se recostó en su silla, sintiendo una mezcla de compasión y rabia. 

Todo lo que ella describía parecía señalar que Renata no sufría de ninguna condición mental grave; en cambio, su estado físico y emocional reflejaba un cuadro claro de estrés postraumático. 

Y lo que era peor: ella estaba recibiendo tratamientos extremos y medicación que, lejos de ayudarla, la sumían en un estado de confusión y desesperación.

Miró a Renata con determinación.

—Renata, vamos a trabajar juntos para entender qué te está pasando —aseguró, y aunque sabía que no podía hacer promesas en ese momento, estaba decidido a hacer lo necesario para protegerla de ese abuso.

Ella lo miró, y en sus ojos se vislumbró un destello de esperanza, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Doménico observó a Renata en silencio durante un largo momento, procesando todo lo que acababa de escuchar. 

La injusticia y el dolor en su historia lo llenaban de una determinación férrea. 

Sabía que debía hacer algo, que no podía dejarla en ese estado sin darle una esperanza, sin brindarle un apoyo que ella tanto necesitaba.

Se inclinó hacia ella, mirándola directamente a los ojos, con una voz firme y llena de convicción.

—Renata, escucha con atención —dijo en un tono suave pero decidido—. Ya no estás sola. Confía en mí, ¿de acuerdo? Yo voy a ayudarte… pero necesito que hagas todo lo que te pida.

Renata lo miró con ojos aún llenos de lágrimas, pero en ellos apareció una chispa de esperanza, una esperanza que había creído perdida. 

Sin palabras, asintió débilmente, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien le tendía una mano sincera.

****

El teléfono de Vittoria sonó justo cuando terminaba de revisar unos papeles en su despacho. 

Al ver el número del hospital, una sonrisa fría se dibujó en su rostro y contestó de inmediato.

—¿Sí?

La voz del director, el doctor Santori, se escuchó al otro lado de la línea, ligeramente tensa.

—Señora Bellucci, lamento informarle que hemos encontrado un obstáculo en los tratamientos de su nuera. Parece que el hijo del dueño del hospital, el doctor Doménico Ricci, ha intervenido y prohibido las terapias de electroshock para Renata. No puedo continuar con el tratamiento sin arriesgar mi posición.

Vittoria apretó los labios, su rostro endureciéndose al escuchar la noticia. Pero, en lugar de expresar su molestia, dejó escapar una risa fría y calculadora.

—No te preocupes, Santori —respondió con calma—. A veces, hay formas de obtener el mismo resultado sin necesidad de recurrir a esos métodos. Renata ya está en una situación frágil. Le haré una visita personalmente… y le daré una noticia que no podrá soportar.

El director permaneció en silencio, comprendiendo la indirecta y sabiendo que cualquier intervención de Vittoria solo ayudaría a reforzar su plan.

—Muy bien, señora Bellucci. Si necesita algo de nuestra parte, no dude en avisarnos.

Vittoria sonrió, complacida.

—Eso haré, Santori. No te preocupes. Después de mi visita, nadie dudará de que esa mujer está completamente loca.

Angellyna Merida

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