El hospital psiquiátrico, normalmente monótono y sombrío, se sumió en una tensión apenas perceptible el día en que Marco Santori, el hijo del director regresó de sus vacaciones. Marco era conocido entre el personal por su naturaleza sádica y su obsesión por someter a los pacientes a tormentos que iban más allá de cualquier protocolo médico. Para él, el sufrimiento de los demás no era más que entretenimiento, y aunque todos lo sabían, nadie se atrevía a enfrentarlo, pues la influencia de su padre lo protegía de cualquier consecuencia.Ese mismo día, mientras Marco caminaba por el patio observando a los pacientes con su característica sonrisa maliciosa, algo llamó su atención. En un rincón del área de descanso, vio a una mujer de cabello largo y castaño claro, con una piel suave y un rostro marcado por la tristeza y el agotamiento. Había algo en su postura, en la manera en que miraba al vacío, que lo intrigó más de lo que hubiera esperado.—¿Y esa quién es? —preguntó a un enfermero
Marco observó a Renata desde la distancia unos instantes más, notando cada detalle de su apariencia. La forma en que abrazaba un viejo muñeco y lo arrullaba como si fuera un bebé captó su atención. Sus ojos vacíos y fijos en el juguete, la forma en que parecía perdida en su propio mundo, le dieron a Marco la seguridad de que estaba frente a una mujer quebrada, una que podría manipular sin esfuerzo.Se acercó a ella con cautela, ajustando su expresión a una máscara de falsa amabilidad. Sabía que debía aparentar ser alguien confiable si quería ganarse su atención, aunque fuera solo por un instante.—Hola… ¿Renata, cierto? —murmuró, manteniendo su tono suave y cuidadoso mientras tomaba asiento junto a ella en el banco del patio.Renata no respondió. Su mirada seguía clavada en el muñeco, y sus labios murmuraban palabras inaudibles, arrullándolo con una dulzura que contrastaba dolorosamente con su entorno. Marco se inclinó ligeramente, fingiendo interés.—¿Sabes? Quiero ayudarte —dijo
Doménico llegó al hospital como de costumbre, pero al no encontrar a Renata en su alcoba, una inquietud inmediata lo invadió. Sabía que ella no abandonaba su habitación sin permiso y, generalmente, se mantenía en el área asignada. Se dirigió a una de las enfermeras, su rostro reflejando preocupación.—¿Dónde está Renata Moretti? —preguntó con tono autoritario.La enfermera bajó la mirada, dudando un instante antes de responder.—Tuvo… una crisis esta mañana, doctor Ricci. La llevaron a la enfermería y fue sedada para que pudiera calmarse.Doménico frunció el ceño, cada palabra de la enfermera aumentaba su inquietud.—¿Una crisis? —repitió, incrédulo—. ¿Por qué no fui notificado?La enfermera se limitó a encogerse de hombros, evitando responder. Doménico no perdió tiempo y se dirigió rápidamente hacia la enfermería. Al llegar, encontró a Renata dormida, su rostro pálido y su respiración irregular. La escena le provocó una punzada de angustia y un mal presentimiento que no podía ig
Ángelo llegó al hospital psiquiátrico con una inquietud que no podía ignorar. Al acercarse a la recepción, su corazón latía con una mezcla de culpa y ansiedad que trataba de ocultar bajo una apariencia firme.—Quiero ver a Renata Moretti —dijo con voz autoritaria, mirando al recepcionista con seriedad.El empleado lo observó con incomodidad, bajando la vista al registro, y luego negó con la cabeza.—Lo siento, señor Bellucci. La señora Moretti tuvo una crisis recientemente y está en la enfermería. No está en condiciones de recibir visitas.Ángelo frunció el ceño, sabía cómo se manejaban las cosas en esos lugares.—Te pagaré bien. —Sacó varios billetes.El encargado agarró el dinero y guio a Ángelo a la enfermería.Ángelo entró en la enfermería, el corazón palpitándole con fuerza mientras se acercaba a la cama donde Renata yacía dormida. La imagen de la mujer que una vez había sido su esposa se desmoronaba ante él, transformándose en algo que no lograba reconocer. La Renata que recordab
Aturdida, Renata levantó la vista y, entre el humo y las luces de emergencia, reconoció el rostro familiar de Doménico. Él la miró con urgencia, sin perder tiempo en explicaciones.—Renata, confía en mí —le susurró al oído mientras la guiaba hacia la salida—. Vamos, rápido.Doménico había vuelto al hospital a buscar un expediente que había olvidado en su oficina y, al ver el incendio y el caos, algo lo impulsó a buscarla instintivamente. Encontrarla tambaleándose, vulnerable y perdida, había sido una suerte inesperada. Sin detenerse, la envolvió con su brazo y la sacó rápidamente por una puerta lateral.Afuera, el aire frío de la noche golpeó sus rostros, y Doménico, asegurándose de que nadie los hubiera visto, llevó a Renata hasta su coche y la acomodó en el asiento trasero.—Estás a salvo —le dijo, sin soltar su mano y con un tono tranquilizador que pretendía calmarla—. No volverás a ese lugar.Renata, aún en estado de shock pero con lágrimas de gratitud en los ojos, lo miró en silen
— ¡Se ha quemado el hospital psiquiátrico… el lugar donde está la señora Renata! —reiteró agitada—. Lo acaban de anunciar en las noticias… ¡Es terrible!Ángelo sintió que su corazón se detenía. Un golpe de frío recorrió su cuerpo al escuchar el nombre de Renata en esa situación. No necesitó escuchar más; el temor y la culpa que llevaba enterrados en su interior emergieron de golpe, y, sin pensarlo dos veces, dio un paso atrás, alejándose de Beatrice y de la ceremonia.—¡Hijo, no puedes detener la boda ahora! —gritó Vittoria, avanzando hacia él y tomándolo del brazo con desesperación—. No puedes cancelar esto… ¡Renata ya no es parte de tu vida!Beatrice, pálida y con una expresión de incredulidad, intentó aferrarse a él, buscando sus ojos con desesperación.—¡Debe ser una equivocación! Ángelo, quédate… tú y yo somos lo importante ahora! —suplicó, su voz temblando mientras lo sujetaba del brazo.Ángelo, con una expresión de determinación en el rostro, las miró con frialdad.—Voy a ver q
Cuando Ángelo llegó al hospital psiquiátrico, el humo aún flotaba en el aire, y el olor acre del incendio lo golpeó de inmediato, llenando sus pulmones y provocándole una punzada de inquietud en el pecho. Se quedó inmóvil por un segundo, observando el caos y la destrucción que el fuego había dejado a su paso. Una sensación de desesperación y arrepentimiento comenzó a invadirlo, como si un peso invisible oprimiera su pecho, haciéndolo consciente de algo oscuro, algo irremediable.Sin esperar un segundo más, salió del auto y se dirigió corriendo hacia la entrada. Buscó entre el personal a alguien que pudiera darle información sobre Renata, pero todos parecían demasiado ocupados y desbordados por la emergencia. Se acercó a una enfermera, pero cuando intentó preguntarle por Renata, ella le lanzó una mirada evasiva y le respondió con frialdad.—Lo siento, señor, no podemos dar informes en este momento.Ángelo apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración y la ansiedad comenzaban a apode
Un silencio abrumador llenó la habitación, y en ese instante, Ángelo comprendió la magnitud de sus errores. La imagen de Renata, con su risa, su dulzura, su fe en él, apareció en su mente como una tormenta, y sintió cómo el remordimiento lo destrozaba desde dentro.Había perdido a la mujer que, sin darse cuenta, se había convertido en lo más importante de su vida. Y ahora, solo le quedaba vivir con el vacío y la culpa.Marco observó a Ángelo y, con expresión endurecida, habló:—Le entregaremos los restos de Renata —dijo con frialdad—, una vez que se haga el levantamiento de lo que quedó de ella.Las palabras de Marco resonaron en la mente de Ángelo como una sentencia definitiva. "Los restos de Renata." Lo único que le quedaba de ella serían cenizas y fragmentos carbonizados, el triste recordatorio de lo que había perdido para siempre. Un dolor insoportable lo atravesó al comprender que jamás volvería a ver su rostro, ni a escuchar su voz, ni a sentir el suave toque de sus manos.Sinti