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Cap. 7: Esta traición no quedará impune.

Vittoria llegó a la mansión con el rostro cubierto de arañazos, los ojos enrojecidos y las manos temblorosas, como si la experiencia que acababa de vivir la hubiera destrozado por completo. 

Ángelo, al verla entrar en ese estado, se acercó de inmediato, alarmado.

—¡Mamá! ¿Qué te ha pasado? —preguntó, sujetándola por los hombros con preocupación.

Vittoria dejó escapar un sollozo, llevando una mano temblorosa a su rostro lastimado, e inclinó la cabeza como si revivir lo ocurrido fuera demasiado doloroso.

—Fui a ver a Renata al hospital, Ángelo. Pensé que quizás un rostro familiar la calmaría, pero... está completamente fuera de control —dijo entre sollozos, como si estuviera reviviendo la escena—. Intenté hablarle de Dante, de ti, de que tenía que tranquilizarse para mejorar… y en un instante… se abalanzó sobre mí como una furia. —Su voz se quebró—. Me atacó, me arañó… sus ojos estaban llenos de odio.

Ángelo la miró, sin palabras, observando el rostro de su madre con sorpresa y rabia contenida.

—Esa mujer… —murmuró entre dientes, sintiendo cómo la furia comenzaba a crecer en su interior—. No puedo creerlo. ¿Está tan perdida?

Vittoria asintió, con una expresión de dolor que Ángelo no podía ignorar.

—Sí, hijo. Y créeme, hiciste lo correcto al firmar esos papeles de divorcio —murmuró, y luego, tras una pausa calculada, añadió—. Pero no solo firmaste el divorcio. Me tomé el atrevimiento de adjuntar un documento en el cual Renata renuncia a Dante. Para ella, su hijo ya no existe.

Ángelo retrocedió un paso, perplejo.

—¿Cómo que renuncia a Dante? ¡Es su hijo!

Vittoria inclinó la cabeza, fingiendo una mezcla de tristeza y resignación.

—Lo sé, hijo, pero debes entender que ella es una mujer peligrosa. Sus acciones no solo me lo demuestran a mí, sino también a quienes la rodean. No puedes exponer a Dante a alguien que está tan fuera de sí. Ella misma firmó esa renuncia. —Puso una mano en su pecho, como si revivir la experiencia la estuviera lastimando aún más—. Dante estará mejor con alguien que lo cuide, alguien que le dé el amor que merece. No puede tener una madre como ella, Ángelo.

Ángelo apretó los puños, aun sintiéndose incómodo con la idea de que Renata hubiera renunciado a su hijo. Pero al observar el rostro marcado de su madre y recordar todas las veces que había sido ella quien lo había ayudado a criar a Dante, comenzó a aceptar la idea, aunque con una mezcla de amargura y alivio.

—Supongo… que tienes razón, mamá —dijo finalmente, con voz dura—. No puedo arriesgarme a que Dante esté cerca de alguien tan inestable. Si ella firmó esos papeles, entonces… que así sea.

Vittoria esbozó una leve sonrisa, disimulando su satisfacción tras una expresión de compasión fingida.

—Es lo mejor, hijo. Dante merece una familia estable… y quizás, con el tiempo, alguien que pueda ocupar el lugar de madre para él.

Ángelo asintió lentamente, sin imaginar las verdaderas intenciones de su madre. Mientras tanto, Vittoria, satisfecha con el avance de su plan, miró a su hijo con una expresión triunfante apenas disimulada, sabiendo que cada vez estaba más cerca de asegurarse que Renata desapareciera de sus vidas para siempre.

***

Renata estaba sentada en un rincón de la habitación, los brazos inmovilizados por la camisa de fuerza, con la mirada fija en el suelo. 

Habían pasado días, semanas, quizás meses, ella no tenía noción del tiempo, en ese tiempo Doménico había intervenido y evitado que el personal del hospital la sometiera a más abusos, y aunque él se aseguraba de protegerla, su corazón se hundía cada vez más en una espiral de desesperación. 

La realidad de saber que Dante le había sido arrebatado era una herida constante que la consumía.

De pronto, la puerta se abrió, y Renata alzó la vista. 

La figura de Beatrice apareció frente a ella, con una sonrisa cargada de superioridad. 

Con cada paso que daba hacia ella, Renata sintió cómo el aire de la habitación se volvía más denso, y un presentimiento oscuro se apoderaba de su pecho.

—Querida hermana —saludó Beatrice en tono burlón, deteniéndose frente a Renata—. Qué… destrozada estás. Aunque no es una sorpresa, considerando todo lo que has perdido.

Renata la miró, su odio tangible en la expresión, aunque el dolor en su pecho no le permitía decir palabra. 

Beatrice se acercó aún más, sacando de su bolso un elegante sobre de invitación adornado en dorado y marfil. 

Lo sostuvo a la vista de Renata, sin dejar de sonreír.

—Solo vine a mostrarte esto —dijo Beatrice con una frialdad que le heló la piel a Renata—. La invitación a mi boda… con Ángelo. Sí, Ángelo siempre me ha amado, ¿sabes? Tú solo fuiste un obstáculo, una piedra en el camino que pronto será olvidada.

Renata sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. 

La traición de Ángelo se volvía más amarga y punzante al escuchar esas palabras. 

“¿Amaba a Beatrice? ¿Todo había sido una mentira?”

Beatrice continuó, disfrutando del dolor que veía en los ojos de Renata.

—Ahora yo seré la madre de Dante. Tú, pobre de ti, que tanto insististe en quedarte con él… ahora me has dejado recuperar lo que siempre fue mío.

La frase golpeó a Renata como un cuchillo. 

Su mente se llenó de recuerdos de Ángelo, del amor que alguna vez creyó ver en sus ojos, de la promesa de una vida juntos y de los sueños que había imaginado para ellos como familia. 

“¿Cómo podía él, el hombre al que amaba y en quien confiaba, traicionarla de ese modo?” 

Su traición le dolía más que cualquier tortura, más que la camisa de fuerza que le oprimía el cuerpo, más que la pérdida de libertad o los abusos. 

Había sido su esposo, el padre de su hijo, y ahora la estaba entregando a su hermana, destruyéndola en vida sin el menor remordimiento.

Renata sintió cómo una mezcla de rabia y dolor llenaba su pecho, pero en el fondo, era el desconsuelo el que la ahogaba. 

“Ángelo”, pensó con una amargura punzante, “fui una tonta al creer en ti, al pensar que eras mi refugio… al creer que me amabas” 

Su traición era una sombra que cubría cada momento compartido, destruyendo todo rastro de amor que alguna vez pensó que existía.

Beatrice, satisfecha de ver la devastación en su mirada, se inclinó hacia ella, susurrando al oído de Renata como quien da el golpe final.

—Disfruta de tus días aquí, hermana. Dante y Ángelo están en buenas manos… en las mías.

Renata cerró los ojos, y en su mente solo quedaban dos certezas: el odio hacia Ángelo y la determinación de recuperar a su hijo. 

Aunque se sentía rota, algo en su interior comenzó a fortalecerse, un fuego lento y oscuro que alimentaría su deseo de venganza.

“Esta traición no quedará impune”, prometió.

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