Vittoria llegó a la mansión con el rostro cubierto de arañazos, los ojos enrojecidos y las manos temblorosas, como si la experiencia que acababa de vivir la hubiera destrozado por completo.
Ángelo, al verla entrar en ese estado, se acercó de inmediato, alarmado.
—¡Mamá! ¿Qué te ha pasado? —preguntó, sujetándola por los hombros con preocupación.
Vittoria dejó escapar un sollozo, llevando una mano temblorosa a su rostro lastimado, e inclinó la cabeza como si revivir lo ocurrido fuera demasiado doloroso.
—Fui a ver a Renata al hospital, Ángelo. Pensé que quizás un rostro familiar la calmaría, pero... está completamente fuera de control —dijo entre sollozos, como si estuviera reviviendo la escena—. Intenté hablarle de Dante, de ti, de que tenía que tranquilizarse para mejorar… y en un instante… se abalanzó sobre mí como una furia. —Su voz se quebró—. Me atacó, me arañó… sus ojos estaban llenos de odio.
Ángelo la miró, sin palabras, observando el rostro de su madre con sorpresa y rabia contenida.
—Esa mujer… —murmuró entre dientes, sintiendo cómo la furia comenzaba a crecer en su interior—. No puedo creerlo. ¿Está tan perdida?
Vittoria asintió, con una expresión de dolor que Ángelo no podía ignorar.
—Sí, hijo. Y créeme, hiciste lo correcto al firmar esos papeles de divorcio —murmuró, y luego, tras una pausa calculada, añadió—. Pero no solo firmaste el divorcio. Me tomé el atrevimiento de adjuntar un documento en el cual Renata renuncia a Dante. Para ella, su hijo ya no existe.
Ángelo retrocedió un paso, perplejo.
—¿Cómo que renuncia a Dante? ¡Es su hijo!
Vittoria inclinó la cabeza, fingiendo una mezcla de tristeza y resignación.
—Lo sé, hijo, pero debes entender que ella es una mujer peligrosa. Sus acciones no solo me lo demuestran a mí, sino también a quienes la rodean. No puedes exponer a Dante a alguien que está tan fuera de sí. Ella misma firmó esa renuncia. —Puso una mano en su pecho, como si revivir la experiencia la estuviera lastimando aún más—. Dante estará mejor con alguien que lo cuide, alguien que le dé el amor que merece. No puede tener una madre como ella, Ángelo.
Ángelo apretó los puños, aun sintiéndose incómodo con la idea de que Renata hubiera renunciado a su hijo. Pero al observar el rostro marcado de su madre y recordar todas las veces que había sido ella quien lo había ayudado a criar a Dante, comenzó a aceptar la idea, aunque con una mezcla de amargura y alivio.
—Supongo… que tienes razón, mamá —dijo finalmente, con voz dura—. No puedo arriesgarme a que Dante esté cerca de alguien tan inestable. Si ella firmó esos papeles, entonces… que así sea.
Vittoria esbozó una leve sonrisa, disimulando su satisfacción tras una expresión de compasión fingida.
—Es lo mejor, hijo. Dante merece una familia estable… y quizás, con el tiempo, alguien que pueda ocupar el lugar de madre para él.
Ángelo asintió lentamente, sin imaginar las verdaderas intenciones de su madre. Mientras tanto, Vittoria, satisfecha con el avance de su plan, miró a su hijo con una expresión triunfante apenas disimulada, sabiendo que cada vez estaba más cerca de asegurarse que Renata desapareciera de sus vidas para siempre.
***
Renata estaba sentada en un rincón de la habitación, los brazos inmovilizados por la camisa de fuerza, con la mirada fija en el suelo.
Habían pasado días, semanas, quizás meses, ella no tenía noción del tiempo, en ese tiempo Doménico había intervenido y evitado que el personal del hospital la sometiera a más abusos, y aunque él se aseguraba de protegerla, su corazón se hundía cada vez más en una espiral de desesperación.
La realidad de saber que Dante le había sido arrebatado era una herida constante que la consumía.
De pronto, la puerta se abrió, y Renata alzó la vista.
La figura de Beatrice apareció frente a ella, con una sonrisa cargada de superioridad.
Con cada paso que daba hacia ella, Renata sintió cómo el aire de la habitación se volvía más denso, y un presentimiento oscuro se apoderaba de su pecho.
—Querida hermana —saludó Beatrice en tono burlón, deteniéndose frente a Renata—. Qué… destrozada estás. Aunque no es una sorpresa, considerando todo lo que has perdido.
Renata la miró, su odio tangible en la expresión, aunque el dolor en su pecho no le permitía decir palabra.
Beatrice se acercó aún más, sacando de su bolso un elegante sobre de invitación adornado en dorado y marfil.
Lo sostuvo a la vista de Renata, sin dejar de sonreír.
—Solo vine a mostrarte esto —dijo Beatrice con una frialdad que le heló la piel a Renata—. La invitación a mi boda… con Ángelo. Sí, Ángelo siempre me ha amado, ¿sabes? Tú solo fuiste un obstáculo, una piedra en el camino que pronto será olvidada.
Renata sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
La traición de Ángelo se volvía más amarga y punzante al escuchar esas palabras.
“¿Amaba a Beatrice? ¿Todo había sido una mentira?”
Beatrice continuó, disfrutando del dolor que veía en los ojos de Renata.
—Ahora yo seré la madre de Dante. Tú, pobre de ti, que tanto insististe en quedarte con él… ahora me has dejado recuperar lo que siempre fue mío.
La frase golpeó a Renata como un cuchillo.
Su mente se llenó de recuerdos de Ángelo, del amor que alguna vez creyó ver en sus ojos, de la promesa de una vida juntos y de los sueños que había imaginado para ellos como familia.
“¿Cómo podía él, el hombre al que amaba y en quien confiaba, traicionarla de ese modo?”
Su traición le dolía más que cualquier tortura, más que la camisa de fuerza que le oprimía el cuerpo, más que la pérdida de libertad o los abusos.
Había sido su esposo, el padre de su hijo, y ahora la estaba entregando a su hermana, destruyéndola en vida sin el menor remordimiento.
Renata sintió cómo una mezcla de rabia y dolor llenaba su pecho, pero en el fondo, era el desconsuelo el que la ahogaba.
“Ángelo”, pensó con una amargura punzante, “fui una tonta al creer en ti, al pensar que eras mi refugio… al creer que me amabas”
Su traición era una sombra que cubría cada momento compartido, destruyendo todo rastro de amor que alguna vez pensó que existía.
Beatrice, satisfecha de ver la devastación en su mirada, se inclinó hacia ella, susurrando al oído de Renata como quien da el golpe final.
—Disfruta de tus días aquí, hermana. Dante y Ángelo están en buenas manos… en las mías.
Renata cerró los ojos, y en su mente solo quedaban dos certezas: el odio hacia Ángelo y la determinación de recuperar a su hijo.
Aunque se sentía rota, algo en su interior comenzó a fortalecerse, un fuego lento y oscuro que alimentaría su deseo de venganza.
“Esta traición no quedará impune”, prometió.
El hospital psiquiátrico, normalmente monótono y sombrío, se sumió en una tensión apenas perceptible el día en que Marco Santori, el hijo del director regresó de sus vacaciones. Marco era conocido entre el personal por su naturaleza sádica y su obsesión por someter a los pacientes a tormentos que iban más allá de cualquier protocolo médico. Para él, el sufrimiento de los demás no era más que entretenimiento, y aunque todos lo sabían, nadie se atrevía a enfrentarlo, pues la influencia de su padre lo protegía de cualquier consecuencia.Ese mismo día, mientras Marco caminaba por el patio observando a los pacientes con su característica sonrisa maliciosa, algo llamó su atención. En un rincón del área de descanso, vio a una mujer de cabello largo y castaño claro, con una piel suave y un rostro marcado por la tristeza y el agotamiento. Había algo en su postura, en la manera en que miraba al vacío, que lo intrigó más de lo que hubiera esperado.—¿Y esa quién es? —preguntó a un enfermero
Marco observó a Renata desde la distancia unos instantes más, notando cada detalle de su apariencia. La forma en que abrazaba un viejo muñeco y lo arrullaba como si fuera un bebé captó su atención. Sus ojos vacíos y fijos en el juguete, la forma en que parecía perdida en su propio mundo, le dieron a Marco la seguridad de que estaba frente a una mujer quebrada, una que podría manipular sin esfuerzo.Se acercó a ella con cautela, ajustando su expresión a una máscara de falsa amabilidad. Sabía que debía aparentar ser alguien confiable si quería ganarse su atención, aunque fuera solo por un instante.—Hola… ¿Renata, cierto? —murmuró, manteniendo su tono suave y cuidadoso mientras tomaba asiento junto a ella en el banco del patio.Renata no respondió. Su mirada seguía clavada en el muñeco, y sus labios murmuraban palabras inaudibles, arrullándolo con una dulzura que contrastaba dolorosamente con su entorno. Marco se inclinó ligeramente, fingiendo interés.—¿Sabes? Quiero ayudarte —dijo
Doménico llegó al hospital como de costumbre, pero al no encontrar a Renata en su alcoba, una inquietud inmediata lo invadió. Sabía que ella no abandonaba su habitación sin permiso y, generalmente, se mantenía en el área asignada. Se dirigió a una de las enfermeras, su rostro reflejando preocupación.—¿Dónde está Renata Moretti? —preguntó con tono autoritario.La enfermera bajó la mirada, dudando un instante antes de responder.—Tuvo… una crisis esta mañana, doctor Ricci. La llevaron a la enfermería y fue sedada para que pudiera calmarse.Doménico frunció el ceño, cada palabra de la enfermera aumentaba su inquietud.—¿Una crisis? —repitió, incrédulo—. ¿Por qué no fui notificado?La enfermera se limitó a encogerse de hombros, evitando responder. Doménico no perdió tiempo y se dirigió rápidamente hacia la enfermería. Al llegar, encontró a Renata dormida, su rostro pálido y su respiración irregular. La escena le provocó una punzada de angustia y un mal presentimiento que no podía ig
Ángelo llegó al hospital psiquiátrico con una inquietud que no podía ignorar. Al acercarse a la recepción, su corazón latía con una mezcla de culpa y ansiedad que trataba de ocultar bajo una apariencia firme.—Quiero ver a Renata Moretti —dijo con voz autoritaria, mirando al recepcionista con seriedad.El empleado lo observó con incomodidad, bajando la vista al registro, y luego negó con la cabeza.—Lo siento, señor Bellucci. La señora Moretti tuvo una crisis recientemente y está en la enfermería. No está en condiciones de recibir visitas.Ángelo frunció el ceño, sabía cómo se manejaban las cosas en esos lugares.—Te pagaré bien. —Sacó varios billetes.El encargado agarró el dinero y guio a Ángelo a la enfermería.Ángelo entró en la enfermería, el corazón palpitándole con fuerza mientras se acercaba a la cama donde Renata yacía dormida. La imagen de la mujer que una vez había sido su esposa se desmoronaba ante él, transformándose en algo que no lograba reconocer. La Renata que recordab
Aturdida, Renata levantó la vista y, entre el humo y las luces de emergencia, reconoció el rostro familiar de Doménico. Él la miró con urgencia, sin perder tiempo en explicaciones.—Renata, confía en mí —le susurró al oído mientras la guiaba hacia la salida—. Vamos, rápido.Doménico había vuelto al hospital a buscar un expediente que había olvidado en su oficina y, al ver el incendio y el caos, algo lo impulsó a buscarla instintivamente. Encontrarla tambaleándose, vulnerable y perdida, había sido una suerte inesperada. Sin detenerse, la envolvió con su brazo y la sacó rápidamente por una puerta lateral.Afuera, el aire frío de la noche golpeó sus rostros, y Doménico, asegurándose de que nadie los hubiera visto, llevó a Renata hasta su coche y la acomodó en el asiento trasero.—Estás a salvo —le dijo, sin soltar su mano y con un tono tranquilizador que pretendía calmarla—. No volverás a ese lugar.Renata, aún en estado de shock pero con lágrimas de gratitud en los ojos, lo miró en silen
— ¡Se ha quemado el hospital psiquiátrico… el lugar donde está la señora Renata! —reiteró agitada—. Lo acaban de anunciar en las noticias… ¡Es terrible!Ángelo sintió que su corazón se detenía. Un golpe de frío recorrió su cuerpo al escuchar el nombre de Renata en esa situación. No necesitó escuchar más; el temor y la culpa que llevaba enterrados en su interior emergieron de golpe, y, sin pensarlo dos veces, dio un paso atrás, alejándose de Beatrice y de la ceremonia.—¡Hijo, no puedes detener la boda ahora! —gritó Vittoria, avanzando hacia él y tomándolo del brazo con desesperación—. No puedes cancelar esto… ¡Renata ya no es parte de tu vida!Beatrice, pálida y con una expresión de incredulidad, intentó aferrarse a él, buscando sus ojos con desesperación.—¡Debe ser una equivocación! Ángelo, quédate… tú y yo somos lo importante ahora! —suplicó, su voz temblando mientras lo sujetaba del brazo.Ángelo, con una expresión de determinación en el rostro, las miró con frialdad.—Voy a ver q
Cuando Ángelo llegó al hospital psiquiátrico, el humo aún flotaba en el aire, y el olor acre del incendio lo golpeó de inmediato, llenando sus pulmones y provocándole una punzada de inquietud en el pecho. Se quedó inmóvil por un segundo, observando el caos y la destrucción que el fuego había dejado a su paso. Una sensación de desesperación y arrepentimiento comenzó a invadirlo, como si un peso invisible oprimiera su pecho, haciéndolo consciente de algo oscuro, algo irremediable.Sin esperar un segundo más, salió del auto y se dirigió corriendo hacia la entrada. Buscó entre el personal a alguien que pudiera darle información sobre Renata, pero todos parecían demasiado ocupados y desbordados por la emergencia. Se acercó a una enfermera, pero cuando intentó preguntarle por Renata, ella le lanzó una mirada evasiva y le respondió con frialdad.—Lo siento, señor, no podemos dar informes en este momento.Ángelo apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración y la ansiedad comenzaban a apode
Un silencio abrumador llenó la habitación, y en ese instante, Ángelo comprendió la magnitud de sus errores. La imagen de Renata, con su risa, su dulzura, su fe en él, apareció en su mente como una tormenta, y sintió cómo el remordimiento lo destrozaba desde dentro.Había perdido a la mujer que, sin darse cuenta, se había convertido en lo más importante de su vida. Y ahora, solo le quedaba vivir con el vacío y la culpa.Marco observó a Ángelo y, con expresión endurecida, habló:—Le entregaremos los restos de Renata —dijo con frialdad—, una vez que se haga el levantamiento de lo que quedó de ella.Las palabras de Marco resonaron en la mente de Ángelo como una sentencia definitiva. "Los restos de Renata." Lo único que le quedaba de ella serían cenizas y fragmentos carbonizados, el triste recordatorio de lo que había perdido para siempre. Un dolor insoportable lo atravesó al comprender que jamás volvería a ver su rostro, ni a escuchar su voz, ni a sentir el suave toque de sus manos.Sinti