Cuando Ángelo llegó al hospital psiquiátrico, el humo aún flotaba en el aire, y el olor acre del incendio lo golpeó de inmediato, llenando sus pulmones y provocándole una punzada de inquietud en el pecho. Se quedó inmóvil por un segundo, observando el caos y la destrucción que el fuego había dejado a su paso. Una sensación de desesperación y arrepentimiento comenzó a invadirlo, como si un peso invisible oprimiera su pecho, haciéndolo consciente de algo oscuro, algo irremediable.Sin esperar un segundo más, salió del auto y se dirigió corriendo hacia la entrada. Buscó entre el personal a alguien que pudiera darle información sobre Renata, pero todos parecían demasiado ocupados y desbordados por la emergencia. Se acercó a una enfermera, pero cuando intentó preguntarle por Renata, ella le lanzó una mirada evasiva y le respondió con frialdad.—Lo siento, señor, no podemos dar informes en este momento.Ángelo apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración y la ansiedad comenzaban a apode
Un silencio abrumador llenó la habitación, y en ese instante, Ángelo comprendió la magnitud de sus errores. La imagen de Renata, con su risa, su dulzura, su fe en él, apareció en su mente como una tormenta, y sintió cómo el remordimiento lo destrozaba desde dentro.Había perdido a la mujer que, sin darse cuenta, se había convertido en lo más importante de su vida. Y ahora, solo le quedaba vivir con el vacío y la culpa.Marco observó a Ángelo y, con expresión endurecida, habló:—Le entregaremos los restos de Renata —dijo con frialdad—, una vez que se haga el levantamiento de lo que quedó de ella.Las palabras de Marco resonaron en la mente de Ángelo como una sentencia definitiva. "Los restos de Renata." Lo único que le quedaba de ella serían cenizas y fragmentos carbonizados, el triste recordatorio de lo que había perdido para siempre. Un dolor insoportable lo atravesó al comprender que jamás volvería a ver su rostro, ni a escuchar su voz, ni a sentir el suave toque de sus manos.Sinti
Beatrice, al ver cómo Ángelo se retiraba con firmeza, sintió cómo sus sueños se derrumbaban. Su rostro se contorsionó en una expresión de desesperación, y sin poder contenerse, rompió en llanto. Buscó refugio en los brazos de su madre, sus sollozos llenando la sala.—¡Mamá, no puede ser! —sollozó, su voz temblorosa—. ¡Todo esto por esa mujer! Si no me caso con Ángelo, no tendré nada. Todo… todo se irá al demonio.Carla, intentando consolarla, acariciaba su espalda, susurrando palabras de ánimo, aunque en su propia mirada había una mezcla de preocupación y rabia.Pero fue Vittoria quien habló con voz firme, cortando el ambiente de angustia con una determinación que parecía irrompible.—Tranquilas, ambas —dijo, cruzándose de brazos—. Ángelo está reaccionando así por el impacto de la noticia. Pero todo esto pasará. Le daremos tiempo… y luego yo me encargaré de que esa boda se realice.Beatrice levantó el rostro, sus lágrimas aun cayendo, pero en sus ojos se encendía una chispa de esperan
Al amanecer, Ángelo salió de la habitación con los ojos enrojecidos, las profundas ojeras marcaban la falta de sueño y el peso del dolor que lo había consumido toda la noche. Al entrar en la habitación de su hijo, vio a una de las empleadas alimentándolo con un biberón. Sin decir palabra, le indicó suavemente que él terminaría.—Yo me ocupo de él —dijo, extendiendo las manos para tomar al bebé.La empleada, percibiendo la seriedad en sus ojos, le entregó al pequeño y se retiró en silencio. Ángelo se sentó en la silla con su hijo en brazos y, mientras sostenía el biberón, lo miró con una ternura que nunca antes había experimentado. Sus ojos, aún cargados de tristeza y arrepentimiento, se posaron en el rostro inocente de su hijo, y un impulso de protegerlo surgió desde lo más profundo de su ser.—Te prometo que siempre te cuidaré, Dante. No cometeré los mismos errores… te protegeré como no supe hacerlo con tu madre —susurró, la voz rota mientras contenía las lágrimas.De pronto, la puer
Ángelo, sintiendo el alma destrozada, recibió el pequeño cofre con los restos de Renata. Sus piernas vacilaron bajo el peso de la realidad: aquella mujer que había sido parte de su vida, que le había entregado todo su amor y su confianza, ahora se reducía a un puñado de cenizas. Se quedó inmóvil por un momento, incapaz de procesar el dolor que lo inundaba, y con manos temblorosas colocó el cofre en el asiento del auto, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera arrebatarle lo último que tenía de ella.Sentado frente al volante, su mente lo llevó al día en que la había conocido como mujer. Renata había sido encontrada luego de estar perdida durante una década. La imagen de esa joven tímida, de mirada dulce, apareció en su mente con tanta claridad que por un instante sintió que podía tocarla de nuevo. Recordó cómo ella apenas había podido sostener su mirada y cómo él, atrapado en sus propias ambiciones y resentimientos, la miró con frialdad y desdén. Él no quería ese
Doménico tomó las manos de Renata y le habló con firmeza, mirándola directamente a los ojos.—Renata, si apareces ahora, te volverán a encerrar. Todo esto habrá sido en vano. Yo también correría un gran riesgo… Podrían detenerme y dejarte sin nadie que pueda ayudarte. No tendrías quien te protegiera. Pero te lo juro —agregó con una intensidad en su voz que hizo que ella le creyera—, haré todo para ayudarte a recuperar a tu hijo. Pero debes fortalecerte, debes volver con una seguridad que nadie pueda quebrantar.Renata bajó la mirada, sus labios temblorosos y los hombros encogidos. La desesperación en su corazón la impulsaba a insistir.—Doménico… por favor, ayúdame a verlo, aunque sea de lejos. Necesito saber que está bien.Doménico suspiró, entendiendo el peso de su petición. Sabía que cualquier paso en falso podría deshacer su plan, pero no podía ignorar aquella súplica en su mirada.—Está bien, Renata. Haré lo posible para que puedas verlo sin que Ángelo sospeche. Pero prométeme qu
Cinco años despuésLa luz de la habitación era tenue, pero suficiente para revelar el nuevo rostro que se escondía detrás de las vendas que habían cubierto a Renata durante semanas. Lentamente, el doctor empezó a deslizarlas, retirando cada capa con precisión y cuidado. Renata sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras observaba cómo su reflejo emergía en el espejo, revelando facciones que ya no le eran familiares. Se llevó una mano temblorosa al rostro, explorando las líneas de su piel, los contornos de sus mejillas, sus labios. Era otra mujer, una persona renacida desde el abismo.A su lado, Doménico la observaba en silencio, respetuoso, con una mezcla de orgullo y firmeza en su mirada. Él había sido su roca, su fuerza cuando ella había sentido que todo estaba perdido. Ahora la veía renacer, no como la Renata que alguna vez fue, sino como una mujer distinta, una que había luchado con cada fibra de su ser para volver.Renata deslizó sus dedos por la mandíbula, y sus labio
Ángelo giró lentamente, clavando su mirada intensa en su socio.—¿Qué vamos a hacer? —repitió, su voz cargada de frialdad—. Vamos a conseguir que esa mujer dé la cara. No voy a permitir que tire todo por la borda sin consecuencias. Esto es una inversión estratégica, y me aseguraré de que entienda el peso de su decisión.Se detuvo un momento, apretando el puño con fuerza antes de añadir, decidido:—Voy a conseguir esa reunión. Haré que reconsidere su postura. No permitiré que años de trabajo y esfuerzo se desvanezcan por un capricho de último minuto.De pronto, la asistente interrumpió, su rostro marcado por la nerviosismo.—Señor, me han dicho que no están dispuestos a reunirse.Ángelo apretó los dientes; la frustración en su rostro era palpable.—Eso no es aceptable, Sandra. Nadie se retira de un acuerdo con un Bellucci sin dar la cara. Haz lo que sea necesario para localizar a esa mujer o te despido. Si se han retirado, quiero saber sus razones. Alguien va a responderme.Se levantó d