Ángelo giró lentamente, clavando su mirada intensa en su socio.—¿Qué vamos a hacer? —repitió, su voz cargada de frialdad—. Vamos a conseguir que esa mujer dé la cara. No voy a permitir que tire todo por la borda sin consecuencias. Esto es una inversión estratégica, y me aseguraré de que entienda el peso de su decisión.Se detuvo un momento, apretando el puño con fuerza antes de añadir, decidido:—Voy a conseguir esa reunión. Haré que reconsidere su postura. No permitiré que años de trabajo y esfuerzo se desvanezcan por un capricho de último minuto.De pronto, la asistente interrumpió, su rostro marcado por la nerviosismo.—Señor, me han dicho que no están dispuestos a reunirse.Ángelo apretó los dientes; la frustración en su rostro era palpable.—Eso no es aceptable, Sandra. Nadie se retira de un acuerdo con un Bellucci sin dar la cara. Haz lo que sea necesario para localizar a esa mujer o te despido. Si se han retirado, quiero saber sus razones. Alguien va a responderme.Se levantó d
Ángelo ajustaba su elegante traje frente al espejo; su expresión reflejaba la frialdad que, con los años, había aprendido a adoptar como una coraza. Mientras enderezaba la solapa, Beatrice apareció en la puerta, observándolo con una mezcla de interés y suspicacia.—¿A dónde vas, cariño? —preguntó en voz suave, acercándose con una leve sonrisa que intentaba suavizar el hielo en sus palabras.Ángelo apenas la miró de reojo, manteniendo una expresión imperturbable.—Asuntos de negocios —respondió con un tono cortante, dejando claro que no había espacio para más preguntas.Beatrice apretó los labios, reprimiendo una respuesta, cuando de pronto, Dante y Chiara irrumpieron en la habitación. Los dos niños lo miraban con expectación y entusiasmo, acercándose para tomarlo de la mano.—¿No vas a cenar con nosotros, papá? —preguntó Chiara, con sus ojos grandes y llenos de ilusión.Ángelo miró a sus hijos, suavizando su expresión solo un poco. Se agachó a la altura de ellos y les acarició la cabe
Renata se encontraba sola en la lujosa suite del hotel, ajustando el último broche de su elegante vestido frente al espejo. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer completamente transformada: Elise Laurent, una empresaria francesa imponente, inalcanzable y distinguida. Aquel día era crucial; era la primera vez que aparecería en público bajo su nueva identidad, y en esa gala estarían muchos conocidos de su antigua vida, personas que jamás sospecharían quién se ocultaba tras ese nuevo rostro.Inspiró profundamente y se miró fijamente, como si intentara descubrir el valor que la había llevado hasta ese momento.—Esta es tu noche, Elise… —susurró, probando el nombre con determinación en sus labios—. No eres la misma mujer débil y vulnerable que ellos destruyeron. Hoy, mostrarás al mundo lo fuerte que eres, lo inquebrantable que te has vuelto. No hay espacio para el miedo. Solo para el control… y la venganza.Siguió ensayando aquella sonrisa fría y segura, una máscara perfecta par
Ángelo enfocó la mirada hacia las amplias escaleras, siguiendo el movimiento de los presentes. Su respiración se detuvo al ver a la mujer que descendía con una gracia hipnótica. No era, en absoluto, la figura que había imaginado.Ante él, una mujer deslumbrante hacía su aparición. Su porte era elegante, pero había en su rostro una expresión de control y seguridad que contrastaba con su belleza delicada. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando un rostro refinado, marcado por labios bien definidos y ojos oscuros y enigmáticos que parecían observarlo todo, como si guardaran secretos bajo cada pestañeo. Su vestido negr0, ceñido y sofisticado, le daba un aire imponente y cautivador, revelando una figura que exudaba confianza y autoridad.Ángelo se encontró completamente embelesado, incapaz de apartar la vista. Algo en ella le provocaba una extraña y familiar sensación. Había una fuerza en su mirada, una chispa que le resultaba extrañamente conocida, pero
El auto avanzaba a toda velocidad por las calles de la ciudad, pero Ángelo apenas notaba el movimiento. Su mente estaba atrapada en un torbellino de furia, cada segundo amplificando el eco de la humillación que acababa de sufrir. Sus manos se cerraban en puños sobre sus rodillas, las uñas clavándose en la piel, y su mandíbula estaba tan tensa que dolía.—Echarme… a mí —murmuró, su voz baja y cargada de veneno, como si no pudiera creerlo aún.Elise Laurent. Ese maldito nombre resonaba en su cabeza como una herida abierta. Nadie, jamás, lo había humillado de esa manera. No en un evento público, frente a docenas de ojos expectantes, y mucho menos una mujer desconocida, por poderosa que fuera.Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba controlar la respiración, pero era inútil. La rabia lo consumía como un incendio incontrolable. La imagen de Elise, altiva y elegante, dándole la orden de irse como si él no fuera más que un cualquiera, le quemaba como ácido.—¿Quién diablos se c
El amanecer aún no rompía del todo cuando Vittoria Bellucci, siempre fiel a su rutina, encendió el café en la cocina y tomó el diario que el personal dejaba puntualmente en la mesa. Sus ojos, acostumbrados a escudriñar titulares, se detuvieron en uno que hizo que el café en su taza se enfriara al instante:"Elise Laurent humilla públicamente a Ángelo Bellucci en prestigiosa gala."El papel tembló ligeramente en sus manos mientras leía. La rabia se apoderó de ella al recorrer las palabras que detallaban cómo su hijo, su orgullo, había sido echado de un evento público por una mujer cuya fortuna y reputación parecían haberse convertido en el nuevo tema de conversación en todo su círculo social.—¡Esto es inadmisible! —espetó, dejando caer el diario sobre la mesa con un golpe seco.Con pasos decididos, subió las escaleras hacia la alcoba de Ángelo, sin molestarse en tocar antes de entrar. Lo encontró sentado en la cama, despeinado y con una expresión de cansancio que reflejaba la tormenta
Renata hojeaba el diario con un gesto relajado, su taza de café humeante sobre la mesa. En los titulares, la noticia del escándalo de Ángelo Bellucci acaparaba toda la atención. Cada palabra, cada línea, detallaba cómo el poderoso empresario había sido echado del evento más exclusivo por Elise Laurent.Al leerlo, una sonrisa se dibujó en sus labios, lenta y cargada de satisfacción. Dejó el periódico a un lado y murmuró para sí misma:—Debes estar echando chispas, vieja maldita —susurró pensando en Vittoria.Se puso de pie, dejó la taza sobre la mesa, pero sus movimientos, normalmente calculados y elegantes, tenían una energía nerviosa. Hoy no era un día cualquiera. Hoy lo vería.Cuando salió de su habitación, Doménico la estaba esperando junto a la puerta, con los brazos cruzados y una mirada seria.—¿Lista? —preguntó, pero su tono no era casual.Renata levantó la barbilla, eligiendo ignorar la nota de advertencia en su voz.—Sí, voy a ver a Dante.Doménico frunció el ceño, bloqueando
Vittoria Bellucci caminaba hacia la entrada del exclusivo club con la cabeza en alto, su porte impecable como siempre. La humillación que su hijo había sufrido la noche anterior aún ardía en su orgullo, pero no iba a permitir que las habladurías la mantuvieran oculta. Era una Bellucci, y su presencia en el club era suficiente para callar cualquier rumor.Pero al llegar a la puerta, el guardia le bloqueó el paso con un gesto respetuoso pero firme.—Disculpe, señora Bellucci, pero no puede ingresar.Ella lo miró con incredulidad, como si las palabras no tuvieran sentido.—¿Qué estás diciendo? —preguntó con frialdad—. Siempre tengo acceso a este lugar.El hombre bajó la mirada, incómodo.—Lo lamento, señora, pero… hay cuotas pendientes.La sangre se le heló. Era como si el mundo entero se detuviera y las palabras del guardia resonaran como un eco interminable.—¿Cuotas pendientes? —repitió, en un tono bajo pero cargado de rabia contenida—. Esto debe ser un error.El murmullo a su alreded