El amanecer aún no rompía del todo cuando Vittoria Bellucci, siempre fiel a su rutina, encendió el café en la cocina y tomó el diario que el personal dejaba puntualmente en la mesa. Sus ojos, acostumbrados a escudriñar titulares, se detuvieron en uno que hizo que el café en su taza se enfriara al instante:"Elise Laurent humilla públicamente a Ángelo Bellucci en prestigiosa gala."El papel tembló ligeramente en sus manos mientras leía. La rabia se apoderó de ella al recorrer las palabras que detallaban cómo su hijo, su orgullo, había sido echado de un evento público por una mujer cuya fortuna y reputación parecían haberse convertido en el nuevo tema de conversación en todo su círculo social.—¡Esto es inadmisible! —espetó, dejando caer el diario sobre la mesa con un golpe seco.Con pasos decididos, subió las escaleras hacia la alcoba de Ángelo, sin molestarse en tocar antes de entrar. Lo encontró sentado en la cama, despeinado y con una expresión de cansancio que reflejaba la tormenta
Renata hojeaba el diario con un gesto relajado, su taza de café humeante sobre la mesa. En los titulares, la noticia del escándalo de Ángelo Bellucci acaparaba toda la atención. Cada palabra, cada línea, detallaba cómo el poderoso empresario había sido echado del evento más exclusivo por Elise Laurent.Al leerlo, una sonrisa se dibujó en sus labios, lenta y cargada de satisfacción. Dejó el periódico a un lado y murmuró para sí misma:—Debes estar echando chispas, vieja maldita —susurró pensando en Vittoria.Se puso de pie, dejó la taza sobre la mesa, pero sus movimientos, normalmente calculados y elegantes, tenían una energía nerviosa. Hoy no era un día cualquiera. Hoy lo vería.Cuando salió de su habitación, Doménico la estaba esperando junto a la puerta, con los brazos cruzados y una mirada seria.—¿Lista? —preguntó, pero su tono no era casual.Renata levantó la barbilla, eligiendo ignorar la nota de advertencia en su voz.—Sí, voy a ver a Dante.Doménico frunció el ceño, bloqueando
Vittoria Bellucci caminaba hacia la entrada del exclusivo club con la cabeza en alto, su porte impecable como siempre. La humillación que su hijo había sufrido la noche anterior aún ardía en su orgullo, pero no iba a permitir que las habladurías la mantuvieran oculta. Era una Bellucci, y su presencia en el club era suficiente para callar cualquier rumor.Pero al llegar a la puerta, el guardia le bloqueó el paso con un gesto respetuoso pero firme.—Disculpe, señora Bellucci, pero no puede ingresar.Ella lo miró con incredulidad, como si las palabras no tuvieran sentido.—¿Qué estás diciendo? —preguntó con frialdad—. Siempre tengo acceso a este lugar.El hombre bajó la mirada, incómodo.—Lo lamento, señora, pero… hay cuotas pendientes.La sangre se le heló. Era como si el mundo entero se detuviera y las palabras del guardia resonaran como un eco interminable.—¿Cuotas pendientes? —repitió, en un tono bajo pero cargado de rabia contenida—. Esto debe ser un error.El murmullo a su alreded
Renata llevó la taza de té a sus labios, pero antes de beber, sus ojos se desviaron ligeramente hacia los alrededores. Las miradas furtivas de las mujeres en las mesas cercanas eran imposibles de ignorar, al igual que los cuchicheos que, aunque apagados, llegaban hasta ella como un murmullo constante.Bajó la taza lentamente, dejando que el gesto tuviera peso, y sus labios dibujaron una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Parece que en este país la gente acostumbra a humillar a otros por su posición social —dijo en un tono casual, aunque claramente dirigido tanto a Vittoria como a los oídos curiosos a su alrededor. Sus palabras resonaron con la precisión de una daga arrojada al centro de una diana.Vittoria levantó la mirada, sorprendida por el comentario, pero más aún por el control absoluto que Elise mantenía sobre la situación.—¿Qué piensa al respecto, señora Bellucci? —continuó Renata, apoyando una mano en el borde de la mesa, como si estuviera genuinamente interesada en la opi
Vittoria tomó su taza de té con delicadeza, su postura erguida como siempre, pero con un brillo calculador en los ojos.—He tenido el gusto de conocer a la señora Laurent —avisó, mirando a Ángelo con una sonrisa que no era del todo maternal—. Y tiene razón, hijo, estuvo muy mal que entraras a su gala como un intruso.Renata, que hasta entonces había mantenido una expresión impecable, apretó los puños bajo la mesa. «Sigue siendo el mismo hombre dominado por su madre», pensó con desdén. Pero no dejó que sus emociones alcanzaran su rostro.Vittoria, consciente de la tensión que se respiraba entre ellos, dejó su taza en el platillo con un suave tintineo.—Disculpen, voy al tocador. No tardo.Se levantó con elegancia y salió del salón, dejándolos solos. El silencio que quedó entre ellos era espeso, cargado de palabras no dichas y miradas contenidas.Ángelo fue el primero en hablar.—Lamento haber entrado de ese modo a su gala —se disculpó, su tono bajo pero firme. Sus ojos se mantenían fij
—Sí, Chiara. Tiene cuatro años y dos meses —respondió él, su voz suavizándose al pronunciar el nombre—. Es una niña increíble.Renata forzó una sonrisa mientras asimilaba la información. Hizo un cálculo mental, si Dante ahora tenía cinco años cinco meses, era obvio que él y Beatrice habían concebido a su hija casi después de su supuesta muerte.«Así que era verdad, siempre la preferiste a ella» Por unos instantes lo miró con profundo resentimiento, pero luego sacudió su cabeza.—Debe ser encantadora —dijo, intentando parecer despreocupada.—Lo es —continuó Ángelo—. A veces pienso que tiene más carácter que yo… aunque mi esposa insiste en que soy yo quien le da mal ejemplo.Renata sintió que el aire le pesaba un poco más al escuchar la palabra esposa. Apretó los labios antes de responder, manteniendo su tono frío pero cortés.—Tenía entendido que usted era viudo. ¿Me equivoco?Ángelo se detuvo un instante antes de contestar, como si sus recuerdos se le cruzaran de golpe.—No se equivoc
Renata estaba a punto de subir al auto cuando una voz conocida la detuvo.—¡Señora Laurent! Espere, por favor.Se giró y vio a Vittoria Bellucci acercándose. A pesar de su edad, la mujer mantenía un porte impresionante: alta, delgada y siempre impecable, aunque su andar no era tan ágil. Renata observó cómo se aproximaba con pasos decididos, ajustándose mentalmente para lo que sabía que sería una conversación cargada de sutilezas.—Señora Bellucci —dijo Renata, inclinando levemente la cabeza, sin sonreír del todo.Vittoria se detuvo frente a ella, recuperando el aliento, pero sin perder su aire de elegancia.—Solo quería agradecerle por la cortesía de permitirme ingresar al club. Y también preguntarle si tuvo la oportunidad de hablar con mi hijo… ¿pudieron arreglar algo sobre los negocios?Renata mantuvo la calma, aunque todo en ella pedía alejarse lo más rápido posible de cualquier cosa relacionada con Ángelo. Pero entonces, la imagen de Dante apareció en su mente, como un recordatori
Renata irrumpió en la suite del hotel como un torbellino, cerrando la puerta con tal fuerza que las paredes parecieron vibrar. Doménico, que estaba sentado en el sofá con un vaso de whisky en la mano, levantó la mirada al instante.—¿Qué demonios pasó ahora? —preguntó, dejando el vaso en la mesa y poniéndose de pie.Renata se giró hacia él, su rostro encendido por una mezcla de rabia y algo que no podía nombrar.—¡Se casó! —espetó, casi escupiendo las palabras—. ¡Se casó con Beatrice!, pero no solo eso, tiene una hija, y habla de esa niña con tanto orgullo y a Dante, mi niño, ni lo nombró.Doménico frunció el ceño, cruzando los brazos mientras la veía pasearse de un lado a otro, incapaz de quedarse quieta.—¿Y qué esperabas? —respondió con frialdad—. Han pasado cinco años, Renata.Renata se detuvo en seco, fulminándolo con la mirada.—¡No me digas eso como si no tuviera derecho a estar furiosa! —gritó, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¡Un mes después de que yo “muriera”, Beatrice s