Chicas no sé por qué me equivoqué en el número del capítulo del capítulo anterior, mil disculpas.
Esa tarde, cuando Renata subió a su habitación, encontró una pequeña nota sobre su tocador.Su nombre estaba escrito en la caligrafía elegante de Ángelo.Frunció el ceño con curiosidad y la abrió con cuidado."Esta noche, a las ocho. No preguntes a dónde, solo deja que te lleve. Quiero una noche para nosotros, una que no nos recuerde el pasado, sino que celebre nuestro presente. Te espero. – Ángelo."Renata sintió un cosquilleo recorrer su piel. Era diferente de todo lo que había hecho antes. No una sorpresa lujosa, ni una gran declaración… sino una invitación sencilla, íntima.Una sonrisa se formó en sus labios. Él realmente estaba esforzándose por convencerla.A las ocho en punto, Ángelo la esperaba en la entrada de la mansión.Vestía un traje oscuro, sin corbata, con los primeros botones de la camisa desabrochados. Se veía increíblemente atractivo, con esa combinación de elegancia y desenfado que siempre le gustaba.Cuando Renata bajó las escaleras, su presencia capturó de inmediat
Chiara corría por el jardín, con sus cabellos dorados ondeando al viento, una sonrisa llena de emoción iluminaba su rostro.Encontró a Dante acomodando piedras en el suelo, concentrado en construir lo que parecía un castillo.—¡Dante, Dante! —gritó con entusiasmo.Dante levantó la cabeza con curiosidad.—¿Qué pasa, Chiara?Ella se detuvo frente a él, respirando agitada por la emoción.—¡Renata dijo que sí!Dante parpadeó, confundido.—¿Sí a qué?Chiara sonrió de oreja a oreja.—Que puede ser mi mamá también… ¡si yo quiero!Los ojos de Dante se agrandaron con alegría.—¡¿En serio?! ¡Te lo dije! —exclamó con emoción—. Mi mamá es la mejor, lo sabías desde el principio, solo que querías hacerte la difícil.Chiara hizo un pequeño puchero, pero luego rio suavemente.—Solo quería estar segura…Dante se puso de pie y le tomó la mano con naturalidad.—Ahora sí, ya los dos tenemos la misma mamá.Chiara asintió y los dos se abrazaron entre risas, compartiendo la felicidad de saber que ahora esta
Renata arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras miraba a Ángelo con una sonrisa desafiante.—¿Así no más? ¿Un anillo sin una propuesta más elaborada? —ladeó la cabeza con fingida incredulidad—. Esfuérzate, Ángelo Bellucci, y veremos si te digo que sí.Ángelo carcajeó suavemente, entrecerrando los ojos con picardía.—Entonces prepárate, porque cuando lo haga, no podrás negarte.Raquel, que los observaba con una sonrisa de ternura y complicidad, intervino con voz cálida.—Por mi parte, Ángelo, tienes mi permiso, —dijo con solemnidad—. Has demostrado ser un hombre bueno, cabal, de nobles sentimientos… como lo fue tu padre.Las palabras golpearon con fuerza en el corazón de Ángelo. Raquel, la mujer que había sufrido tanto por culpa de su familia, lo estaba aceptando.Raquel continuó, con un dejo de nostalgia en su voz.—Además, no te juzgo por lo que pasó. Mi Dante también creyó que estaba loca. Ustedes no tienen la culpa de que haya médicos inescrupulosos que jueguen con la salud m
Renata sintió cómo su piel se erizaba.—¿Decirte que sí? —susurró, con una sonrisa desafiante.Ángelo inclinó la cabeza.—Provocarme.Su voz sonó baja, ronca, como una caricia sobre su piel.Renata sintió un calor delicioso recorrerle el cuerpo.Él levantó una mano y con la punta de los dedos recorrió su mandíbula, luego bajó por su cuello, deslizándose sobre la tela de su vestido, delineando cada curva de sus senos con lentitud.Renata cerró los ojos un segundo y se mordió el labio, disfrutando de la manera en que su toque encendía cada fibra de su ser.—Ángelo… —murmuró, sin aire.Él deslizó la otra mano hasta su espalda y con un movimiento experto desabrochó el cierre de su vestido.Renata dejó escapar un suspiro cuando sintió la tela deslizarse por su piel hasta quedar en el suelo.Ángelo la miró como si acabara de descubrir algo sagrado.—Eres un pecado, —murmuró, recorriéndola con la mirada, con una intensidad que la hacía arder.Renata le sonrió con picardía y llevó las manos ha
El hospital estaba en calma, pero dentro de la habitación la tensión y la emoción se sentían en el aire.Renata jadeaba, con el rostro perlado en sudor, apretando con fuerza la mano de Ángelo.—Lo estás haciendo increíble, amor, —susurró él, inclinándose para besar su frente, sin soltar su mano en ningún momento.Renata exhaló profundamente, cerrando los ojos un segundo.—Esto es… más difícil de lo que recordaba, —murmuró con una risa entrecortada.Ángelo sonrió con ternura, acariciando su cabello.—Pero eres la mujer más fuerte que conozco. Y en unos minutos, tendremos a nuestra hija en brazos.Renata asintió, respirando hondo para prepararse para la siguiente contracción.—Vamos, Renata, —dijo el doctor con voz firme—. Una última vez.Ángelo sintió cómo el cuerpo de Renata se tensaba, cómo ponía cada gramo de fuerza en ese momento. Él estaba a su lado, dándole todo su apoyo, su amor, su fortaleza.—Vamos, mi amor, —susurró contra su oído—. Tú puedes.Y entonces…Un llanto llenó la h
—¡Aaaaaah!El grito desgarrador de la mujer sacudió la mansión, como una alarma que encendía el caos en un instante.Renata, la dueña de la mansión, paralizada, aún sostenía el cuchillo, incapaz de comprender lo que había sucedido.Quería preguntar pero vio a su hermana agarrándose el brazo con la sangre brotando entre sus dedos.Mientras daba un paso adelante, su hermana dio un paso atrás, con un rostro bañado en horror.Renata estaba a punto de abrir la boca cuando fue interrumpida.—¡Ayuda! —clamó, su voz un torrente de pánico y furia—. ¡Renata quiso matar a su hijo! ¡Está completamente loca!—¿Qué estás diciendo Beatrice? No, yo no... Justo en ese momento apareció su suegra en la puerta, con los ojos abiertos de par en par y el rostro petrificado.Su mirada se deslizó del cuchillo ensangrentado en la mano de Renata al bebé en la cuna, y en un instante se colocó entre su nieto y Renata, fulminándola con una mirada de absoluto desprecio.—¡¿Estás loca?!.. hijo, ¡HIJO!—exclamó con v
El enfermero soltó una carcajada, sin aflojar su agarre.—Oh, sí. Él mismo dio la orden de que terminaras aquí. Ahora, cállate y coopera, si no quieres que las cosas se pongan aún peor.Renata sintió cómo su corazón se desgarraba en mil pedazos. ¿Ángelo, su esposo, el padre de su hijo, la había enviado allí? La mente de Renata era un torbellino de pensamientos confusos y traicioneros. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Cómo podía haber sido él?Mientras el enfermero la empujaba hacia la cama, su mente no dejaba de repetir la misma pregunta: ¿Por qué me haría esto el hombre que juró amarme?... Habían pasado ya algunos días desde que Renata había sido internada en el psiquiátrico, y la casa, que antes vibraba con la calidez de una familia recién formada, ahora se sentía sombría y vacía. El pequeño Dante, de apenas dos meses, lloraba sin cesar, sus llantos resonando en cada rincón de la mansión. Ángelo lo acunaba en sus brazos, intentando calmarlo, pero el bebé parecía inconsolable, como si re
Unos días después, Ángelo se detuvo frente a las puertas del hospital psiquiátrico, sintiendo un peso desconocido en el pecho. Había venido para asegurarse de que había hecho lo correcto, de que Renata, la mujer con quien había compartido los últimos años, estaba realmente mejor allí, lejos de su hijo, lejos de él. Pero la duda seguía agazapada en su mente, carcomiéndole la conciencia.Un hombre alto y de porte serio, vestido con una bata blanca, lo recibió en la entrada. Su rostro era severo y su mirada, casi vacía, le recordaba que este no era un lugar para personas sanas. Era el director del hospital, el Dr. Santori.—Señor Bellucci, bienvenido —saludó el director con una inclinación de cabeza. Su voz era fría y profesional, carente de toda emoción.—Doctor, he venido a saber cómo… cómo está mi esposa —dijo Ángelo, intentando que su voz sonara segura, aunque no pudo evitar que un leve temblor se colara en sus palabras.El Dr. Santori asintió, pero en sus ojos brillaba un destello