Unas semanas después. El sonido del teléfono rompió la tranquilidad de la tarde. Ángelo, que estaba en su despacho revisando unos documentos, contestó con rapidez.—¿Sí?Al otro lado de la línea, la voz del agente a cargo del caso contra Francesco y Marco Santori sonaba firme.—Señor Bellucci, llamo para informarle que atrapamos a los Santori. Intentaron huir con identidades falsas y habían cambiado algunos rasgos de su aspecto físico, pero los identificamos y los tenemos bajo custodia.Ángelo sintió un escalofrío recorrer su espalda. Finalmente, la justicia estaba alcanzando a esos hombres.—Gracias por avisarme, —respondió con voz grave—. Quiero verlos.—Pueden venir a la delegación hoy mismo. Pero les advierto, el proceso será largo.—Entendido, —dijo Ángelo antes de colgar.Se pasó una mano por el cabello y, sin dudarlo, fue en busca de Renata y Raquel.Cuando las encontró en la sala junto a los niños, sus rostros se iluminaron al verlo, pero su expresión seria borró cualquier vest
El juicio contra Francesco y Marco Santori fue rápido, pero cada testimonio, cada prueba presentada en la sala, trajo consigo un peso ineludible.Las víctimas, una tras otra, relataron las atrocidades que los Santori habían cometido en sus clínicas. Pacientes que fueron declarados enfermos sin estarlo, familias destrozadas, vidas manipuladas. Pero los testimonios más impactantes fueron los de Renata y Raquel.Raquel contó con detalles cómo Francesco la separó de su hija, cómo fue sometida a tratamientos inhumanos y dejada en el olvido como si su vida no valiera nada.Renata, con voz firme, narró cada tormento que sufrió en aquel hospital. Cada inyección, cada medicamento forzado, cada vez que la llamaron loca cuando la única enferma era Vittoria, y sobre todo como intentó violarla aquella noche del incendio.El fiscal presentó las pruebas encontradas en la clínica clandestina donde los Santori siguieron operando con nuevas identidades. No había escapatoria.Pero el momento más impactan
Esa tarde, cuando Renata subió a su habitación, encontró una pequeña nota sobre su tocador.Su nombre estaba escrito en la caligrafía elegante de Ángelo.Frunció el ceño con curiosidad y la abrió con cuidado."Esta noche, a las ocho. No preguntes a dónde, solo deja que te lleve. Quiero una noche para nosotros, una que no nos recuerde el pasado, sino que celebre nuestro presente. Te espero. – Ángelo."Renata sintió un cosquilleo recorrer su piel. Era diferente de todo lo que había hecho antes. No una sorpresa lujosa, ni una gran declaración… sino una invitación sencilla, íntima.Una sonrisa se formó en sus labios. Él realmente estaba esforzándose por convencerla.A las ocho en punto, Ángelo la esperaba en la entrada de la mansión.Vestía un traje oscuro, sin corbata, con los primeros botones de la camisa desabrochados. Se veía increíblemente atractivo, con esa combinación de elegancia y desenfado que siempre le gustaba.Cuando Renata bajó las escaleras, su presencia capturó de inmediat
Chiara corría por el jardín, con sus cabellos dorados ondeando al viento, una sonrisa llena de emoción iluminaba su rostro.Encontró a Dante acomodando piedras en el suelo, concentrado en construir lo que parecía un castillo.—¡Dante, Dante! —gritó con entusiasmo.Dante levantó la cabeza con curiosidad.—¿Qué pasa, Chiara?Ella se detuvo frente a él, respirando agitada por la emoción.—¡Renata dijo que sí!Dante parpadeó, confundido.—¿Sí a qué?Chiara sonrió de oreja a oreja.—Que puede ser mi mamá también… ¡si yo quiero!Los ojos de Dante se agrandaron con alegría.—¡¿En serio?! ¡Te lo dije! —exclamó con emoción—. Mi mamá es la mejor, lo sabías desde el principio, solo que querías hacerte la difícil.Chiara hizo un pequeño puchero, pero luego rio suavemente.—Solo quería estar segura…Dante se puso de pie y le tomó la mano con naturalidad.—Ahora sí, ya los dos tenemos la misma mamá.Chiara asintió y los dos se abrazaron entre risas, compartiendo la felicidad de saber que ahora esta
Renata arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras miraba a Ángelo con una sonrisa desafiante.—¿Así no más? ¿Un anillo sin una propuesta más elaborada? —ladeó la cabeza con fingida incredulidad—. Esfuérzate, Ángelo Bellucci, y veremos si te digo que sí.Ángelo carcajeó suavemente, entrecerrando los ojos con picardía.—Entonces prepárate, porque cuando lo haga, no podrás negarte.Raquel, que los observaba con una sonrisa de ternura y complicidad, intervino con voz cálida.—Por mi parte, Ángelo, tienes mi permiso, —dijo con solemnidad—. Has demostrado ser un hombre bueno, cabal, de nobles sentimientos… como lo fue tu padre.Las palabras golpearon con fuerza en el corazón de Ángelo. Raquel, la mujer que había sufrido tanto por culpa de su familia, lo estaba aceptando.Raquel continuó, con un dejo de nostalgia en su voz.—Además, no te juzgo por lo que pasó. Mi Dante también creyó que estaba loca. Ustedes no tienen la culpa de que haya médicos inescrupulosos que jueguen con la salud m
Renata sintió cómo su piel se erizaba.—¿Decirte que sí? —susurró, con una sonrisa desafiante.Ángelo inclinó la cabeza.—Provocarme.Su voz sonó baja, ronca, como una caricia sobre su piel.Renata sintió un calor delicioso recorrerle el cuerpo.Él levantó una mano y con la punta de los dedos recorrió su mandíbula, luego bajó por su cuello, deslizándose sobre la tela de su vestido, delineando cada curva de sus senos con lentitud.Renata cerró los ojos un segundo y se mordió el labio, disfrutando de la manera en que su toque encendía cada fibra de su ser.—Ángelo… —murmuró, sin aire.Él deslizó la otra mano hasta su espalda y con un movimiento experto desabrochó el cierre de su vestido.Renata dejó escapar un suspiro cuando sintió la tela deslizarse por su piel hasta quedar en el suelo.Ángelo la miró como si acabara de descubrir algo sagrado.—Eres un pecado, —murmuró, recorriéndola con la mirada, con una intensidad que la hacía arder.Renata le sonrió con picardía y llevó las manos ha
El hospital estaba en calma, pero dentro de la habitación la tensión y la emoción se sentían en el aire.Renata jadeaba, con el rostro perlado en sudor, apretando con fuerza la mano de Ángelo.—Lo estás haciendo increíble, amor, —susurró él, inclinándose para besar su frente, sin soltar su mano en ningún momento.Renata exhaló profundamente, cerrando los ojos un segundo.—Esto es… más difícil de lo que recordaba, —murmuró con una risa entrecortada.Ángelo sonrió con ternura, acariciando su cabello.—Pero eres la mujer más fuerte que conozco. Y en unos minutos, tendremos a nuestra hija en brazos.Renata asintió, respirando hondo para prepararse para la siguiente contracción.—Vamos, Renata, —dijo el doctor con voz firme—. Una última vez.Ángelo sintió cómo el cuerpo de Renata se tensaba, cómo ponía cada gramo de fuerza en ese momento. Él estaba a su lado, dándole todo su apoyo, su amor, su fortaleza.—Vamos, mi amor, —susurró contra su oído—. Tú puedes.Y entonces…Un llanto llenó la h
—¡Aaaaaah!El grito desgarrador de la mujer sacudió la mansión, como una alarma que encendía el caos en un instante.Renata, la dueña de la mansión, paralizada, aún sostenía el cuchillo, incapaz de comprender lo que había sucedido.Quería preguntar pero vio a su hermana agarrándose el brazo con la sangre brotando entre sus dedos.Mientras daba un paso adelante, su hermana dio un paso atrás, con un rostro bañado en horror.Renata estaba a punto de abrir la boca cuando fue interrumpida.—¡Ayuda! —clamó, su voz un torrente de pánico y furia—. ¡Renata quiso matar a su hijo! ¡Está completamente loca!—¿Qué estás diciendo Beatrice? No, yo no... Justo en ese momento apareció su suegra en la puerta, con los ojos abiertos de par en par y el rostro petrificado.Su mirada se deslizó del cuchillo ensangrentado en la mano de Renata al bebé en la cuna, y en un instante se colocó entre su nieto y Renata, fulminándola con una mirada de absoluto desprecio.—¡¿Estás loca?!.. hijo, ¡HIJO!—exclamó con v