Renata llevó la taza de té a sus labios, pero antes de beber, sus ojos se desviaron ligeramente hacia los alrededores. Las miradas furtivas de las mujeres en las mesas cercanas eran imposibles de ignorar, al igual que los cuchicheos que, aunque apagados, llegaban hasta ella como un murmullo constante.Bajó la taza lentamente, dejando que el gesto tuviera peso, y sus labios dibujaron una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Parece que en este país la gente acostumbra a humillar a otros por su posición social —dijo en un tono casual, aunque claramente dirigido tanto a Vittoria como a los oídos curiosos a su alrededor. Sus palabras resonaron con la precisión de una daga arrojada al centro de una diana.Vittoria levantó la mirada, sorprendida por el comentario, pero más aún por el control absoluto que Elise mantenía sobre la situación.—¿Qué piensa al respecto, señora Bellucci? —continuó Renata, apoyando una mano en el borde de la mesa, como si estuviera genuinamente interesada en la opi
Vittoria tomó su taza de té con delicadeza, su postura erguida como siempre, pero con un brillo calculador en los ojos.—He tenido el gusto de conocer a la señora Laurent —avisó, mirando a Ángelo con una sonrisa que no era del todo maternal—. Y tiene razón, hijo, estuvo muy mal que entraras a su gala como un intruso.Renata, que hasta entonces había mantenido una expresión impecable, apretó los puños bajo la mesa. «Sigue siendo el mismo hombre dominado por su madre», pensó con desdén. Pero no dejó que sus emociones alcanzaran su rostro.Vittoria, consciente de la tensión que se respiraba entre ellos, dejó su taza en el platillo con un suave tintineo.—Disculpen, voy al tocador. No tardo.Se levantó con elegancia y salió del salón, dejándolos solos. El silencio que quedó entre ellos era espeso, cargado de palabras no dichas y miradas contenidas.Ángelo fue el primero en hablar.—Lamento haber entrado de ese modo a su gala —se disculpó, su tono bajo pero firme. Sus ojos se mantenían fij
—Sí, Chiara. Tiene cuatro años y dos meses —respondió él, su voz suavizándose al pronunciar el nombre—. Es una niña increíble.Renata forzó una sonrisa mientras asimilaba la información. Hizo un cálculo mental, si Dante ahora tenía cinco años cinco meses, era obvio que él y Beatrice habían concebido a su hija casi después de su supuesta muerte.«Así que era verdad, siempre la preferiste a ella» Por unos instantes lo miró con profundo resentimiento, pero luego sacudió su cabeza.—Debe ser encantadora —dijo, intentando parecer despreocupada.—Lo es —continuó Ángelo—. A veces pienso que tiene más carácter que yo… aunque mi esposa insiste en que soy yo quien le da mal ejemplo.Renata sintió que el aire le pesaba un poco más al escuchar la palabra esposa. Apretó los labios antes de responder, manteniendo su tono frío pero cortés.—Tenía entendido que usted era viudo. ¿Me equivoco?Ángelo se detuvo un instante antes de contestar, como si sus recuerdos se le cruzaran de golpe.—No se equivoc
Renata estaba a punto de subir al auto cuando una voz conocida la detuvo.—¡Señora Laurent! Espere, por favor.Se giró y vio a Vittoria Bellucci acercándose. A pesar de su edad, la mujer mantenía un porte impresionante: alta, delgada y siempre impecable, aunque su andar no era tan ágil. Renata observó cómo se aproximaba con pasos decididos, ajustándose mentalmente para lo que sabía que sería una conversación cargada de sutilezas.—Señora Bellucci —dijo Renata, inclinando levemente la cabeza, sin sonreír del todo.Vittoria se detuvo frente a ella, recuperando el aliento, pero sin perder su aire de elegancia.—Solo quería agradecerle por la cortesía de permitirme ingresar al club. Y también preguntarle si tuvo la oportunidad de hablar con mi hijo… ¿pudieron arreglar algo sobre los negocios?Renata mantuvo la calma, aunque todo en ella pedía alejarse lo más rápido posible de cualquier cosa relacionada con Ángelo. Pero entonces, la imagen de Dante apareció en su mente, como un recordatori
Renata irrumpió en la suite del hotel como un torbellino, cerrando la puerta con tal fuerza que las paredes parecieron vibrar. Doménico, que estaba sentado en el sofá con un vaso de whisky en la mano, levantó la mirada al instante.—¿Qué demonios pasó ahora? —preguntó, dejando el vaso en la mesa y poniéndose de pie.Renata se giró hacia él, su rostro encendido por una mezcla de rabia y algo que no podía nombrar.—¡Se casó! —espetó, casi escupiendo las palabras—. ¡Se casó con Beatrice!, pero no solo eso, tiene una hija, y habla de esa niña con tanto orgullo y a Dante, mi niño, ni lo nombró.Doménico frunció el ceño, cruzando los brazos mientras la veía pasearse de un lado a otro, incapaz de quedarse quieta.—¿Y qué esperabas? —respondió con frialdad—. Han pasado cinco años, Renata.Renata se detuvo en seco, fulminándolo con la mirada.—¡No me digas eso como si no tuviera derecho a estar furiosa! —gritó, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¡Un mes después de que yo “muriera”, Beatrice s
Renata permaneció frente a la ventana durante largos minutos, su pecho aun subiendo y bajando por la intensidad de la discusión que tuvo con Doménico. Su reflejo en el vidrio le devolvía una imagen que no reconocía del todo: una mujer atrapada entre la rabia y el dolor, tratando desesperadamente de mantener el control.“Esto no puede ser por Ángelo. No puede ser por él”Con un movimiento brusco, se giró y caminó hacia un cajón en el mueble junto a la cama. Lo abrió con fuerza y sacó un pequeño cofre de madera oscura, cerrado con un broche dorado. Se sentó en el borde de la cama, abrió el cofre con manos firmes, y comenzó a sacar las fotografías que había guardado con tanto cuidado.El primero en aparecer fue Ángelo. La fotografía lo mostraba con su porte impecable, una sonrisa calculada que tanto había odiado y amado. Sus dedos se apretaron alrededor de la imagen, y comenzó a hablar en voz baja, como si sus palabras fueran un mantra que la anclara.—Ángelo Bellucci… pagarás caro. Por
El ansiado domingo finalmente llegó, pero Renata había pasado la noche en vela. Su mente no le había permitido descansar, reproduciendo una y otra vez el posible encuentro con Dante. Cada vez que cerraba los ojos, imaginaba su pequeño rostro, su sonrisa, su mirada.“¿Me recordará de alguna manera? ¿Sentirá algo al verme?”Cuando la primera luz del amanecer entró por la ventana, Renata se levantó, incapaz de seguir fingiendo que podía dormir. Después de prepararse, tomó aire y caminó hacia la habitación de Doménico. Habían estado distantes desde aquella discusión acalorada, pero en ese momento lo necesitaba más que nunca.Se detuvo frente a la puerta, tocando suavemente.—Doménico… ¿puedo pasar?Desde el otro lado, escuchó un resoplido cansado, pero la puerta se abrió de inmediato. Doménico estaba ahí, con el rostro ligeramente abatido, como si tampoco hubiera dormido bien.—¿Qué necesitas, Renata? —preguntó con tono neutral, aunque la preocupación seguía presente en sus ojos.Renata e
Renata estaba en el área de juegos del evento, rodeada de niños que corrían y reían. Aunque intentaba mantener su atención en ellos, su mirada se desviaba constantemente hacia la entrada del parque. Vestida con un conjunto casual pero elegante, irradiaba una calidez que hacía que los niños se acercaran a ella con naturalidad. Sin embargo, su mente estaba lejos de los juegos y risas.“¿Y si no vienen?” pensó, mientras sus dedos jugueteaban nerviosos con la pulsera en su muñeca. “¿Y si se arrepintieron?”El tiempo parecía alargarse cruelmente, y su ansiedad crecía con cada minuto que pasaba. Pero entonces lo vio: un lujoso auto negro que se detuvo frente a la entrada del evento. Su corazón dio un vuelco.Un hombre uniformado bajó rápidamente del asiento del conductor y abrió la puerta trasera. Renata contuvo el aliento, sus ojos clavados en el auto.La primera en bajar fue Vittoria Bellucci, con su porte altivo y una expresión que gritaba superioridad. Sus ojos barrieron el lugar como s