Ángelo, sintiendo el alma destrozada, recibió el pequeño cofre con los restos de Renata. Sus piernas vacilaron bajo el peso de la realidad: aquella mujer que había sido parte de su vida, que le había entregado todo su amor y su confianza, ahora se reducía a un puñado de cenizas. Se quedó inmóvil por un momento, incapaz de procesar el dolor que lo inundaba, y con manos temblorosas colocó el cofre en el asiento del auto, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera arrebatarle lo último que tenía de ella.Sentado frente al volante, su mente lo llevó al día en que la había conocido como mujer. Renata había sido encontrada luego de estar perdida durante una década. La imagen de esa joven tímida, de mirada dulce, apareció en su mente con tanta claridad que por un instante sintió que podía tocarla de nuevo. Recordó cómo ella apenas había podido sostener su mirada y cómo él, atrapado en sus propias ambiciones y resentimientos, la miró con frialdad y desdén. Él no quería ese
Doménico tomó las manos de Renata y le habló con firmeza, mirándola directamente a los ojos.—Renata, si apareces ahora, te volverán a encerrar. Todo esto habrá sido en vano. Yo también correría un gran riesgo… Podrían detenerme y dejarte sin nadie que pueda ayudarte. No tendrías quien te protegiera. Pero te lo juro —agregó con una intensidad en su voz que hizo que ella le creyera—, haré todo para ayudarte a recuperar a tu hijo. Pero debes fortalecerte, debes volver con una seguridad que nadie pueda quebrantar.Renata bajó la mirada, sus labios temblorosos y los hombros encogidos. La desesperación en su corazón la impulsaba a insistir.—Doménico… por favor, ayúdame a verlo, aunque sea de lejos. Necesito saber que está bien.Doménico suspiró, entendiendo el peso de su petición. Sabía que cualquier paso en falso podría deshacer su plan, pero no podía ignorar aquella súplica en su mirada.—Está bien, Renata. Haré lo posible para que puedas verlo sin que Ángelo sospeche. Pero prométeme qu
Cinco años despuésLa luz de la habitación era tenue, pero suficiente para revelar el nuevo rostro que se escondía detrás de las vendas que habían cubierto a Renata durante semanas. Lentamente, el doctor empezó a deslizarlas, retirando cada capa con precisión y cuidado. Renata sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras observaba cómo su reflejo emergía en el espejo, revelando facciones que ya no le eran familiares. Se llevó una mano temblorosa al rostro, explorando las líneas de su piel, los contornos de sus mejillas, sus labios. Era otra mujer, una persona renacida desde el abismo.A su lado, Doménico la observaba en silencio, respetuoso, con una mezcla de orgullo y firmeza en su mirada. Él había sido su roca, su fuerza cuando ella había sentido que todo estaba perdido. Ahora la veía renacer, no como la Renata que alguna vez fue, sino como una mujer distinta, una que había luchado con cada fibra de su ser para volver.Renata deslizó sus dedos por la mandíbula, y sus labio
Ángelo giró lentamente, clavando su mirada intensa en su socio.—¿Qué vamos a hacer? —repitió, su voz cargada de frialdad—. Vamos a conseguir que esa mujer dé la cara. No voy a permitir que tire todo por la borda sin consecuencias. Esto es una inversión estratégica, y me aseguraré de que entienda el peso de su decisión.Se detuvo un momento, apretando el puño con fuerza antes de añadir, decidido:—Voy a conseguir esa reunión. Haré que reconsidere su postura. No permitiré que años de trabajo y esfuerzo se desvanezcan por un capricho de último minuto.De pronto, la asistente interrumpió, su rostro marcado por la nerviosismo.—Señor, me han dicho que no están dispuestos a reunirse.Ángelo apretó los dientes; la frustración en su rostro era palpable.—Eso no es aceptable, Sandra. Nadie se retira de un acuerdo con un Bellucci sin dar la cara. Haz lo que sea necesario para localizar a esa mujer o te despido. Si se han retirado, quiero saber sus razones. Alguien va a responderme.Se levantó d
Ángelo ajustaba su elegante traje frente al espejo; su expresión reflejaba la frialdad que, con los años, había aprendido a adoptar como una coraza. Mientras enderezaba la solapa, Beatrice apareció en la puerta, observándolo con una mezcla de interés y suspicacia.—¿A dónde vas, cariño? —preguntó en voz suave, acercándose con una leve sonrisa que intentaba suavizar el hielo en sus palabras.Ángelo apenas la miró de reojo, manteniendo una expresión imperturbable.—Asuntos de negocios —respondió con un tono cortante, dejando claro que no había espacio para más preguntas.Beatrice apretó los labios, reprimiendo una respuesta, cuando de pronto, Dante y Chiara irrumpieron en la habitación. Los dos niños lo miraban con expectación y entusiasmo, acercándose para tomarlo de la mano.—¿No vas a cenar con nosotros, papá? —preguntó Chiara, con sus ojos grandes y llenos de ilusión.Ángelo miró a sus hijos, suavizando su expresión solo un poco. Se agachó a la altura de ellos y les acarició la cabe
Renata se encontraba sola en la lujosa suite del hotel, ajustando el último broche de su elegante vestido frente al espejo. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer completamente transformada: Elise Laurent, una empresaria francesa imponente, inalcanzable y distinguida. Aquel día era crucial; era la primera vez que aparecería en público bajo su nueva identidad, y en esa gala estarían muchos conocidos de su antigua vida, personas que jamás sospecharían quién se ocultaba tras ese nuevo rostro.Inspiró profundamente y se miró fijamente, como si intentara descubrir el valor que la había llevado hasta ese momento.—Esta es tu noche, Elise… —susurró, probando el nombre con determinación en sus labios—. No eres la misma mujer débil y vulnerable que ellos destruyeron. Hoy, mostrarás al mundo lo fuerte que eres, lo inquebrantable que te has vuelto. No hay espacio para el miedo. Solo para el control… y la venganza.Siguió ensayando aquella sonrisa fría y segura, una máscara perfecta par
Ángelo enfocó la mirada hacia las amplias escaleras, siguiendo el movimiento de los presentes. Su respiración se detuvo al ver a la mujer que descendía con una gracia hipnótica. No era, en absoluto, la figura que había imaginado.Ante él, una mujer deslumbrante hacía su aparición. Su porte era elegante, pero había en su rostro una expresión de control y seguridad que contrastaba con su belleza delicada. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando un rostro refinado, marcado por labios bien definidos y ojos oscuros y enigmáticos que parecían observarlo todo, como si guardaran secretos bajo cada pestañeo. Su vestido negr0, ceñido y sofisticado, le daba un aire imponente y cautivador, revelando una figura que exudaba confianza y autoridad.Ángelo se encontró completamente embelesado, incapaz de apartar la vista. Algo en ella le provocaba una extraña y familiar sensación. Había una fuerza en su mirada, una chispa que le resultaba extrañamente conocida, pero
El auto avanzaba a toda velocidad por las calles de la ciudad, pero Ángelo apenas notaba el movimiento. Su mente estaba atrapada en un torbellino de furia, cada segundo amplificando el eco de la humillación que acababa de sufrir. Sus manos se cerraban en puños sobre sus rodillas, las uñas clavándose en la piel, y su mandíbula estaba tan tensa que dolía.—Echarme… a mí —murmuró, su voz baja y cargada de veneno, como si no pudiera creerlo aún.Elise Laurent. Ese maldito nombre resonaba en su cabeza como una herida abierta. Nadie, jamás, lo había humillado de esa manera. No en un evento público, frente a docenas de ojos expectantes, y mucho menos una mujer desconocida, por poderosa que fuera.Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba controlar la respiración, pero era inútil. La rabia lo consumía como un incendio incontrolable. La imagen de Elise, altiva y elegante, dándole la orden de irse como si él no fuera más que un cualquiera, le quemaba como ácido.—¿Quién diablos se c