Doménico llegó al hospital como de costumbre, pero al no encontrar a Renata en su alcoba, una inquietud inmediata lo invadió. Sabía que ella no abandonaba su habitación sin permiso y, generalmente, se mantenía en el área asignada. Se dirigió a una de las enfermeras, su rostro reflejando preocupación.—¿Dónde está Renata Moretti? —preguntó con tono autoritario.La enfermera bajó la mirada, dudando un instante antes de responder.—Tuvo… una crisis esta mañana, doctor Ricci. La llevaron a la enfermería y fue sedada para que pudiera calmarse.Doménico frunció el ceño, cada palabra de la enfermera aumentaba su inquietud.—¿Una crisis? —repitió, incrédulo—. ¿Por qué no fui notificado?La enfermera se limitó a encogerse de hombros, evitando responder. Doménico no perdió tiempo y se dirigió rápidamente hacia la enfermería. Al llegar, encontró a Renata dormida, su rostro pálido y su respiración irregular. La escena le provocó una punzada de angustia y un mal presentimiento que no podía ig
Ángelo llegó al hospital psiquiátrico con una inquietud que no podía ignorar. Al acercarse a la recepción, su corazón latía con una mezcla de culpa y ansiedad que trataba de ocultar bajo una apariencia firme.—Quiero ver a Renata Moretti —dijo con voz autoritaria, mirando al recepcionista con seriedad.El empleado lo observó con incomodidad, bajando la vista al registro, y luego negó con la cabeza.—Lo siento, señor Bellucci. La señora Moretti tuvo una crisis recientemente y está en la enfermería. No está en condiciones de recibir visitas.Ángelo frunció el ceño, sabía cómo se manejaban las cosas en esos lugares.—Te pagaré bien. —Sacó varios billetes.El encargado agarró el dinero y guio a Ángelo a la enfermería.Ángelo entró en la enfermería, el corazón palpitándole con fuerza mientras se acercaba a la cama donde Renata yacía dormida. La imagen de la mujer que una vez había sido su esposa se desmoronaba ante él, transformándose en algo que no lograba reconocer. La Renata que recordab
Aturdida, Renata levantó la vista y, entre el humo y las luces de emergencia, reconoció el rostro familiar de Doménico. Él la miró con urgencia, sin perder tiempo en explicaciones.—Renata, confía en mí —le susurró al oído mientras la guiaba hacia la salida—. Vamos, rápido.Doménico había vuelto al hospital a buscar un expediente que había olvidado en su oficina y, al ver el incendio y el caos, algo lo impulsó a buscarla instintivamente. Encontrarla tambaleándose, vulnerable y perdida, había sido una suerte inesperada. Sin detenerse, la envolvió con su brazo y la sacó rápidamente por una puerta lateral.Afuera, el aire frío de la noche golpeó sus rostros, y Doménico, asegurándose de que nadie los hubiera visto, llevó a Renata hasta su coche y la acomodó en el asiento trasero.—Estás a salvo —le dijo, sin soltar su mano y con un tono tranquilizador que pretendía calmarla—. No volverás a ese lugar.Renata, aún en estado de shock pero con lágrimas de gratitud en los ojos, lo miró en silen
— ¡Se ha quemado el hospital psiquiátrico… el lugar donde está la señora Renata! —reiteró agitada—. Lo acaban de anunciar en las noticias… ¡Es terrible!Ángelo sintió que su corazón se detenía. Un golpe de frío recorrió su cuerpo al escuchar el nombre de Renata en esa situación. No necesitó escuchar más; el temor y la culpa que llevaba enterrados en su interior emergieron de golpe, y, sin pensarlo dos veces, dio un paso atrás, alejándose de Beatrice y de la ceremonia.—¡Hijo, no puedes detener la boda ahora! —gritó Vittoria, avanzando hacia él y tomándolo del brazo con desesperación—. No puedes cancelar esto… ¡Renata ya no es parte de tu vida!Beatrice, pálida y con una expresión de incredulidad, intentó aferrarse a él, buscando sus ojos con desesperación.—¡Debe ser una equivocación! Ángelo, quédate… tú y yo somos lo importante ahora! —suplicó, su voz temblando mientras lo sujetaba del brazo.Ángelo, con una expresión de determinación en el rostro, las miró con frialdad.—Voy a ver q
Cuando Ángelo llegó al hospital psiquiátrico, el humo aún flotaba en el aire, y el olor acre del incendio lo golpeó de inmediato, llenando sus pulmones y provocándole una punzada de inquietud en el pecho. Se quedó inmóvil por un segundo, observando el caos y la destrucción que el fuego había dejado a su paso. Una sensación de desesperación y arrepentimiento comenzó a invadirlo, como si un peso invisible oprimiera su pecho, haciéndolo consciente de algo oscuro, algo irremediable.Sin esperar un segundo más, salió del auto y se dirigió corriendo hacia la entrada. Buscó entre el personal a alguien que pudiera darle información sobre Renata, pero todos parecían demasiado ocupados y desbordados por la emergencia. Se acercó a una enfermera, pero cuando intentó preguntarle por Renata, ella le lanzó una mirada evasiva y le respondió con frialdad.—Lo siento, señor, no podemos dar informes en este momento.Ángelo apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración y la ansiedad comenzaban a apode
—¡Aaaaaah! —el grito desgarrador de Beatrice sacudió la mansión, como una alarma que encendía el caos en un instante.Renata, paralizada, aún sostenía el cuchillo, incapaz de comprender lo que había sucedido. Beatrice se sujetaba el brazo, con la sangre brotando entre sus dedos, mientras retrocedía con el rostro bañado en horror.—¡Ayuda! —clamó Beatrice, su voz un torrente de pánico y furia—. ¡Renata quiso matar a su hijo! ¡Está completamente loca!Vittoria apareció en la puerta, con los ojos abiertos de par en par y el rostro petrificado. Su mirada se deslizó del cuchillo ensangrentado en la mano de Renata al bebé en la cuna, y en un instante se colocó entre su nieto y Renata, fulminándola con una mirada de absoluto desprecio.—¡Ángelo! —exclamó Vittoria con voz temblorosa pero decidida—. ¡Tu esposa necesita ayuda! ¡Esta mujer está enferma, no puede estar cerca de nuestro nieto! —Se giró hacia Renata, alzando la voz—. ¡No tienes idea del daño que acabas de hacer! Esto es... es una l
Habían pasado ya algunos días desde que Renata había sido internada en el psiquiátrico, y la casa, que antes vibraba con la calidez de una familia recién formada, ahora se sentía sombría y vacía. El pequeño Dante, de apenas dos meses, lloraba sin cesar, sus llantos resonando en cada rincón de la mansión. Ángelo lo acunaba en sus brazos, intentando calmarlo, pero el bebé parecía inconsolable, como si reclamara la presencia de su madre ausente.Desesperado y agotado, Ángelo buscó refugio en la única persona que siempre había sido una constante en su vida: su madre, Vittoria. La encontró en el salón, su presencia imponente y serena, como si nada pudiera perturbarla. Con el bebé aun llorando en sus brazos, Ángelo suspiró profundamente y se acercó a ella, sintiendo que la duda comenzaba a enredarse en su mente.—Madre, ¿crees que…? —comenzó, sin atreverse a mirar a Vittoria directamente a los ojos—. ¿Crees que tal vez fue una mala idea internar a Renata en el psiquiátrico? —preguntó, s
Unos días después, Ángelo se detuvo frente a las puertas del hospital psiquiátrico, sintiendo un peso desconocido en el pecho. Había venido para asegurarse de que había hecho lo correcto, de que Renata, la mujer con quien había compartido los últimos años, estaba realmente mejor allí, lejos de su hijo, lejos de él. Pero la duda seguía agazapada en su mente, carcomiéndole la conciencia.Un hombre alto y de porte serio, vestido con una bata blanca, lo recibió en la entrada. Su rostro era severo y su mirada, casi vacía, le recordaba que este no era un lugar para personas sanas. Era el director del hospital, el Dr. Santori.—Señor Bellucci, bienvenido —saludó el director con una inclinación de cabeza. Su voz era fría y profesional, carente de toda emoción.—Doctor, he venido a saber cómo… cómo está mi esposa —dijo Ángelo, intentando que su voz sonara segura, aunque no pudo evitar que un leve temblor se colara en sus palabras.El Dr. Santori asintió, pero en sus ojos brillaba un destello