98 Encrucijada

Vargas se dio la vuelta y salió, sintiendo cómo la mirada pesada y afilada del viejo Wofl se le clavaba en las costillas.

Emmett lo siguió con los ojos hasta que la puerta se cerró y volvió a descargar los puños con rabia sobre la mesa.

— ¡Maldito cerdo insignificante! ¿Cree que puede venir hasta mi oficina a intimidarme? ¡Está muy equivocado! ¡No ha nacido el hombre que pueda amenazarme y viva para contarlo!

Vargas no lo escuchó, pero algo en su interior le dijo que debía cuidarse.

— ¿Astrid? — la rubia escuchó la voz alterada de su suegro en el teléfono.

— Emmett, ¿Qué sucede?

— Necesito que resuelvas un problemita — Le dijo en un tono que ella conocía bien y no le gustaba para nada.

La mujer se tensó y salió de la habitación.

— ¡

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