54 Ardiente deseo

Los candentes besos le quemaban en la garganta, cada vez que los labios de la musa etérea de Isabella rozaba con los labios la piel de su cuello.

James apretó su agarre con las manos en forma de garras sobre los muslos desnudos de la mujer que gemía en la dolorosa espera del embate que todavía no se daba.

— Isabella… — le susurró al oído, y luego pensó que el momento era demasiado íntimo para llamarla por su falso nombre — Elisa…

La mujer dio un respingo al escuchar su nombre de los labios de James, con esa profunda y masculina voz que la hacía temblar hasta los tuétanos.

Hacía más de un año que nadie la llamaba de esa forma, hacía más de un año que había decidido enterrar a Elisa y dejarla morir donde todos pensaban que había muerto, en aquel maldito incendio, abandonando quien era y asumiendo la id

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