Capítulo55
Al anochecer, Isabella y el alazán Relámpago llegaron a una posada. Ambas pudieron descansar bien, pues en sus viajes Isabelita siempre se mantenía alerta. Antes de que amaneciera, ya estaba levantada, aseándose y cubriéndose el rostro con un velo negro antes de continuar su viaje.

El trayecto era arduo, y el frío helado. Aunque llevaba el rostro cubierto, el viento había agrietado su piel, volviéndola áspera.

Cada noche, al llegar a una posada, se miraba en el espejo de bronce y notaba cómo su piel, que antes era suave y tersa, se enrojecía, al borde de resquebrajarse. Entonces sacaba un frasco de aceite de semilla de nuez y se lo aplicaba en el rostro.

No lo hacía por vanidad, sino porque las grietas en la piel eran dolorosas.

En la mañana del quinto día de viaje, llegó a los Llanos Fronterizos.

Durante el trayecto, se percató de algo preocupante: no había caravanas de suministros en la carretera. Eso significaba que el Rey Benito pensaba que ya tenían la victoria asegurada y no cons
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