Cuando Isabella vieron que la Reina había tomado asiento, Isabella avanzó y se arrodilló con elegancia.—Isabella Díaz de Vivar, junto con su doncella Juanita, presenta sus respetos a Su Majestad la Reina.Desde su asiento, la Reina Beatriz habló con un tono cálido y amable.—No hace falta tanta formalidad. Pueden levantarse.—Muchas gracias, Su Majestad —respondió Isabella mientras se ponía de pie, permaneciendo erguida frente a la reina.Beatriz examinó cuidadosamente a Isabella. La había visto solo una vez antes, pero incluso en ese breve encuentro, quedó asombrada por su extraordinaria belleza. Ahora, después de regresar del campo de batalla, aunque su piel ya no era tan luminosa como antes, no había duda de que Isabella seguía siendo una mujer que podría resistir las miradas más críticas. Era, sin lugar a dudas, una belleza sin igual.La reina no pudo evitar pensar en la orden de Su Majestad de preguntar a Isabella si estaría dispuesta a ingresar al harén imperial. Un sentimiento
Al salir del palacio, Isabella se encontró inesperadamente con Benito. Parecía que aún no se había recuperado del todo de una resaca. Su rostro mostraba signos de cansancio, y seguía vistiendo la armadura con la que había regresado del campo de batalla, manchada de sangre y óxido. Incluso desde la distancia, se percibía el familiar olor a sudor que lo envolvía.Apoyado perezosamente contra la puerta roja del palacio, Benito, con el cabello más ordenado y recogido en una corona de oro y jade, ofrecía una imagen extraña. El contraste entre su arreglo personal y la armadura ensangrentada hacía que su aspecto fuera inusual, casi cómico.Cuando sus ojos oscuros se posaron en Isabella, lanzaron una mirada somnolienta, apenas animada por la luz del sol que se reflejaba en ellos.Isabella avanzó y, con cortesía, le hizo una reverencia.—¿El marqués pasó la noche en palacio?—Hmm —asintió Benito, observándola con atención. —Hoy luces diferente, como una auténtica dama de la nobleza de la capita
La sonrisa de Benito se congeló por un instante. Sí, eran solo "hermanos", pero mientras ella no entrara al palacio, él tendría tiempo para poco a poco cultivar sus sentimientos hacia ella.Se inclinó con una reverencia y se despidió.Su Majestad observó su figura alejarse, con la mirada afilada. Después de un momento, llamó en voz alta:—¡Tomas Mendoza!Tomasito Mendoza entró rápidamente desde la puerta del salón, con una ligera inclinación de cuerpo y una actitud servicial:—¡A sus órdenes, Su Majestad!Su Majestad, con una expresión serena, ordenó:—Transmite mi edicto: Si Isabella Díaz de Vivar no encuentra un matrimonio adecuado en los próximos tres meses, ingresará al palacio como concubina imperial y será nombrada noble consorte.Tomasito inclinó la cabeza.—Sí, como mande Su Majestad.—Informa también al príncipe Benito, pero no digas nada más. No le expliques nada.—Entendido. Lo haré de inmediato —respondió Tomasito antes de retirarse.Su Majestad bajó la mirada hacia los doc
Isabella acababa de regresar a la casa cuando Tomasito Mendoza llegó en persona para transmitir el edicto.Al escucharlo, Isabella se quedó pasmada sin saber que replicar.¿Si en tres meses no encontraba un esposo adecuado, tendría que ingresar al palacio como noble consorte?De inmediato, hizo un gesto para que Tomasito se quedara, y pidió a los sirvientes retirarse. Luego, mirándolo con seriedad, preguntó:—Tomas… ¿Qué significa esta orden?La confusión en su mente era evidente. Si Su Alteza realmente insistía en llevarla al palacio, no tenía sentido darle esos tres meses para encontrar un marido. Pero al mismo tiempo, con el edicto circulando, ¿quién se atrevería a proponerle matrimonio? Era una trampa: la ilusión de una elección cuando, en realidad, su destino parecía ya escrito.Tomasito, con una mirada pensativa, —respondió:—Quizá el Rey quiera ver si hay alguien dispuesto a desafiar su autoridad para pedir la mano de usted, señorita. Si alguien lo hiciera, significaría que esa
Isabella no mencionó a sus amigos el extraño edicto del Rey. En cambio, les agradeció sinceramente su ayuda en la campaña de los Llanos del Sur.—Los soldados del reino de los Pastizales de Arena mataron a mi padre y a mis hermanos. Fui al Sur principalmente para vengarlos, y ustedes me ayudaron a cumplir esa venganza. Esa deuda la llevaré siempre en mi corazón.Al escuchar esas palabras, los demás se sintieron más aliviados. Por fin encontraron justificación para la violencia en la que habían participado: ayudar a Isabella a vengar a su familia.Con una sonrisa más ligera, Isabella les propuso:—Ahora que ya descansaron y comieron bien, ¿qué les parece si salimos a recorrer el mercado? También necesito que me hagan un favor y lleven algunas cosas de vuelta al Cerro de los Cerezos por mí.—¡Claro que sí! —dijo Palo entusiasmado, aunque luego frunció el ceño. —Pero hay un problema: no tenemos dinero. El Rey aún no nos ha dado las recompensas. ¿Creen que se habrá olvidado?Isabella rio.
La vieja Rosario torció la jeta en disgusto. Cien reales de oro no eran poca cosa, pero ellos habían ido al campo de batalla no solo por recompensas económicas.En especial, la vieja Rosario sabía que Theobald tenía muchas posibilidades de ascender militarmente por todos sus logros, pero por sustituir a Desislava y recibir el castigo en su lugar, además de que Desislava había liderado las tropas obstaculizando el avance, el ministerio de guerra lo había premiado y castigado a la vez, lo que dejó la situación en esos cien taeles de oro, pero sin ninguna recompense militar. La colera se apoderaba de ella.Con su salud ya debilitada de tener tantas rabias, aquella noche acabó dándole casi que un patatús. Por eso, tuvieron que llamar a un médico durante la noche para que la atendiera, y solo así lograron componerla un poco.Sin embargo, al ver que pronto necesitarían volver a comprar medicinas al doctor Dagel, Rosario se desesperó más: ya no quedaba dinero en la casa. El dinero del banquet
Constanzitaa se asustó con la mirada feroz de Desislava, dio un paso atrás y cayó sentada al borde de la cama. Comenzó a llorar desconsolada.—Madre, ¡ella se atrevió a pegarme! —lloró, buscando consuelo.Al ver que su hija, la más querida había sido golpeada, la vieja Rosario se enfureció.—Theobald, contrólala.Theobald, de pie frente a Desislava, mostró una expresión agotada, como si cada fibra de su ser reflejara el cansancio que lo abrumaba.—¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? Si dijo algo malo, bastaba con decirlo —dijo en un tono fatigado.Los ojos de Desislava destellaban con una mezcla de decepción y resentimiento.—¿Y qué si le di en la cara? Ella ha inventado cosas sobre mí, ¿por qué no le dices entonces nada a ella?—Yo no dije nada, es lo que se comenta afuera de estas paredes. Si tienes tanto valor, ve y enfrenta pues a quienes están allá afuera —replicó Constanzita entre sollozos, con un rencor evidente en su mirada. —No te atreves a golpear a los de afuera, pero v
—¡Que estupidez nos trae la vida! —Ángeles golpeó la mesa con furia, mientras la tenue luz del segundo pasillo iluminaba su rostro enojado.Gustavo y su señora bajaron la cabeza sin atreverse a decir una palabra, recibiendo la reprimenda en silencio.—¿Con qué cara esperan que vaya a la Villa Duque Defensor del Reino? ¿Y díganme ustedes cómo podría presentarme ahí? ¿Acaso debo decirle a Isabella que Theobald se arrepintió, que trajo a casa a una esposa violenta que golpeó a su suegro y que en esta casa ya no hay paz? ¿Le voy a pedir que regrese para arreglar el desastre, cuidar de su suegra enferma y comprarle ropa a su cuñada para las cuatro estaciones?—¿Y encima tienen la desfachatez de decirlo en voz alta? ¿Acaso tuvieron piedad cuando decidieron separarse de ella? Incluso calcularon hasta su dote. Si no hubiera sido por el edicto de divorcio que el Rey aprobo, habrían acabado con todas sus tiendas y propiedades. Si tienen la cara para pedirle algo, háganlo pues ustedes. Yo no voy