La sonrisa de Benito se congeló por un instante. Sí, eran solo "hermanos", pero mientras ella no entrara al palacio, él tendría tiempo para poco a poco cultivar sus sentimientos hacia ella.Se inclinó con una reverencia y se despidió.Su Majestad observó su figura alejarse, con la mirada afilada. Después de un momento, llamó en voz alta:—¡Tomas Mendoza!Tomasito Mendoza entró rápidamente desde la puerta del salón, con una ligera inclinación de cuerpo y una actitud servicial:—¡A sus órdenes, Su Majestad!Su Majestad, con una expresión serena, ordenó:—Transmite mi edicto: Si Isabella Díaz de Vivar no encuentra un matrimonio adecuado en los próximos tres meses, ingresará al palacio como concubina imperial y será nombrada noble consorte.Tomasito inclinó la cabeza.—Sí, como mande Su Majestad.—Informa también al príncipe Benito, pero no digas nada más. No le expliques nada.—Entendido. Lo haré de inmediato —respondió Tomasito antes de retirarse.Su Majestad bajó la mirada hacia los doc
Isabella acababa de regresar a la casa cuando Tomasito Mendoza llegó en persona para transmitir el edicto.Al escucharlo, Isabella se quedó pasmada sin saber que replicar.¿Si en tres meses no encontraba un esposo adecuado, tendría que ingresar al palacio como noble consorte?De inmediato, hizo un gesto para que Tomasito se quedara, y pidió a los sirvientes retirarse. Luego, mirándolo con seriedad, preguntó:—Tomas… ¿Qué significa esta orden?La confusión en su mente era evidente. Si Su Alteza realmente insistía en llevarla al palacio, no tenía sentido darle esos tres meses para encontrar un marido. Pero al mismo tiempo, con el edicto circulando, ¿quién se atrevería a proponerle matrimonio? Era una trampa: la ilusión de una elección cuando, en realidad, su destino parecía ya escrito.Tomasito, con una mirada pensativa, —respondió:—Quizá el Rey quiera ver si hay alguien dispuesto a desafiar su autoridad para pedir la mano de usted, señorita. Si alguien lo hiciera, significaría que esa
Isabella no mencionó a sus amigos el extraño edicto del Rey. En cambio, les agradeció sinceramente su ayuda en la campaña de los Llanos del Sur.—Los soldados del reino de los Pastizales de Arena mataron a mi padre y a mis hermanos. Fui al Sur principalmente para vengarlos, y ustedes me ayudaron a cumplir esa venganza. Esa deuda la llevaré siempre en mi corazón.Al escuchar esas palabras, los demás se sintieron más aliviados. Por fin encontraron justificación para la violencia en la que habían participado: ayudar a Isabella a vengar a su familia.Con una sonrisa más ligera, Isabella les propuso:—Ahora que ya descansaron y comieron bien, ¿qué les parece si salimos a recorrer el mercado? También necesito que me hagan un favor y lleven algunas cosas de vuelta al Cerro de los Cerezos por mí.—¡Claro que sí! —dijo Palo entusiasmado, aunque luego frunció el ceño. —Pero hay un problema: no tenemos dinero. El Rey aún no nos ha dado las recompensas. ¿Creen que se habrá olvidado?Isabella rio.
La vieja Rosario torció la jeta en disgusto. Cien reales de oro no eran poca cosa, pero ellos habían ido al campo de batalla no solo por recompensas económicas.En especial, la vieja Rosario sabía que Theobald tenía muchas posibilidades de ascender militarmente por todos sus logros, pero por sustituir a Desislava y recibir el castigo en su lugar, además de que Desislava había liderado las tropas obstaculizando el avance, el ministerio de guerra lo había premiado y castigado a la vez, lo que dejó la situación en esos cien taeles de oro, pero sin ninguna recompense militar. La colera se apoderaba de ella.Con su salud ya debilitada de tener tantas rabias, aquella noche acabó dándole casi que un patatús. Por eso, tuvieron que llamar a un médico durante la noche para que la atendiera, y solo así lograron componerla un poco.Sin embargo, al ver que pronto necesitarían volver a comprar medicinas al doctor Dagel, Rosario se desesperó más: ya no quedaba dinero en la casa. El dinero del banquet
Constanzitaa se asustó con la mirada feroz de Desislava, dio un paso atrás y cayó sentada al borde de la cama. Comenzó a llorar desconsolada.—Madre, ¡ella se atrevió a pegarme! —lloró, buscando consuelo.Al ver que su hija, la más querida había sido golpeada, la vieja Rosario se enfureció.—Theobald, contrólala.Theobald, de pie frente a Desislava, mostró una expresión agotada, como si cada fibra de su ser reflejara el cansancio que lo abrumaba.—¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? Si dijo algo malo, bastaba con decirlo —dijo en un tono fatigado.Los ojos de Desislava destellaban con una mezcla de decepción y resentimiento.—¿Y qué si le di en la cara? Ella ha inventado cosas sobre mí, ¿por qué no le dices entonces nada a ella?—Yo no dije nada, es lo que se comenta afuera de estas paredes. Si tienes tanto valor, ve y enfrenta pues a quienes están allá afuera —replicó Constanzita entre sollozos, con un rencor evidente en su mirada. —No te atreves a golpear a los de afuera, pero v
—¡Que estupidez nos trae la vida! —Ángeles golpeó la mesa con furia, mientras la tenue luz del segundo pasillo iluminaba su rostro enojado.Gustavo y su señora bajaron la cabeza sin atreverse a decir una palabra, recibiendo la reprimenda en silencio.—¿Con qué cara esperan que vaya a la Villa Duque Defensor del Reino? ¿Y díganme ustedes cómo podría presentarme ahí? ¿Acaso debo decirle a Isabella que Theobald se arrepintió, que trajo a casa a una esposa violenta que golpeó a su suegro y que en esta casa ya no hay paz? ¿Le voy a pedir que regrese para arreglar el desastre, cuidar de su suegra enferma y comprarle ropa a su cuñada para las cuatro estaciones?—¿Y encima tienen la desfachatez de decirlo en voz alta? ¿Acaso tuvieron piedad cuando decidieron separarse de ella? Incluso calcularon hasta su dote. Si no hubiera sido por el edicto de divorcio que el Rey aprobo, habrían acabado con todas sus tiendas y propiedades. Si tienen la cara para pedirle algo, háganlo pues ustedes. Yo no voy
—No importa lo que digan, en la casa del general nadie va a buscar a Isabella —dijo Theobald con el rostro frío.Doña Rosario lo miró con frustración y suspiró.—No es que yo quiera ir a buscarla —dijo la anciana—, pero esta casa necesita una salida. Mira el comportamiento de Desislava: ha arruinado nuestro buen nombre, ha hecho que todos hablen mal de nosotros. Es egoísta, violenta y malvada, incluso golpeó a tu padre. Si no fuera por su buena suerte, él habría muerto. Y después de eso, ¿qué hizo? Se escondió en la casa de su familia. Pues que se quede ahí. Tal como un ratoncillo miedoso, ojalá nunca vuelva.Doña Rosario hizo una pausa y, como si un pensamiento nuevo cruzara por su mente, lo miró fijamente, disparando una sugestión.—Si pudiéramos divorciarnos de ella… ¿Podríamos informar al emperador que golpeó a tu padre y faltó al respeto a su suegra? Tal vez podríamos pedir la anulación del matrimonio.Theobald se malhumoro.—No me hagas más preguntas sobre esto, madre. Ahora mism
El mayordomo Eduardo, quien había ya gestionado juicioso todos los menesteres de la villa del ahora difunto duque durante muchos años, era un hombre experimentado y muy hábil para interpretar las intenciones ajenas. Tras un breve momento de reflexión, dijo:—Señorita, al menos podemos estar seguros de algo: Su Majestad no parece querer realmente que usted entre al palacio. De lo contrario, ya habría emitido un decreto para nombrarla concubina, ¿Cómo podría sumercé pues rehusarse?—Lo sé, pero me ha dado un plazo de tres meses, como queriendo forzarme a que me case —dijo Isabelita, algo resignada. —¿Qué le importa que yo siga soltera? He leído varias veces el decreto con el que se otorgó el título póstumo a mi padre. Nada más es relevante, salvo que, si me caso, mi esposo podrá heredar el título. ¿Será que desea que alguien herede el título de mi padre?—Recuerdo que en el decreto también se mencionaba la posibilidad de elegir a un sobrino adecuado de la familia para prepararlo como fu