La vieja Rosario torció la jeta en disgusto. Cien reales de oro no eran poca cosa, pero ellos habían ido al campo de batalla no solo por recompensas económicas.En especial, la vieja Rosario sabía que Theobald tenía muchas posibilidades de ascender militarmente por todos sus logros, pero por sustituir a Desislava y recibir el castigo en su lugar, además de que Desislava había liderado las tropas obstaculizando el avance, el ministerio de guerra lo había premiado y castigado a la vez, lo que dejó la situación en esos cien taeles de oro, pero sin ninguna recompense militar. La colera se apoderaba de ella.Con su salud ya debilitada de tener tantas rabias, aquella noche acabó dándole casi que un patatús. Por eso, tuvieron que llamar a un médico durante la noche para que la atendiera, y solo así lograron componerla un poco.Sin embargo, al ver que pronto necesitarían volver a comprar medicinas al doctor Dagel, Rosario se desesperó más: ya no quedaba dinero en la casa. El dinero del banquet
Constanzitaa se asustó con la mirada feroz de Desislava, dio un paso atrás y cayó sentada al borde de la cama. Comenzó a llorar desconsolada.—Madre, ¡ella se atrevió a pegarme! —lloró, buscando consuelo.Al ver que su hija, la más querida había sido golpeada, la vieja Rosario se enfureció.—Theobald, contrólala.Theobald, de pie frente a Desislava, mostró una expresión agotada, como si cada fibra de su ser reflejara el cansancio que lo abrumaba.—¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? Si dijo algo malo, bastaba con decirlo —dijo en un tono fatigado.Los ojos de Desislava destellaban con una mezcla de decepción y resentimiento.—¿Y qué si le di en la cara? Ella ha inventado cosas sobre mí, ¿por qué no le dices entonces nada a ella?—Yo no dije nada, es lo que se comenta afuera de estas paredes. Si tienes tanto valor, ve y enfrenta pues a quienes están allá afuera —replicó Constanzita entre sollozos, con un rencor evidente en su mirada. —No te atreves a golpear a los de afuera, pero v
—¡Que estupidez nos trae la vida! —Ángeles golpeó la mesa con furia, mientras la tenue luz del segundo pasillo iluminaba su rostro enojado.Gustavo y su señora bajaron la cabeza sin atreverse a decir una palabra, recibiendo la reprimenda en silencio.—¿Con qué cara esperan que vaya a la Villa Duque Defensor del Reino? ¿Y díganme ustedes cómo podría presentarme ahí? ¿Acaso debo decirle a Isabella que Theobald se arrepintió, que trajo a casa a una esposa violenta que golpeó a su suegro y que en esta casa ya no hay paz? ¿Le voy a pedir que regrese para arreglar el desastre, cuidar de su suegra enferma y comprarle ropa a su cuñada para las cuatro estaciones?—¿Y encima tienen la desfachatez de decirlo en voz alta? ¿Acaso tuvieron piedad cuando decidieron separarse de ella? Incluso calcularon hasta su dote. Si no hubiera sido por el edicto de divorcio que el Rey aprobo, habrían acabado con todas sus tiendas y propiedades. Si tienen la cara para pedirle algo, háganlo pues ustedes. Yo no voy
—No importa lo que digan, en la casa del general nadie va a buscar a Isabella —dijo Theobald con el rostro frío.Doña Rosario lo miró con frustración y suspiró.—No es que yo quiera ir a buscarla —dijo la anciana—, pero esta casa necesita una salida. Mira el comportamiento de Desislava: ha arruinado nuestro buen nombre, ha hecho que todos hablen mal de nosotros. Es egoísta, violenta y malvada, incluso golpeó a tu padre. Si no fuera por su buena suerte, él habría muerto. Y después de eso, ¿qué hizo? Se escondió en la casa de su familia. Pues que se quede ahí. Tal como un ratoncillo miedoso, ojalá nunca vuelva.Doña Rosario hizo una pausa y, como si un pensamiento nuevo cruzara por su mente, lo miró fijamente, disparando una sugestión.—Si pudiéramos divorciarnos de ella… ¿Podríamos informar al emperador que golpeó a tu padre y faltó al respeto a su suegra? Tal vez podríamos pedir la anulación del matrimonio.Theobald se malhumoro.—No me hagas más preguntas sobre esto, madre. Ahora mism
El mayordomo Eduardo, quien había ya gestionado juicioso todos los menesteres de la villa del ahora difunto duque durante muchos años, era un hombre experimentado y muy hábil para interpretar las intenciones ajenas. Tras un breve momento de reflexión, dijo:—Señorita, al menos podemos estar seguros de algo: Su Majestad no parece querer realmente que usted entre al palacio. De lo contrario, ya habría emitido un decreto para nombrarla concubina, ¿Cómo podría sumercé pues rehusarse?—Lo sé, pero me ha dado un plazo de tres meses, como queriendo forzarme a que me case —dijo Isabelita, algo resignada. —¿Qué le importa que yo siga soltera? He leído varias veces el decreto con el que se otorgó el título póstumo a mi padre. Nada más es relevante, salvo que, si me caso, mi esposo podrá heredar el título. ¿Será que desea que alguien herede el título de mi padre?—Recuerdo que en el decreto también se mencionaba la posibilidad de elegir a un sobrino adecuado de la familia para prepararlo como fu
Durante los días siguientes, el umbral de la casa del Duque Defensor del Reino casi quedó desgastado por las numerosas visitas. Las damas de la nobleza y las esposas de los funcionarios, que en el pasado rara vez frecuentaban la residencia, ahora se turnaban para visitarla. No era tanto por el edicto emitido por el Rey, sino más bien porque Isabelita había regresado victoriosa. Aunque en la casa solo quedaba ella, quedaba claro que podía sostener por sí misma el prestigio de la familia.Cuando se divorció, en las reuniones privadas, las esposas de los funcionarios solían hablar de ella y convertir su situación en tema de conversación. Ahora seguía siendo tema de sobremesa, pero nadie se atrevía a opinar de ella con el tono de antes, digna de total respeto.Atender a los invitados no le resultaba difícil a Isabelita. Antes de casarse y mudarse a La residencia de Vogel, su madre había contratado a alguien para entrenarla durante un año. Después de todo, la etiqueta social consistía en re
Durante un largo tiempo, las princesas Heredera y Marina permanecieron en casa de Isabella antes de marcharse. Isabella las acompañó hasta la salida, sin mostrar rastro alguno de resentimiento o pena, se dibujaba en su rostro una cálida sonrisa de alegría.—Señorita, usted preparó la dote para la princesa Marina, pero la princesa Heredera se la devolvió. Claramente, en ese momento no le tenían a sumercé consideración alguna. ¿Por qué ahora tiene que tratarlas tan bien? —preguntó Juana con sutil gesto de desconcertada. Isabella se sentó frente al tocador y le indicó a Juana que le quitara las joyas del cabello.—¿Acaso no es todo esto una formalidad? Al final, todo es sonreír y decir palabras de cortesía. Mi tía siempre me trató bien en el pasado. Además, también fue imprudente de mi parte. Ya estaba divorciada y aún así me atreví a enviar una dote para mi prima.—Pero sumercé no fue personalmente. Además, fue un divorcio concedido por el rey, no una expulsión deshonrosa de su hogar.
La vieja Rosario llegó acompañada de Gustavo, su señora y Manuela. Apenas bajó del carruaje, ella se torció el tobillo y se dejó caer de golpe en la puerta de la Villa Duque Defensor del Reino, comenzando a llorar a gritos.—¡Isabella, yo siempre te traté como si fueras mi propia hija! Nunca sufriste la más mínima humillación en nuestra casa, nuestra intención era hacerte sentir bienvenida siempre, dejándote ser en libertad. ¡Hasta tu divorcio fue algo que pediste tú misma al rey! ¿Cómo puedes odiarme tanto? Sabes perfectamente que necesito la medicina del doctor Dagel para sobrevivir, pero has prohibido que él venga a atenderme. ¿Es qué quieres acaso acabar con mi misery vida?Manuela se unió al llanto, sollozando:—Así es, cuñada, no se puede ser tan ingrata. Cuando tu familia fue lamentablemente exterminada, mamá temía que sufrieras demasiado te acompaño día y noche, incluso durmiendo a tu lado para ayudarte a superar esos momentos difíciles. ¿Por qué ahora eres tan cruel? Doña Ro