La vieja Rosario llegó acompañada de Gustavo, su señora y Manuela. Apenas bajó del carruaje, ella se torció el tobillo y se dejó caer de golpe en la puerta de la Villa Duque Defensor del Reino, comenzando a llorar a gritos.—¡Isabella, yo siempre te traté como si fueras mi propia hija! Nunca sufriste la más mínima humillación en nuestra casa, nuestra intención era hacerte sentir bienvenida siempre, dejándote ser en libertad. ¡Hasta tu divorcio fue algo que pediste tú misma al rey! ¿Cómo puedes odiarme tanto? Sabes perfectamente que necesito la medicina del doctor Dagel para sobrevivir, pero has prohibido que él venga a atenderme. ¿Es qué quieres acaso acabar con mi misery vida?Manuela se unió al llanto, sollozando:—Así es, cuñada, no se puede ser tan ingrata. Cuando tu familia fue lamentablemente exterminada, mamá temía que sufrieras demasiado te acompaño día y noche, incluso durmiendo a tu lado para ayudarte a superar esos momentos difíciles. ¿Por qué ahora eres tan cruel? Doña Ro
Doña Rosario no pudo responder. ¿Cuándo había retribuido algo? Ni siquiera una aguja o un hilo. Solo pudo seguir llorando a gritos:—Si hubo compensación o no, Isabella lo sabe en su corazón. Llamen a Isabella y pregúntenle.—No hace falta que siga clamando, señora —dijo Eduardo con tono calmado. —Si realmente hubo compensaciones, basta con que indique los objetos y las cantidades. El día del divorcio hubo funcionarios presentes, y con una simple revisión, todo saldrá a la luz.Eduardo continuó, siempre sereno:—Sumercé dice haber tratado a mi señora como a una hija propia y que estuvo a su lado durante la tragedia de la familia Diaz de Vivar. Esa afirmación no es del todo falsa, pero tampoco es del todo cierta. En ese momento, usted estaba enferma, y fue mi señora quien la cuidó día y noche. Desde que Isabella se casó con el general Theobald, apenas durmió en su propio pabellón. En cambio, se dedicó a cuidarla a usted. Se pueden contar con los dedos los días que vivió en su propio pat
La criada Filomena alzó la voz, interrumpiendo de golpe los lamentos de doña Rosario:—¿Qué significa eso de aunque fue el rey quien concedió el matrimonio? ¿Acaso no fue Theobald quien solicitó ese matrimonio como recompensa por sus méritos militares? Y no estamos hablando de una concubina, sino de una esposa igualitaria. ¿Hace falta que recuerde lo insensibles que fueron él y Desislava cuando le comunicaron la noticia a nuestra señora Isabella? Una desvergonzada humillación. Doña Filomena continuó con dureza:—Theobald dijo que una vez que Desislava entrara en la casa, no volvería a poner un pie en la habitación de Isabella. Ella solo debía seguir manejando las finanzas de la familia y usar su dote para cubrir los gastos de la casa de los Vogel. Además, los hijos que él tuviera con Desislava debían ser criados por Isabella, para que al menos tuviera algo en qué ocuparse. Que oportunista de su parte ¿No?—Desislava pidió muchos reales de plata. Como la familia del general no podía cu
Eduardo, entre palabras y gestos, no escatimó en halagos para los espectadores. A fin de cuentas, ¿a quién no le gusta escuchar cosas agradables? Con sus palabras, logró despertar en la multitud un sentido de lealtad, y pronto todos comenzaron a lanzar duras críticas contra los Vogel.La vieja Rosario, al ver que no podía manipular moralmente a Isabella y que Isabella ni siquiera había salido a enfrentarla, entendió que no lograría su propósito ese día y no tuvo más remedio que irse sin lograr su cometido.Al principio, Rosario tenía la intención de hacer que Isabella volviera, pero Theobald se negó rotundamente. Dado que los rumores sobre Desislava Maiquez eran cada vez más difíciles de contener, estratégicamente decidió provocar un escándalo para desviar los rumores hacia Isabella y así liberar de una buena vez a los Vogel de tantas habladurías.Pensaba que, aunque fuera necesario armar un alboroto, al menos lograría que Isabella fuera blanco de críticas, y si la familia de la Defens
El Rey Benito de la Torre Montemayor cerró la puerta y se negó a recibir visitas durante varios días. Seguramente mucha gente vino a verlo, pero no quiso recibir a nadie.Cuando salió del palacio, guardando su cara risueña y bromista ante su hermano mayor, entendió el verdadero significado detrás del edicto. Debía lograr que Isabelita se casara en tres meses; de lo contrario, ella entraría al palacio como concubina.Su hermano lo estaba forzando a elegir.Todas las palabras intercambiadas en la biblioteca real, llenas de risas y comentarios sarcásticos, escondían intenciones claras.Para su hermano, no era importante si Isabelita entraba o no al palacio. Podía permitirlo o impedirlo con una sola orden.Hace años que su hermano ya sabía lo que Benito sentía por Isabelita. Antes de partir hacia el campo de batalla en los Llanos Fronterizos del Sur, había hablado con la señora Díaz de Vivar, pidiéndole que pospusiera la boda de Isabelita, prometiendo que su victoria en el sur sería la dot
El Rey Benito seguía pensando que los tiempos de su infancia eran mejores. En ese entonces, su hermano mayor hablaba con él sin reservas; cualquier consejo lo daba directamente, sin rodeos.Rafael, su mayordomo, recordó algo y lo mencionó:—Su Majestad ha decretado que la consorte madre se alojará en la mansión dentro de unos días. Ya hemos limpiado el jardin y preparado los muebles que ella pidió personalmente. Todo ha costado treinta mil reales de plata.Benito se malhumoro.—¿Treinta mil reales de plata? ¿Qué clase de muebles cuestan tanto?Se levantó y fue personalmente a inspeccionar el jardín. Allí habían plantado peonías y orquideas, y tambien habían ido mas halla y construido un invernadero para las flores, aunque en pleno verano no sería útil hasta el invierno.—¿Han talado ustedes los arboles cerezos antiguos? —preguntó enfureciuendose.Rafael, con cuidado, le siguió los pasos.—Sí, pero no talado, los han trasplantado afuera. Ella dijo que no le gustan los cerezos, ya que pa
Dos días después, Modesto y el subcomandante Delgado regresaron. Acababa de caer una fuerte tormenta, así que Modesto se cambió de ropa rápidamente y fue directo al estudio para ver al príncipe.Modesto fue directo al grano:—El Rey quiere recuperar el mando del ejército. De todas formas, ya ha decidido entregarlo, aquí esta. Pero bajo ninguna circunstancia debe permitir que su matrimonio forme parte de la negociación. Su Majestad sabe que usted pidió la mano de Isabelita en el pasado, y ahora quiere compensarlo con ella para tranquilizar su conciencia. Sin embargo, en mi opinión, eso es innecesario. Después de entregar el talismán, pídale que retire el edicto. Si más adelante usted decide casarse con Isabelita o no, eso es asunto de ustedes dos. Pero si el emperador sigue entrometiéndose, la situación perderá su pureza, y tanto usted como Isabelita terminarán en una posición forzada.El matrimonio debía ser algo puro y genuino. Si era por conveniencia política, se traicionarían los se
Modesto le pidió a Cicero que entregara personalmente la invitación. Delgado, confundido, le preguntó en voz baja:—Modesto, el príncipe perfectamente podría pedir la mano de Isabelita sin entregar el mando del ejército, ¿no?Modesto le dio un leve golpe en la cabeza.—¿Es vuestro intelecto el de un asno? Si no entrega el mando, el Rey liberará a la Reina Madre de inmediato para que impida este matrimonio.A Hugo le pareció que la palabra liberar estaba muy bien elegida, aunque seguía sin entender del todo.—Pero, aun así, la Reina Madre también se opondrá ahora, ¿no? Después de todo, todos sabemos cómo es ella.—Sí, pero si no es por orden del emperador, entonces será solo la Reina Madre quien se oponga. Eso ya es otra cosa. —Modesto no se animó en explicarle más. —Anda, ve a entregar la invitación. Y no digas ni una palabra más.Mientras veía a Delgado montar su caballo y salir, Modesto dejó escapar un ligero suspiro. Aunque el príncipe seguía respetando la tradición de la piedad fi