El Rey Benito de la Torre Montemayor cerró la puerta y se negó a recibir visitas durante varios días. Seguramente mucha gente vino a verlo, pero no quiso recibir a nadie.Cuando salió del palacio, guardando su cara risueña y bromista ante su hermano mayor, entendió el verdadero significado detrás del edicto. Debía lograr que Isabelita se casara en tres meses; de lo contrario, ella entraría al palacio como concubina.Su hermano lo estaba forzando a elegir.Todas las palabras intercambiadas en la biblioteca real, llenas de risas y comentarios sarcásticos, escondían intenciones claras.Para su hermano, no era importante si Isabelita entraba o no al palacio. Podía permitirlo o impedirlo con una sola orden.Hace años que su hermano ya sabía lo que Benito sentía por Isabelita. Antes de partir hacia el campo de batalla en los Llanos Fronterizos del Sur, había hablado con la señora Díaz de Vivar, pidiéndole que pospusiera la boda de Isabelita, prometiendo que su victoria en el sur sería la dot
El Rey Benito seguía pensando que los tiempos de su infancia eran mejores. En ese entonces, su hermano mayor hablaba con él sin reservas; cualquier consejo lo daba directamente, sin rodeos.Rafael, su mayordomo, recordó algo y lo mencionó:—Su Majestad ha decretado que la consorte madre se alojará en la mansión dentro de unos días. Ya hemos limpiado el jardin y preparado los muebles que ella pidió personalmente. Todo ha costado treinta mil reales de plata.Benito se malhumoro.—¿Treinta mil reales de plata? ¿Qué clase de muebles cuestan tanto?Se levantó y fue personalmente a inspeccionar el jardín. Allí habían plantado peonías y orquideas, y tambien habían ido mas halla y construido un invernadero para las flores, aunque en pleno verano no sería útil hasta el invierno.—¿Han talado ustedes los arboles cerezos antiguos? —preguntó enfureciuendose.Rafael, con cuidado, le siguió los pasos.—Sí, pero no talado, los han trasplantado afuera. Ella dijo que no le gustan los cerezos, ya que pa
Dos días después, Modesto y el subcomandante Delgado regresaron. Acababa de caer una fuerte tormenta, así que Modesto se cambió de ropa rápidamente y fue directo al estudio para ver al príncipe.Modesto fue directo al grano:—El Rey quiere recuperar el mando del ejército. De todas formas, ya ha decidido entregarlo, aquí esta. Pero bajo ninguna circunstancia debe permitir que su matrimonio forme parte de la negociación. Su Majestad sabe que usted pidió la mano de Isabelita en el pasado, y ahora quiere compensarlo con ella para tranquilizar su conciencia. Sin embargo, en mi opinión, eso es innecesario. Después de entregar el talismán, pídale que retire el edicto. Si más adelante usted decide casarse con Isabelita o no, eso es asunto de ustedes dos. Pero si el emperador sigue entrometiéndose, la situación perderá su pureza, y tanto usted como Isabelita terminarán en una posición forzada.El matrimonio debía ser algo puro y genuino. Si era por conveniencia política, se traicionarían los se
Modesto le pidió a Cicero que entregara personalmente la invitación. Delgado, confundido, le preguntó en voz baja:—Modesto, el príncipe perfectamente podría pedir la mano de Isabelita sin entregar el mando del ejército, ¿no?Modesto le dio un leve golpe en la cabeza.—¿Es vuestro intelecto el de un asno? Si no entrega el mando, el Rey liberará a la Reina Madre de inmediato para que impida este matrimonio.A Hugo le pareció que la palabra liberar estaba muy bien elegida, aunque seguía sin entender del todo.—Pero, aun así, la Reina Madre también se opondrá ahora, ¿no? Después de todo, todos sabemos cómo es ella.—Sí, pero si no es por orden del emperador, entonces será solo la Reina Madre quien se oponga. Eso ya es otra cosa. —Modesto no se animó en explicarle más. —Anda, ve a entregar la invitación. Y no digas ni una palabra más.Mientras veía a Delgado montar su caballo y salir, Modesto dejó escapar un ligero suspiro. Aunque el príncipe seguía respetando la tradición de la piedad fi
Después del baño de hierbas, Isabelita sintió su cuerpo completamente caliente, relajado y desfatigado. Antes de acostarse, Juana le trajo un recipiente con agua medicinal para remojar los pies junto con un par de piedras volcánicas, diciendo que debía hacerlo todas las noches.Isabelita, obediente, sumergió los pies en el agua caliente por un rato y se froto suavemente con las piedras volcánicas haciendo sutiles masajes, dejándose llevar por un efecto destensionante de ]relajación, luego bebió una taza de té relajante, preparado según la receta del doctor Dagel, para ayudarla a dormir.Desde su regreso del campo de batalla, solo los primeros dos días había dormido como si estuviera muerta. Pero, al disiparse el agotamiento, ya no lograba conciliar el sueño. Incluso cuando lograba dormir, las pesadillas la atormentaban sin tregua.Imágenes de su padre, hermanos y familiares, seres queridos antes tan vivos, aparecían convertidas en charcos de sangre, en múltiples escenarios de completo
Si se hubiera tratado de otra pareja, El mayordomo Eduardo nunca habría permitido que un hombre y una mujer solteros se quedaran solos en una habitación. Habría insistido en que varias sirvientas los acompañaran.Mas sin embargo, uno se dirigía al otro como “general” y “comandante”, lo que significaba que seguramente iban a discutir asuntos militares. ¿Cómo podrían los sirvientes enterarse de esos temas? Así que, tras servir otra tetera, el mayordomo Eduardo despejó la sala, cerró la puerta y ordenó que nadie se acercara a la entrada.Benito sostuvo la taza entre sus manos, sus largos dedos presionando los grabados de la porcelana, con una expresión nerviosa en el rostro.Esperó un momento, pero como no decía nada, Isabella levantó la mirada con una ligera duda en sus ojos.—General, ¿Lo que usted desea discutir es algo relacionado con la campaña en los llanos del sur...?—No —la interrumpió Benito, terminando su agua caliente de un trago y dejando la taza sobre la mesa—. Hoy no he ven
Sin embargo, aunque estaba conmovida, Isabella rechazó la propuesta:—El decreto de Su Alteza establece que debo encontrar esposo en tres meses. Creo que su intención es designar un heredero para el título. Así que, aunque el mariscal y yo fingiéramos un matrimonio, dudo que el Su Alteza el Rey lo permita. Benito de la Torre Montemayor no esperaba esa respuesta. Parecía que ella aún no entendía bien al emperador. Después de reflexionar un momento, hizo un gesto tranquilizador con la mano.—Eso no debería qué preocuparte. Yo hablaré con mi hermano. Si quiere elegir personalmente al heredero de tu título, es porque teme que puedas casarte con alguien como Theobald, un hombre egoísta e insensible.Sin menospreciar a su ex no era muy noble, pero probablemente parecía bastante convincente.Cuando Isabella escuchó el nombre de Theobald, no sintió nada en su corazón, pero las palabras de Benito tenían sentido.El título de la Casa de los Duques estaba vinculado a quien en otrora fueron los g
Después de que Benito se marchara, el mayordomo Eduardo entró junto con las doñas Filomena y Matilde.Isabella no ocultó nada y les dijo que Benito había venido a pedir su mano en matrimonio, y que ella había aceptado.Eduardo y las dos matronas se quedaron por un momento sin saber que responder. No dijeron nada, pero sus expresiones lo decían todo.—Esta es quizás la mejor salida a dicho embrollo —dijo Isabella, sonriendo con ligereza—. El mariscal y yo no sentimos amor el uno por el otro, pero sí compartimos lazos como compañeros de armas. Casarme con él es mucho mejor que aceptar un esposo que venga a vivir aquí como consorte.Las dos matronas tuvieron algo que decir, pero las palabras se quedaron volando en sus labios. Finalmente, esbozaron una sonrisa cuidadosa.—Señorita, debe prepararse usted mentalmente. En la familia real no hay príncipe que no tome concubinas o esposas secundarias.Aquel día, Benito ya había venido a pedir su mano, pero doña Díaz de Vivar había evitado dar un