Modesto le pidió a Cicero que entregara personalmente la invitación. Delgado, confundido, le preguntó en voz baja:—Modesto, el príncipe perfectamente podría pedir la mano de Isabelita sin entregar el mando del ejército, ¿no?Modesto le dio un leve golpe en la cabeza.—¿Es vuestro intelecto el de un asno? Si no entrega el mando, el Rey liberará a la Reina Madre de inmediato para que impida este matrimonio.A Hugo le pareció que la palabra liberar estaba muy bien elegida, aunque seguía sin entender del todo.—Pero, aun así, la Reina Madre también se opondrá ahora, ¿no? Después de todo, todos sabemos cómo es ella.—Sí, pero si no es por orden del emperador, entonces será solo la Reina Madre quien se oponga. Eso ya es otra cosa. —Modesto no se animó en explicarle más. —Anda, ve a entregar la invitación. Y no digas ni una palabra más.Mientras veía a Delgado montar su caballo y salir, Modesto dejó escapar un ligero suspiro. Aunque el príncipe seguía respetando la tradición de la piedad fi
Después del baño de hierbas, Isabelita sintió su cuerpo completamente caliente, relajado y desfatigado. Antes de acostarse, Juana le trajo un recipiente con agua medicinal para remojar los pies junto con un par de piedras volcánicas, diciendo que debía hacerlo todas las noches.Isabelita, obediente, sumergió los pies en el agua caliente por un rato y se froto suavemente con las piedras volcánicas haciendo sutiles masajes, dejándose llevar por un efecto destensionante de ]relajación, luego bebió una taza de té relajante, preparado según la receta del doctor Dagel, para ayudarla a dormir.Desde su regreso del campo de batalla, solo los primeros dos días había dormido como si estuviera muerta. Pero, al disiparse el agotamiento, ya no lograba conciliar el sueño. Incluso cuando lograba dormir, las pesadillas la atormentaban sin tregua.Imágenes de su padre, hermanos y familiares, seres queridos antes tan vivos, aparecían convertidas en charcos de sangre, en múltiples escenarios de completo
Si se hubiera tratado de otra pareja, El mayordomo Eduardo nunca habría permitido que un hombre y una mujer solteros se quedaran solos en una habitación. Habría insistido en que varias sirvientas los acompañaran.Mas sin embargo, uno se dirigía al otro como “general” y “comandante”, lo que significaba que seguramente iban a discutir asuntos militares. ¿Cómo podrían los sirvientes enterarse de esos temas? Así que, tras servir otra tetera, el mayordomo Eduardo despejó la sala, cerró la puerta y ordenó que nadie se acercara a la entrada.Benito sostuvo la taza entre sus manos, sus largos dedos presionando los grabados de la porcelana, con una expresión nerviosa en el rostro.Esperó un momento, pero como no decía nada, Isabella levantó la mirada con una ligera duda en sus ojos.—General, ¿Lo que usted desea discutir es algo relacionado con la campaña en los llanos del sur...?—No —la interrumpió Benito, terminando su agua caliente de un trago y dejando la taza sobre la mesa—. Hoy no he ven
Sin embargo, aunque estaba conmovida, Isabella rechazó la propuesta:—El decreto de Su Alteza establece que debo encontrar esposo en tres meses. Creo que su intención es designar un heredero para el título. Así que, aunque el mariscal y yo fingiéramos un matrimonio, dudo que el Su Alteza el Rey lo permita. Benito de la Torre Montemayor no esperaba esa respuesta. Parecía que ella aún no entendía bien al emperador. Después de reflexionar un momento, hizo un gesto tranquilizador con la mano.—Eso no debería qué preocuparte. Yo hablaré con mi hermano. Si quiere elegir personalmente al heredero de tu título, es porque teme que puedas casarte con alguien como Theobald, un hombre egoísta e insensible.Sin menospreciar a su ex no era muy noble, pero probablemente parecía bastante convincente.Cuando Isabella escuchó el nombre de Theobald, no sintió nada en su corazón, pero las palabras de Benito tenían sentido.El título de la Casa de los Duques estaba vinculado a quien en otrora fueron los g
Después de que Benito se marchara, el mayordomo Eduardo entró junto con las doñas Filomena y Matilde.Isabella no ocultó nada y les dijo que Benito había venido a pedir su mano en matrimonio, y que ella había aceptado.Eduardo y las dos matronas se quedaron por un momento sin saber que responder. No dijeron nada, pero sus expresiones lo decían todo.—Esta es quizás la mejor salida a dicho embrollo —dijo Isabella, sonriendo con ligereza—. El mariscal y yo no sentimos amor el uno por el otro, pero sí compartimos lazos como compañeros de armas. Casarme con él es mucho mejor que aceptar un esposo que venga a vivir aquí como consorte.Las dos matronas tuvieron algo que decir, pero las palabras se quedaron volando en sus labios. Finalmente, esbozaron una sonrisa cuidadosa.—Señorita, debe prepararse usted mentalmente. En la familia real no hay príncipe que no tome concubinas o esposas secundarias.Aquel día, Benito ya había venido a pedir su mano, pero doña Díaz de Vivar había evitado dar un
Su Alteza el Rey miró el Talismán que Tomasito Mendoza le entregaba, su expresión seguía siendo inescrutable.Después de un momento, sacó la mitad restante del talismán que una vez en otrora lucia galantemente el fallecido y estimado general de Díaz de Vivar y lo unió con la parte que Benito de la Torre Montemayor.El talismán del Ejército Norte, sin embargo, estaba intacto. En su día, el difunto rey había entregado personalmente ese talismán a Benito, para que liderara las tropas del Norte y protegiera el reino. No era necesario que lo devolviera.El Rey pasó los dedos por la superficie del talismán, notando la textura de los grabados bajo sus yemas. Era la primera vez que tocaba ese objeto, y la sensación le causo impresión. —¿Isabella entonces aceptó? —preguntó, con un tono que provocaba cierta incredulidad.—Sí, hermano mayor, aceptó —respondió Benito, con una expresión radiante, como si todavía fuera ese joven inocente de antes—. Antes de partir hacia la campaña, le pedí su mano,
Desde el palacio, se escuchó una voz de rabia:—¡Ella quiere ser la Princesa del Norte! ¡Que pase entonces sobre mi cadáver! ¡Dile que no se haga ilusiones y que se vaya marchando donde por mal camino llego!Benito observaba tranquilamente a la colérica Reina Madre Leonor de Castilla. Desde pequeño, había crecido entre gritos como esos, ya estaba acostumbrado. Pero Isabellla probablemente no lo estaría.Con el rostro ensombrecido, la Reina Madre levantó una mano, con las uñas largas casi tocando la nariz de Benito:—En unos días, me mudaré a tu residencia. Si esa mujer se atreve a poner un pie en tu palacio, yo misma me las arreglare con ella. .Benito asintió ligeramente:—Arreglarse con ella sonaba bastante bien. Tu hijo ya la vio arreglárselas con varios.Leonor levantó la mano, furiosa:—No importa si esa miserable desvergonzada es la hija legítima de la familia Díaz de Vivar o una poderosa y respetable guerrera. A mis ojos, sigue siendo una repudiada del General Vogel. ¡Tú eres un
Ella yacía en el diván imperial, llena de odio hacia Isabelita. Su criada la señora Guadalupe la consolaba a su lado:—No se aflija, Reina Madre. El príncipe siempre ha sido alguien con sus propias ideas. Ahora solo está momentáneamente deslumbrado por el encanto de Isabelita. Se dice que su cara es la más hermosa de la capital. Cuando doña Díaz de Vivar quiso casarla, no fueron pocos los nobles que acudieron a pedir su mano. Nadie entiende cómo terminó casada con Theobald. Fue realmente un infortunio. La criada Guadalupe le secó las lágrimas con su pañuelo y continuó:—Al final del día, no es más que una mujer de segunda mano. No vale la pena que se enoje tanto. Si el príncipe insiste en casarse con ella, que lo haga. Una belleza es agradable de ver desde lejos, pero con el tiempo, la convivencia diaria cansa. Incluso la mujer más hermosa, si empieza con sus celos y caprichos, acaba siendo despreciada por cualquier hombre. En el palacio no será la única; tarde o temprano, otras concu