Al finalizar la música, todos sintieron una oleada de emoción. La sangre de los presentes hervía, y sus corazones latían con fuerza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Los generales habían recorrido cientos de batallas, muchos habían muerto en las fronteras, y ahora sus restos eran traídos de vuelta a casa.El último golpe de tambor resonó fuerte, y el silencio solemne volvió a reinar. Benito, con el altar de Esteban en sus manos, levantó el altar en alto justo antes de entrar en la ciudad, como si permitiera que el espíritu del caído Esteban entrara primero.Al levantar el altar, Benito dio un paso adelante y cruzó la puerta de la ciudad, seguido por los demás, quienes también llevaban los altares de los otros miembros de la familia Díaz de Vivar. Todos guardaron silencio, con expresiones solemnes.Al entrar en la ciudad, se arrodillaron ante el Rey Benito, quien con voz firme y resonante, proclamó:—¡Su Majestad, Benito y el fallecido Esteban, junto con los generales y soldad
Juana estaba en sumo super contenta de su regreso y como loca solo gritaba:—¡Isabelita! ¡Isabelita!Isabella la miró sin poder evitarlo. Juanita parecía haber perdido cualquier atisbo de compostura.El Rey Benito estaba sentado junto a Isabella, observó a Juana por un momento y pensó:—Ella se llama Juana, ¿cierto?—¿El Rey acaso aún la recuerda? —preguntó Isabella, sorprendida.—Sí, que la recuerdo —respondió Benito con una sonrisa ligera.—Recuerdo que una vez, cuando fui al Templo del Conocimiento, esta muchacha estaba en un árbol bajando cerezos. Al ver a tu hermano mayor y a mí, se asustó tanto que se cayó del árbol.Isabella lo miró aún más sorprendida.—¿Ha estado usted en el Templo del Conocimiento?—Sí, pero eso fue antes de ir a los Llanos Fronterizos del Sur, yo iba cada año —dijo Benito suavemente, mientras la luz del sol de junio iluminaba sus ojos, aunque pronto se tornaron sombríos—. Después de eso, ya no volví.—Pues yo nunca lo supe, ni siquiera lo vi en ninguna ocasi
Desislava regresaba a la capital pero con el ánimo con el piso.Theobald mantenía en cambio la distancia con ella; aunque estuviera herido, no necesitaba que ella lo sostuviera y evitaba cualquier tipo de contacto físico con ella.Incluso las personas que habían sido capturadas junto a ella le dirigían miradas llenas de odio.Ellos sabían muy bien por qué habían sido sus bolas y miembro cortados. Había sido Desislava quien, ordenó torturar a aquel general y castrarlo para humillarlo.Por eso, ahora que los del reino del oeste les habían hecho lo mismo, no podían quejarse ni protestar, pero su odio hacia Desislava era visceral.Durante todo el viaje, no solo no querían dirigirle la palabra, sino que la evitaban mirarla por completo.Desislava recordaba cómo, al partir, estaba llena de confianza, creyendo que lograría grandes méritos. Pero ahora, además de regresar con el rostro desfigurado, había terminado siendo despreciada por todos.Podía soportar muchas cosas, pero lo que realmente
Desislava se quedó pasmada por un momento y luego exclamó con enojo:—¿Quién se atrevió a decir semejante agravio? ¿Quién dice que yo fui deshonrada?—Solo responde si es cierto o no —Doña Rosario, furiosa le dijo. —Todos en la ciudad ya lo comentan, ¿y todavía preguntas quién lo dijo? Pues todo el mundo lo está diciendo.Desislava no podía creer que lo ocurrido en los Llanos Fronterizos del Sur hubiera llegado hasta la capital. Sintió cómo su cabeza estallaba y gritó con indignación:—¡No es cierto! Fui capturada, sí, pero solo sufrí castigos físicos. ¡Mi honra sigue intacta!Don Baldomero añadió:—Entonces busca a alguien que lo confirme. ¿No hubo otros prisioneros contigo? Ellos pueden dar fe de ello.Al recordar a su primo y a los soldados, el rencor llenó el corazón de Desislava. Theobald ya había intentado preguntarles, —pero todos habían dicho lo mismo:—No sabemos nada al respecto.Estuvieron encerrados en el mismo fuerte, ¿cómo era posible que no supieran? Pero esas palabras
Doña Rosario, al escuchar esas palabras, reflexionó por un momento y comenzó a sentir tentación. Ahora que Isabella Díaz de Vivar era la hija del Duque Defensor del Reino, si Theobald lograba casarse con ella nuevamente, él obtendría el título inmediatamente. Ya lo había pensado antes, pero en su momento creía que tanto Desislava como Theobald forjarían juntos un gran futuro, y no quería que su hijo estuviera bajo las críticas de la sociedad.¿Pero acaso las críticas no eran ya insoportables? Ahora, con una mujer cuya honra había sido puesta en duda, no solo estaba en juego la reputación de la familia, sino también los futuros matrimonios de Nicolas y Manuela, que ya tenían edad para casarse. Si Theobald heredaba el título del Duque, al menos, gracias al prestigio del nombre, podrían encontrar mejores familias para ellos.Además, si Isabella regresaba, toda la fortuna que le pertenecía también volvería con ella. En los últimos tiempos, la residencia de Vogel había caído en la ruina,
Doña Rosario seguía reflexionando: si Isabella aceptaba, todo iría bien, pero si se negaba, ¿dónde quedaría pues su dignidad? Después de pensarlo un rato, decidió:—Será mejor que primero enviemos a la señora Ángeles. Si Isabella se niega, entonces pues lo reconsideraremos acordemente.Temía perder la cara si iba ella misma. Aunque Isabella finalmente accediera a reconciliarse con Theobald, la vieja Rosario ya no podría mantener su autoridad como suegra. Con una nuera problemática como Desislava, la familia Vogel ya tenía suficiente. No podían permitirse tener otra mujer que no obedeciera.Mientras tanto, doña Rosario seguía sumida en sus pensamientos, y Isabella ya había llegado al palacio de la emperatriz para reunirse con la Emperatriz Viuda.Aunque la Emperatriz Viuda aún no llegaba a los cincuenta años, su aspecto aún se mantenía bastante impecable. Aparte de algunas arrugas alrededor de los ojos, no mostraba signos de envejecimiento. Su cabello oscuro apenas comenzaba a mezclarse
La voz de la Emperatriz Viuda se quebró ligeramente.Isabella recordaba con claridad que, cuando era niña, solía acompañar a su madre al palacio. En ese entonces, la Emperatriz Viuda todavía era la Reina. Las conversaciones entre su madre y la Reina siempre giraban en torno a un tema: que las mujeres también debían luchar por su propio lugar en el mundo, en lugar de pasar la vida al servicio de los hombres, sin sus propias ideas ni deseos y dejando de lado sus sueños para servir a los sueños del hombre.Cada vez que hablaban de esto, la Reina suspiraba, lamentando estar atrapada tras los altos muros del palacio. Aunque vivía rodeada de lujos, su vida era como una pajarita que cantaba en una jaula, carecía de libertad. Su madre coincidía con ella: no todas las mujeres debían casarse y tener hijos; algunas podían buscar su propio destino en el mundo de afuera.Gracias a esas conversaciones, Isabella pudo, a los siete años, dejar su hogar e ir al Templo del Conocimiento, en el Cerro de lo
El general enemigo Ordos era en verdad bastante digno de admiración. Sin embargo, si el segundo príncipe lograba tomar el trono, y descubrían las circunstancias reales de la muerte del príncipe heredero de la capital de occidente, no habría garantía de que no iniciaran otra guerra y enviaran tropas hacia Villa Desamparada. El nuevo príncipe era conocido por su afán belicista, y Ordos ya no tendría la capacidad de frenarlo.Después de discutir estos asuntos preocupantes, la conversación del emperador giró hacia Isabella Díaz de Vivar y su futuro. Su Majestad parecía complacido y elogió generosamente a Isabella.—Ya hablé con la Reina —dijo, mirando al Rey Benito, —y decidimos que Isabella entrará al palacio como una de mis concubinas.Benito, que todavía estaba absorto en sus pensamientos sobre la disputa por el trono en el reino del oeste, asintió distraídamente.—Bien… ¿qué?De repente, se levantó de golpe, la poca embriaguez que tenía desapareció de inmediato. Sus ojos se abrieron de