Lucía, una joven de buena familia que empobreció de repente, se ve obligada a convertirse en la amante de un empresario adinerado para saldar las deudas familiares, por lo que, durante tres años, vive una vida dorada, pero vacía. Su mundo se desmorona cuando regresa al país la mujer a quien ha estado reemplazando sin saberlo. En dicho instante, Lucía comprende que solo ha sido un peón en el juego de su amante, utilizada solamente por su cuerpo. Con el corazón roto, pero la frente en alto, Lucía decide empezar de cero en el extranjero. Los años trascurren y Lucía triunfa por mérito propio. Rodeada de admiradores y pretendientes, su vida se llena de lujo y de romance. Por eso, en su boda de ensueño, Lucía está a punto de unir su vida a la de otro hombre; pero de pronto, Diego, su exmarido aparece consumido por los celos. —¿Acaso no fue amor eterno lo que me juraste años atrás? —le reclamó, agarrándola con fuerza. Lucía lo miró desafiante, pero con una sonrisa irónica en los labios, mientras le respondía: —Las promesas de amor son como las rosas, tan hermosas como efímeras. ¿Qué piensas hacer ahora que he decidido tomar las riendas de mi propia vida?
Leer másDiego bajó la mirada, notando su reacción tras el contacto con Lucía. Su frustración iba en aumento. Últimamente, Lucía había estado probando sus límites constantemente. Había vendido los bolsos, la ropa y las joyas que él le había regalado, sin ningún tipo de remordimiento. Y ahora surgían de la nada un ex novio y un pretendiente.Soltó una risa amarga, sus ojos proyectaban odio. Cuando sus emociones se alteraban, sentía como si un fuego consumiera todos sus sentidos. No había traído sus supresores ni medicamentos. Se sentó en el sofá, luchando por mantener el control.Llamó a Ángel:—Ven inmediatamente al edificio Nueva Aurora, torre B, piso 7. Trae contigo la medicina.Ángel, notando su voz alterada, preguntó:—¿No me digas que estás teniendo otro episodio fuera de casa?—No pierdas el tiempo. Date mejor prisa —respondió Diego secamente.Sin satisfacción, se sentía ansioso y molesto. Sus síntomas habían mejorado, pero Lucía parecía desencadenarlos nuevamente.Mientras tanto, Lucía a
Lucía se quedó inmóvil por un momento, sin atreverse a mostrar su enojo ante Diego. Pero con cautela le explicó:—Mi madre está preocupada por papá, así que pensé en usar esta aplicación para hacer una videollamada y tranquilizarla.Al escucharla, Diego le quitó el celular. Con destreza, deslizó los dedos por la pantalla, hizo algunos ajustes y escaneó brevemente el rostro de Lucía antes de devolverle el aparato.—Busca una foto de tu padre y reemplázala —indicó, reclinándose en su asiento. La mitad de su cuerpo quedó en la sombra que proyectaba el atardecer. Su traje de tres piezas resaltaba en el estrecho espacio del auto.Lucía apartó la mirada y siguió las instrucciones. Logró hacer una llamada a su madre, usando una voz masculina grave que convenció a la señora.—¿Cómo es que sabe hacer esto, señor Montero? —preguntó Lucía, sorprendida.Marco, desde el asiento delantero, intervino:—Nuestro señor Montero ha participado en varios concursos de programación, tanto aquí como por fuera
Lucía volvió a su puesto y comenzó a trabajar en el proyecto. Descargó el software, pero se atascó en el último paso. Como era inexperta, no sabía bien cómo manejarlo y estaba por ir a buscar a un compañero del departamento técnico.Diego la llamó por la línea interna:—¿Ya lavaste la camisa de ayer?Ella tuvo que dejar lo que estaba haciendo.—Sí, y ya está lista. Espere un momento, ya se la llevo enseguida.Tomó la bolsa y fue a su oficina.Al abrir la bolsa, Diego frunció el ceño.—¿La lavaste en seco o a mano?—Investigué esta marca de camisas, se pueden lavar a mano. Incluso la planché con cuidado.Él respondió con tono neutral:—La arruinaste.Lucía se quedó perpleja. Se acercó a examinarla detenidamente, muy segura.—No, yo la revisé. Está exactamente igual que antes.—No creerás que este tipo de tela de lujo se puede restregar con fuerza como si estuvieses lavando papas. Dije que está arruinada, que no se puede usar, así que está arruinada. —Sentenció, dando el veredicto final.
Lucía apretó con fuerza su labio inferior mientras se lavaba las manos en el lavamanos. Luego se acercó para quitarle la camisa a Diego.Sin embargo, él actuó de manera inesperada y la sentó sobre la encimera de cristal. La tensión era palpable. Justo cuando parecía que iban a perder el control, el celular sobre la mesa comenzó a vibrar. Diego, interrumpido y cargando a Lucía, se fue a contestar.Al ver quién llamaba, esbozó una sonrisa burlona y dijo:—En tan poco tiempo ya intercambiaron números... ¿Buscando ahora un plan B?Lucía se apresuró a explicar:—Intercambiamos contactos por un trabajo anterior. Olvidé borrarlo después.Diego la ignoró y respondió la llamada, activando el altavoz. Se escuchó la voz de Gabriel:—Señorita Vega, ¿ya llegó a casa? Me preocupé al no tener noticias suyas.Diego acorraló a Lucía contra la mesa.—¿Por qué no dice nada? ¿Acaso mi declaración en el auto la incomodó? No me importa su novio en el extranjero. Incluso si estuviera frente a mí, podríamos c
—¿Entonces qué opinas de mí? Para ser sincero, me gustas mucho y me gustaría cortejarte. ¿Crees que podrías darme una oportunidad?—Lo siento, pero en realidad tengo novio —respondió Lucía. No quería meterse en problemas—. Él ahora está en el extranjero, por razones de trabajo. Pasamos poco tiempo juntos.—No te creo nada —repuso Gabriel, deteniendo el auto y mirándola—. Hace un momento dijiste que no considerabas otras cosas, y, ahora que quiero cortejarte, cambias de historia. ¿Tanto me detestas?Lucía temía que él se abalanzara sobre ella, así que trató de calmarlo.—Señor Mendoza, está usted bromeando. De verdad le digo que tengo novio.Al oír esto, Gabriel no se inmutó.—Mientras no estés casada, tengo la oportunidad de cortejarte. No me rechaces tan rápido, tal vez te guste poco a poco.Él tenía un ego muy grande y se consideraba muy atractivo, con muchas mujeres a sus pies, por lo que no temía no poder conquistar a una simple secretaria.A Lucía se le puso la piel de gallina. Le
A las ocho de la noche en punto, Marco estacionó el auto en el aparcamiento bajo el restaurante.Lucía, aferrándose a su bolso, miró al galante Diego a su lado:—Señor Montero, ya hemos llegado.Diego abrió los ojos justo cuando Lucía bajaba del auto para abrirle la puerta. La observó, con su mirada baja fija en sus propios pies, tranquila y delicada. Sin hacer nada en particular, lograba despertar algo en él.Caminaron juntos hacia el restaurante. Al entrar en el salón privado del último piso, sorprendieron a los dos ocupantes.El rostro perfectamente maquillado de Sofía mostró una grieta momentánea antes de recuperar su sonrisa:—Diego, ¡menuda sorpresa que hayas venido! Lucía, por favor, pasa y siéntate.Intercambió una mirada significativa con el joven a su lado.Diego, impecable en su traje con una llamativa corbata de estampado de leopardo y cabello perfectamente peinado, emanaba un aire de elegante playboy.—Señor Montero, señorita Vega, me llamo Gabriel Mendoza. Mi padre es Mig
—¿A qué has venido? —preguntó Diego mientras se sentaba en su oficina, notando que su cuerpo aún reaccionaba intensamente al más mínimo contacto con Lucía.Ángel, cruzado de brazos le respondió:—Vine a pedirte que inviertas en un lote de equipos. Los necesitamos para la próxima semana. Anda, y date prisa en decidir.—¿Así es como pides patrocinio? Solo te funciona conmigo. Cualquier otro ya te habría echado a patadas —comentó Diego, mirando a su amigo con una mezcla de irritación y diversión.Ángel se frotó la barbilla, pensativo:—Me utilizas como tu investigador personal gratuito, ¿y no puedo pedir algo a cambio? Si quieres, devuélveme la medicina de anoche entonces.Diego consideró la propuesta por un momento antes de responder:—Trato hecho entonces. Te daré el equipo, pero prepárame unas dosis más y envíamelas.Satisfecho con haber conseguido el patrocinio más rápido de la historia, Ángel asintió:—Sin problema alguno. ¿Podrías darme algún comentario sobre los efectos? Necesito h
—Ya te lo dije antes, Sofía. Estás muy equivocada —dijo Diego, sujetándole la mano.Su mirada se volvió fría, perdiendo su calidez habitual y Sofía temió que se estuviera hartando de ella. Después de tantos años sin novia, ¿no la había estado esperando? Perderlo ahora por culpa de Lucía sería bastante desastroso.—Lo siento mucho, Diego —repuso ella, acercándose suavemente—. Últimamente, he estado bajo mucha presión y quizás me haya dejado llevar por mis inseguridades. Tal vez, en verdad, me equivoqué al sacar conclusiones apresuradas. Pero, por favor, no te enojes conmigo. Sabes que siempre he soñado con casarme contigo; eres el hombre de mi vida.Diego la apartó con lentitud, manteniendo cierta distancia entre ellos.—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Sofía sorprendida y dolida por su rechazo—. Todo el mundo da por hecho que soy tu novia oficial. Siempre me has tratado con tanto cariño y atención... ¿Acaso no es porque realmente me quieres y ves un futuro juntos?Diego suspiró an
Pronto, su cuerpo se calentó y sintió de nuevo el deseo inundar su ser. Pero a mitad del acto, sonó el celular que yacía en la mesita de noche.Diego no contestó, pero el sonido persistente claramente lo molestó. Tomó el celular, vio quién llamaba y respondió frunciendo el ceño.—Diego, el otro día vino un especialista a revisarme el corazón y me recetó unos medicamentos. Son muy amargos, y no quiero tomármelos.La voz de Sofía llegó a los oídos de Lucía. Ella hundió su cara en la almohada, temblando incontrolablemente por el ajuste perfecto del miembro de Diego detrás de sus nalgas. Mordió la sábana para no hacer ningún ruido raro.Diego dijo con voz ronca:—Mm, la buena medicina es amarga. Debes tomarte esas pastillas.Al terminar, no pudo evitar moverse un poco.Sofía pareció escuchar algo.—¿Qué estás haciendo?—Estoy algo ocupado ahora, colgaré ahora, te llamo después.Después de decir esto, tranquilizó a Sofía con unas palabras, colgó el celular, agarró la cintura de Lucía y la o