“Hay un encanto sobre lo prohibido que hace que sea indescriptiblemente deseable.”
Mark Twain
—¡Anna! —grita desde la cocina, Michelle.
—Voy —responde, mientras deja sobre el mostrador el libro que está leyendo.
—Necesito que vayas al supermercado y traigas el mejor café tostado que encuentres.
—¿Y el dinero? —pregunta la joven con cierto temor de recibir el habitual regaño que Michelle le ofrece cuando pregunta tontecez
—Vé a la caja y saca de allí, ya cuando vuelvas, te doy y lo repones, pero ve volando que ya nos toca abrir en diez minutos.
Anna se quita el delantal beige de su uniforme verde oscuro. Sale por la puerta trasera, camina apresurada, entra al supermercado, toma el paquete de café en grano, todo va bien de no ser por la anciana que decidió pagar en monedas sus compras.
La joven comienza a impacientarse al ver que pasan los minutos y la señora aún no termina de pagar. Agita sus pie derecho mirando el reloj de pared. Cuando ya faltan cinco minutos, le toca su turno. La cajera dejó caer el fajo de monedas y comienza a recogerlas.
—Por Dios señorita, puede atenderme primero. Ya luego recoge esas monedas.
—Lo siento, tiene que esperar, debo cerrar caja para poder pasar su café —responde mirando apenas el paquete de un kilo que lleva en las manos.
—¿Cuánto es lo de la señora por favor, 4€.
—Tenga cóbrese de allí por favor, pero atiéndame.
La cajera toma el billete, lo revisa para comprobar que no sea falso, luego cobra los 4 euros, revisa y no tiene monedas, se agacha para tomar las que dejó caer.
—Señorita tiene que cobrar de allí, el café, sólo tiene que darme 1€ de vuelto.
La cajera la ve con recelo, toma las monedas y le da el dinero que sobró. Anna lo toma y sale apurada del supermercado, el semáforo está en rojo, va a pasar y cambia a verde, para no perder más tiempo camina hasta llegar frente a la tienda. Finalmente cambia el semáforo cruza corriendo. Afuera ya algunos clientes miran su reloj, esperando que abran.
Anna entra por la puerta trasera, la mirada de Michelle parece atravesarla como una daga. Le entrega el paquete, se seca el rostro con el delantal, se lo coloca y camina hasta la puerta principal donde los clientes hacen gestos de enojo contra ella.
Los clientes comienzan a entrar, casi atropellándola. Anna se regresa al mostrador.
—Un expreso por favor.
—Hey muchacha dos capuccinos para llevar.
—A mí, me das un látex para tomar aquí.
Anna quisiera gritar para que se callen y mandarlos a todos a comer cacahuetes, pero no puede darse ese lujo. Como puede, intenta atenderlos mientras desde una de las mesas Arthur Venzon espera ser atendido. “Sí todos fuesen como él” piensa.
Cada vez que levanta la cara, se cruza con aquellos ojos azules que parecen hipnotizarla. Cuando la matea comienza a bajar, ella termina de servir el último pedido, se arregla el delantal y se acerca a él.
—Buen día Sr. Venzon, dígame que va a querer.
—Buen día, un capuccino.
—¿Algo más?
—No, sólo eso.
Ella regresa, le prepara el capuccino con un toque de canela, bien cremoso y se lo lleva.
—Como le gusta. Con su permiso.
—Propio.
Anna se mira en el vidrio del mostrador, su cabello está todo desarreglado. Se pasa las manos tratando de esconder aquellos cabellos rebeldes que la hacen parecer un erizo.
El hombre alto, atractivo y serio se levanta para pagar su café. Le entrega un billete de 50€, ella revisa en la caja registradora. No consigue completar el vuelto.
—Espere un segundo, ya vuelvo.
Va hasta la cocina, le pide a Michelle que le de cambio para el billete de 50€. La mujer algo molesta, revisa en sus bolsillos y le da el dinero. Anna se arregla un poco antes de salir, cuando vuelve ya él hombre se ha ido. Suspira con ansiedad. Aquel día para ella se había vuelto un caso, para completar la mañana, busca sobre el mostrador el libro de Megan Maxwell que dejó olvidado.
—Dios donde lo dejé —comienza a buscarlo desesperadamente.
—Creo que esto es suyo, señorita.
Anna levanta la mirada, se cruza con los ojos azules de Arthur, por segunda vez queda hopnotizada.
—Sí, sí es mío. —toma el libro y lo coloca en su pecho.
—“Pídeme lo que quieras” excelente título, espero sea tan interesante como el nombre.
Anna se ruboriza con aquel comentario, que más desearía ella que él le pidiese lo que quisiese.
—Creo que es una buena propuesta literaria.
—No lo pongo en duda.
—Acá está su vuelto. —le entrega los billetes y las monedas.
—Gracias, el capuccino realmente estaba como me gusta. Eso merece una propina. —le da las ocho monedas de regreso.
—No es necesario Sr. Venzon.
—Acéptalo, no es de buena cortesía rechazar lo que nos es dado.
—¡Gracias! —toma las monedas. El hombre sale de la tienda. Anna suspira al verlo alejarse. —¡Dios que guapo es! —murmura entre los dientes.
A pesar de todo aquella propina servía para reponer lo que ella había pagado de la cuenta de la anciana y para ir de regreso a casa.
Toma el libro, lo acerca a su rostro, percibe el perfume varonil y sensual de Arthur. Cierra los ojos para disfrutar de ese aroma y se pierde en sus pensamientos.
—¡Anna! —le grita Michelle a sus espaldas. —¿Qué se supone que haces?
—Termina de recoger las mesas.
Anna deja el libro en su cartera, esta vez no puede extraviarlo, menos ahora que lleva su perfume. Recoge la taza donde bebió él su capuccino, debajo había una pedazo de papel con un dibujo de un pulpo llevando tazas de café en sus tentáculos.
Era él quien lo había dibujado. ¿Acaso se estaba burlando de ella? Tomó el papel y lo rompió en pedazos aún más pequeños. Lo metió en la taza, limpió la mesa y lo llevó hasta la cocina.
Su humor cambió de forma drástica. Se sentía ofendida, su caballero era un patán. Se sentó en su silla de descanso, sacó el libro, lo abrió para leer por donde había dejado marcado con la solapa del libro. Miró el párrafo, no era allí donde había dejado su lectura, se sintió avergonzada, él tal vez lo había hojeado y había visto de que se trataba. Tal vez estaría pensando que era una enferma mental o peor aún una depravada sexual.
Realmente ella leía aquel libro como inspiración de una pieza musical que estaba creando. Cada capítulo le sugería una combinación de notas musicales con las cuales ensamblaría una melodía. Era un experimento musical que se había propuesto hacer.
Guardó el libro, nuevamente estaban llegando los clientes. Esas eran horas topes 7:00, 9:00 y 11:00 de la mañana, 2:00, 4:00 y 6:00 de la tarde. Se ocupó en atender y hacer su trabajo, aunque de vez en cuando la asaltaba el rostro de Arthur Venzon y su mirada misteriosa.
Anna llevaba un mes trabajando en ese local y desde que vio a aquel hombre tan elegante entrar, sintió una extraña atracción por él. Arthur Venzon debía llevarle algunos veinte años de diferencia, mas había algo en él que la envolvía sin que ella pudiese evitarlo.
Esa tarde Michelle le pidió quedarse un poco más de la hora que le correspondía, la otra chica con la que compartía turno, se había retrasado por un problema familiar. Accedió aunque debía llegar a cumplir con sus ejercicios de piano y a trabajar en su obra musical.
Iban a ser las 6:00 de la tarde, se suponía que era sólo hasta las 4:00 que llegara Cloe.
—Michelle debo irme, se me hace tarde para tomar el bus.
—Termina de irte Anna. Por lo visto no puedo contar contigo.
—No digas eso. Sabes que me quedaría si pudiese pero es el último bus que va hasta donde vivo.
—No te preocupes. Ve.
Anna no podía irse, se sentiría culpable si lo hacía, decidió quedarse una hora más. Cuando salió, ya había oscurecido, en invierno, siempre oscurece antes. Caminó calle abajo. Vio un par de chicos acercarse en dirección a ella. Quiso cruzar pero uno de ellos pareció adivinarle las intenciones y se le interpuso en el camino.
—¿Por qué tanto apuro muñequita?
Anna alzó la mirada, estaba aterrada, quiso responderle:
—Con permiso, por favor.
—Hey la muñeca no quiere jugar ¿a ver que llevas allí? —tiró de su cartera.
—Por favor devuélveme mi cartera, no tengo nada que pueda servirles.
—Tú me puedes servir para mucho —dijo el otro chico rubio encimándose a ella —Anna tomó aire y lo empujó con fuerza, el chico trastabilló, ella corrió pero logró alcanzarla tirando del suéter que llevaba puesto para el frío.
El auto se detuvo, el hombre bajó, tomó a uno de ellos por por detrás, colocó su brazo en el cuello y lo presionó.
—¿Quieres meterte con una chica indefensa? —le preguntó mientras presionaba con mayor fuerza su cuello.
El otro chico salió corriendo, lanzó la cartera al piso. Arthur lo soltó y lo empujó con fuerza, asustado corrió detrás de su compañero.
—¿Estás bien? —le preguntó y se sorprendió al ver de quien se trataba.
—Sí, estoy bien. Gracias Sr. Venzon, si no hubiese aparecido —se quiebra y solloza asustada aún.
—No te preocupes, por suerte me retrasé un poco en la oficina. Pero ¿qué haces por aquí a estas horas?
—Tuve que hacerle el quite a mi compañera y ahora perdí el bus que me dejaba donde vivo.
—¡Puedo llevarte, si gustas!
—Pero usted iba para su casa, yo vivo del otro lado.
—Vamos muchacha, no te voy a llevar cargada. Sube, yo te llevo.
Arthur le abre la puerta, ella sube. Él da la vuelta y entra al lujoso Mercedes Benz AMG E-63.
—¿Dónde vives? Ah y cómo te llamas, llevo rato hablando contigo y no sé tu nombre.
—Anna, Anna Bauer. Vivo en la zona Sur. 1915.
Arthur coloca el GPS para que lo lleve hasta esa dirección.
—Bien, vamos hasta allá. ¿Vives con tus padres?
—No. Ellos murieron cuando tenía quince años en un accidente de tránsito.
—Lo siento. No debí preguntar.
—No se preocupe. Ya estoy acostumbrada a ello.
—¿Estudias?
—No, por ahora sólo me dedico a mi pasión por el piano.
—¿De verdad, eres pianista?
—Sí, fue el mejor regalo que me dejaron mis padres.
—Tengo un hijo adolescente, me gustaría que aprendiera a tocar el piano.
—Puedo darle clases particulares, si usted quiere.
—Hagamos algo. Yo le pregunto y te aviso.
—¡Genial! Es aquí —le señala ella el pequeño edificio tipo pensión.
—Ya en casa, sana y salva.
—Gracias por todo Sr. Venzon.
—No fue nada. Cuídate. ¡Qué descanses!
Anna entra a la pensión, él aguarda hasta que ella cierre la puerta.
—Pobre chica, lo que tiene que pasar para poder sobrevivir.
Arthur siente compasión por Anna. Mientras, ella suspira emocionada por haber sido rescatada por su héroe. Esa noche se acuesta pensando en él.
“sin embargo/te doy toda mi/autorización/de que en tu cama en/ tu sueño/o en la vida cotidiana/me hagas todo lo que/ tú quieras”Anaïs Abreu D’ArganceAnna escucha un auto detenerse frente a la pensión, su cuarto es uno de los primeros, Doña Cira, es una mujer algo estricta por lo que no le agradan las visitas a altas horas de la noche.La joven astutamente se asoma a la ventana, Arthur le hace señas desde la ventanilla del auto. Ella sala sigilosamente sin hacer ruido. Él está parado frente a la puerta:—Olvidaste esto en mi auto. —Le entrega el libro, ella sonríe y él sonríe también.Sin decir palabras, ella se prende a su cuello y lo besa, Arthur la toma entre sus brazos, ella siente su fuerza, el calor de su cuerpo, lo guía sin dejar de besarlo hasta su habitación, cierra la puerta, empujándola con uno de sus pies.Arthur la acaricia frenéticamente, toca sus delicados senos, ella se estremece, sus besos son ardientes y únicos, nunca sintió unos labios tan suaves pero a la vez apas
“Nada fija tan intensamente un recuerdo como el deseo de olvidarlo.”Michel de Montaigne)Anna se mantiene algo incómoda ante la insistente mirada de aquel chico. Finalmente y de la nada el joven se dirige a ella:—¿Anna Bauer? —sonríe emocionado.—Sí ¿y tú? —pregunta algo sorprendida.—¿No me recuerdas? Soy Otto Schneider.Anna sigue sin recordar a aquel chico que se ve tan feliz de encontrarla.—Estuvimos en el Conservatorio Hoch, ¿recuerdas el chico de lentes, gordito que tocaba la viola?—Ah sí, ya recuerdo. ¿Cómo estás?—Bien, bien. Realmente feliz de verte. Tanto tiempo que ha pasado, no pensé que volvería a verte.—También me alegra verte —responde un tanto recelosa, realmente no lo recordaba, mas él parecía saber mucho de ella.—¿Vives por aquí? —pregunta Otto con curiosidad. Quería saber de ella loa más que pudiera.—Sí, ¿y tú?—Me quedo en la próxima parada. De verdad no puedo creerlo. Anna Bauer, que linda estás. —El bus se detiene y el chico desciende. Agita su mano efusiv
“Nada más peligroso que una persona que te haga estrenar sentimientos”.Benjamín GrissDurante toda la noche Anna estuvo dando vueltas en la cama, no lograba conciliar el sueño, era como si todos sus pensamientos estuviesen en complot para no dejarla dormir. Necesitaba descansar. El día siguiente requería de concentración, foco y sobre todo mucha energía para cumplir con ambas tareas.De pronto, cayó en cuenta que no había preparado el material para comenzar con su trabajo como “profesora de piano” sonaba tan bien decirlo; respiró profundamente y se levantó, tomó la libreta para comenzar a planificar su primera clase.Ya eran más de la 1:00 de la madrugada, se acostó y finalmente se quedó dormida. Sonó la alarma, a diferencia del día anterior que despertó antes, tuvo que correr, ir al baño, ducharse y alistarse para salir. Poco tiempo tuve para arreglarse bien, por ahora solo tenía en mente, cumplir con su trabajo, a fin de cuentas, ya Arthur Venzon había dejado de ser el hombre de su
“Nunca sabes de qué suerte peor te ha salvado tu mala suerte.”Cormac McCarthyAnna sube al bus, solo espera no toparse con Otto, realmente no estaba de ánimos como para escuchar a nadie hablando sandeces cerca de ella. Se sentó al lado de una señora algo mayor, que parecía ajena a su entorno, como si nada a su alrededor existiese.Muchas veces, Anna deseo estar así, con su cuerpo en el presente y su mente ajena a la realidad. Pero eso era casi imposible, siempre la sobornaba alguna de sus preocupaciones y terminaba cediendo, volviendo a la realidad.Repasa mentalmente su día; la clase con Felipe había sido productiva. El adolescente tenía buen oído musical y eso siempre es un agregado en su profesión. ¿Mas por qué se sentía así, melancólica y a la vez irritada?Mira hacia la ventanilla, una pareja se besaba, rubia la chica y él un poco más oscuro. El gatillo mental se dispara en su cabeza. Aún le afectaba haber visto a Arthur con aquella mujer. Sentía celos, celos de una mujer que no
“El amor no se mira, se siente, y aún más cuando ella está junto a ti."Pablo NerudaArthur no podía evitar sentir la tristeza de Anna, dentro de sí, era algo inexplicable. Quizás veía en ella aquella hija que siempre deseo tener con Emma.—¿Quieres que te lleve a tu casa?—No, no se preocupe. Usted debe estar ocupado.—Sí, realmente un poco. Pero soy el dueño de la empresa, digamos que eso me permite tener ciertos privilegios, aunque rara vez los uso.—No se preocupe en verdad. Tengo que despejarme un poco, mejor me voy caminando hasta la parada de buses. Quizás también pueda conseguir otro empleo que me ayude con mis cuentas.—¿Tienes algún problema? ¿Sí necesitas, puedo ayudarte?—No faltaba más. No acostumbro a recibir dinero de ningún hombre.—No te ofendas, puede ser un préstamo. ¿Te parece?—Aún tengo lo que me pagó, solo que la Doña de la pensión aumentó y pues, me descuadra un poco. Pero ya encontraré alguna otra cosa que hacer.—No seas orgullosa. Es un préstamo, si consigue
“Te extraño de formas que las palabras no pueden expresar.”Gemma Troy—Nuevamente en casa, sana y salva.—Muchas gracias Sr. Venzon.—Cuanta formalidad. Me haces sentir como tu abuelo. —un guiño y una sonrisa bastan para que la tarde sea el preludio de una maravillosa noche.—Está bien Arthur, muchas gracias.—Siempre a tu orden Anna.Anna baja del auto. Él aguarda hasta que ella entra. Desde la puerta de la pensión se despide de él. Va hasta su habitación, se desviste, una ducha caliente, una taza de té y el libro que debe terminar de leer para poder crear su obra musical.Toma algunas notas en su cuaderno, se le escapa un bostezo, deja el libro a un lado, sobre la mesa de noche. Se acomoda en la cama y duerme hasta el amanecer. Despierta con el resplandor de luz que se cuela por la rendija de la ventana.Se incorpora, se estira y mira la hora de su reloj. Aún es temprano. Los sábados para Anna son de descanso por el trajín de la semana, pero ya llevaba dos días sin trabajar ¿Qué ha
"Deshazte de las culpas falsas. Solo eres responsable de tus decisiones, no de las ajenas”.Bernardo StamateasAnna había pasado un buen rato en compañía de Otto. A pesar de que en el momento que el auto se detuvo frente a la pensión, intentó besarla.—Creo que estás mal interpretando el hecho de haber aceptado tu invitación. Si quieres podemos ser amigos pero hasta allí.—Disculpa, no fue mi intención. Realmente espero que hayas disfrutado de este paseo.—Sí, disfruté mucho de tu compañía. Me pareces un chico genial pero no ando buscando una relación. Mis intereses son otros por ahora.—¡Qué descanses!—Gracias Otto, igual para ti. —bajó del auto y fue hasta su habitación.Anna se desvistió, entró al baño, mientras se duchaba pensaba en Arthur, aunque había intentado no pensar él durante su paseo con Otto, por alguna razón su mente asociaba cualquier detalle para que apareciera como por arte de magia.Salió envuelta en la toalla, se sentó en la cama, sacó su celular de la cartera, so
“Los nuevos comienzos a menudo se disfrazan de finales dolorosos.”Lao-TseA pesar de la difícil situación que Anna tuvo que vivir siendo acusada por la madre de Otto, Doña Cira intercedió por ella y la defendió de aquella injusta acusación.Después que se calmaron los ánimos, Anna regresa a su habitación. Alguien toca a su puerta, ella se levanta y abre:—Tenemos que hablar Anna.—Sí, pasé. Siéntese por favor —le ofrece la silla.—No es mucho lo que voy a tardar, así que no te preocupes, siéntate tú. —la mujer coloca sus manos en los bolsillos de su bata.— No me gusta que ataquen injustamente a alguien delante de mí, por eso te defendí de esa mujer, además hasta ahora has sido respetuosa y responsable tu pago y dentro de esta casa. Pero… no me gusta tener que escuchar en la calle, comentarios a mis espaldas. Por eso al cumplirse el mes de pago, tendrás que buscar a donde irte.—Pero, Doña Cira, yo —Anna no termina la frase cuando la mujer la interrumpe:—Es todo lo que venía a decirt