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Capítulo 2: Damon Grey

Katherine 

En el preciso momento en el que me desperté, sentí un fuerte dolor de cabeza que estaba matándome por completo. Lo primero que hice fue tomarme de la cabeza, haciendo una mueca de disgusto e incomodidad. Lo segundo que sentí fue un dolor en el brazo derecho, pero no era un dolor fuerte. Era, más bien, una molestia, una especie de cosquilleo extraño que me llamaba mucho la atención. Y, diablos, todos mis sentidos se sentían muy intensificados. 

Miré mi brazo, curiosa, y fue allí cuando recordé todo lo que había pasado en la noche después de que salí de la Universidad y me fui al bosque a tener un momento de paz, como solía hacer algunas veces cuando me sentía abrumada. Esa especie de monstruo que me perseguía y me atacó entre las sombras y me dejó esa herida en el brazo, la cual empezó a sangrar de inmediato, me dejó petrificada. Pero... ahora que observaba mi piel, yo no tenía ninguna marca de aquella mordida que ese monstruo me dio. ¿Cómo era eso posible? 

Me sentí muy confundida. Es que esto no podía ser posible.  

¿Cómo era posible que no tuviese ninguna marca en ninguno de mis brazos, si en la noche anterior yo sentí tanto dolor y derramé tanta sangre? ¿Acaso todo fue un sueño? 

—¿Cómo te sientes? —una voz grave y llamativa hizo que me agarrara del pecho por el susto.  

Mis ojos se encontraron con los de ese hombre, que estaba sentado en un sofá, en un rincón del cuarto, mirándome con atención como si yo fuera lo más interesante del mundo. Sentí miedo de él, pues no entendía nada, ni siquiera sabía qué era lo que hacía en este lugar, que era una habitación, muy bonita, pero desconocida para mis ojos.  

Entonces, también recordé que, ese hombre desconocido, también fue el hombre que me salvó la vida la noche anterior cuando me cargó en sus brazos y me trajo corriendo hacia su casa.  

—Lo siento, no quería asustarte —se disculpó, con voz tranquila.  

Yo lo observé sin saber qué decir. Por más que él me haya salvado la noche anterior, estaba muy confundida al respecto y no lo conocía. No podía confiar en ese hombre. Bueno, eso era lo que mi parte racional me decía, porque, tengo que admitir, que una parte de mí, en el fondo, sentía unas inmensas ganas de confiar en él. Era muy extraño.  

—¿Cómo te sientes? —Quiso saber.  

—Bien... me duele la cabeza —respondí, desconfiada.  

—Hay una pastilla al lado de la cama, sobre la mesa de luz. Tómala —indicó, y yo volteé a ver la pastilla sobre la mesa, pero no quise tomarla. No podía tomar nada de este desconocido.  

Lo miré un momento y solté la pregunta. No podía simplemente quedarme callada respecto a lo de anoche.  

—Anoche... ¿Qué pasó? 

El hombre se tensó un poco, pero estuvo dispuesto a decirme la verdad.  

—¿No recuerdas nada de lo que pasó?  

—No es que no lo recuerde, es que no creo estar segura de si estoy en lo cierto o estoy equivocada. Porque anoche me ha pasado algo muy... loco.  

—Lo que te ha pasado no ha sido un sueño.  

—¿Sabes lo que me ha pasado? —indagué.  

—Vi la mordida en tu brazo anoche. Estabas sangrando. Sé qué era lo que te perseguía —se levantó de su asiento y empezó a dar unos pasos hacia la cama—. ¿Tú sabes lo que te perseguía? 

—No, no lo sé —respondí, nerviosa.  

—Sí, sí lo sabes. Solo que no quieres aceptarlo.  

—No, no lo sé —insistí, pero algo se me venía a la mente. Le estaba mintiendo a ese hombre. Y él tenía razón cuando me decía que yo sabía qué era lo que me atacó.  

—Lo sabes. Sabes que fue un hombre lobo. 

Hombre lobo...  

—Los hombres lobo no existen —me negué. 

—¿Estás segura? Entonces, ¿cómo explicas que un lobo en forma casi humana te ha atacado anoche? ¿Cómo explicas el hecho de que la herida de tu brazo ya esté sanada? —se sentó en la cama, a unos centímetros de mí.  

Mi corazón latió con más fuerza, no solo por la situación, sino por lo atractivo que era ese hombre. Había algo que me llamaba desesperadamente a él, y no entendía cómo, no entendía por qué. Pero tuve la repentina sensación de que él y yo, a partir de ahora, íbamos a tener un significado en la vida del otro. Pero, esto era algo estúpido, ¿no? 

Miré mi brazo.  

—Eres una mujer lobo ahora —comunicó, y abrí los ojos grandemente.  

—¿Qué estás diciendo? 

—Por favor, no intentes negarlo, sabes lo que eres. Parece irreal, pero este mundo tiene muchas cosas locas que parecen irreales, pero que, en realidad, son reales. Eres una mujer lobo ahora. Estoy dispuesto a dejarte entrar en mi manada, ya que eres mi... Luna —saboreó la última palabra.  

¿Su Luna? ¿Qué diablos significaba eso? 

—¿Tu Luna? ¿Tu manada? Espera... tú... ¿eres...?  

No hizo falta que terminara de preguntar, pues los ojos de ese hombre, se volvieron rojos.  

Me pegué al respaldar de la cama y abracé mis piernas para protegerme. Estaba muerta del miedo.  

—No te haré daño —aseguró—. Jamás podría hacerte daño a ti. 

—¿Qué eres? —murmuré.  

—Lo sabes. Soy un hombre lobo. Soy un alfa. Tú eres una mujer lobo ahora —repitió—. Quiero que estés conmigo ahora, en mi manada. El lobo que te mordió, querrá buscarte para adentrarte en su manada, pero en serio, como eres mi Luna, quiero que te quedes aquí.  

—¿Tu Luna? 

—Permíteme presentarme: mi nombre es Damon Grey. ¿Tu nombre empieza con K? Empieza con K, ¿verdad? 

Fruncí las cejas.  

Pero por alguna razón, asentí.  

—Sí.  

Una sonrisa hermosa se plantó en el rostro de Damon.  

—Entonces, definitivamente, eres mi Luna. Tú eres la mujer que la Luna me ha asignado para que me acompañes durante mi vida. Prometo protegerte con mi vida —tomó mi mano y depositó un beso en ella.  

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