Capítulo 1

Alice no era tonta y sabía que su final estaba cerca. Fue llevada a una celda y miró con admiración el lugar. Nunca había pisado la prisión. Siempre leyó en los libros como era, pero esto era extremo. Sonrió ante la adrenalina que le producía ser rebelde hasta que el frío caló por sus huesos haciéndola temblar. Miró la cama de metal y puso su dedo índice sonriendo al frío.

—Ah... Moriré de hipotermia —se acostó, y sintió alivió en los golpes que tenía en su cuerpo—. El frío es mental, el frío es mental...

Se repitió muchas veces, pero no aguantó y se levantó.

—Definitivamente, el frío no es mental —estudió la celda y miró los manchones rojos que había en la pared—. Mi sangre real también quedará plasmada aquí. Pame, mi rebeldía duró un día y luego me morí. Una princesa digna para que le hagan historia.

Maksym veía todo lo que hacía su prisionera por las cámaras de vigilancia. Estaba a solo un paso de ella y estaba cabreado por no entender lo que decía.

—Puede estar confesando lo que nos quiere hacer y nosotros no sabemos su idioma —se quejó el mafioso—. Busquen un traductor, necesito descubrir sus planes.

—Jefe, la chica parece más bien sorprendida. Nadie sonríe porque va a morir —le dijo Jack, uno de sus guardaespaldas.

—En esta vida todo es posible. ¿Luke cuando regresa? —preguntó por su mano derecha que estaba finalizando su viaje de luna de miel.

—Tres días —le informaron.

—Mucho tiempo para dejar vivo a una espía —miró nuevamente a la cámara de seguridad y las acciones de la rubia—. Denle comida y una sábana para que se cubra del frío.

¿Por qué le emocionaba una celda?

Uno de sus hombres obedeció y le llevó lo que su jefe le pidió. Alice se giró, y miró al hombre fijamente. Una lata de atún con un pedazo de pan y una sábana que, probablemente, le haría dar hipotermia.

—Tú... Toma —el hombre puso las cosas en el suelo—. Agradece la bondad de mi jefe.

—Oh, sí, gracias —respondió rápidamente.

—¿Acaso te estás burlando de nosotros? —ella negó con la cabeza—. Vas a morir, disfruta tu última comida.

Vió como el hombre se fue y esperó unos minutos, antes de acercarse a los barrotes.

—Son tan maleducados... —se quejó y comió su pan.

Era duro, pero ella tenía hambre. Miró la lata y aunque hablaba polaco, no era muy buena recordando la escritura.

—Sar... di... na —terminó de pronunciar—. ¡Ah, es sardina! Sardina... —repitió con asco.

Era la comida que siempre le obligaron a comer. Nunca le gustó, pero a su padre no le importó. Alice se sentía incómoda con el vestido corto así que dejó la lata de sardinas en un lado de la cama y se enrolló la sábana alrededor de su cintura. Cuando estuvo satisfecha y se iba a sentar, la figura imponente de un hombre alto, tez blanca y musculoso, se hizo presente.

Era el sujeto que acabaría con ella.

—¿Esto es divertido para ti? Acercarte a mi hermana para llegar a mi familia y ahora disfrutes la celda —la puerta fue abierta y él entró—. ¿Crees que vas a salir con vida?

Ella negó con la cabeza, pero no entendía que estaba haciendo mal. Alice nunca había hecho nada delictivo. Realmente, ella nunca salió del palacio a disfrutar. Nadie la conocía, pero era una princesa obediente y entregada a su trabajo en los albergues.

—¿Quién te trajo a mi país? —le preguntó Maksym—. ¿De dónde venía ese barco? —la chica estaba asustada y él estaba cada vez más cabreado con ella.

Alice lo miró y el terror la obligó a bajar la cabeza. Los ojos de ese hombre no eran agradables. Orbes azules oscuros que te prometían hacerte sufrir sin piedad y su cabello negro peinado perfectamente, le daban un aire peor.

—Habla... —ella alzó la cabeza y vió como él alzó sus brazos y le puso los grilletes de la pared, que estaban cerca de la cama, y se vió obligada a sentarse—. Así te quedarás hasta que me digas la verdad.

—Vengo del norte de Europa, me llamo Alice y llegué en un barco. No tengo conocidos aquí. Vine sola y tampoco sabía que las cosas terminarían así —admitió.

—¿Tienes conexión con las pandillas o prostitutas? —negó rápidamente—. Si me estás mintiendo sabes que voy a matarte, ¿verdad?

—No tengo por qué mentirte.

—¿Por qué mi familia? —él la estudió y la mujer tenía un marcado acento que le llamó la atención—. ¿Por qué mi territorio?

—No sé si los ofendí, pero no sé quién es tu familia. Tampoco sabía que era tu territorio. Solo me subí al barco y terminé aquí. No he hablado con nadie. Solo la gente del bar —omitió los malos tratos que había recibido y que casi fue violada.

«¿Qué estás escondiendo, mujer?», pensó, Maksym.

—Eres demasiado cooperativa... —asintió, aunque no fue una pregunta—. ¿Por qué estás tan golpeada?

Ella prefirió guardar silencio en ese momento. Su padre y el dueño del bar. Uno fue peor que el otro y ahora estaba encerrada con un hombre que le quitaría la vida.

—¿Hablaste con las putas del barco? En mi país no hay trata de blancas. Tú estás violando los tratados establecidos por nosotros —se apoyó de la pared, lejos de ella—. ¿Quién te lastimó?

Ella recordó vagas conversaciones en el barco de las mujeres, pero ninguna sabía el nombre de la persona que las había enviado a Polonia.

—Ellas esperaban no conseguirse con las personas de la mafia de aquí —susurró, como si fuera un chisme, Mak alzó una ceja—. Es que el dueño de la mafia no lo acepta tampoco. Si eran descubiertas les quitaban el trabajo. Yo esperaba morir en el mar si nos descubrían... También quería vivir de vagabunda... —Alice dijo sus pensamientos en voz alta, y cuando se dió cuenta, sintió vergüenza.

Maksym la miró con un leve interés. La rubia era tonta, o simplemente, no sabía que él era el líder de la mafia.

—¿A qué te refieres con dueño? ¿Si sabes que hay rangos y tienen posiciones? —ella negó con la cabeza, prometió guardar sus pensamientos intrusivos—. ¿Me dirás quién te lastimó? Y sinceramente, pareces una prostituta, no vagabunda.

Ella lo miró mal y se giró, para mirar la pared. Eran incómodo los grilletes, pero no lo vería a la cara. Iba a morir como una prostituta y eso, a la princesa, la ofendió.

—No te mataré hoy. Vendrá alguien a torturarte y sacarte la información que yo quiero —la amenazó, ella no lo miró, pero él, si la vió tensarse.

Alice volvió a lamentar que sus pensamientos coherentes se fueran a cualquier lado, menos al hecho de que había sido amenazada, otra vez.

—Alice... —la piel se le puso de gallina, ante el susurro de su nombre en su oído. ¿Cuándo se había acercado tanto?—. ¿Sabes cómo me llamo?

Ella se giró y quedó frente a él. Abrió los ojos con sorpresa y se echó para atrás, golpeándose la cabeza. Maksym vió a la rubia y para ser tonta, tenía unos ojos grises bastante llamativos.

—El único que puede dejarte sin vida soy yo. Así que no te mates antes —le advirtió—. Si veo que eres inocente te convertiré en la mascota de mi hermana, pero si descubro que eres una espía —él la tomó de sus mejillas—. Te arranco los ojos y te los hago comer.

Alice tragó grueso y sin poder aguantarlo más, salieron sus lágrimas. ¡Era un completo loco!

—Quiero morir de hipotermia —le respondió, logrando que él frunciera el ceño—. Tú no me vas a decir cómo me voy de este mundo.

Él hizo una mueca y la soltó.

—Con lágrimas en los ojos también te puedo dejar un balazo en la frente —la miró con frialdad y salió de la celda—. Sigan interrógandola. Ella tiene porte y aspecto de todo menos de prostituta. Debe ser una espía.

—Jefe...

—No me importa cuánto tiempo lleve el interrogatorio. Quiero que ella diga para quien trabaja y que quiere de mi familia —le ordenó al hombre.

Alice apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos. Estaba asustada, con pensamientos intrusivos y esperaba que no la mataran por culpa de eso. Nunca fue buena en controlar sus miedos.

—Pero por lo menos no me golpearon... —murmuró con una sonrisa.

Ella se durmió y Maksym fue a buscar información sobre el Norte de Europa.

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