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Capítulo 2. Señor Bennett.

Emma Spencer.

Luego de presenciar a ese patético mal nacido que, desgraciadamente, es aún mi marido, cogerse a su secretaria en mi casa, me subí al auto y apreté el acelerador. Sé que no puedo ir a casa de mi madre.

Aún no. Necesito procesar todo lo que vi. Maddie no puede verme así. ¡Cielos! Maddie. ¿Cómo justificaré que su papi es un maldito? ¿Qué le diré cuando me pregunte que por qué no volvemos a casa?

Puede que solo tenga cinco años y que Alberto no sea el mejor de los padres, pero no se le va ni una. A veces siento que hablar con ella es como hablar con un adulto, en pequeño. ¡Demonios! ¡Estoy conmocionada! y honestamente soy demasiado terca como para llorar.

Furia fluye por mis venas, como lava espesa y ardiente. Mientras estoy discutiendo con mi yo interno sobre qué camino tomar, mi celular me arranca de mis pensamientos.

Me detengo en la avenida y veo quien llama, y no es otro que ¡Alberto-idiota! Corto la llamada sin ganas de escuchar a ese gusano insignificante. Bloqueo su número. No tengo ánimo ni cabeza para lidiar con él.

Suspiro, mientras aprieto fuerte mis ojos. Siento que una gran jaqueca se avecina. No sé si estoy en conmoción, pero si soy honesta, no es dolor lo que siento, es rabia.

De esa que te hace hacer cosas estúpidas. Y me conozco. Soy capaz de hacer cosas estúpidas, como incendiarle el auto. Hum… de hecho, esa no es una mala idea.

Nuevamente el sonido de mi celular me saca de mi dialogo interno. Veo la pantalla y el número telefónico, lo desconozco.

Frunzo el ceño y contesto. “¿Aló?” Un hombre sorprendido de que respondiera me habla con una voz ronca y aterciopelada. “Dra. Spencer, no creí que me contestaría.”

Pienso por un momento, recordando quien es. En verdad, no le doy mucho esfuerzo y le pregunto. “¿Quién es?”

“Soy Peter… Bennett. Nos conocimos en la conferencia hace unas horas atrás.”

Suspiro y digo. “Sr. Bennett, ¿cómo consiguió mi número?”

Me responde. “Tengo mis maneras.”

Molesta le digo. “¿Ah sí? Pues esto es considerado como acoso e invasión de la privacidad. ¿Está acostumbrado a ser de esta forma con las personas a su alrededor o con aquellas que recién conoce?”

Hay un silencio incómodo al otro lado de la línea hasta que me responde. “Lo siento mucho por importunarla, Dra. Spencer. No creí que se enojaría por llamarla.”

“Pues, adivine qué. Sí, me enoja, me emputece que ustedes los hombres crean que una estará contentísima con que invadan su espacio personal. Pues no, Sr. Bennett. Por lo menos yo no soy así. ¡Deje de importunarme!”

Y sin darme cuenta, estoy gritándole. Él solo me escucha y dice. “¿Se encuentra bien? ¿Hay algo en la que la pueda ayudar?”

Y justo así, las lágrimas que se negaban salir comienzan a fluir como cascadas. Preocupación se escucha en su voz cuando demanda. “¿Dónde está? Iré por usted.”

No puedo hablar. Las lágrimas me impiden hablar. Vuelve a demandar. “Quédese donde está. Iré por usted. No se vaya de la avenida.”

Eso, capta mi atención. Sin dejar de llorar le pregunto. “¿Cómo sabe que estoy en la avenida?”

Suspira y dice. “Se lo diré cuando vaya por usted y me cerciore de que está bien. Por favor. Espere por mí. Estaré ahí en diez minutos.”

Quiero rebatir, pero corta la llamada. Me quedo mirando la pantalla por un momento, todavía perdida y confundida con todo lo que ha pasado.

Mis lágrimas ahora se niegan a detenerse y me odio a mí misma, por estar llorando por ese falso, estúpido y engreído hombre, llamado Alberto.

Fiel a su palabra, el Sr. Bennett está afuera de mi auto en diez minutos. Abre la puerta haciéndome saltar.

Se agacha, observa mi rostro enrojecido e inflamado de tanto llorar. Frunce el ceño, suspira y con una tierna y compasiva voz me pregunta. “¿Qué pasó? ¿Quién fue capaz de hacerle daño?”

Cubro mi cara con mis manos y vuelvo a llorar. Él toma mi barbilla con su gran mano, y siento chispas que invaden todo mi cuerpo, enviando escalofríos por toda mi espina dorsal. ¿Qué es esta sensación? Me pregunto.

Abro mucho mis ojos, contengo la respiración e inconscientemente toco su mano. Tiemblo ante su tacto. Él me sonríe complacido y en un susurro dice. “Mate.”

Frunzo el ceño y digo. “¿Eh?”

Me suelto de su agarre, recobrando la cordura y le digo. “¿Qué es eso de pareja? Discúlpeme Sr. Bennett. No tenía por qué molestarse con venir aquí. Le agradezco la preocupación.”

El frunce el ceño, su mirada se oscurece y dice. “No lo agradezca. La escoltaré a su casa. No dejaré que maneje en ese estado.”

Abro mucho mis ojos y le grito. “¡NO! ¡A mi casa no!”

Una mirada confundida cruza su bello rostro y dice. “Pues usted me dirá dónde quiere que la lleve, pero no la dejaré sola. Y eso es definitivo.”

Suspiro, resignada, mientras me cambio de asiento. Él se sube al auto, me mira de reojo y dice. “¿Dónde la llevo, madame?”

Yo lo observo detenidamente y le pregunto. “¿Por qué está aquí?”

Él se gira en el asiento y me observa con una mirada penetrante. Sus ojos de color almendra, brillan intensamente mientras dice, “Estoy aquí, Emma, porque soy incapaz de dejarte tranquila.”

Debería estar furiosa por dirigirse a mí de forma tan informal, pero no puedo evitar sonrojarme al escuchar su declaración.

Mi corazón late fuertemente, al escuchar como suena mi nombre, en sus apetitosos labios y sin evitarlo, me encuentro mirándolos fijamente.

Él sonríe divertido al notarlo y dice. “¿Hay algo que estás viendo que te guste?”

Me sacudo el pensamiento, mientras digo. “¿A qué te refieres?”

Él sonríe nuevamente mientras dice. “No importa. Dado a que no me dices donde ir, elijo yo. Quédate tranquila.”

Voy a debatir, pero él ya está manejando y muy en el fondo, estoy profundamente agradecida de que haya aparecido y me esté sacando de esto, tomando el control.

Peter manejó durante una media hora y llegamos a un lugar precioso. Miro alrededor, sin reconocer donde estoy.

Le pregunto. “Peter, ¿Dónde estamos?”

Me sonríe y dice.” Me alegra mucho que me llames por mi nombre, Emma. Honestamente me estaba enfadando de que me dijeras señor Bennett.”

Frunzo el ceño y digo. “No fue por opción. Dado de que tú me llamaras por mi nombre hace un rato atrás, creí que solo era justo que yo también hiciera lo mismo.”

Su sonrisa se amplía mientras dice. “La razón que sea, me alegra. Ahora, con respecto a tu pregunta, estamos en mi casa.”

Abro mucho los ojos y grito. “¿QUÉ? ¡NO! ¡Esto está mal! Aún soy una mujer casada y ¡mi reputación debe ser intachable si quiero permanecer siendo profesora de la universidad! No puedo quedar sin trabajo. Ahora no puedo.”

Él frunce el ceño y dice. “Emma, ¿De qué estás hablando? No estamos haciendo nada malo, bueno. No todavía.”

Veo como se ríe divertido mientras yo estoy hiperventilando, entrando en pánico.

Me dice. “¡Hey! Ojos en mí, Emma. Jamás permitiría que te metieras en problemas por mi culpa. Cuando te digo que está todo bien, debes confiar que así es.”

“Es más fácil decirlo que hacerlo.” Le digo entrelazando mis brazos.

“Tú no sabes lo que es ser una mujer en un mundo de hombres, Peter. Solo por el hecho de ser hombre, nadie cuestiona tu posición. Sin embargo, solo por el hecho de ser mujer debo justificar mi posición ante todos. Constantemente todos cuestionan mi inteligencia, mis logros y hallazgos. Y ni siquiera hablemos si es que eres una mujer bonita. Eso sí que es un debate para un día completo.”

Él se estaciona enfrente de la inmensa mansión, la cual es… asombrosa.

Cuelga su cabeza de lado y dice. “Sé que jamás podré estar en tu posición, ya que no nací mujer. Pero no hay día en que no me esfuerce para que mis trabajadores tengan las mismas oportunidades y que para que esos sesgos, sobre todo de género, no se den. Es cierto, que es una gran batalla, Emma. Pero por algún lado se empieza. Ahora, entiendo que te cueste trabajo confiar en las personas, debido a lo mismo. Pero quiero que sepas, que, en mí, si puedes confiar. Jamás te engañaré.”

Suspiro, derrotada, mientras digo. “Solo el tiempo lo dirá, Peter.”

“Y te demostraré cada día, que soy digno de tu confianza, Emma.”

Miro por la ventana, procesando lo que me acaba de decir, mientras asiento a sus palabras. Luego, lo escucho decir cautelosamente. “¿A qué te referiste, hace un momento, cuando me dijiste que aún eres una mujer casada? ¿Qué fue lo que te hizo tu marido?”

Lo miro nerviosa, me muerdo el labio, suspiro mientras digo, “Lo acabo de ver cogiéndose a su secretaria, en mi casa.”

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