Capítulo 5. Dominio.

Emma Spencer.

Veo como Peter frunce el ceño a lo que le dije y sin pensarlo me pregunta, “¿matrimonio por conveniencia? ¿A qué te refieres? ¿tus padres te obligaron?”

Siento como mi corazón comienza a latir fuertemente ante su interrogatorio. Rápidamente le digo, “mis padres no tuvieron nada que ver con mi decisión, es más, ellos estaban en contra.

Nunca les agradó Alberto, pero yo soy demasiado testaruda como para cambiar de opinión. La decisión pasó por lo que creí que me convenía más.”

“Perdóname querida, pero sigo sin entender.”

Suspiro y digo, “Verás, yo deseaba una familia propia. Siempre sentí que algo me hacía falta, siempre me sentí como un pedazo roto.

Ese sentimiento dejé de sentirlo cuando nació Maddie. Ni siquiera cuando me casé. Fue ella la que trajo la paz y esa sensación de pertenencia que tanto busqué.”

Veo que me va a preguntar algo cuando somos interrumpidos por el sonido de mi celular. Lo saco de mi bolsillo y veo que es mi madre. “Perdóname, Peter, pero debo contestar.”

Él me hace un movimiento de manos dándome a entender que estaba bien. “¿Aló, mamá?”

“¡Hija! ¿Dónde estás? Me tienes sumamente preocupada. Deberías haber llegado a casa hace horas atrás. Alberto no deja de preguntar por ti. ¿Qué fue lo que hizo esta vez?”

“Mamá, pase lo que pase, no dejes que Alberto se lleve a Maddie. ¡Prométemelo!”

“Emma, no lo permitiría. Pero dime, ¿qué ocurrió?”

“Alberto me engaño, mamá. Lo descubrí en la cama con su secretaria Annie. No dejes que se acerque a la casa mamá. Estoy en la casa de un amigo, intentando calmarme. iré para allá, pero por favor, mama, protégela.”

“No dejaré que se acerque, Emma. Te doy mi palabra. Llega pronto cariño. Te amo.”

“Y yo a ti mamá.” Ambas colgamos al mismo tiempo. Peter me observa atentamente y luego me pregunta, “¿Por qué Alberto se llevaría a Maddie?”

Abro mucho los ojos y la preocupación me invade. “Para Alberto, Maddie es una moneda de intercambio. Jamás ha sido un buen padre para ella. Tengo miedo de que se la quiera llevar para obligarme a regresar.”

Escucho como un rugido sale de su boca y sus ojos se tornan negros. Contengo la respiración al verlo tan feroz. Sé que debería temerle, pero por alguna razón, no le temo. “No permitiré que ese mal nacido les haga daño, Emma.”

Luego se pone de pie, extiende su mano y me dice, “Vamos a buscar a tu hija. Se quedarán conmigo, Emma y no aceptaré un no por respuesta. Este es el lugar más seguro del país. Él jamás podrá poner un pie en mi propiedad.”

Trago fuerte y sin pensarlo, tomo su mano y salimos rápidamente hacia el estacionamiento. Un hombre rubio, alto y apuesto se acerca a nosotros diciendo, “aquí están las llaves de su auto, jefe.”

Peter se gira y sin soltar mi mano me dice, “Emma, él es William. Es mi asistente personal. Se encarga de todos mis asuntos. Si alguna vez necesitas algo, él te ayudará.”

“Gusto en conocerte William.”

“El gusto es mío, Emma.” Peter frunce el ceño y se aclara la garganta. William lo mira nervioso y me dice, “perdón, Sra. Spencer.”

“Ahí está mejor. Quiero que preparen la habitación continua a la mía. La maleta de Emma está en el maletero de su auto.”

“En seguida, jefe.”

Peter me abre la puerta y me ayuda a ingresar. Es un Bentley precioso. Él se sube y lo observo con mi ceja levantada. “¿Por qué te comportaste así con tu asistente? Solo me saludó.”

“No me gusta que se dirijan a ti de forma impersonal, Emma.”

“Ah, ¿pero tu si puedes?”

“Claro que sí.”

“Y ¿por qué?”

Él sonríe ampliamente, enciende el motor, mientras me dice, “porque yo soy el jefe.” Le blanqueo los ojos y miro por la ventana. Él me dice, “¿me acabas de blanquear los ojos?”

Lo miro desafiante mientras le digo, “Sí.”

“Acaso eso es educado?”

 Levanto mi barbilla, más desafiante que antes, mientras le digo, “¿y? ¿harás algo al respecto?”

Él levanta una ceja y dice, “Puede que tenga que castigarte cuando regresemos.” Me rio y le digo, “Peter, no recibo un castigo desde que tengo tres años.”

“Quizás eso es lo que necesitas, querida.”

Abro mucho los ojos y le digo, “¿te refieres a que me pondrás en tu regazo y me darás un par de nalgadas?”

Una carcajada resuena en su pecho mientras me dice, “eso no es una mala idea. Creo que lo disfrutarías mucho, Emma, incluso, más que yo.”

Muevo mi cabeza en negación. Pero debo decir que es la primera vez que me siento con la libertad de poder jugar o bromear de este modo.

Con Alberto jamás pude. Él siempre me decía que lo emasculaba debido a que era demasiado dominante. Pero ¿qué culpa tengo de que él fuera tan debilucho?

Ver a Peter dominar la situación y poder desafiarlo, hace que me sienta audaz y atrevida y si debo ser sincera conmigo misma, mis bragas se humedecieron con solo imaginar recostarme en su regazo.

Trago fuerte y miro por la ventana, evitando cualquier contacto visual con este hombre que es capaz de revolucionarle las hormonas a cualquier mujer.

“¿Por qué evitas mirarme? ¿Te da miedo sentirte atraída por mí? ¿Sientes que deseas que te domine?”

Abro mucho los ojos, giro mi cabeza sin poder creer sus preguntas. ¿Cómo lo sabe? ¿me delató mi rostro? Lo observo en estado de shock. Él me mira y comienza a reírse nuevamente.

“¿Me puedes decir que es lo gracioso? Porque para mí, nada de esto lo es.” Cruzo mis brazos, molesta.

“Sí, es gracioso, ya que puedo intuir de que has pasado toda tu vida sin que nadie te dijera que hacer.  Ahora, viene un completo extraño que te hace una proposición y te das cuenta de que no lo puedes resistir. No te lo cuestiones, Dra.”

“Biológicamente, toda mujer, aunque sea fuerte e independiente, necesita tener a su lado a una persona que pueda con ella. Pues querida, déjame decirte que lo encontraste. Yo sí puedo contigo.”

Trago fuerte y siento como mi corazón late enloquecido. Me muerdo mi labio inferior, mientras respiro agitadamente. Él me levanta una ceja y dice, ¿quieres que te ayude a calmarte?”

“¡No pienso tener sexo contigo, Peter!”

Él gira su cabeza y sonríe mientras dice, “no era precisamente lo que tenía en mente, pero… ¡Me gusta como piensas!”

Siento como mi cara se enrojece en diversas tonalidades de rojo. Bajo la mirada fijándola en mis manos.

Él me toma una y comienza a acariciarla, haciendo un sonido que proviene desde su pecho como un ronroneo. Aunque parezca tan extraño, siento que mis pulsaciones disminuyen, calmándome.

Luego de unos minutos, no pude evitar decirle, “gracias.” Él sonríe y dice, “a esto me refería con calmarte.”

Asiento en silencio. Luego me pregunta, “¿Debo doblar a la derecha o a la izquierda?”

“A la derecha. Avanzas tres cuadras y a mano izquierda está el barrio. El número de la casa es 8060.”

“De acuerdo.”

Solo bastaron unos minutos hasta que llegamos a la casa de mis padres. Me dispongo a bajar, cuando él se adelanta y me abre la puerta, extendiendo su mano. Aún no puedo acostumbrarme a lo caballero que es.

Caminamos hasta la puerta cuando lo observo que está oliendo el aire. Abre mucho los ojos y veo como su color de ojos cambia y se tornan oscuros, casi negros.

Se gira violentamente hacia mí, me toma de los hombros contra la pared y grita, “¿Por qué puedo oler a mi hija ahí dentro?”

N.Mordon

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