Capítulo 4. La verdad.

Emma Spencer.

Un rugido sale de su enorme pecho y sin pensarlo me asusto de escucharlo y me alejo de él. Peter, al darse cuenta de que me asustó se disculpa diciendo que soy muy buena para él.

Por supuesto que sé que soy muy buena para Alberto y justamente es eso lo que me enoja. Que el muy mal nacido haya sido capaz de engañarme, ¡a mí!

Creí que sabía lo que hacía cuando decidí escogerlo como mi marido, creí que sería un buen padre para Maddie, pero no. Me equivoqué y por dios, como odio equivocarme.

En el papel, era el hombre indicado, pero en la realidad, no podía ser más opuesto. Suspiro, absolutamente derrotada, mientras no puedo evitar sonrojarme de que un hombre extraño sea capaz de verme.

Se baja del auto y me ofrece su mano, la cual acepto. Y ahí están de nuevo: las chispas. Abro mucho los ojos mirándolo, mientras él solo se limita a sonreírme.

¿Qué es esto? ¿Por qué este hombre me provoca estas sensaciones, las cuales jamás he sentido con otro hombre? ¿Por qué siento como si lo conociera desde hace años? ¿Por qué me siento segura estando cerca de él?

Me quedo absorta con todas estas preguntas danzando en mi cabeza, sin tener la certeza de cuánto tiempo transcurrió estando de pie, tomándonos de la mano, mirándonos, sin decir, nada.

“¿Emma? ¿Un penique por tus pensamientos?” Salgo de mis pensamientos y lo veo mirándome con una sonrisa perfecta en sus labios. Rápidamente le suelto la mano, diciéndole, “lo siento.” En el minuto que me alejo de él, maldigo mi actitud. Me siento… sola y vacía.

Veo como su sonrisa se desvanece y en su mirada hay decepción. No puedo evitar sentirme culpable. Me aclaro la garganta, incómoda, mientras le pregunto, “¿Qué hacemos aquí?”

Él suspira, diciendo, “te traje aquí, ya que creí que necesitabas un refugio seguro donde poder quebrarte sin sentirte juzgada. Es mi casa. Aquí podrás estar todo el tiempo que quieras o que necesites. Creo que necesitas este tiempo a solas para poder decidir que harás y pensé que querías calmarte antes de ver a tu hija.”

Me quedo sin palabas. ¿Este hombre me demuestra tanta preocupación y entendimiento a lo que me está pasando, sin siquiera conocerme?

¡Por qué no llegó a mi vida antes! Suspiro, absolutamente tocada por sus palabras. Me llevo una mano al corazón y en un susurro solo digo, “gracias.” Siento como las lágrimas comienzan a salir, nuevamente.

Su cara se quiebra mientras se acerca a mí, abrazándome, diciendo, “por favor, no llores, querida. No puedo verte llorar. Se me rompe el corazón al verte en este estado.”

Le digo entrecortado, “¿Por qué haces esto? ¡No me conoces!”

“Eso es irrelevante, Emma. Eres una mujer que se acaba de enterar de que su marido le fue infiel. Yo si entiendo lo que significa ser engañado. No hay nada de qué avergonzarse.”

 Luego coloca sus manos en mis hombros, me mira a los ojos diciendo, “Confía en mí, Emma. Estaré contigo siempre y te ayudaré en todo lo que necesites, te lo prometo. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que lo requieras. Podemos ir por tu hija también. Mi casa, es tu casa.”

“No podría abusar así de tu hospitalidad, Peter. Has hecho tanto por mí en estos momentos que más lo he necesitado.”

Él me sonríe tiernamente mientras vuelve a colocar sus enormes brazos alrededor de mi cuerpo, diciendo, “y, aun así, siento que no estoy haciendo nada para ayudarte y que podría hacer más.”

“¿Más, como qué?” Escucho como una risa resuena en su pecho diciendo, “podría eliminar a tu marido, y hacer que luzca un accidente.”

Me quedo en silencio por un momento, disfrutando de su cercanía y de su aroma, a lo que digo, “en realidad, eso no sería una mala idea.”

Él se ríe más fuerte aún. Siento como besa mi cabeza diciendo, “estoy de acuerdo. No es una mala idea.”

Con esta conversación, aunque sé que es absurda, no puedo evitar fantasear en mil formas de que Alberto perdiera la cabeza. Luego le digo, “lo que propones es más real. Yo quería incendiarle el auto.”

Él deja de abrazarme levanta mi barbilla y con una ceja levantada me dice, “tus deseos son órdenes, querida. Solo tienes que decirlo.”

Frunzo el ceño ante la idea de que en verdad lo esté considerando… y, a decir verdad, yo también. ¿Qué demonios me pasa? Me suelto de su agarre, incómoda, me aclaro la garganta y le digo, “¿me invitaras a entrar?”

Él se queda mirándome por unos segundos, antes de que me diga, “si, por aquí.” Subimos cinco escalones y caminamos hacia la entrada. Él la abre y me deja ingresar.

Miro a mi alrededor y es enorme. Pienso por un momento de que, si me quedara aquí, constantemente me perdería. Me quedo congelada en la puerta sin avanzar, absolutamente intimidada por la opulencia del lugar.

Él se gira y me dice, “¿hay algo malo?” Abro mucho los ojos mientras digo, “no, es todo lo contrario, en realidad. No hay nada malo en este lugar.”

“¿y entonces?” Me muerdo el labio inferior hasta que le digo, “es solo que no estoy acostumbrada a tanto lujo. Mi vida es bastante simple, ¿sabes?”

“Hum… te hace sentir incomoda.” Me encojo de hombros. Luego pregunta, “¿Hay algún lugar de la casa en donde te sientes segura?” sin pensarlo dos veces, le digo, “si, la cocina.”

Él sonríe ampliamente mientras dice, “¿pasas mucho tiempo en la cocina?” resoplo diciendo, “no todo el tiempo que me gustaría.”

“Para mí, cocinar, es terapia. Puedo ordenar mis pensamientos y puedo decidir qué hacer. A decir verdad, mis más grandes ideas han surgido en la cocina. También fue el lugar en donde Maddie dio sus primeros pasos.”

“¿Maddie es el nombre de tu pequeña?” me pregunta, mientras me señala que lo siga.

“Sí. Maddie es mi vida. Tiene cinco años y es… un torbellino de alegría.” Llegamos a la cocina y es espaciosa. Observo maravillada alrededor fantaseando con la cantidad de pasteles que hornearía.

Me siento en la silla mientras él me dice, “¿quieres algo? ¿tienes sed? ¿hambre?”

“Solo un vaso con agua, gracias.” Él asiente en silencio mientras llena un vaso con agua purificada.

Me la entrega, se sienta a mi lado, diciendo, “espero que no te moleste que te pregunte, pero ¿Cómo o por qué una mujer como tú terminó casada con un hombre como tu marido? Por favor, explícamelo, porque me muero por saber”

Suspiro diciendo, “el matrimonio con Alberto aún es controversial. Lo escogí porque era necesario.”

Veo como frunce el ceño mientras dice, “¿Cómo puede ser necesario casarte con alguien? Eso me hace pensar que el amor no tuvo nada que ver con ello.”

Me rasco el puente de mi nariz intentando ordenar mis ideas. Nunca le he dicho a nadie del por qué me casé con Alberto, ni siquiera a mis padres. Pero por alguna razón que desconozco, no puedo ocultarle nada a Peter. Siento que si lo hiciera sería… deshonesto e incorrecto.

Suspiro fuerte y le digo, “el amor no tuvo nada que ver con mi casamiento. Fue una decisión de negocios, Peter. Fue un matrimonio por conveniencia.”

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