“La Niñera y la Sombra del Pasado”
“La Niñera y la Sombra del Pasado”
Por: Sarahí
Prólogo.

Todo aquello con lo que alguna vez soñé por fin se estaba cumpliendo. Era feliz. Estaba construyendo la familia que un día pensé imposible. Me enamoré de nuevo, algo que jamás creí posible… pero todo puede cambiar en un instante.

La felicidad tiene la curiosa costumbre de parecer eterna, como si nada pudiera arrancártela. Pero lo cierto es que la vida no respeta tus planes ni tus sueños; a veces, solo necesitas un segundo para que todo se derrumbe.

El sonido intermitente de los monitores del hospital me devolvió a la realidad. El olor penetrante a desinfectante, las luces blancas que me cegaban, el murmullo constante de voces… Todo se sentía lejano, como si estuviera atrapada en un sueño al que no pertenecía. Traté de moverme, pero mi cuerpo estaba pesado, inmóvil.

Un eco distante me sacó de ese limbo.

—¿Puedes escucharme? —La voz de un médico resonó en mi mente, como si viniera desde el fondo de un túnel—. Tuviste un accidente. Vamos a ayudarte.

Quise responder, pero las palabras se ahogaban en mi garganta. Mi mente estaba dispersa, como si intentara aferrarse a algo que no podía alcanzar. Y entonces, una sola palabra emergió como un grito desesperado.

—¿Embarazada? —El sonido escapó de mis labios en un susurro débil, casi inaudible.

El médico inclinó la cabeza hacia mí, con una expresión que intentaba ser tranquilizadora.

—Sí… a tu hijo también vamos a ayudarlo.

Mi hijo. Esas palabras se estrellaron contra mi pecho como una ráfaga helada. El miedo comenzó a extenderse por todo mi cuerpo, perforando cada rincón de mi ser. No era solo yo. Había una vida dentro de mí, una que dependía completamente de que yo resistiera, de que yo no me rindiera.

Quise mantenerme despierta. Luché con todas mis fuerzas. Pero mis párpados se sentían demasiado pesados, como si un manto invisible me estuviera arrastrando lejos de todo. El cansancio era aplastante, una fuerza que no podía controlar.

De pronto, sentí algo.

Un apretón en mi mano.

Hice un esfuerzo sobrehumano por abrir los ojos. Fue como nadar a contracorriente, pero lo logré. Parpadeé varias veces hasta que las figuras borrosas frente a mí comenzaron a tomar forma.

Allí estaban ellos.

Marcus y James.

Sus rostros, tan distintos pero igual de familiares, se reflejaban como espejos de mi propia angustia. La desesperación brillaba en sus ojos, una mezcla de miedo, amor y algo que no podía describir. Por un momento, todo desapareció: los sonidos del hospital, las luces frías, incluso el dolor. Solo existíamos nosotros tres, conectados en un silencio que lo decía todo.

Quise hablar, pero las palabras se negaron a salir. Quise alargar la mano, pero mis fuerzas ya no me pertenecían.

Y fue en ese instante, cuando nuestras miradas se encontraron, que lo supe.

Tal vez no habría un después.

Tal vez mi historia terminaría aquí, dejando un vacío lleno de preguntas, de posibilidades que nunca se cumplirían.

Pero también supe algo más. Mientras mi hijo estuviera a salvo, mientras tuviera una oportunidad, mi lucha habría valido la pena.

Entonces, dejé que el peso del cansancio me venciera, con la esperanza de que, al final, el amor que sentía fuera suficiente para mantenerlo todo unido.

Y cerré los ojos.

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