CAPÍTULO 0002

UN CADÁVER EN MI SOFA

Elena Carter tenía muchas cosas en su lista de “cosas que jamás haría en la vida”. Llevar a un hombre herido a su departamento en plena madrugada estaba en el top tres, justo debajo de “confiar en las promesas de un ex” y “comer sushi de una gasolinera”.

Pero allí estaba.

Con un hombre desangrándose en su sofá.

—¿Cómo demonios terminé en esto? —murmuró, presionando una toalla contra la herida en su costado.

El desconocido—porque sí, seguía siendo un maldito desconocido—estaba inconsciente, pero su respiración era firme. Eso era bueno, suponía. Aún no se moría. Punto para ella.

—Vamos, grandote, necesito que no me demandes cuando despiertes —siguió murmurando mientras intentaba contener la hemorragia—. O que no me mates… eso también estaría genial.

Se apartó un momento para observarlo. Era guapo. Pero no del tipo “modelo de revista” sino de ese atractivo letal que decía “tengo secretos oscuros y probablemente maté a alguien ayer”.

Mandíbula fuerte, cejas rectas, labios tensos incluso en su inconsciencia. Como una estatua de mármol con mala actitud.

—Apuesto a que eres un dolor en el culo cuando estás despierto.

El hombre gruñó débilmente.

¿Gruñó?

Elena parpadeó. No tenía tiempo para analizar si había imaginado eso o no. Necesitaba hacer algo con la bala. No era cirujana, pero había visto suficientes series médicas para saber que dejarla allí no era una opción.

Fue a su pequeño botiquín y sacó unas pinzas.

—Dios, dime que esto no terminará mal —susurró antes de inclinarse sobre él.

Tomó aire y comenzó.

Sujetó la bala con las pinzas y tiró.

Cinco segundos después, el hombre se despertó.

Y trató de matarla.

Víktor Mikhailov despertó en un caos de dolor y confusión.

Un ardor agudo le perforaba el costado, como si le hubieran prendido fuego por dentro. Su cuerpo estaba pesado, cada músculo tenso por el instinto de lucha.

No sabía dónde estaba.

No sabía quién lo había traído aquí.

Pero había alguien encima de él.

Su instinto se activó antes que su mente. Su mano se cerró en una garganta con fuerza.

Un sonido ahogado. Un jadeo de sorpresa.

Viktor enfocó la vista, pero en vez encontrar un sicario, se encontró con unos ojos enormes y asustados… y una mujer demasiado pequeña para estar en medio de esta m****a.

La mujer del callejón.

—¡Joder, suéltame! —intentó decir ella, aunque su voz salió como un silbido porque, claro, él la estaba ahorcando.

Víktor parpadeó. M****a.

El dolor lo golpeó con más fuerza al moverse y su visión se aclaró. Soltó su agarre y la vio caer sobre su trasero, tosiendo. No era una amenaza.

Ella lo miraba con furia, llevándose una mano al cuello.

Víktor se llevó la mano al costado y notó la venda improvisada.

Su mirada recorrió el pequeño departamento. No estaba en un hospital. No estaba muerto. ¿Dónde carajo estaba?

Su mente procesó los detalles a la velocidad del rayo. Espacio pequeño, sin lujos. Una sola salida. Sin cámaras.

No era un sitio en el que lo buscarían de inmediato. Eso era bueno.

Pero también significaba que no tenía idea de cuánta ventaja le llevaba su enemigo.

—¿Intentabas matarme? —gruñó ella con voz ronca.

Víktor la miró sin expresión. Unas pinzas ensangrentadas estaban en la mesa de centro.

—¿Tú hiciste esto? —preguntó con voz rasposa.

Ella puso los ojos en blanco.

—No, el hada de los primeros auxilios vino y te curó mientras yo veía N*****x. —bufó, poniéndose de pie con dificultad—. Y para ser sincera, si hubiera sabido que despertarías con el deseo de asesinarme, te habría dejado desangrarte.

Víktor sintió una chispa de algo cercano a la diversión. Cercano.

Ella se cruzó de brazos, aún sin miedo.

—Si vas a intentar matarme otra vez, avísame. Así al menos me despido de mi cuenta bancaria.

Víktor la observó en silencio. Esta mujer no era normal.

Y eso, en su mundo, podía ser un problema.

Víktor cerró los ojos un segundo.

No sabía qué m****a estaba pasando, pero una cosa era segura.

A esa mujer le debía su vida.

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