Un Trabajo Inesperado
Elena bostezó mientras apagaba la alarma de su teléfono. Había dormido poco, pero el cansancio no era excusa para faltar a su primer día de trabajo. Se levantó de la cama, se duchó rápidamente y se vistió con ropa cómoda. Se preparó un café fuerte y comió unas tostadas antes de revisar su bolso para asegurarse de llevar todo lo necesario. Al bajar las escaleras del edificio, se encontró con un hombre apoyado contra un coche negro. Tenía el rostro serio y una postura rígida. —¿Elena? —preguntó con un acento marcado. Ella frunció el ceño, deteniéndose. —¿Quién pregunta? —Soy Sergei. Dimitri me envió para llevarte a la casa de tu nuevo jefe. Elena dudó por un momento, pero recordó que Dimitri había sido quien le ofreció el trabajo. Aun así, no le gustaba la idea de subir a un coche con un desconocido. —Puedo ir por mi cuenta —dijo con cautela. Sergei soltó un suspiro, como si ya esperara esa respuesta. —Puedes, pero no llegarás a tiempo. Es mejor que vengas conmigo. Elena lo miró con suspicacia, pero terminó accediendo. Subió al auto y se mantuvo en silencio mientras avanzaban por las calles de la ciudad. El trayecto fue relativamente corto, pero conforme se acercaban, el entorno se volvió más exclusivo. Mansiones imponentes rodeaban la zona, cada una más lujosa que la anterior. Finalmente, el coche se detuvo frente a una enorme residencia. Pero lo que más llamó la atención de Elena no fue la casa en sí, sino la cantidad de hombres apostados en la entrada. Todos parecían guardaespaldas, con miradas afiladas y expresiones impasibles. —¿Voy a trabajar para un político o qué? —murmuró para sí misma mientras bajaba del auto. Apenas puso un pie en la entrada, dos hombres la interceptaron. —Necesitamos revisar tu bolso —dijo uno con voz monótona. —¿Es en serio? —Elena arqueó una ceja, pero cuando vio que hablaban en serio, suspiró y les tendió su bolso. Revisaron su contenido con eficiencia, como si buscaran algo específico. Luego, otro hombre la escaneó con un detector de metales. —Esto es ridículo —bufó, cruzándose de brazos. Nadie respondió. Cuando terminaron, le indicaron que podía entrar. Respiró hondo y subió los escalones de la imponente casa. La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Y entonces lo vio. Víktor. Estaba de pie en el umbral, con las manos en los bolsillos de su pantalón y una expresión de absoluta incredulidad en el rostro. Elena sintió que el aire se volvía denso a su alrededor. No podía ser. No podía ser él. Los labios de Víktor se curvaron en una sonrisa ladeada mientras la recorría con la mirada. Elena nunca imaginó que terminaría trabajando en la casa de Víktor. Todo había sucedido rápido. Un amigo suyo le había dicho que buscaban personal de limpieza en una casa importante, bien pagado y con discreción garantizada. No había pensado demasiado en el trabajo. Y ahora estaba ahí, en la boca del lobo. Sus ojos la recorrieron con un reconocimiento inmediato, su expresión era ilegible. —Vaya, vaya… —musitó con una media sonrisa—. Si el destino no deja de jugar con nosotros, ¿verdad, krasivaya? Elena tragó saliva. Su mente gritaba que se diera la vuelta y se marchara, pero sus pies no se movieron. Su nuevo jefe era el mismo hombre al que había salvado.Un Lobo DisfrazadoElena sintió un nudo en el estómago mientras Víktor la observaba con esa expresión que no dejaba claro si estaba divertido o sorprendido. No había esperado volver a verlo, mucho menos bajo estas circunstancias.—¿No vas a saludarme, Elena? —preguntó con su inconfundible acento ruso, inclinando la cabeza ligeramente.Ella endureció la mirada, intentando ignorar el revoltijo de emociones que la asaltaban.—No pensé que necesitaras una mucama —respondió con frialdad.Víktor soltó una leve risa, una mezcla de diversión y burla.—Siempre hay algo que limpiar. Especialmente la sangre.Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había visto con sus propios ojos de lo que era capaz cuando lo ayudó aquella noche. Y ahora estaba en su territorio, rodeada de sus hombres.Antes de que pudiera replicar, una voz interrumpió el tenso momento.—¿Problemas, jefe?Elena se giró y vio a un hombre alto y fornido acercarse. Su expresión era de pura desconfianza.—No, Sergei —respo
Un Problema con Nombre y Apellido Elena salió del despacho con los latidos acelerados. No sabía qué la inquietaba más: la amenaza implícita en las palabras de Víktor o la intensidad con la que la había mirado. —Genial, Elena —murmuró para sí misma mientras caminaba de vuelta a la cocina—. ¿Por qué no aceptaste ese trabajo en el café? Seguro que preparar lattes es menos aterrador que trabajar para ese hombre. Cuando volvió a su rutina, se dio cuenta de que la tensión en la mansión era constante. Los empleados se movían con precisión, evitando hacer ruido y sin mirar directamente a los hombres de Víktor. Todo funcionaba como un reloj suizo… pero bajo la amenaza de que, si alguien cometía un error, el castigo sería severo. Durante la tarde, mientras limpiaba el despacho de Víktor, encontró una mancha de sangre en la alfombra. —¿En serio? —susurró, mirando la mancha con resignación—. No sé qué es peor, si la cantidad de polvo en este lugar o la evidencia de crímenes violentos. Se in
Sospechas e Intuiciones Elena intentó ignorar la sensación de incomodidad que le había dejado su encuentro con Andrien y, sobre todo, la inesperada aparición de Víktor. Pero mientras regresaban a la mansión en el auto de Irina, su mente no dejaba de dar vueltas. —¿Cómo que "coincidencia"? —murmuró para sí misma, cruzada de brazos en el asiento del copiloto. Irina, que conducía con la tranquilidad de quien lo ha visto todo, le lanzó una mirada de reojo. —No pareces del todo convencida. Elena suspiró. —Es que no sé, ¿sabes? Cada vez que creo que entiendo cómo funciona este trabajo, algo raro pasa. Primero, la seguridad extrema, luego las reglas estrictas, y ahora Víktor apareciendo "por casualidad" cuando mi ex está molestándome. Irina sonrió levemente. —Tal vez solo estabas en el lugar correcto en el momento adecuado. Elena hizo una mueca. —O tal vez estoy trabajando para alguien con un montón de secretos. La mujer no respondió de inmediato. —Mientras te paguen bien y no te
Cruzando el umbralElena se removió en su asiento, sintiendo que esa conversación se volvía más extraña con cada segundo.—Entonces… además de limpiar y ordenar, ¿quieres que sea algo así como tu asistente en eventos? —preguntó con cautela.Víktor ladeó la cabeza, su mirada analizando cada una de sus reacciones.—Puedes llamarlo así si quieres.—¿Y qué se supone que haga exactamente en esas reuniones? —insistió, cruzándose de brazos.Él sonrió de manera enigmática.—Escuchar, observar, servir si es necesario… y no hacer preguntas.Elena sintió que su estómago se apretaba. ¿Escuchar y observar? ¿Qué clase de reuniones eran esas?—¿Cuándo es la primera? —preguntó con fingida indiferencia.—Mañana en la noche —respondió Víktor sin vacilar—. Ponte algo elegante. No te preocupes por el vestido, Sergei se encargará de eso.Elena abrió la boca para protestar, pero se contuvo. No tenía sentido discutir. Además, todavía no tenía pruebas concretas de que su jefe era algo más que un millonario e
Cruzando el umbral parte 2—Bien —dijo finalmente—. Sígueme.Elena obedeció, aunque por dentro sentía que estaba a punto de meterse en un terreno peligroso.Elena sentía el peso de cada paso mientras seguía a Víktor a través del pasillo. El bullicio de la reunión quedaba atrás, pero la tensión en el aire no disminuía. Sabía que este no era un simple cambio en sus responsabilidades. Algo dentro de ella le gritaba que estaba entrando en un mundo del que quizás no podría salir tan fácilmente.Víktor la condujo a una sala más pequeña, con muebles de cuero y una iluminación tenue. No era tan lujosa como otras partes de la mansión, pero tenía un aire de exclusividad, como si solo unos pocos tuvieran el privilegio de estar allí. Él se giró para mirarla, su rostro impasible como siempre.—A partir de hoy, además de ser mi mucama, asistirás a algunos eventos conmigo —dijo con su tono frío y calculador.Elena entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.—¿Eventos como este?—Sí. Reuniones, cenas,
No hay marcha atrás Elena salió de la sala con la sensación de que acababa de hacer un pacto sin siquiera conocer sus términos. No podía evitar preguntarse si esa decisión la protegería… o la condenaría.Apenas regresó al salón principal, notó que la atmósfera había cambiado. Los murmullos se habían vuelto más intensos, y la llegada de nuevos invitados llenaba el espacio con una energía densa. Hombres trajeados intercambiaban saludos con sonrisas medidas, mientras sus guardaespaldas se mantenían cerca, atentos a cada movimiento.—Bebe esto.Elena giró la cabeza y vio a Sergei extendiéndole una copa de champagne.—No bebo mientras trabajo —respondió con escepticismo.Sergei soltó una carcajada breve.—No es para que te relajes, sino para que encajes. Aquí, todos sostienen una copa, incluso si no toman un solo sorbo.Elena tomó la copa con un suspiro y la sostuvo entre los dedos, tratando de aparentar naturalidad.Pero su piel aún ardía con la sensación de la conversación con Víktor.M
La prueba de lealtad Elena sintió un nudo formarse en su estómago. Sabía que Víktor no era un hombre común, pero la forma en que había dicho “no hay marcha atrás” le heló la sangre.Se obligó a mantener la compostura mientras lo seguía. Lo llevó por un pasillo más alejado del bullicio y entraron en una sala con iluminación tenue. Un grupo reducido de hombres esperaba dentro. Todos vestían trajes oscuros, con expresiones serias y posturas rígidas.Víktor se acercó a la mesa central, donde había un par de copas de whisky servidas. Se sirvió una sin prisa, dejando que el silencio dominara la habitación antes de hablar.—Sabemos que hay un traidor entre nosotros —dijo, con la calma de alguien que ya tenía el control de la situación—. Y esta noche vamos a averiguar quién es.Elena sintió que su cuerpo se tensaba.Los hombres se miraron entre ellos, y aunque ninguno habló de inmediato, la tensión en la sala se volvió más espesa.—Las últimas operaciones se han visto comprometidas. Informac
La sentenciaElena sintió el peso de la tensión en la sala, como si el aire se volviera más denso con cada segundo que pasaba. Todos los presentes habían fijado la mirada en Lev, esperando su reacción, su defensa… su caída.El hombre tragó saliva, pero no levantó la vista del papel entre sus manos. Sus nudillos estaban blancos por la presión con la que lo sostenía.—No sé de qué hablas, jefe —intentó decir con voz controlada, pero el leve temblor en su tono lo delató.Víktor no apartó la mirada de él. Su postura relajada era una trampa, un falso sentido de calma antes del golpe definitivo.—No me hagas perder el tiempo, Lev. —Su voz sonó peligrosa—. ¿Cuánto te pagaron?El silencio se hizo aún más pesado.Lev levantó la cabeza, su mirada oscurecida por el miedo, pero con un destello de desafío.—No me han pagado nada porque no hice nada —soltó con un poco más de convicción.Víktor esbozó una sonrisa fría.—Entonces no te molestará que revisemos tu cuenta bancaria.La tensión se disparó