CAPÍTULO 0008

Un Trabajo Inesperado

Elena bostezó mientras apagaba la alarma de su teléfono. Había dormido poco, pero el cansancio no era excusa para faltar a su primer día de trabajo. Se levantó de la cama, se duchó rápidamente y se vistió con ropa cómoda. Se preparó un café fuerte y comió unas tostadas antes de revisar su bolso para asegurarse de llevar todo lo necesario.

Al bajar las escaleras del edificio, se encontró con un hombre apoyado contra un coche negro. Tenía el rostro serio y una postura rígida.

—¿Elena? —preguntó con un acento marcado.

Ella frunció el ceño, deteniéndose.

—¿Quién pregunta?

—Soy Sergei. Dimitri me envió para llevarte a la casa de tu nuevo jefe.

Elena dudó por un momento, pero recordó que Dimitri había sido quien le ofreció el trabajo. Aun así, no le gustaba la idea de subir a un coche con un desconocido.

—Puedo ir por mi cuenta —dijo con cautela.

Sergei soltó un suspiro, como si ya esperara esa respuesta.

—Puedes, pero no llegarás a tiempo. Es mejor que vengas conmigo.

Elena lo miró con suspicacia, pero terminó accediendo. Subió al auto y se mantuvo en silencio mientras avanzaban por las calles de la ciudad. El trayecto fue relativamente corto, pero conforme se acercaban, el entorno se volvió más exclusivo. Mansiones imponentes rodeaban la zona, cada una más lujosa que la anterior.

Finalmente, el coche se detuvo frente a una enorme residencia. Pero lo que más llamó la atención de Elena no fue la casa en sí, sino la cantidad de hombres apostados en la entrada. Todos parecían guardaespaldas, con miradas afiladas y expresiones impasibles.

—¿Voy a trabajar para un político o qué? —murmuró para sí misma mientras bajaba del auto.

Apenas puso un pie en la entrada, dos hombres la interceptaron.

—Necesitamos revisar tu bolso —dijo uno con voz monótona.

—¿Es en serio? —Elena arqueó una ceja, pero cuando vio que hablaban en serio, suspiró y les tendió su bolso.

Revisaron su contenido con eficiencia, como si buscaran algo específico. Luego, otro hombre la escaneó con un detector de metales.

—Esto es ridículo —bufó, cruzándose de brazos.

Nadie respondió. Cuando terminaron, le indicaron que podía entrar.

Respiró hondo y subió los escalones de la imponente casa. La puerta se abrió antes de que pudiera tocar.

Y entonces lo vio.

Víktor.

Estaba de pie en el umbral, con las manos en los bolsillos de su pantalón y una expresión de absoluta incredulidad en el rostro.

Elena sintió que el aire se volvía denso a su alrededor. No podía ser. No podía ser él.

Los labios de Víktor se curvaron en una sonrisa ladeada mientras la recorría con la mirada.

Elena nunca imaginó que terminaría trabajando en la casa de Víktor.

Todo había sucedido rápido. Un amigo suyo le había dicho que buscaban personal de limpieza en una casa importante, bien pagado y con discreción garantizada. No había pensado demasiado en el trabajo.

Y ahora estaba ahí, en la boca del lobo.

Sus ojos la recorrieron con un reconocimiento inmediato, su expresión era ilegible.

—Vaya, vaya… —musitó con una media sonrisa—. Si el destino no deja de jugar con nosotros, ¿verdad, krasivaya?

Elena tragó saliva. Su mente gritaba que se diera la vuelta y se marchara, pero sus pies no se movieron.

Su nuevo jefe era el mismo hombre al que había salvado.

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