Cruzando el umbral parte 2—Bien —dijo finalmente—. Sígueme.Elena obedeció, aunque por dentro sentía que estaba a punto de meterse en un terreno peligroso.Elena sentía el peso de cada paso mientras seguía a Víktor a través del pasillo. El bullicio de la reunión quedaba atrás, pero la tensión en el aire no disminuía. Sabía que este no era un simple cambio en sus responsabilidades. Algo dentro de ella le gritaba que estaba entrando en un mundo del que quizás no podría salir tan fácilmente.Víktor la condujo a una sala más pequeña, con muebles de cuero y una iluminación tenue. No era tan lujosa como otras partes de la mansión, pero tenía un aire de exclusividad, como si solo unos pocos tuvieran el privilegio de estar allí. Él se giró para mirarla, su rostro impasible como siempre.—A partir de hoy, además de ser mi mucama, asistirás a algunos eventos conmigo —dijo con su tono frío y calculador.Elena entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.—¿Eventos como este?—Sí. Reuniones, cenas,
No hay marcha atrás Elena salió de la sala con la sensación de que acababa de hacer un pacto sin siquiera conocer sus términos. No podía evitar preguntarse si esa decisión la protegería… o la condenaría.Apenas regresó al salón principal, notó que la atmósfera había cambiado. Los murmullos se habían vuelto más intensos, y la llegada de nuevos invitados llenaba el espacio con una energía densa. Hombres trajeados intercambiaban saludos con sonrisas medidas, mientras sus guardaespaldas se mantenían cerca, atentos a cada movimiento.—Bebe esto.Elena giró la cabeza y vio a Sergei extendiéndole una copa de champagne.—No bebo mientras trabajo —respondió con escepticismo.Sergei soltó una carcajada breve.—No es para que te relajes, sino para que encajes. Aquí, todos sostienen una copa, incluso si no toman un solo sorbo.Elena tomó la copa con un suspiro y la sostuvo entre los dedos, tratando de aparentar naturalidad.Pero su piel aún ardía con la sensación de la conversación con Víktor.M
La prueba de lealtad Elena sintió un nudo formarse en su estómago. Sabía que Víktor no era un hombre común, pero la forma en que había dicho “no hay marcha atrás” le heló la sangre.Se obligó a mantener la compostura mientras lo seguía. Lo llevó por un pasillo más alejado del bullicio y entraron en una sala con iluminación tenue. Un grupo reducido de hombres esperaba dentro. Todos vestían trajes oscuros, con expresiones serias y posturas rígidas.Víktor se acercó a la mesa central, donde había un par de copas de whisky servidas. Se sirvió una sin prisa, dejando que el silencio dominara la habitación antes de hablar.—Sabemos que hay un traidor entre nosotros —dijo, con la calma de alguien que ya tenía el control de la situación—. Y esta noche vamos a averiguar quién es.Elena sintió que su cuerpo se tensaba.Los hombres se miraron entre ellos, y aunque ninguno habló de inmediato, la tensión en la sala se volvió más espesa.—Las últimas operaciones se han visto comprometidas. Informac
La sentenciaElena sintió el peso de la tensión en la sala, como si el aire se volviera más denso con cada segundo que pasaba. Todos los presentes habían fijado la mirada en Lev, esperando su reacción, su defensa… su caída.El hombre tragó saliva, pero no levantó la vista del papel entre sus manos. Sus nudillos estaban blancos por la presión con la que lo sostenía.—No sé de qué hablas, jefe —intentó decir con voz controlada, pero el leve temblor en su tono lo delató.Víktor no apartó la mirada de él. Su postura relajada era una trampa, un falso sentido de calma antes del golpe definitivo.—No me hagas perder el tiempo, Lev. —Su voz sonó peligrosa—. ¿Cuánto te pagaron?El silencio se hizo aún más pesado.Lev levantó la cabeza, su mirada oscurecida por el miedo, pero con un destello de desafío.—No me han pagado nada porque no hice nada —soltó con un poco más de convicción.Víktor esbozó una sonrisa fría.—Entonces no te molestará que revisemos tu cuenta bancaria.La tensión se disparó
La máscara de cristal. A simple vista, la reunión parecía una elegante velada de negocios: hombres trajeados conversaban con copas en la mano, algunas mujeres vestidas con lujo los acompañaban, y el ambiente estaba impregnado de un aire refinado. Pero había algo más bajo la superficie.Víktor salió de la sala privada con pasos tranquilos, como si hubiera discutido un simple contrato. Su saco negro estaba impecable, su rostro sereno. Nadie en el evento habría imaginado que, apenas unos minutos antes, había dictado una sentencia de muerte.Sus ojos buscaron instintivamente entre los asistentes. Y entonces la vio: Elena, de pie junto a una mesa, conversando torpemente con una mujer mayor que no paraba de hablar. Pero sus ojos no estaban en la conversación, estaban en él. Fijos. Atentos.La joven intentó no parecer nerviosa cuando él se acercó.—¿Todo bien? —preguntó él, como si nada fuera fuera de lo habitual.—Sí… claro —respondió ella, aunque su voz sonaba más aguda de lo normal—. Sol
Entre sombras y sangreEl dolor ardía como fuego en su costado, pero Víktor Mikhailov no podía detenerse.La lluvia caía con furia sobre las calles de Londres, lavando el rastro de sangre que dejaba tras de sí. Apenas podía mantenerse en pie, pero su orgullo no le permitía caer. No así. No en la ciudad que había controlado con puño de hierro.El eco de sus propios pasos resonaba en el callejón oscuro. La emboscada había sido precisa. Demasiado precisa. Alguien dentro de su organización lo había traicionado.Maldición.El disparo le había atravesado el costado, y aunque la bala no había alcanzado órganos vitales, la pérdida de sangre le estaba jugando en contra. No podía morir aquí. No iba a morir aquí.Un auto se detuvo en la entrada del callejón. Luces de faros iluminaron la escena por unos segundos antes de apagarse. Víktor apoyó la espalda contra la pared, preparándose para pelear si era necesario. Pero en lugar de un enemigo, vio a una mujer bajarse del vehículo.No era una asesin
UN CADÁVER EN MI SOFAElena Carter tenía muchas cosas en su lista de “cosas que jamás haría en la vida”. Llevar a un hombre herido a su departamento en plena madrugada estaba en el top tres, justo debajo de “confiar en las promesas de un ex” y “comer sushi de una gasolinera”.Pero allí estaba.Con un hombre desangrándose en su sofá.—¿Cómo demonios terminé en esto? —murmuró, presionando una toalla contra la herida en su costado.El desconocido—porque sí, seguía siendo un maldito desconocido—estaba inconsciente, pero su respiración era firme. Eso era bueno, suponía. Aún no se moría. Punto para ella.—Vamos, grandote, necesito que no me demandes cuando despiertes —siguió murmurando mientras intentaba contener la hemorragia—. O que no me mates… eso también estaría genial.Se apartó un momento para observarlo. Era guapo. Pero no del tipo “modelo de revista” sino de ese atractivo letal que decía “tengo secretos oscuros y probablemente maté a alguien ayer”.Mandíbula fuerte, cejas rectas, l
¿Secuestrada en mi propio departamento?Elena aún sentía su garganta adolorida.Porque, claro, ¿qué mejor forma de agradecerle por salvarle la vida que intentar estrangularla?—De nada, por cierto —soltó con sarcasmo mientras frotaba su cuello.El hombre, que ahora sabía que no solo era un desconocido ensangrentado sino también un psicópata con tendencias asesinas, seguía observándola con esa intensidad perturbadora.Víktor. Ese era su nombre. No necesitaba preguntarle. Lo había escuchado cuando él, en su estado febril, había mascullado algo en ruso antes de despertar y casi matarla.Elena cruzó los brazos y lo miró fijamente, pero sintió una punzada de inquietud al hacerlo. Había algo en su forma de observarla que la hacía sentir vulnerable, como si estuviera siendo medida, evaluada, clasificada.—¿Vas a decir algo o solo me vas a mirar como si estuvieras calculando cómo deshacerte de mi cadáver?La comisura de los labios de Víktor se movió ligeramente, pero no lo suficiente como par