La Mucama y el Mafioso
La Mucama y el Mafioso
Por: Migdalia Lineth
CAPÍTULO 0001

Entre sombras y sangre

El dolor ardía como fuego en su costado, pero Víktor Mikhailov no podía detenerse.

La lluvia caía con furia sobre las calles de Londres, lavando el rastro de sangre que dejaba tras de sí. Apenas podía mantenerse en pie, pero su orgullo no le permitía caer. No así. No en la ciudad que había controlado con puño de hierro.

El eco de sus propios pasos resonaba en el callejón oscuro. La emboscada había sido precisa. Demasiado precisa. Alguien dentro de su organización lo había traicionado.

Maldición.

El disparo le había atravesado el costado, y aunque la bala no había alcanzado órganos vitales, la pérdida de sangre le estaba jugando en contra. No podía morir aquí. No iba a morir aquí.

Un auto se detuvo en la entrada del callejón. Luces de faros iluminaron la escena por unos segundos antes de apagarse. Víktor apoyó la espalda contra la pared, preparándose para pelear si era necesario. Pero en lugar de un enemigo, vio a una mujer bajarse del vehículo.

No era una asesina. No era parte de la mafia.

Era… nadie.

Una mujer de cabello castaño, empapada por la lluvia, con los ojos muy abiertos al verlo. Inocente. Ajena.

Víktor intentó decirle que se fuera, que no se metiera en algo que no comprendía. Pero su cuerpo ya no respondía.

—Dios… —susurró ella, corriendo hacia él—. Estás herido.

Sus manos cálidas tocaron su rostro antes de que su mundo se volviera negro.

Lo último que sintió fue su aroma. Lavanda y algo dulce.

Lo último que pensó fue que ninguna mujer en su sano juicio ayudaría a un hombre como él.

Lo último que supo… fue que estaba en problemas.

꧁꧂꧁꧂

Londres apestaba a lluvia, humo y caos.

Elena Carter golpeó el volante con frustración mientras su pequeño auto se detenía en medio de la calle desierta. Otra vez el motor fallando. Genial. Como si su vida no fuera lo suficientemente miserable.

—Perfecto. Solo me falta un letrero en la frente que diga “desastre andante” —murmuró, recostando la cabeza contra el asiento.

Soltó un suspiro y se frotó el rostro con las manos. La vida no era justa. Mientras algunas mujeres tenían cenas elegantes y noches apasionadas con tipos millonarios, ella trabajaba limpiando casas ajenas y peleando con un auto que probablemente la odiaba.

Iba a intentar encenderlo de nuevo cuando un movimiento en el callejón a su derecha captó su atención.

Frunció el ceño. Una sombra oscura tambaleándose. ¿Un borracho? ¿Un drogadicto? ¿Un fantasma ruso vengativo? Cualquier opción era válida en esta ciudad.

Pero entonces lo vio más claramente.

Un hombre. Alto, con un traje empapado en sangre. Apoyado contra la pared como si el mundo estuviera a punto de devorarlo. Oh, m****a.

—Por favor, que no esté muerto, que no esté muerto… —susurró, bajando del auto.

Elena no era una heroína. Sabía que las películas de terror siempre comenzaban con una mujer metiéndose donde no debía. Pero tampoco podía ignorar a un hombre muriéndose frente a ella.

Se acercó con cautela. Dios, qué mirada tenía. Helada, intensa… peligrosa.

—Dios… estás herido —dijo, agachándose a su lado.

El hombre apenas la miró antes de que su cuerpo se desplomara.

Elena lo atrapó como pudo y casi cae con él. Porque claro, el tipo tenía que ser una m*****a torre humana.

—Genial. Estoy en medio de la noche, con un desconocido sangrante y un auto que no arranca. Esto es cómo empieza un thriller de N*****x, y yo no tengo ganas de morir hoy.

Pero entonces sintió su respiración. Irregular, débil.

Maldición.

—Está bien, grandote. No sé quién demonios eres, pero si mueres en mi auto, te juro que te mato otra vez.

Y con eso, hizo lo que cualquier persona razonable no haría: lo llevó a su casa.

Porque claramente, tomar malas decisiones era su talento oculto.

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