CAPÍTULO 0007

El Pasado Acecha

Después de ser la heroína, Elena se acomodó en el sofá, pero no pudo conciliar el sueño.

Cada vez que cerraba los ojos, el rostro del hombre volvía a su mente.

Se preguntaba si estaría bien, si habría llegado a su casa sin problemas, si los puntos no se habrían abierto.

Soltó un suspiro y se regañó a sí misma.

—Ya, Elena. Tú lo ayudaste. Si le pasa algo, su sangre no quedará en tus manos.

Se levantó y fue a la cocina. Preparó café y un sándwich, sentándose a desayunar en silencio. El apartamento estaba en penumbras, pero el amanecer comenzaba a filtrarse por la ventana.

Después de terminar, se dirigió a su habitación, tomó una ducha y arregló un poco el apartamento. Cuando todo estuvo en orden, tomó su bolso y salió.

Tenía que ir al supermercado; su despensa estaba casi vacía.

Elena caminó con tranquilidad, disfrutando el aire fresco de la mañana. El mundo seguía girando, sin importar lo que pasara en su cabeza.

Pero justo cuando salía del supermercado, su tranquilidad se hizo añicos.

Adrien estaba ahí.

De pie, apoyado contra un farol, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en ella.

Elena sintió un vuelco en el estómago.

Su primer instinto fue ignorarlo y seguir caminando, pero Adrien se adelantó y se interpuso en su camino.

—Elena…

Ella apretó la mandíbula.

—¿Qué haces aquí?

—Te estaba buscando —respondió con voz grave—. Necesito hablar contigo.

—No tenemos nada de qué hablar.

Adrien suspiró.

—Sé que me equivoqué, Elena. Lo nuestro no debió terminar así.

Elena sintió una punzada en el pecho, pero no dejó que se reflejara en su rostro.

—¿No debió terminar así? —repitió con incredulidad—. La última vez que nos vimos, me echaste de tu casa como si fuera un perro.

Adrien cerró los ojos un segundo, como si le doliera recordarlo.

—Yo… estaba enojado, confundido.

—No. Estabas siendo cruel. Me llamaste una carga, Adrien. Dijiste que no querías estar con alguien como yo.

El silencio se hizo pesado.

Adrien bajó la mirada, pero cuando volvió a alzarla, su expresión era intensa.

—Te extraño.

Elena sintió un nudo en la garganta, pero no iba a ceder.

—Pues qué lástima, porque yo no te extraño a ti.

Se giró para marcharse, pero él la sujetó del brazo.

—Espera… por favor.

Elena se soltó con un movimiento brusco.

—Déjame en paz, Adrien.

Y sin darle oportunidad de seguir insistiendo, se alejó sin mirar atrás.

Elena miró su teléfono por enésima vez. Nada. Ni una llamada, ni un mensaje.

Suspiró y dejó el móvil a un lado.

—Bien, Elena, mañana será otro día en el que le verás la cara al perro. Oh, espera… ni perro tienes.

Se hundió un poco más en el sofá, abrazando la manta mientras veía la película en la pantalla. La tranquilidad de la noche era algo que disfrutaba, pero también era el momento en que su mente se llenaba de pensamientos innecesarios.

Un golpe en la puerta la sacó de sus divagaciones.

Frunció el ceño y miró el reloj. ¿Quién será a esta hora?

Volvieron a tocar, esta vez con más fuerza.

Bufó con fastidio, pausó la película y se levantó a regañadientes.

—Juro que si eres tú perro de dos patas, me convierto en asesina —murmuró pensando que era su ex. 

Se dirigio a la puerta. Al abrir, se encontró con un rostro familiar. Un hombre alto, de complexión fuerte, con cabello corto y una expresión serena. Dimitri.

—¿No me invitas a pasar? —preguntó él con una ligera sonrisa.

Elena se hizo a un lado, indicándole que entrara.

—No esperaba verte por aquí, Dimitri.

—Pasaba por la zona y pensé en visitarte. Hace tiempo que no nos vemos —respondió él, observando el pequeño apartamento con interés.

Elena cruzó los brazos, esperando que dijera la verdadera razón de su visita.

—¿Y cómo te ha ido? —preguntó el hombre, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta—. ¿Conseguiste trabajo?

Elena suspiró.

—Más o menos. Estoy en una compañía de servicios de limpieza, pero solo me llaman cuando alguna no puede ir o cuando tienen demasiado trabajo. No es algo fijo.

El hombre asintió con la cabeza, pensativo.

—Quizás te interese algo más estable.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Qué tienes en mente?

—En el lugar donde trabajo hay una vacante como mucama.

Elena arqueó una ceja.

—¿Dónde trabajas?

El hombre sonrió de lado.

—Eso no importa por ahora. Solo te diré que mi jefe es un hombre exigente. Le gusta que todo se haga al pie de la letra o como él dice. Trabajar con él no es como trabajar para cualquier hombre.

Elena sintió una punzada de inquietud ante sus palabras.

—No suena precisamente alentador.

—Pero el pago es bueno y el trabajo es seguro —añadió él con calma—. Si te interesa, puedo recomendarte.

Elena sopesó la oferta. No tenía muchas opciones en ese momento y necesitaba estabilidad económica.

—Está bien, acepto.

El hombre sonrió levemente.

—Mañana a las seis pasa un auto por ti. No llegues tarde.

Dicho esto, se giró y salió del apartamento sin agregar nada más.

Elena cerró la puerta y se apoyó en ella, sintiendo que su vida estaba a punto de tomar un rumbo inesperado.

Víktor se encontraba en su despacho, revisando unos documentos cuando uno de sus hombres entró en la habitación.

—Jefe, ya encontramos a alguien para el puesto de mucama.

Víktor levantó la mirada, cerrando la carpeta que tenía entre las manos.

—¿Es alguien confiable? —preguntó con voz firme.

El hombre asintió.

—Sí. Es una recomendación de alguien de la casa. No es novata en limpieza, pero no ha trabajado en un lugar como este antes.

Víktor se recostó en el respaldo de su silla y lo observó con una ceja enarcada.

—Eso no responde mi pregunta. ¿Es alguien que huirá en cuanto le levante la voz?

El hombre negó con la cabeza.

—No lo creo. Es dura y sabe seguir órdenes.

Víktor dejó escapar una leve exhalación.

—Bien. No tengo paciencia para gente débil. ¿Cuándo empieza?

—Mañana.

El líder de la Bratva asintió lentamente, sin prestar demasiada atención. Para él, una nueva empleada no era más que otro engranaje en su máquina bien engrasada.

—Esperemos que no me haga perder el tiempo.

Con esas palabras, retomó su trabajo sin imaginar que, al día siguiente, su mundo daría un giro inesperado.

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