CAPÍTULO 0006

La Sombra de la Traición

El eco de sus pasos resonaba en el amplio salón mientras Víktor caminaba con la mirada afilada, analizando cada detalle. La tensión en el aire era palpable. Los hombres que lo rodeaban mantenían la compostura, pero él sabía que entre ellos había un traidor.

Mikhail se acercó, con un cigarro a medio consumir en los labios.

—Hemos comenzado la vigilancia, pero si queremos respuestas rápidas, tal vez debamos… acelerar el proceso.

Víktor giró la cabeza lentamente, observando a su hombre de confianza.

—¿A qué te refieres?

Mikhail exhaló el humo y lo miró con seriedad.

—Si interrogamos a los sospechosos de inmediato, podríamos descubrir quién está filtrando información. Esperar demasiado nos pone en una posición vulnerable.

Víktor tomó asiento en su gran escritorio de madera oscura. Sus dedos tamborilearon sobre la superficie antes de responder.

—Si torturamos al hombre equivocado, alertaremos al verdadero traidor. No. Seguiremos observando… y cuando haga su próximo movimiento, lo atraparemos con las manos en la masa.

Mikhail suspiró y asintió. Sabía que cuando Víktor tomaba una decisión, era imposible hacerlo cambiar de opinión.

Un golpe en la puerta interrumpió la conversación. Uno de los guardias entró con expresión tensa.

—Señor, ha llegado un mensaje… de los italianos.

El silencio se hizo denso como la niebla londinense. Víktor extendió la mano, y el guardia le entregó un sobre negro con un sello dorado.

Con calma, lo abrió y sacó una tarjeta de papel grueso. Las palabras escritas en tinta roja eran concisas y directas:

*Sabemos que estás debilitado. Pronto, Londres tendrá un nuevo dueño.*

Víktor cerró los ojos un segundo antes de soltar una carcajada seca. Sus hombres se miraron entre sí con incertidumbre.

—Son arrogantes —musitó—. Y están cometiendo un error fatal.

Mikhail frunció el ceño.

—¿Qué harás?

El líder de la Bratva sonrió con frialdad.

—Primero, encontraré a nuestro traidor. Después, les recordaré a los italianos por qué jamás debieron desafiarme.

Víktor deslizó la tarjeta entre sus dedos, sus ojos recorriendo las palabras una y otra vez. La amenaza era clara, pero lo que realmente le preocupaba era la certeza con la que los italianos afirmaban que estaba debilitado.

Porque eso significaba que alguien les estaba proporcionando información.

Mikhail, aún con el cigarro entre los labios, se cruzó de brazos.

—Si los italianos creen que pueden tomar Londres, entonces ya tienen aliados aquí.

Víktor dejó la tarjeta sobre la mesa con un golpe seco.

—El traidor no solo les está dando información… los está envalentonando. Necesitamos atraparlo antes de que haga más daño.

Mikhail asintió, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Un guardia entró con expresión sombría.

—Señor… es el doctor Vladislav. Dice que necesita verlo de inmediato.

Víktor entrecerró los ojos. Vladislav no era de los que hacían visitas inesperadas sin una buena razón.

—Déjalo pasar.

El guardia se retiró y, segundos después, el médico cruzó la puerta con su acostumbrada calma. Llevaba el maletín en una mano, pero sus ojos reflejaban una inquietud inusual.

—No suelo venir sin invitación, pero esto no podía esperar —dijo, acercándose a Víktor.

—Si es por mi herida, ya dijiste que quien la atendió hizo un buen trabajo —respondió el ruso con impaciencia.

Vladislav dejó el maletín sobre la mesa y lo miró fijamente.

—No se trata solo de eso.

El médico sacó un pequeño sobre de su chaqueta y lo deslizó hacia Víktor. Mikhail y los demás observaban en silencio.

—¿Qué es esto? —preguntó el líder de la Bratva, tomando el sobre.

—Los resultados de un análisis que hice sin que me lo pidieras —respondió Vladislav—. Encontré rastros de un sedante en tu sangre.

El silencio se hizo denso. Mikhail frunció el ceño y se inclinó hacia adelante.

—¿Sedante? ¿De qué demonios hablas?

Vladislav suspiró.

—Cuando revisé tu herida la última vez, algo no cuadraba. Tu proceso de recuperación es bueno, pero había señales de que habías estado más debilitado de lo normal en los días previos. Hice una prueba por mi cuenta… y encontré rastros de un compuesto que no debería estar en tu sistema.

Víktor cerró la mano sobre el sobre con fuerza.

—Alguien me ha estado drogando.

Vladislav asintió con gravedad.

—En pequeñas dosis. Lo suficiente para hacerte más lento, menos alerta… pero no lo bastante como para que lo notaras de inmediato.

Mikhail maldijo en voz baja, aplastando el cigarro en un cenicero cercano.

—Esto confirma lo que sospechábamos. El traidor no solo está filtrando información… está intentando dejarte vulnerable.

Víktor respiró hondo, conteniendo la ira fría que se formaba en su pecho.

—Esto cambia todo.

Su mirada recorrió la habitación, observando a cada uno de los hombres presentes. Alguno de ellos podía ser el responsable.

El juego se había vuelto más peligroso.

Y Víktor no pensaba jugar a la defensiva.

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