La Sombra de la Traición
El eco de sus pasos resonaba en el amplio salón mientras Víktor caminaba con la mirada afilada, analizando cada detalle. La tensión en el aire era palpable. Los hombres que lo rodeaban mantenían la compostura, pero él sabía que entre ellos había un traidor. Mikhail se acercó, con un cigarro a medio consumir en los labios. —Hemos comenzado la vigilancia, pero si queremos respuestas rápidas, tal vez debamos… acelerar el proceso. Víktor giró la cabeza lentamente, observando a su hombre de confianza. —¿A qué te refieres? Mikhail exhaló el humo y lo miró con seriedad. —Si interrogamos a los sospechosos de inmediato, podríamos descubrir quién está filtrando información. Esperar demasiado nos pone en una posición vulnerable. Víktor tomó asiento en su gran escritorio de madera oscura. Sus dedos tamborilearon sobre la superficie antes de responder. —Si torturamos al hombre equivocado, alertaremos al verdadero traidor. No. Seguiremos observando… y cuando haga su próximo movimiento, lo atraparemos con las manos en la masa. Mikhail suspiró y asintió. Sabía que cuando Víktor tomaba una decisión, era imposible hacerlo cambiar de opinión. Un golpe en la puerta interrumpió la conversación. Uno de los guardias entró con expresión tensa. —Señor, ha llegado un mensaje… de los italianos. El silencio se hizo denso como la niebla londinense. Víktor extendió la mano, y el guardia le entregó un sobre negro con un sello dorado. Con calma, lo abrió y sacó una tarjeta de papel grueso. Las palabras escritas en tinta roja eran concisas y directas: *Sabemos que estás debilitado. Pronto, Londres tendrá un nuevo dueño.* Víktor cerró los ojos un segundo antes de soltar una carcajada seca. Sus hombres se miraron entre sí con incertidumbre. —Son arrogantes —musitó—. Y están cometiendo un error fatal. Mikhail frunció el ceño. —¿Qué harás? El líder de la Bratva sonrió con frialdad. —Primero, encontraré a nuestro traidor. Después, les recordaré a los italianos por qué jamás debieron desafiarme. Víktor deslizó la tarjeta entre sus dedos, sus ojos recorriendo las palabras una y otra vez. La amenaza era clara, pero lo que realmente le preocupaba era la certeza con la que los italianos afirmaban que estaba debilitado. Porque eso significaba que alguien les estaba proporcionando información. Mikhail, aún con el cigarro entre los labios, se cruzó de brazos. —Si los italianos creen que pueden tomar Londres, entonces ya tienen aliados aquí. Víktor dejó la tarjeta sobre la mesa con un golpe seco. —El traidor no solo les está dando información… los está envalentonando. Necesitamos atraparlo antes de que haga más daño. Mikhail asintió, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Un guardia entró con expresión sombría. —Señor… es el doctor Vladislav. Dice que necesita verlo de inmediato. Víktor entrecerró los ojos. Vladislav no era de los que hacían visitas inesperadas sin una buena razón. —Déjalo pasar. El guardia se retiró y, segundos después, el médico cruzó la puerta con su acostumbrada calma. Llevaba el maletín en una mano, pero sus ojos reflejaban una inquietud inusual. —No suelo venir sin invitación, pero esto no podía esperar —dijo, acercándose a Víktor. —Si es por mi herida, ya dijiste que quien la atendió hizo un buen trabajo —respondió el ruso con impaciencia. Vladislav dejó el maletín sobre la mesa y lo miró fijamente. —No se trata solo de eso. El médico sacó un pequeño sobre de su chaqueta y lo deslizó hacia Víktor. Mikhail y los demás observaban en silencio. —¿Qué es esto? —preguntó el líder de la Bratva, tomando el sobre. —Los resultados de un análisis que hice sin que me lo pidieras —respondió Vladislav—. Encontré rastros de un sedante en tu sangre. El silencio se hizo denso. Mikhail frunció el ceño y se inclinó hacia adelante. —¿Sedante? ¿De qué demonios hablas? Vladislav suspiró. —Cuando revisé tu herida la última vez, algo no cuadraba. Tu proceso de recuperación es bueno, pero había señales de que habías estado más debilitado de lo normal en los días previos. Hice una prueba por mi cuenta… y encontré rastros de un compuesto que no debería estar en tu sistema. Víktor cerró la mano sobre el sobre con fuerza. —Alguien me ha estado drogando. Vladislav asintió con gravedad. —En pequeñas dosis. Lo suficiente para hacerte más lento, menos alerta… pero no lo bastante como para que lo notaras de inmediato. Mikhail maldijo en voz baja, aplastando el cigarro en un cenicero cercano. —Esto confirma lo que sospechábamos. El traidor no solo está filtrando información… está intentando dejarte vulnerable. Víktor respiró hondo, conteniendo la ira fría que se formaba en su pecho. —Esto cambia todo. Su mirada recorrió la habitación, observando a cada uno de los hombres presentes. Alguno de ellos podía ser el responsable. El juego se había vuelto más peligroso. Y Víktor no pensaba jugar a la defensiva.El Pasado AcechaDespués de ser la heroína, Elena se acomodó en el sofá, pero no pudo conciliar el sueño.Cada vez que cerraba los ojos, el rostro del hombre volvía a su mente.Se preguntaba si estaría bien, si habría llegado a su casa sin problemas, si los puntos no se habrían abierto.Soltó un suspiro y se regañó a sí misma.—Ya, Elena. Tú lo ayudaste. Si le pasa algo, su sangre no quedará en tus manos.Se levantó y fue a la cocina. Preparó café y un sándwich, sentándose a desayunar en silencio. El apartamento estaba en penumbras, pero el amanecer comenzaba a filtrarse por la ventana.Después de terminar, se dirigió a su habitación, tomó una ducha y arregló un poco el apartamento. Cuando todo estuvo en orden, tomó su bolso y salió.Tenía que ir al supermercado; su despensa estaba casi vacía.Elena caminó con tranquilidad, disfrutando el aire fresco de la mañana. El mundo seguía girando, sin importar lo que pasara en su cabeza.Pero justo cuando salía del supermercado, su tranquilida
Un Trabajo InesperadoElena bostezó mientras apagaba la alarma de su teléfono. Había dormido poco, pero el cansancio no era excusa para faltar a su primer día de trabajo. Se levantó de la cama, se duchó rápidamente y se vistió con ropa cómoda. Se preparó un café fuerte y comió unas tostadas antes de revisar su bolso para asegurarse de llevar todo lo necesario.Al bajar las escaleras del edificio, se encontró con un hombre apoyado contra un coche negro. Tenía el rostro serio y una postura rígida.—¿Elena? —preguntó con un acento marcado.Ella frunció el ceño, deteniéndose.—¿Quién pregunta?—Soy Sergei. Dimitri me envió para llevarte a la casa de tu nuevo jefe.Elena dudó por un momento, pero recordó que Dimitri había sido quien le ofreció el trabajo. Aun así, no le gustaba la idea de subir a un coche con un desconocido.—Puedo ir por mi cuenta —dijo con cautela.Sergei soltó un suspiro, como si ya esperara esa respuesta.—Puedes, pero no llegarás a tiempo. Es mejor que vengas conmigo.
Un Lobo DisfrazadoElena sintió un nudo en el estómago mientras Víktor la observaba con esa expresión que no dejaba claro si estaba divertido o sorprendido. No había esperado volver a verlo, mucho menos bajo estas circunstancias.—¿No vas a saludarme, Elena? —preguntó con su inconfundible acento ruso, inclinando la cabeza ligeramente.Ella endureció la mirada, intentando ignorar el revoltijo de emociones que la asaltaban.—No pensé que necesitaras una mucama —respondió con frialdad.Víktor soltó una leve risa, una mezcla de diversión y burla.—Siempre hay algo que limpiar. Especialmente la sangre.Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había visto con sus propios ojos de lo que era capaz cuando lo ayudó aquella noche. Y ahora estaba en su territorio, rodeada de sus hombres.Antes de que pudiera replicar, una voz interrumpió el tenso momento.—¿Problemas, jefe?Elena se giró y vio a un hombre alto y fornido acercarse. Su expresión era de pura desconfianza.—No, Sergei —respo
Entre sombras y sangreEl dolor ardía como fuego en su costado, pero Víktor Mikhailov no podía detenerse.La lluvia caía con furia sobre las calles de Londres, lavando el rastro de sangre que dejaba tras de sí. Apenas podía mantenerse en pie, pero su orgullo no le permitía caer. No así. No en la ciudad que había controlado con puño de hierro.El eco de sus propios pasos resonaba en el callejón oscuro. La emboscada había sido precisa. Demasiado precisa. Alguien dentro de su organización lo había traicionado.Maldición.El disparo le había atravesado el costado, y aunque la bala no había alcanzado órganos vitales, la pérdida de sangre le estaba jugando en contra. No podía morir aquí. No iba a morir aquí.Un auto se detuvo en la entrada del callejón. Luces de faros iluminaron la escena por unos segundos antes de apagarse. Víktor apoyó la espalda contra la pared, preparándose para pelear si era necesario. Pero en lugar de un enemigo, vio a una mujer bajarse del vehículo.No era una asesin
UN CADÁVER EN MI SOFAElena Carter tenía muchas cosas en su lista de “cosas que jamás haría en la vida”. Llevar a un hombre herido a su departamento en plena madrugada estaba en el top tres, justo debajo de “confiar en las promesas de un ex” y “comer sushi de una gasolinera”.Pero allí estaba.Con un hombre desangrándose en su sofá.—¿Cómo demonios terminé en esto? —murmuró, presionando una toalla contra la herida en su costado.El desconocido—porque sí, seguía siendo un maldito desconocido—estaba inconsciente, pero su respiración era firme. Eso era bueno, suponía. Aún no se moría. Punto para ella.—Vamos, grandote, necesito que no me demandes cuando despiertes —siguió murmurando mientras intentaba contener la hemorragia—. O que no me mates… eso también estaría genial.Se apartó un momento para observarlo. Era guapo. Pero no del tipo “modelo de revista” sino de ese atractivo letal que decía “tengo secretos oscuros y probablemente maté a alguien ayer”.Mandíbula fuerte, cejas rectas, l
¿Secuestrada en mi propio departamento?Elena aún sentía su garganta adolorida.Porque, claro, ¿qué mejor forma de agradecerle por salvarle la vida que intentar estrangularla?—De nada, por cierto —soltó con sarcasmo mientras frotaba su cuello.El hombre, que ahora sabía que no solo era un desconocido ensangrentado sino también un psicópata con tendencias asesinas, seguía observándola con esa intensidad perturbadora.Víktor. Ese era su nombre. No necesitaba preguntarle. Lo había escuchado cuando él, en su estado febril, había mascullado algo en ruso antes de despertar y casi matarla.Elena cruzó los brazos y lo miró fijamente, pero sintió una punzada de inquietud al hacerlo. Había algo en su forma de observarla que la hacía sentir vulnerable, como si estuviera siendo medida, evaluada, clasificada.—¿Vas a decir algo o solo me vas a mirar como si estuvieras calculando cómo deshacerte de mi cadáver?La comisura de los labios de Víktor se movió ligeramente, pero no lo suficiente como par
Juegos PeligrososElena miró a Viktor y suspiró cansada.—Es hora de descansar, tú deberías hacerlo. Te traeré algunas cobijas.Sin esperar respuesta, fue a la siguiente habitación. Cuando regresó, traía una almohada y algunas mantas.—Puedes descansar aquí —señaló el sofá y acomodó la almohada—. Yo estaré ahí —señaló la habitación antes de desaparecer en ella.Viktor solo la miró en silencio. Luego tomó asiento en el sofá y negó con la cabeza, como si aún no comprendiera la extraña situación en la que se encontraba.Elena se acomodo en su cama y abrazo una almohada. Soltó un suspiro y cerró sus ojos dejándose llevar por el cansancio del día. ❦ ✿ ❦ ✿Elena despertó con la extraña sensación de que alguien la observaba.Y no se equivocaba.Víktor estaba sentado en una silla junto a la ventana, su mirada fija en ella con una intensidad que hizo que su piel se erizara. A pesar de su herida, su postura era firme, como si estuviera listo para atacar en cualquier momento.Elena se incorpor
Sombras en la NocheEl aire nocturno de Londres era gélido y denso. Víktor caminaba con paso firme por las calles desiertas, cada sombra un posible enemigo, cada sonido un recordatorio de que la caza no había terminado.Su costado ardía con cada movimiento, pero ignoró el dolor. No tenía tiempo para debilidades. Se detuvo en un callejón oscuro, apoyándose contra la pared para recuperar el aliento.Sacó su teléfono y marcó un número.—Habla Víktor —dijo en ruso, su voz áspera—. Necesito una extracción inmediata.El silencio al otro lado de la línea duró unos segundos antes de que una voz grave respondiera:—Las cosas se complicaron, ¿verdad?Víktor apretó la mandíbula.—Nada que no pueda manejar. Solo hazlo rápido.Cortó la llamada y guardó el teléfono en su chaqueta. Sus ojos se deslizaron por el callejón, siempre alerta. La mafia italiana no dejaría este ataque sin respuesta. Y dentro de su propia organización, los traidores se multiplicaban como ratas.No podía confiar en nadie.El