CAPÍTULO 0004

Juegos Peligrosos

Elena miró a Viktor y suspiró cansada.

—Es hora de descansar, tú deberías hacerlo. Te traeré algunas cobijas.

Sin esperar respuesta, fue a la siguiente habitación. Cuando regresó, traía una almohada y algunas mantas.

—Puedes descansar aquí —señaló el sofá y acomodó la almohada—. Yo estaré ahí —señaló la habitación antes de desaparecer en ella.

Viktor solo la miró en silencio. Luego tomó asiento en el sofá y negó con la cabeza, como si aún no comprendiera la extraña situación en la que se encontraba.

Elena se acomodo en su cama y abrazo una almohada. Soltó un suspiro y cerró sus ojos dejándose llevar por el cansancio del día. 

 ❦ ✿ ❦ ✿

Elena despertó con la extraña sensación de que alguien la observaba.

Y no se equivocaba.

Víktor estaba sentado en una silla junto a la ventana, su mirada fija en ella con una intensidad que hizo que su piel se erizara. A pesar de su herida, su postura era firme, como si estuviera listo para atacar en cualquier momento.

Elena se incorporó lentamente, frotándose los ojos.

—¡Dios! ¿Siempre miras fijamente a la gente mientras duerme o es un pasatiempo nuevo? —refunfuñó, todavía medio dormida.

Víktor no reaccionó. No parpadeó siquiera.

—Dime algo, doctora —su voz era baja, con un deje peligroso—. ¿Eres siempre tan imprudente?

Ella arqueó una ceja.

—Bueno, si contar ayudar a un hombre medio muerto como imprudencia, entonces sí, soy una temeraria de primer nivel.

El silencio entre ellos se sintió como una cuerda tensada a punto de romperse.

Víktor entrecerró los ojos, analizándola con una mirada que parecía atravesarla. Finalmente, se puso de pie con lentitud, ignorando el dolor evidente en su costado.

Elena lo observó con incredulidad.

—¿A dónde crees que vas?

—Me marcho.

Ella soltó una carcajada seca.

—Claro, porque los hombres con heridas de bala suelen levantarse y desaparecer como si nada.

Él ignoró su comentario y avanzó hasta la puerta. Cuando intentó girar el pomo, frunció el ceño al notar que la cerradura no cedía. Giró lentamente la cabeza hacia ella, su expresión oscura como una tormenta.

—¿Qué hiciste?

Elena le dedicó una sonrisa inocente, aunque sus ojos brillaban con un destello de desafío.

—Digamos que no quería que mi invitado especial se escapara en plena convalecencia. Así que tomé la libertad de ponerle seguro a la puerta.

Víktor se giró hacia ella con calma medida. Demasiada calma.

Caminó con pasos lentos, calculados, como un depredador acechando a su presa. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se inclinó sobre ella, reduciendo la distancia de manera intimidante.

—Ábrela —ordenó con voz helada.

Elena sostuvo su mirada sin retroceder.

—Si te abres los puntos y te desangras en mi sala, ¿quién crees que va a limpiar el desastre? Porque no seré yo.

Los ojos de Víktor brillaron con algo peligroso. Pero no era furia. Era curiosidad.

Pocas personas tenían el descaro de desafiarlo.

Menos aún cuando sabían que él podía matarlas en un parpadeo.

Elena se cruzó de brazos, intentando parecer más tranquila de lo que realmente estaba. Su pulso martilleaba contra su piel, pero se negaba a ceder ante la tensión.

Finalmente, Víktor exhaló lentamente y se apartó, regresando a la sofá. 

—No tienes idea de con quién te estás metiendo —murmuró, apoyando la cabeza contra el respaldo con un aire exasperado.

Elena se sentó en el sillón frente a él, cruzando las piernas con aparente despreocupación.

—Y tú no tienes idea de lo terca que puedo ser.

Víktor la miró de reojo. Definitivamente, esta mujer tenía un problema con el instinto de supervivencia.

Elena inclinó la cabeza.

—Entonces, misterioso y peligroso huésped, ¿vas a decirme al menos quiénes te atacaron? Porque no parece que fueran ladrones comunes.

Víktor cerró los ojos por un momento. No debía responder. No debía darle más información.

Pero cuando los abrió, ella seguía ahí, esperándolo, desafiándolo con su persistencia.

—Eso no te concierne.

—Claro, claro. Porque cuando alguien se desangra en mi casa, claramente no es asunto mío —respondió con sarcasmo.

Víktor la observó con detenimiento.

No era solo su osadía lo que lo desconcertaba. Era el hecho de que no mostraba miedo. No como debería.

Y en su mundo, la gente que no temía solía terminar muerta.

Si se mantenía cerca de él, era cuestión de tiempo.

A madrugada, la casa estaba en silencio.

Elena dormía profundamente en el sillon, envuelta en una manta.

Víktor, en cambio, se mantenía en vela. Su mente trabajaba con frialdad. No podía quedarse más tiempo. Si alguien lo rastreaba hasta aquí, la pondría en peligro.

Con movimientos calculados, se puso de pie, soportando la punzada de dolor en su costado. Sin hacer ruido, tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta.

Manipuló la cerradura con facilidad, abriéndola sin despertar a su anfitriona.

El aire frío de Londres lo recibió al cruzar el umbral.

No miró atrás.

A la mañana siguiente, Elena despertó desperezándose lentamente. Bostezó, estiró los brazos y miró alrededor.

El sofá estaba vacío.

Se incorporó de golpe, frunciendo el ceño.

—No puede ser…

Se levantó de un salto y revisó la casa. Nada. Víktor se había ido.

Sobre la mesa, había una nota con caligrafía inigualable.

"No mires atrás."

Elena apretó los labios, sintiendo cómo la frustración y la rabia la recorrían como un incendio.

Arrugó la nota entre los dedos y soltó un gruñido.

—¡Maldito cabrón! —espetó, lanzando la bola de papel contra la pared.

Se cruzó de brazos, mirando el lugar vacío donde él había estado.

—¡Maldito psicópata ruso! —maldijo en voz alta—. ¡Ni siquiera un "gracias por salvarme la vida", nooo, claro que no! ¡Hombres!

Suspiró y se dejó caer en el sofá, frotándose la sien.

Esperaba que al menos no se hubiera muerto en la calle.

Porque, francamente, sería un fastidio tener que explicarlo a la policía.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP