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CAPÍTULO 3: LA SEXTA CONCUBINA

CAPÍTULO 3: LA SEXTA CONCUBINA

El miedo de Akira no hacía más que crecer con cada minuto. La sacaron de la celda y la guiaron a una habitación cálida y bien iluminada, una extraña comodidad que no se podía comparar con la fría celda donde había estado antes. El suelo de piedra estaba cubierto con alfombras suaves, y en el centro de la habitación había una gran tina llena de agua tibia.

Tres mujeres vestidas con largos vestidos blancos la esperaban, y con una mezcla de curiosidad y nerviosismo, la empujaron suavemente hacia la tina.

No pudo evitar sentir una punzada de vergüenza mientras se desnudaba. En su manada, nunca había tenido acceso a lujos como este. Sus baños se limitaban a sumergirse en el río helado, donde el frío que entumecía sus huesos era la única opción. La vida como Omega había sido dura, en especial después de que su hermana se fue de la manada. Al sumergirse en el agua cálida, sintió una oleada de alivio que casi le hizo llorar. El agua acariciaba su piel, llevándose consigo la suciedad y el polvo acumulados durante años. Las mujeres, con una delicadeza inesperada, lavaron su cabello y limpiaron su cuerpo, haciendo que Akira se sintiera, por un breve momento, como si estuviera siendo cuidada otra vez.

Después del baño, le ofrecieron ropa limpia: un vestido sencillo pero elegante, hecho de tela suave y ligera. Akira lo aceptó con gratitud, sintiéndose extrañamente vulnerable y expuesta al estar tan limpia y bien vestida. Las mujeres la dejaron sola en la habitación, y Akira comenzó a explorar su nuevo entorno. Observó los muebles elegantes, los tapices en las paredes, y finalmente se acercó a un gran espejo que reflejaba su figura.

Era la primera vez que se veía de esa manera. Sus ojos se fijaron en su reflejo, sorprendida por lo que veía. Sus ojos grises, profundos y brillantes, la miraban de vuelta. Había escuchado que sus ojos eran inusuales, pero nunca había tenido la oportunidad de verlos por sí misma. Parecían reflejar la luz de la luna, y por un momento, se perdió en su propia mirada, maravillada por los detalles de su rostro.

El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su ensimismamiento. Thane entró en la habitación, seguido por un lacayo que llevaba un pequeño estuche. Por un instante, el príncipe se quedó parado, mirándola fijamente. Había algo en su expresión, tal vez sorpresa o admiración, que hizo que Akira se sintiera aún más expuesta. Pero no apartó la vista; algo en la intensidad de su mirada la mantenía cautiva.

Thane recuperó rápidamente la compostura y, con un gesto, hizo que el lacayo se acercara. El sirviente abrió el estuche, revelando papel y un lápiz, que entregó a Akira. Ella los tomó con manos temblorosas, agradecida por la oportunidad de comunicarse. Thane se cruzó de brazos, su voz grave y autoritaria llenó la habitación.

—¿Cómo te llamas?

“Akira”, escribió ella.

—¿De dónde vienes? —preguntó.

Akira dudó un momento antes de escribir. La sensación del lápiz en sus dedos era extraña, una herramienta que no había usado en mucho tiempo. Con letras cuidadas, escribió:

"De la manada Luna de Sangre."

Thane leyó las palabras y frunció el ceño, pensativo.

—¿Por qué estabas en el bosque? —continuó con un tono de autoridad.

Akira se detuvo un momento antes de responder. No sabía cuánto debía revelar, pero también entendía que ocultar la verdad podría empeorar su situación. Con una respiración profunda, escribió:

"Me desterraron. Soy una esclava y ofendí a la Luna del Alfa. Ella me dejó a mi suerte."

Thane se acercó, sus pasos resonaron en el suelo de piedra. Akira sintió su corazón latir con fuerza en su pecho mientras él se inclinaba hacia ella, levantó una mano para acariciar su rostro. Su toque fue sorprendentemente suave, y Akira sintió una extraña chispa recorrer su piel. No era miedo lo que sentía, sino algo más profundo, algo que no podía identificar. Sus ojos se encontraron, y por un momento, todo en la habitación pareció detenerse.

—Es raro que una esclava sepa leer y escribir —murmuró Thane. Había algo en su tono, era curiosidad, pero también peligro, que hizo que Akira se sonrojara ligeramente. No respondió, simplemente lo miró fijamente, sin atreverse a apartar la vista.

Thane dejó caer su mano y se enderezó. Observó a Akira con una expresión calculadora, como si estuviera evaluando todas sus posibilidades. Finalmente, sonrió y dijo:

—Te designaré como mi sexta concubina.

Akira sintió como si el aire se hubiera vuelto más pesado. La palabra "concubina" resonó en su mente, llenándola de terror y confusión. ¿Concubina? ¿Qué significaba eso para ella? No era libre para negarse, lo sabía, pero la perspectiva de ser una concubina del príncipe de los lobos era algo que nunca había considerado posible.

Al ver la confusión y el miedo en sus ojos, Thane se inclinó hacia ella nuevamente, pero esta vez su mirada era fría y cruel, con un toque de diversión en su tono.

—No te preocupes, pequeña Omega —dijo con una sonrisa condescendiente—, estarás bien cuidada aquí, mejor que en el bosque, donde claramente no sabes cómo sobrevivir por tu cuenta. —Su voz estaba teñida de burla, como si disfrutara de su desconcierto—. Después de todo, un juguete roto aún puede tener su uso.

Akira asintió lentamente, sin saber qué más hacer. Thane hizo un gesto hacia el lacayo, que se acercó y le entregó más papel y lápiz.

—Escribe lo que necesites —dijo Thane antes de girarse hacia la puerta. Se detuvo y la miró por última vez—. Ahora me perteneces, no lo olvides.

Con esas palabras, salió de la habitación, dejándola sola con sus pensamientos. Akira se sentó en la cama, sosteniendo el papel y el lápiz, sintiéndose más perdida que nunca. Sería una concubina, pero no sabía qué significaba eso para ella. Sin embargo, una cosa era segura: su vida había cambiado irrevocablemente, y ahora estaba en manos de un hombre que era tan fascinante como peligroso. Thane le había dicho que era suya y eso la llenaba de miedo, pero también alimentaba su curiosidad por él.

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