El frío de la noche mordía la piel de Selene mientras se alejaba de los terrenos de la manada, cada paso más doloroso y pesado. El viento susurraba entre los árboles, pero no podía oír nada más allá del eco de las palabras de Kayden. "Ese bastardo no es mi hijo." Esas palabras habían perforado su corazón como dagas envenenadas. Acarició su vientre hinchado con ternura, sintiendo los débiles movimientos de su bebé, el único ser que ahora le quedaba en el mundo..
—Lo siento, mi pequeño —susurró, intentando contener las lágrimas—. Esto no es justo... no para ti. Sus pies avanzaban automáticamente, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos, en las promesas rotas. Ella dejó su manada por una promesa. Aunque fue forzada a estar con Kayden, se esforzó por cumplir con sus responsabilidades como Luna, cuidando de la manada y asegurando la continuación de la línea de Kayden. Como esposa, le dio todo su amor con cada fibra de su ser. Y ahora, el hombre por el que había renunciado a todo, la había desterrado. A ella. A su hijo. De repente, el crujido de ramas detrás de ella la hizo detenerse en seco. El corazón le latió con fuerza mientras giraba lentamente la cabeza. Entre las sombras, tres figuras emergieron. Eran lobos de su manada, hombres a los que alguna vez había conocido, en quienes había confiado. Pero ahora, sus miradas solo destilaban odio y desprecio. —¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, su voz rota por el miedo. Uno de los lobos, el más grande de ellos, dio un paso al frente. En sus ojos brillaba una frialdad escalofriante. —Venimos de parte del Alfa, Selene. Las palabras cayeron como una sentencia de muerte. El corazón de Selene se encogió de pánico. Dio un paso atrás, sus manos instintivamente protegiendo su vientre. Sabía lo que significaba aquello. —¿Qué quieren de mí? —su voz apenas fue un susurro, llena de incredulidad. El segundo lobo, con una sonrisa burlona, respondió con veneno en cada palabra. —El Alpha ha ordenado tu muerte. Tú y tu bastardo no tienen lugar en esta manada. Selene retrocedió, el pánico y la desesperación creciendo en su pecho. —¡No! —gritó, el dolor rasgándole la garganta—. ¡Soy la Luna de esta manada! ¡Soy la madre de su hijo! El tercer lobo la miró con desdén. — El alfa Kayden dijo que ese bastardo no es suyo. Y nos ha enviado para asegurarnos de que no vuelvas. Selene se quedó helada, pero algo dentro de ella se encendió. Un fuego que no había sentido antes. Su corazón latía con furia, y la traición que ardía en su alma se convirtió en una determinación implacable. Se levantó, aunque sabía que no podría luchar contra ellos, pero antes de que los lobos pudieran abalanzarse sobre ella, levantó la cabeza hacia la luna llena que brillaba en lo alto del cielo. —¡Que la luna sea testigo! —gritó, su voz resonando con un poder que jamás había sentido antes—. Maldigo a Kayden, Alfa de la manada Luna Creciente. Que su traición le traiga miseria, que su poder se desmorone, y que nunca encuentre paz mientras viva. Y cuando llegue el momento de su muerte, que recuerde este día... el día que traicionó a su Luna y a su hijo. Los lobos se detuvieron por un momento, sorprendidos por el poder de sus palabras, pero no duró mucho. El líder de ellos gruñó, transformándose rápidamente en su forma de lobo, y se abalanzó sobre Selene. El impacto la tiró al suelo, y el dolor la atravesó como un rayo. Garras afiladas rasgaron su piel, y el calor de la sangre brotó de su cuerpo. A pesar del sufrimiento, Selene no dejó de gritar, maldiciendo a Kayden con cada aliento que le quedaba. —¡Nunca serás feliz! —gritó, su voz debilitándose mientras los lobos la desgarraban—. ¡La luna castigará tu traición! Sintió cómo la vida se le escapaba lentamente, y su visión comenzó a desvanecerse. Las palabras de maldición aún brotaban de sus labios, aunque apenas podía escucharse a sí misma. Sabía que su tiempo se acababa, pero antes de que la oscuridad la consumiera, susurró una última vez: —Lo siento, mi pequeño. El frío y la oscuridad envolvían a Selene como un manto pesado, su cuerpo destrozado apenas reaccionaba. La sangre teñía el suelo a su alrededor, y el dolor era una constante, un latido sordo que se sentía más lejano con cada respiración. Apenas consciente, supo que los lobos se habían marchado, dejando su cuerpo deshecho y su vida al borde de extinguirse. Mientras yacía ahí, entre el susurro de las hojas y el murmullo del viento, una figura emergió de entre las sombras. Era una mujer, alta y esbelta, vestida con ropas oscuras que se mezclaban con la noche. Su cabello largo y blanco brillaba a la luz de la luna, y sus ojos, de un tono ámbar intenso, parecían atravesar la penumbra con una sabiduría antigua. Selene apenas podía mantener los ojos abiertos, pero sintió la presencia de aquella mujer como una brisa helada recorriendo su piel. El aroma a tierra húmeda y hierbas llenó el aire cuando la extraña se arrodilló a su lado. Con un suave movimiento de su mano, la mujer apartó un mechón de cabello empapado de sudor y sangre de la frente de Selene. —¿Quién...? —murmuró Selene con dificultad, su voz apenas audible, quebrada por el dolor. La mujer la miró con calma, su expresión serena pero llena de un poder que no pertenecía a este mundo. Su voz, cuando habló, resonó con un eco profundo, como si viniera de tiempos remotos. —Soy Eira, una antigua —dijo con suavidad—. Y he venido porque la luna me ha enviado. Selene parpadeó, su mente nublada por la confusión y el dolor. Sabía lo que Eira era: una bruja de los tiempos antiguos, conocedora de los secretos de la luna, temida y respetada por igual. Se decía que su poder era inmenso, que había vivido más allá de lo que cualquiera podría imaginar. Eira posó una mano sobre el vientre de Selene, donde su bebé apenas se movía, como si también sintiera la cercanía de la muerte. —Estás al borde de la muerte, Luna —continuó Eira, su mirada fija en la de Selene—. Pero la luna ha escuchado tu maldición. No es tu momento aún. Selene intentó hablar, pero el dolor la paralizaba. Eira deslizó su mano sobre las heridas de Selene, murmurando palabras en una lengua que Selene no entendía. El aire alrededor de ellas pareció vibrar, y una energía antigua y poderosa comenzó a envolverlas. — Tu dolor ha llamado mi atención. La luna misma ha sido testigo de tu sufrimiento, y te ofrezco una segunda oportunidad.— Explico la mujer. Selene intentó incorporarse, pero sus heridas eran demasiado profundas. La hechicera extendió una mano sobre ella, y una luz suave emanó de sus dedos, sanando lentamente parte de sus heridas, lo suficiente para que pudiera escuchar con claridad lo que estaba a punto de decirle. —¿Qué oportunidad? —preguntó Selene, sus ojos llenos de desesperación y odio hacia Kaiden. La hechicera sonrió con una mezcla de compasión y misterio. —Te ofrezco la oportunidad de viajar en el tiempo, de regresar una semana antes de que todo esto ocurriera. Podrás deshacer la traición, cambiar tu destino... vengarte del Alfa que te desterró y negó a tu hijo. Selene la miró con incredulidad. ¿Era posible? ¿De verdad podría regresar, enfrentarse a Kaiden y evitar todo este dolor? Su corazón palpitaba con esperanza y rabia. —¿Qué debo hacer? —preguntó Selene, con la voz temblorosa pero firme. La hechicera sacó de su túnica un collar antiguo, con una piedra luminosa en su centro. La luz que emanaba de él era tan fuerte como la luna llena, y su energía vibraba en el aire. —Este collar te permitirá retroceder en el tiempo —explicó la hechicera, colocando la joya en las manos de Selene—. Pero debes saber que cada acción tiene una consecuencia. Si eliges vengarte, si decides cambiar el curso de los acontecimientos, habrá un precio que pagar. Selene observó el collar, sintiendo el poder que contenía, pero sus pensamientos estaban llenos de una única cosa: venganza. Kaiden la había humillado, la había desterrado, y había puesto en peligro a su hijo. No podía dejar que eso quedara impune. —Estoy dispuesta a pagar cualquier precio —respondió Selene, apretando el collar con fuerza. La hechicera la miró a los ojos, como si buscara asegurarse de que Selene comprendiera el riesgo. —Recuerda mis palabras, Selene. El precio podría ser más alto de lo que imaginas. Pero si tu deseo de venganza es más fuerte que tu temor al castigo, entonces usa este collar y regresa. Cambia tu destino... pero ten en cuenta que la luna siempre cobra sus deudas. Con esas palabras, la hechicera desapareció entre las sombras, dejando a Selene sola, con el collar brillando en sus manos. Selene lo sostuvo con fuerza, su mente clara en un único propósito. No tendría piedad. Kayden pagaría por lo que había hecho, y lo haría bajo la misma luna que había sido testigo de su traición. Con un último susurro al cielo, Selene invocó el poder del collar, sintiendo cómo el tiempo se retorcía a su alrededor, llevándola de vuelta a una semana antes, cuando aún tenía el poder de cambiar su destino.Selene parpadeó varias veces, sintiendo la suavidad de las sábanas que la envolvían. Con un movimiento lento, giró la cabeza y se encontró con una visión que la dejó sin aliento.Kayden, el Alfa de la manada, estaba durmiendo a su lado. Su rostro, enmarcado por el cabello oscuro y despeinado, lucía sereno, casi inocente. Selene sintió una punzada de confusión. ¿Cómo podía estar aquí con él después de todo lo que había sucedido?Con un esfuerzo, se sentó en la cama, notando que su vientre, de cinco meses, se movía suavemente. Un escalofrío de sorpresa la recorrió al darse cuenta de que no había señales de las heridas que había sufrido. Su cuerpo estaba intacto, como si nada hubiera pasado. El dolor, la humillación, el desprecio… todo había desaparecido, como si hubiera sido un mal sueño.El bebé se movía con energía, como si estuviera celebrando su regreso a la vida. Selene se sintió reconfortada, pero el desconcierto la dominaba. Se levantó de la cama con cuidado, intentando no desper
Lila siempre había amado a Kayden, aunque él nunca la vio de la misma manera. Para Kayden, Lila era como una hermana, alguien a quien proteger. Su devoción hacia ella no era más que una extensión de la deuda que sentía hacia su hermano, un guerrero Beta que había dado la vida por la familia del Alfa. Desde la muerte de su hermano, Kayden siempre había cuidado de Lila, pero nunca cruzó la línea de la fraternidad. Sin embargo, la realidad era más complicada. Lila había alimentado en silencio un deseo por él que se volvía más intenso cada día. Lila apareció en el despacho de Kayden con una carta en la mano. Su expresión era grave. —Alfa —dijo con voz baja pero segura—, necesito mostrarte algo importante. Kayden la observó, notando la carta que extendía hacia él. La tomó con una mezcla de curiosidad y sospecha, desplegándola lentamente. —¿Qué es esto, Lila? —preguntó, leyendo las palabras impresas en el papel. —Es una carta que demuestra que Selene ha estado en contacto con Alfa
Selene fingía llorar mientras caminaba hacia el despacho con Armand, el anciano del consejo. Kayden, ya vestido, llegó a los pocos minutos. La rabia se apoderaba de él, y sin pensarlo, jaló el brazo de Selene con fuerza. —Tú lo planeaste todo, ¿verdad? —gruñó, con los ojos encendidos de furia. Selene lo miró con desafío. —¡Suéltame! —exigió, intentando zafarse de su agarre. Kayden apretó los dientes, su cuerpo temblando de ira.Armand, con su voz grave y llena de autoridad, intervino al ver la escena. —¡Suéltala ahora mismo, Kayden! —exigió, su mirada dura—. Eres una vergüenza para tu apellido, para la manada. No puedo creer lo que has hecho. Kayden soltó el brazo de Selene bruscamente y se volvió hacia Armand, con una sonrisa arrogante en el rostro. —¿Vergüenza? —respondió Kayden con desdén—. Yo soy el Alfa, y hago lo que debo. No me darás lecciones, viejo. —Eres una vergüenza para tu manada —dijo Armand con voz firme, señalando a Kayden con un dedo tembloroso de ira—.
A penas consciente sobre el suelo, mientras Alfa Luca la observaba con intensidad. Su belleza era innegable, aunque no quiere aceptar, cada rasgo suyo lo fascinaba, pero más allá de eso, lo que lo consumía era la certeza de que ella era su pareja destinada. No podía evitar acercarse a ella, mientras dentro de él ardía un deseo de humillarla y atormentarla, como un castigo por su rechazo y traición. Se acercó lentamente y la tomo en brazos, sus ojos recorriendo cada línea de su rostro. Suya, pensó con posesividad. Lo sería para siempre. Pero justo en ese momento, apareció Kayden, su mirada llena de furia a su lado estaba Lila, su amante.. —¿Qué crees que estás haciendo con mi esposa? —rugió Kayden, con la ira evidente en cada palabra. Las tensiones se podían cortar con un cuchillo. Las cuatro personas se enfrentaban en una batalla silenciosa de miradas y poder. Selene, aún pálida y debilitada, observaba desde un rincón mientras Kayden, su antiguo esposo, reclamaba con furia. —¿Q
Selene había estado prisionera durante meses, aislada y rechazada por todos. Su vientre, que no paraba de crecer, era un recordatorio constante de la situación en la que se encontraba. Los días se volvían cada vez más largos, mientras reflexionaba sobre todo lo que había sucedido. Había llegado a una conclusión dolorosa: Kayden la había rechazado después de que él y Lila están juntos. En ese momento, él había roto el vínculo que los unía, lo que sin duda había desencadenado que se convirtiera en la pareja destinada de Alfa Luca. Selene se debatía entre la confusión y el dolor, intentando entender cómo y cuándo todo había cambiado. Aún recordaba como Alfa Luca y la manada Rogue la había repudiado cuando se marchó con Kayden. Los últimos meses habían sido un infierno. Nadie la visitaba, nadie se preocupaba por ella. La soledad era su única compañía, excepto en las ocasiones en que Lila aparecía, no para ofrecer consuelo, sino para burlarse cruelmente de su situación. Y Kayden… cada
Selene no dejaba de llorar, sus lágrimas rodaban por sus mejillas mientras el sonido del llanto de su bebé resonaba en la celda oscura y fría. Había dado a luz sola, sin ayuda, abandonada a su suerte. Su cuerpo estaba agotado, cada parte de ella dolía con una intensidad insoportable, y la sangre continuaba fluyendo, tiñendo el suelo bajo ella de un rojo oscuro. El dolor la debilitaba a cada segundo, haciéndole pensar que el final estaba cerca.A pesar de todo, su mirada no se apartaba de su pequeño. El bebé, apenas recién nacido, tenía el cabello oscuro, espeso, y unos ojos azules intensos, idénticos a los de Kayden. Aquel parecido la desgarraba por dentro, pues no podía evitar recordar todo el sufrimiento que él le había causado.Con manos temblorosas, Selene tomó a su hijo, acercándolo a su pecho, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo. Sabía que sus fuerzas la estaban abandonando, que no le quedaba mucho tiempo. Sus labios temblaron al susurrarle unas palabras que él nunca entende
Lila, con el corazón acelerado y las manos temblorosas, se apresuró a la cabaña de la bruja anciana. El aire era espeso y húmedo, como si el bosque mismo supiera que algo oscuro estaba por suceder. No podía quitarse de la cabeza esa mirada del maldito bebé, esos ojos azules brillantes que parecían perforar su alma. Sabía que algo estaba mal, que ese niño no era normal. Cuando llegó a la puerta de la cabaña, apenas tuvo tiempo de respirar antes de golpear con fuerza. La puerta crujió, y una voz ronca, llena de sabiduría y misterio, la invitó a pasar. —Entra, niña —dijo la bruja sin mirarla, sentada frente a una mesa cubierta de viejos frascos y velas apagadas—. Puedo sentir tu miedo desde aquí. Lila cruzó el umbral y se detuvo frente a la anciana. El lugar olía a hierbas secas y humo, y el ambiente estaba cargado de magia antigua. Lila tragó saliva, tratando de controlar su temblor. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad ante la bruja, pero lo que había visto en la celda co
Selene estaba completamente aterrada mientras cargaba a su bebé contra su pecho, sintiendo su pequeño cuerpo acurrucarse en busca de su calor. El bebé, frágil e inocente, no tenía idea del mundo cruel en el que había nacido, ni del peligro que lo acechaba. Selene lo amamantaba con delicadeza, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Aunque estaba agotada y dolorida, sentía una necesidad feroz de proteger a su hijo. La celda era fría y oscura, y la cadena de metal que rodeaba su tobillo le recordaba constantemente su condición de prisionera. No había libertad, no había compasión, solo el eco de los gritos y burlas de los guardias que la mantenían cautiva. Sus últimos meses habían sido un infierno interminable, pero ahora, con su bebé en brazos, todo había cambiado. Había arrancado un pedazo de su vestido para envolver al bebé, intentando darle algo de calor en ese lugar lúgubre. Mientras lo observaba con ojos llenos de angustia, notó algo que la hizo contener el aliento. Su piel