Selene parpadeó varias veces, sintiendo la suavidad de las sábanas que la envolvían. Con un movimiento lento, giró la cabeza y se encontró con una visión que la dejó sin aliento.
Kayden, el Alfa de la manada, estaba durmiendo a su lado. Su rostro, enmarcado por el cabello oscuro y despeinado, lucía sereno, casi inocente. Selene sintió una punzada de confusión. ¿Cómo podía estar aquí con él después de todo lo que había sucedido? Con un esfuerzo, se sentó en la cama, notando que su vientre, de cinco meses, se movía suavemente. Un escalofrío de sorpresa la recorrió al darse cuenta de que no había señales de las heridas que había sufrido. Su cuerpo estaba intacto, como si nada hubiera pasado. El dolor, la humillación, el desprecio… todo había desaparecido, como si hubiera sido un mal sueño. El bebé se movía con energía, como si estuviera celebrando su regreso a la vida. Selene se sintió reconfortada, pero el desconcierto la dominaba. Se levantó de la cama con cuidado, intentando no despertar a Kayden. Mientras sus pensamientos se agitaban, recordó lo que había sucedido antes de despertar aquí: la hechicera, el collar, la oportunidad de vengarse. Había viajado en el tiempo, una semana atrás, antes de que su mundo se desmoronara. De repente, Kayden se movió en la cama y abrió los ojos. Cuando su mirada se posó en Selene, su expresión pasó de la confusión a la sorpresa. —¿Selene? —preguntó, su voz aún cargada de sueño. —Sí... —respondió ella, sintiéndose vulnerable bajo su mirada. Kayden se incorporó, mirándola con intensidad. —¿Por qué me miras así? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Como si quisieras asesinarme? —No es nada... —replicó Selene, apartando la mirada, su mente aún revuelta por lo que había pasado. Cuando se giró hacia el espejo nuevamente, su mirada se detuvo en el collar que llevaba alrededor del cuello. La joya brillaba con un destello que parecía hipnotizarla. En ese momento, la verdad la golpeó como una ola: nada de esto había sido un sueño. Había viajado en el tiempo. Kayden, con su cuerpo musculoso y la mirada intensa, se acercó a Selene. La tomó de la cintura, atrayéndola hacia él con una fuerza que la sorprendió. El lobo de ojos intensos era un hombre rudo y autoritario, un Alfa que jamás mostraba sus sentimientos. La había tomado cuando se le antojaba, siempre tratando a Selene como si fuera una posesión más que una compañera. —¿Qué pasa? —dijo el Alfa Kayden, su voz profunda y áspera—. ¿Te molesta que te toque? Te recuerdo que soy tu hombre. Selene se sintió invadida por una mezcla de emociones. —Lo sé, Alfa Kayden... —respondió, tratando de mantener la calma a pesar de su agitación interna. Él la observó, una chispa de desdén en sus ojos. —Cada día estás más gorda. Kayden comenzó a quejarse, su rostro torciéndose en una mueca de dolor. Se llevó una mano al estómago, sintiendo que una ola de malestar lo atravesaba. —¿Qué m****a me pasa? —gruñó, su voz dura pero llena de confusión. Ella lo observó con una mezcla de satisfacción y sorpresa, disimulando una sonrisa que quería brotar. La imagen del hombre autoritario y cruel que siempre la había menospreciado ahora parecía vulnerable. Ella se preguntaba si quizás, solo quizás, estas eran las consecuencias de su rechazo hacia ella, o si eran los efectos de la maldición que había invocado. Selene se alejó de Kayden, disfrutando de la satisfacción que le provocaba su malestar. Comenzó a vestirse, cada movimiento un desafío silencioso hacia él, ignorando su presencia y el aura dominante que siempre lo rodeaba. La tensión en el aire era palpable. De repente, la puerta se abrió de golpe y uno de los súbditos de Kayden entró, su rostro grave y nervioso. Selene se detuvo, sintiendo que la atmósfera cambiaba drásticamente. —Alpha Kayden —dijo el súbdito, inclinándose levemente—. He traído malas noticias sobre las cosechas. Kayden se enderezó, el dolor aún visible en su rostro, pero la urgencia de la situación pareció darle un nuevo impulso. —¿Qué ocurre? —preguntó, su voz repentinamente autoritaria. —La cosecha de esta temporada ha fracasado. Las tierras no han producido nada y la manada enfrentará escasez pronto —respondió el súbdito, su mirada nerviosa fija en Kayden—. Además, los rumores indican que el Alfa rival, Luca, ha estado moviendo sus piezas para aprovechar nuestra debilidad. Selene sintió un escalofrío recorrer su espalda. La escasez de recursos podría desestabilizar a la manada y provocar caos. Se acercó un poco más, ignorando la tensión entre ellos. —Debemos buscar una solución antes de que sea demasiado tarde —dijo ella, su tono decidido—. Tal vez deberíamos enviar a algunos de los lobos a explorar otras tierras en busca de suministros. Kayden la miró, su expresión dura. —No puedo arriesgarme a que nos descubran. La última vez que nos acercamos a las tierras vecinas, hubo problemas. —¿Prefieres que nuestros lobos pasen hambre y se conviertan en un blanco fácil para Luca? —replicó Selene, levantando una ceja. Kayden, frustrado por la insistencia de Selene, la agarró del brazo con fuerza, su rostro contorsionado por la ira. —¡No intervengas en las decisiones del Alfa! —rugió, su voz resonando en la habitación como un trueno. —Pero, Kayden... —intentó protestar ella, sintiendo el ardor en su brazo. —¡Límitate a tus deberes como Luna! —gritó, haciendo que Selene retrocediera, recordándole su lugar en la manada. El súbdito nervioso permanecía en la puerta, conteniendo la respiración. Al darse cuenta de que lo observaba, Kayden lanzó una mirada fulminante, con los dientes apretados. —¡Lárgate! —ordenó, y el súbdito salió disparado, sin atreverse a mirar atrás. Selene respiró hondo, mezclando determinación con frustración, sin dejarse intimidar. —No puedo quedarme callada, Kayden. Esto afecta a todos nosotros. Kayden la soltó, pero su mirada seguía siendo dura y fría, como el acero. —No me hagas perder más tiempo. Tus opiniones son irrelevantes —respondió, su voz gélida. Selene lo miró con desdén, el ardor de su indignación creciendo. Ya nunca más sería una esposa obediente no después de lo que había descubierto.—Quizás deberías escucharme en lugar de desestimar mis ideas. Esta manada necesita más que solo un Alfa autoritario. —¿Y qué sabes tú de ser Alfa? —replicó él, sus ojos ardían de desafío—. Eres una madre, no una guerrera. Conoce tu lugar. —Soy la madre de tu hijo, y eso me convierte en parte de esta manada —desafió Selene, levantando la barbilla—. Si dejaras de menospreciarme, podríamos trabajar juntos. Kayden se cruzó de brazos, conflictuado, su expresión un torbellino de furia y duda. —Debo ir a reunir a los demás —dijo finalmente, el tono de su voz más frío, casi helado— Cumple con tus deberes de Luna o afronta las consecuencias. Selene sabía, en lo más profundo de su ser, que Kayden la mataría tarde o temprano. Era inevitable. La furia de un Alfa traicionado no conocía límites, pero antes de que él pudiera consumar su venganza, ella tenía que actuar. Si lograba meterlo en problemas antes de que le quitara la vida, podría ganar algo de tiempo. Tiempo para escapar. Tiempo para exponer la verdad. Se encontraba en la oficina de Kayden, revisando frenéticamente los documentos bajo el pretexto de revisar las cuentas de la manada. "Tiene que haber algo aquí", pensaba, sus dedos recorriendo con rapidez los papeles. Tal vez entre esos montones de documentos encontraría la respuesta a su injusta muerte en su vida pasada. Recordaba vagamente las cartas falsificadas, aquellas que sellaron su destino, y había algo que siempre le pareció extraño: el papel. No era cualquier papel, sino uno exclusivo de los Alfas. Ningún lobo de bajo nivel podría haber accedido a algo tan valioso. Desde entonces, sospechaba que Kayden había sido el verdadero artífice de su desgracia. Pero a pesar de su búsqueda, no encontró nada. La frustración comenzaba a morderle los nervios. "No puede ser… Debe haber algo aquí", se repetía, pero los papeles solo le devolvían el silencio. Exhausta, dejó caer los hombros. No podía continuar. Debía regresar a su habitación y descansar. Kayden y ella no compartían la cama todas las noches. Cuando Selene pasaba por el pasillo que conducía al dormitorio del Alfa, algo extraño captó su atención. Un gemido, suave pero claro, resonaba a través de la puerta. Selene se detuvo en seco, con el corazón acelerado. Era un sonido inusual, nada que ella hubiera escuchado antes en la casa.Lila siempre había amado a Kayden, aunque él nunca la vio de la misma manera. Para Kayden, Lila era como una hermana, alguien a quien proteger. Su devoción hacia ella no era más que una extensión de la deuda que sentía hacia su hermano, un guerrero Beta que había dado la vida por la familia del Alfa. Desde la muerte de su hermano, Kayden siempre había cuidado de Lila, pero nunca cruzó la línea de la fraternidad. Sin embargo, la realidad era más complicada. Lila había alimentado en silencio un deseo por él que se volvía más intenso cada día. Lila apareció en el despacho de Kayden con una carta en la mano. Su expresión era grave. —Alfa —dijo con voz baja pero segura—, necesito mostrarte algo importante. Kayden la observó, notando la carta que extendía hacia él. La tomó con una mezcla de curiosidad y sospecha, desplegándola lentamente. —¿Qué es esto, Lila? —preguntó, leyendo las palabras impresas en el papel. —Es una carta que demuestra que Selene ha estado en contacto con Alfa
Selene fingía llorar mientras caminaba hacia el despacho con Armand, el anciano del consejo. Kayden, ya vestido, llegó a los pocos minutos. La rabia se apoderaba de él, y sin pensarlo, jaló el brazo de Selene con fuerza. —Tú lo planeaste todo, ¿verdad? —gruñó, con los ojos encendidos de furia. Selene lo miró con desafío. —¡Suéltame! —exigió, intentando zafarse de su agarre. Kayden apretó los dientes, su cuerpo temblando de ira.Armand, con su voz grave y llena de autoridad, intervino al ver la escena. —¡Suéltala ahora mismo, Kayden! —exigió, su mirada dura—. Eres una vergüenza para tu apellido, para la manada. No puedo creer lo que has hecho. Kayden soltó el brazo de Selene bruscamente y se volvió hacia Armand, con una sonrisa arrogante en el rostro. —¿Vergüenza? —respondió Kayden con desdén—. Yo soy el Alfa, y hago lo que debo. No me darás lecciones, viejo. —Eres una vergüenza para tu manada —dijo Armand con voz firme, señalando a Kayden con un dedo tembloroso de ira—.
A penas consciente sobre el suelo, mientras Alfa Luca la observaba con intensidad. Su belleza era innegable, aunque no quiere aceptar, cada rasgo suyo lo fascinaba, pero más allá de eso, lo que lo consumía era la certeza de que ella era su pareja destinada. No podía evitar acercarse a ella, mientras dentro de él ardía un deseo de humillarla y atormentarla, como un castigo por su rechazo y traición. Se acercó lentamente y la tomo en brazos, sus ojos recorriendo cada línea de su rostro. Suya, pensó con posesividad. Lo sería para siempre. Pero justo en ese momento, apareció Kayden, su mirada llena de furia a su lado estaba Lila, su amante.. —¿Qué crees que estás haciendo con mi esposa? —rugió Kayden, con la ira evidente en cada palabra. Las tensiones se podían cortar con un cuchillo. Las cuatro personas se enfrentaban en una batalla silenciosa de miradas y poder. Selene, aún pálida y debilitada, observaba desde un rincón mientras Kayden, su antiguo esposo, reclamaba con furia. —¿Q
Selene había estado prisionera durante meses, aislada y rechazada por todos. Su vientre, que no paraba de crecer, era un recordatorio constante de la situación en la que se encontraba. Los días se volvían cada vez más largos, mientras reflexionaba sobre todo lo que había sucedido. Había llegado a una conclusión dolorosa: Kayden la había rechazado después de que él y Lila están juntos. En ese momento, él había roto el vínculo que los unía, lo que sin duda había desencadenado que se convirtiera en la pareja destinada de Alfa Luca. Selene se debatía entre la confusión y el dolor, intentando entender cómo y cuándo todo había cambiado. Aún recordaba como Alfa Luca y la manada Rogue la había repudiado cuando se marchó con Kayden. Los últimos meses habían sido un infierno. Nadie la visitaba, nadie se preocupaba por ella. La soledad era su única compañía, excepto en las ocasiones en que Lila aparecía, no para ofrecer consuelo, sino para burlarse cruelmente de su situación. Y Kayden… cada
Selene no dejaba de llorar, sus lágrimas rodaban por sus mejillas mientras el sonido del llanto de su bebé resonaba en la celda oscura y fría. Había dado a luz sola, sin ayuda, abandonada a su suerte. Su cuerpo estaba agotado, cada parte de ella dolía con una intensidad insoportable, y la sangre continuaba fluyendo, tiñendo el suelo bajo ella de un rojo oscuro. El dolor la debilitaba a cada segundo, haciéndole pensar que el final estaba cerca.A pesar de todo, su mirada no se apartaba de su pequeño. El bebé, apenas recién nacido, tenía el cabello oscuro, espeso, y unos ojos azules intensos, idénticos a los de Kayden. Aquel parecido la desgarraba por dentro, pues no podía evitar recordar todo el sufrimiento que él le había causado.Con manos temblorosas, Selene tomó a su hijo, acercándolo a su pecho, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo. Sabía que sus fuerzas la estaban abandonando, que no le quedaba mucho tiempo. Sus labios temblaron al susurrarle unas palabras que él nunca entende
Lila, con el corazón acelerado y las manos temblorosas, se apresuró a la cabaña de la bruja anciana. El aire era espeso y húmedo, como si el bosque mismo supiera que algo oscuro estaba por suceder. No podía quitarse de la cabeza esa mirada del maldito bebé, esos ojos azules brillantes que parecían perforar su alma. Sabía que algo estaba mal, que ese niño no era normal. Cuando llegó a la puerta de la cabaña, apenas tuvo tiempo de respirar antes de golpear con fuerza. La puerta crujió, y una voz ronca, llena de sabiduría y misterio, la invitó a pasar. —Entra, niña —dijo la bruja sin mirarla, sentada frente a una mesa cubierta de viejos frascos y velas apagadas—. Puedo sentir tu miedo desde aquí. Lila cruzó el umbral y se detuvo frente a la anciana. El lugar olía a hierbas secas y humo, y el ambiente estaba cargado de magia antigua. Lila tragó saliva, tratando de controlar su temblor. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad ante la bruja, pero lo que había visto en la celda co
Selene estaba completamente aterrada mientras cargaba a su bebé contra su pecho, sintiendo su pequeño cuerpo acurrucarse en busca de su calor. El bebé, frágil e inocente, no tenía idea del mundo cruel en el que había nacido, ni del peligro que lo acechaba. Selene lo amamantaba con delicadeza, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Aunque estaba agotada y dolorida, sentía una necesidad feroz de proteger a su hijo. La celda era fría y oscura, y la cadena de metal que rodeaba su tobillo le recordaba constantemente su condición de prisionera. No había libertad, no había compasión, solo el eco de los gritos y burlas de los guardias que la mantenían cautiva. Sus últimos meses habían sido un infierno interminable, pero ahora, con su bebé en brazos, todo había cambiado. Había arrancado un pedazo de su vestido para envolver al bebé, intentando darle algo de calor en ese lugar lúgubre. Mientras lo observaba con ojos llenos de angustia, notó algo que la hizo contener el aliento. Su piel
Selene siguió al guardia por los pasillos oscuros de la mansión, su corazón latiendo con fuerza. El pequeño Aron descansaba en sus brazos, su cálida presencia siendo lo único que mantenía a Selene en pie. A cada paso, sus instintos de loba se encendían, alertándola. Todo parecía demasiado fácil, demasiado calculado. El guardia la condujo a una puerta vieja, oculta tras unas pesadas cortinas. Selene frunció el ceño, deteniéndose un instante. ¿Qué estaba pasando? El lobo dentro de ella gruñó, inquieto. —¿Por aquí? —preguntó Selene con desconfianza, apretando más a Aron contra su pecho. El guardia evitó mirarla a los ojos. —Sí, Luna. Es el túnel secreto. Podrá escapar sin ser vista —respondió él con voz tensa. Antes de que pudiera dar un paso más, una risa fría y familiar resonó detrás de ellos. —Oh, Selene, siempre tan ingenua —la voz de Lila llegó con una frialdad cortante. Selene giró sobre sus talones, y allí estaba Lila, emergiendo de las sombras como un depredador al ac