El aire en la cabaña parecía volverse más pesado con cada segundo que pasaba. Selene sentía un nudo en el estómago mientras observaba a Lucas, buscando en su rostro alguna señal que la tranquilizara, alguna pista de que todo esto no era lo que temía. Pero lo único que encontró fue distancia, una barrera invisible que él había erigido entre ellos. —¿Por qué me llamaste, Lucas? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro, cargada de incertidumbre. Algo en sus ojos reflejaba el temor a escuchar la respuesta. Lucas apretó los labios, desviando la mirada hacia el suelo como si este pudiera ofrecerle el coraje necesario. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, como si con solo moverse pudiera romperse. Finalmente, levantó la cabeza y la miró directamente, dejando al descubierto un dolor que ni siquiera él podía disimular. —Selene... —comenzó, pero la palabra quedó atrapada en su garganta. Tragó con dificultad antes de apartar la mirada y girarse hacia la ventana. Sus manos temblaba
La luna llena iluminaba el bosque, tiñendo de plata las sombras que se extendían bajo los árboles. Selene caminaba lentamente, sosteniendo la pequeña mano de Aron. A pesar de su agotamiento, mantenía una fachada de fuerza por su hijo, quien no debía percibir el caos que la consumía por dentro. Pero su corazón estaba roto. Cada paso que daba lejos de la manada era un recordatorio de la decisión de Lucas, de su traición, y del abismo que ahora los separaba. —Tranquilo, cariño — Le dice ella mientras lo carga en brazos. El niño frunció el ceño, confundido.. Selene respiró profundamente, intentando calmar el temblor en sus manos. Estaba desterrada. El hombre al que había amado, y al que probablemente seguiría amando, la había apartado de su vida como si todo lo compartido no significara nada. Caminaban hacia un claro cuando el sonido de ramas rompiéndose bajo pies apresurados rompió el silencio. Selene detuvo sus pasos, sus instintos alertas. —¿Quién está ahí? —preguntó, apretando
El fuego iluminaba los rostros de los lobos reunidos en el centro del campamento. Luca se mantenía firme, observando a los opositores que habían traicionado su liderazgo. Su mirada recorrió los rostros de aquellos que alguna vez juraron lealtad, deteniéndose en uno que lo llenaba de rabia y dolor: Ginebra. Esa miserable lo había traicionado y estaba intentando matarlo. Ella estaba de pie junto a , el líder de los rebeldes, con una expresión de desafío y satisfacción. —¿Ginebra? —preguntó Luca, con incredulidad y una furia contenida—. ¿Tú también? Ginebra soltó una risa amarga. —¿Sorprendido, Luca? No deberías estarlo. Tu debilidad nos ha condenado. No mereces ser el Alfa. Luca sintió el peso de la traición en su pecho. Durante años, había confiado en ella, había permitido que estuviera a su lado en las decisiones más importantes. Ahora, su lealtad se revelaba como una mentira. —Si crees que puedes quitarme lo que es mío —gruñó Luca, transformándose parcialmente, sus ojos brilla
El silencio en la mansión de Kayden era opresivo, interrumpido solo por el crujir ocasional de la madera antigua. Selene estaba sentada en el borde de la cama, con Aron en su regazo. La muerte de Kayden había traído un extraño vacío, pero no libertad. Los lobos que le eran leales seguían vigilándola, como si temieran que escapara y desatara el caos que Kayden había intentado controlar en vida. Aron miró a su madre con sus grandes ojos azules, cargados de preocupación. —Mamá, ¿cuándo nos iremos? —preguntó con voz suave. Selene acarició su cabello, intentando ocultar la tristeza en su rostro. —Pronto, mi amor. Solo espera un poco más. Un golpe en la puerta rompió el momento. Un lobo alto y robusto entró sin esperar invitación. Era Damon el Beta de Luca. —Selene, tenemos noticias de la manada de Luca. Los opositores han tomado el control —anunció, su tono grave—. Ginebra murió en la batalla. El aire pareció detenerse alrededor de Selene. Aunque nunca confió en Ginebra, su muerte m
El peso de su vientre de cinco meses no era lo único que mantenía a Selene despierta aquella noche. Su cabello era largo y oscuro, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban. Se sentó en su escritorio, revisando una vez más los libros financieros de la manada Luna Creciente. Sin embargo, las cifras no cuadraban. No importaba cuántas veces repasara los números, algo no estaba bien. Faltaba dinero. Y no era una pequeña cantidad. —¿Cómo es posible? —murmuró para sí misma, pasando una mano sobre su frente, sintiendo la presión acumulándose. Los gastos habían aumentado sin explicación. Había facturas pendientes, reparaciones que no se habían hecho, y aun así, los fondos de la manada parecían desaparecer sin dejar rastro. Selene suspiró, sintiendo que el estrés hacía eco en su vientre, donde su bebé se movía suavemente. No solo era Luna de la manada, sino que también debía velar por el bienestar de su familia. Kayden, su compañero y Alfa, era un hombre imp
El frío de la noche mordía la piel de Selene mientras se alejaba de los terrenos de la manada, cada paso más doloroso y pesado. El viento susurraba entre los árboles, pero no podía oír nada más allá del eco de las palabras de Kayden. "Ese bastardo no es mi hijo." Esas palabras habían perforado su corazón como dagas envenenadas. Acarició su vientre hinchado con ternura, sintiendo los débiles movimientos de su bebé, el único ser que ahora le quedaba en el mundo.. —Lo siento, mi pequeño —susurró, intentando contener las lágrimas—. Esto no es justo... no para ti. Sus pies avanzaban automáticamente, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos, en las promesas rotas. Ella dejó su manada por una promesa. Aunque fue forzada a estar con Kayden, se esforzó por cumplir con sus responsabilidades como Luna, cuidando de la manada y asegurando la continuación de la línea de Kayden. Como esposa, le dio todo su amor con cada fibra de su ser. Y ahora, el hombre por el que había renunciado a todo
Selene parpadeó varias veces, sintiendo la suavidad de las sábanas que la envolvían. Con un movimiento lento, giró la cabeza y se encontró con una visión que la dejó sin aliento.Kayden, el Alfa de la manada, estaba durmiendo a su lado. Su rostro, enmarcado por el cabello oscuro y despeinado, lucía sereno, casi inocente. Selene sintió una punzada de confusión. ¿Cómo podía estar aquí con él después de todo lo que había sucedido?Con un esfuerzo, se sentó en la cama, notando que su vientre, de cinco meses, se movía suavemente. Un escalofrío de sorpresa la recorrió al darse cuenta de que no había señales de las heridas que había sufrido. Su cuerpo estaba intacto, como si nada hubiera pasado. El dolor, la humillación, el desprecio… todo había desaparecido, como si hubiera sido un mal sueño.El bebé se movía con energía, como si estuviera celebrando su regreso a la vida. Selene se sintió reconfortada, pero el desconcierto la dominaba. Se levantó de la cama con cuidado, intentando no desper
Lila siempre había amado a Kayden, aunque él nunca la vio de la misma manera. Para Kayden, Lila era como una hermana, alguien a quien proteger. Su devoción hacia ella no era más que una extensión de la deuda que sentía hacia su hermano, un guerrero Beta que había dado la vida por la familia del Alfa. Desde la muerte de su hermano, Kayden siempre había cuidado de Lila, pero nunca cruzó la línea de la fraternidad. Sin embargo, la realidad era más complicada. Lila había alimentado en silencio un deseo por él que se volvía más intenso cada día. Lila apareció en el despacho de Kayden con una carta en la mano. Su expresión era grave. —Alfa —dijo con voz baja pero segura—, necesito mostrarte algo importante. Kayden la observó, notando la carta que extendía hacia él. La tomó con una mezcla de curiosidad y sospecha, desplegándola lentamente. —¿Qué es esto, Lila? —preguntó, leyendo las palabras impresas en el papel. —Es una carta que demuestra que Selene ha estado en contacto con Alfa