La Luna traicionada del Alfa
La Luna traicionada del Alfa
Por: Agustín B
Capitulo 1: Expulsada

El peso de su vientre de cinco meses no era lo único que mantenía a Selene despierta aquella noche. Su cabello era largo y oscuro, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban.

Se sentó en su escritorio, revisando una vez más los libros financieros de la manada Luna Creciente. Sin embargo, las cifras no cuadraban. No importaba cuántas veces repasara los números, algo no estaba bien. Faltaba dinero. Y no era una pequeña cantidad.

—¿Cómo es posible? —murmuró para sí misma, pasando una mano sobre su frente, sintiendo la presión acumulándose.

Los gastos habían aumentado sin explicación. Había facturas pendientes, reparaciones que no se habían hecho, y aun así, los fondos de la manada parecían desaparecer sin dejar rastro. Selene suspiró, sintiendo que el estrés hacía eco en su vientre, donde su bebé se movía suavemente.

No solo era Luna de la manada, sino que también debía velar por el bienestar de su familia. Kayden, su compañero y Alfa, era un hombre imponente, con una musculatura definida. Su cabello castaño oscuro, corto y desordenado, enmarcaba un rostro marcado por la fuerza. Sus ojos azules eran como un océano en calma, pero esa noche, Selene notaba que se nublaban con una tormenta inminente.

Kayden había enviado un mensaje a través de uno de los guardias: quería hablar con ella esa misma noche, pero no le había dicho el motivo. No era la primera vez que se quedaba hasta tarde discutiendo con los ancianos del Consejo, pero esta vez era diferente.

—La guerra... —susurró Selene, recordando lo que había oído sobre los planes de Kayden.

Estaban discutiendo una posible guerra contra la manada Rogue, liderada por Alfa Luca, un hombre que ella conocía demasiado bien. Luca había propuesto matrimonio a Selene años atrás, frente a su padre y la manada Rogue a la cual ella pertenecía. Pero Selene ya había aceptado la alianza con Kayden y la manada Luna Creciente.

Selene fue considerada una traidora por traicionar a la manada Rogue, fue repudiada por el Alfa Luca y los lobos. Lo que más le duele a ella es que ni siquiera pudo despedirse de su padre quien murió días después.

La idea de una guerra contra Luca la inquietaba. ¿Podría ser que él aún guardara rencor por aquel rechazo?

En la manada, las leyes eran estrictas. La unión entre Alfas y Lunas era considerada un vínculo sagrado, una responsabilidad que implicaba proteger a su manada y garantizar su prosperidad. La traición era castigada severamente, y Selene sabía que cualquier indicio de deslealtad podría costarle no solo su puesto, sino también su vida y la de su bebé. La manada tenía sus propias reglas, y el honor era la base de su existencia.

Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos. Tenía cosas más urgentes de las que ocuparse. Necesitaba concentrarse en las cuentas, resolver la crisis financiera, pero su mente volvía a divagar.

De repente, la puerta se abrió con un golpe. Selene levantó la vista rápidamente, sobresaltada. Kayden entró en la habitación con fuerza, sus ojos brillando con una furia que ella no había visto antes. Justo detrás de él, una joven mujer loba lo seguía en silencio, mirando a Selene con una mezcla de desprecio y curiosidad.

—Kayden... —comenzó Selene, confundida—. ¿Qué está pasando? Pensé que estabas en el Consejo...

Antes de que pudiera terminar la frase, Kayden arrojó una pila de papeles sobre el escritorio, haciendo que algunos cayeran al suelo.

—Quiero que me expliques esto. —Su voz era fría, distante.

Selene parpadeó, confundida, y miró los papeles. Eran cartas. Varias cartas, todas con el mismo sello. El sello de la manada Rogue. Alfa Luca.

—No entiendo... —Selene recogió una de las cartas, y sus manos comenzaron a temblar mientras leía.

Las cartas eran de Luca, dirigidas a ella. En ellas, le hablaba de sus sentimientos, de la promesa que alguna vez habían compartido. Pero lo más desconcertante era que Selene nunca había visto esas cartas antes. Cada una de ellas había sido interceptada y guardada, hasta ahora.

—¿Estás colaborando con Luca? —espetó Kayden, su voz cargada de acusaciones—. ¿Me estás traicionando?

—¡No! —gritó Selene, incapaz de creer lo que estaba escuchando—. No sabía nada de esto. Te lo juro, Kayden.

La mujer loba detrás de Kayden dio un paso adelante, una sonrisa burlona en su rostro.

—¿Vas a negar las cartas que Alfa Luca te escribió, Luna? —dijo, con un tono venenoso—. Todos saben que fuiste su primera opción.

Selene se quedó helada. Las cartas no solo eran evidencia de un pasado que ya no existía, sino que ahora parecían una trampa. Una trampa diseñada para hacerla parecer culpable. Miró a su esposo, buscando en sus ojos alguna señal de comprensión, pero solo encontró rabia.

—Kayden, no hice nada. ¡No he tenido contacto con Luca desde que lo rechacé! —insistió Selene, con el corazón acelerado.

Pero Kayden no parecía dispuesto a escucharla. Dio un paso más cerca, inclinándose hacia ella.

—Entonces, ¿cómo explicas esto? —exigió, señalando las cartas—. ¿Qué has estado ocultando?

—¡Ya te lo dije, no hice nada! —respondió Selene, su voz temblando entre la rabia y el miedo—. No sé de dónde han salido esas cartas, Kayden, ¡tienes que creerme!

Pero Kayden, con la mandíbula tensa y las manos cerradas en puños, no parecía dispuesto a escuchar. Con un movimiento brusco, cruzó la distancia entre ellos y la tomó del brazo, jalándola sin contemplaciones.

—¡Levántate! —le ordenó, su voz grave y cortante como una daga.

Selene apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Kayden la arrastrara hacia la puerta. El dolor en su brazo se intensificaba con cada paso forzado, pero el dolor emocional era aún más profundo. ¿Cómo había llegado a esto? Su propio compañero, el Alfa de la manada, la estaba arrastrando como si fuera una prisionera.

—Kayden, ¡suéltame! —suplicó, luchando por mantenerse en pie mientras él la llevaba por los pasillos—. ¡Estás cometiendo un error!

Los guardias y los miembros de la manada que estaban en el camino observaban con miradas incrédulas. Susurros comenzaban a extenderse mientras Selene intentaba mantener la cabeza en alto, a pesar de la vergüenza que sentía. Sabía que, a los ojos de todos, parecía culpable. Nadie se atrevía a intervenir; la palabra del Alfa era ley.

Cuando llegaron al gran salón, donde el Consejo de Ancianos y varios miembros importantes de la manada ya estaban reunidos, Kayden la empujó al centro del círculo. Selene cayó de rodillas, jadeando, su vientre palpitando por el estrés. Levantó la vista y vio los ojos acusadores de los ancianos, todos observándola en silencio.

—¡Kayden, por favor! —rogó Selene, aferrándose al borde de la mesa del Consejo para levantarse—. ¡No sé qué está pasando!

Kayden se giró hacia la multitud reunida y levantó una mano, llamando su atención.

—¡Escuchen todos! —gritó con la voz firme—. ¡Esta mujer, a quien alguna vez llamamos nuestra Luna, nos ha traicionado!

Los murmullos se hicieron más fuertes entre los presentes. Selene miró a su alrededor, desesperada por encontrar una cara amiga, alguien que la apoyara, pero todos la miraban con desprecio o incertidumbre.

—Ha estado en contacto con Alfa Luca —continuó Kayden, arrojando las cartas al suelo frente a ella—. ¡Su antiguo amante!

Selene sintió que el color abandonaba su rostro. Ese comentario era un golpe bajo, y lo sabía. Él no solo la estaba acusando de traición, sino que además insinuaba que nunca había dejado de querer a Luca. El insulto era doble, no solo para ella como Luna, sino también como mujer.

—¡Eso no es cierto! —gritó con voz quebrada—. ¡Nunca te he traicionado, Kayden!

—¡Mentirosa! —rugió él, acercándose a ella y tomando un puñado de su cabello para obligarla a levantar la mirada—. Me decepcionaste, Selene. ¡Nos decepcionaste a todos! ¡Y por eso, estás expulsada de esta manada!

El impacto de sus palabras golpeó a Selene como un martillo. Expulsada. La traición que se le atribuía no solo la despojaba de su estatus como Luna, sino que también la separaba de su hogar, de la protección de la manada... y de su familia.

—¡Yo no soy ninguna traidora! —gritó Selene con el dolor reflejado en su voz—. ¡Soy tu Luna, y la madre de tu hijo!

Sus palabras resonaron en el gran salón, pero la expresión de Kayden no cambió. Apretó la mandíbula, sus ojos destellando furia mientras la observaba con desprecio. Su agarre en su cabello se hizo más fuerte, forzando a Selene a mirarlo directamente a los ojos.

—¿Mi hijo? —soltó Kayden con una risa cruel—. Ese bastardo que llevas en tu vientre no es mío.

Selene sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Las palabras de Kayden la atravesaron como una daga. ¿Cómo podía decir algo así? ¿Cómo podía rechazar a su propio hijo? La incredulidad se mezclaba con el dolor mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, pero se negó a apartar la mirada de su esposo.

—Kayden... —susurró, tratando de encontrar en su mirada algún rastro del hombre con el que se había casado—. Por favor, no digas eso... sabes que este bebé es tuyo.

Pero Kayden no tenía piedad. Soltó su agarre en su cabello y la empujó hacia atrás, haciéndola tambalear. Selene apenas pudo mantener el equilibrio, sus manos instintivamente protegiendo su vientre.

—¡Te lo diré una vez más! —gruñó Kayden, su voz cargada de rabia—. Estás expulsada de esta manada. Ya no eres mi Luna, ni el cachorro que llevas dentro es mi hijo.

El silencio que cayó en la sala fue ensordecedor. Todos observaban en shock mientras Kayden, sin un atisbo de remordimiento, daba el golpe final.

—Te rechazo, Selene, como mi Luna. —Las palabras caían como una sentencia—. Y también rechazo a ese cachorro. Ambos están desterrados de la manada Luna Creciente. ¡Lárgate de aquí antes de que te mate!

Selene quedó paralizada, el corazón latiéndole a mil por hora. Cada palabra de Kayden era una estocada directa a su alma, una herida de la que no sabía si podría recuperarse. Sentía que su mundo se desmoronaba frente a sus ojos. No solo la estaba rechazando a ella, sino también al hijo que llevaba en su vientre.

El dolor en su pecho era insoportable, pero sabía que no podía mostrar más debilidad. Con las últimas fuerzas que le quedaban, levantó la cabeza y miró a Kayden con una mezcla de tristeza y desafío.

—Kayden, te arrepentirás de esto —susurró, con la voz temblorosa pero firme—. Yo soy la madre de tu hijo... y no permitiré que me arranques lo único que tengo.

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