38- La felicidad de su Alfa y su Luna

El ambiente en la mansión había cambiado desde que Amira llegó a la vida de David. Cada noche se convertía en una nueva aventura, un recordatorio de que el amor que compartían iluminaba incluso los días más oscuros. La servidumbre, ahora familiarizada con la dinámica entre el Alfa y su Luna, había aprendido a anticipar sus deseos y necesidades, preparando todo con discreción y eficiencia.

David entró en la mansión con Amira en sus brazos. Amira, aún medio dormida, se abrazó a él, acercándose a su oído. Su voz era un susurro suave, casi como un secreto compartido solo entre ellos. -Todavía no me sacio de ti, quiero más. ¿Nos bañamos hoy en la tina? -La risa de David estalló, un sonido profundo y genuino que resonó en el espacio. Pero no fue solo él quien escuchó; los demás lobos de la casa también estaban atentos, y su reacción no se hizo esperar. Algunos intercambiaron miradas cómplices y sonrisas, conscientes de que su Luna había comenzado a tomar un lugar especial en sus corazones.

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