Edgard Barrington
Encontré el camino de vuelta a mi dormitorio con facilidad. Por suerte me encontraba en la planta baja. Era bastante pequeño y me alegraba de que estuviese limpio. Al menos mi nuevo compañero de habitación me respetaba lo suficiente como para no ser un guarro. Si no habría tenido que moverme de otra manera. Me senté sobre mi cama y saqué la grabadora de mi mochila. Comencé a rebobinarla para poder escuchar la conferencia de nuevo. Había tenido un día bastante fácil pero estaba segura de que tendría otros difíciles. Los primeros acontecimientos se reprodujeron en mi mente. Esa pobre muchacha solo trataba de ser agradable conmigo y yo fui un idiota. Fue una gran manera de comenzar mi carrera universitaria. La puerta se abrió, dejando que el aire caliente del hall entrase precipitadamente. Hice una cara a la pegajosidad pero no dije nada. Los pasos ahora familiares de mi compañero de habitación sonaron contra el suelo. —Hey Edgard, tengo que ir a la tienda a comprar unas cosas para la fiesta de mi novia, ¿quieres venir conmigo?—Debía de haber cogido las llaves y la cartera, el metal hizo un fuerte ruido al chocar el uno contra el otro. —No, está bien.—Apagué la grabadora y la metí de nuevo en la mochila. Soltó un pesado suspiro.—Mira, mi novia está un poco loca y si no te llevo se enfadará. Ahora ¿Por favor podrías venir conmigo así no tendría que escuchar lo grosero de mi comportamiento durante toda la noche?— Me reí un poco del podre chico de Texas. Había oído que llevaba dos años con ella, era ruidosa y responsable. Pero, siempre que ella le llamaba se derretía como la mantequilla. Era feliz con ella y yo estaba contento por él aunque un poco celoso. Eso era algo que yo nunca podría tener. —Bien, pero solo porque no quiero meterte en problemas. Coloqué con cuidado todo lo que necesitaba en mi bolsillo. Cartera, teléfono, llaves. Cogí mi bastón de nuevo, listo para andar por cualquier lugar que necesitásemos. —Bien, primera parada, Brander. Luego casa de Amanda.—Sonaba tan aliviado. Reí entre dientes un poco, siguiéndole la corriente mientras me dejaba conducir por el aparcamiento. No nos llevó mucho tiempo conseguir lo que necesitábamos. Siempre me había gustado el frescor de los congeladores de este tipo de tiendas. Jason siempre lograba mantener una conversación fácil y cómoda. Era una de las pocas personas que no parecían nerviosas conmigo. —Entonces ¿Qué es exactamente lo que haces, comandante?—Pregunté mientras me ayudaba a subir a la camioneta. —Historia y educación. Quiero ser profesor. —Veo que planeas pasar en el colegio el resto de tu vida.—Dije sarcásticamente. Rió mientras le devolvía la vida a la camioneta. —Hay cosas peores.—Dijo, con un considerable acento. Disfruté escuchándole. Especialmente cuando decía algo que llevaba una M . Fui saludado por el alto tono de su novia y un fuerte abrazo. Olía como a piña y azúcar. Al menos era un olor agradable. Parecía bastante baja.—Hola, soy Amanda. Tú debes de ser Edgard. Es un placer conocerte. —Gracias.—Murmuré, separándome de su abrazo. Tomó mi mano y me llevó al sofá. Estas personas parecían cómodas conmigo, era sorprendente. Normalmente no me gustaba ser el centro de atención, pero con ellos no me importaba tanto. Mis padres siempre se quejaban de que era demasiado independiente. Odiaron que me mudase aquí. Cuando les dije que tenían el mejor programa de música y una beca completa, cedieron. Sabía que el dinero no era un problema pero, conseguí esto y quería hacerlo por mí mismo. Cada vez comenzó a llegar más gente, el nivel de ruido aumentó. La música comenzó a sonar y las risas se extendieron alrededor de mis sensibles oídos. Jason me trajo una coca cola, preguntándome si me encontraba bien. Simplemente asentí y debió de ser suficiente para él porque desapareció de nuevo. La gente se sentaba un momento y luego se iba. Unas pocas personas me saludaban, luego, no volvían a hacerme caso. Yo era la causa. Supongo que me lo merecía después de la forma tan idiota en la que actué hoy. Apoyé la cabeza hacia tras escuchando la música adormidera que realmente no me gustaba. Oí unos pasos que llegaron frente a mí. Eran delicados, probablemente de una mujer. Un delicioso aroma de fresas me envolvió. —¿Estaría bien si te pidiese disculpas de nuevo? —Solo si puedo disculparme yo primero.—Dije con una pequeña sonrisa triste. Sentí que los cojines a mi lado se hundían mientras ella se sentaba. Estaba bastante cerca, podía sentir el calor emanar de su cuerpo. —¿Por qué tienes que pedir perdón? Fui yo quien te ofendió.—Dijo con tristeza y un poco confundida. —He sido así toda mi vida. Debería de estar acostumbrado. Tu no sabias nada. He sido un idiota y por eso te pido perdón.— —Acepto tus disculpas con una condición.—Su voz cambió haciéndose más suave y más dulce. —¿Cual?—Incliné mi cabeza a un lado, más cerca de ella. —Si tu aceptas las mías.—Rió un poco. Sonreí por el sonido. —Sí, desde luego. A propósito, soy Edgard.—Extendí mi mano para que pudiese cogerla si quisiese. Ella no lo sabía, pero esto me decía mucho más que las palabras. Se podía aprender mucho de las manos de alguien. Su pequeña y fría mano se deslizó en la mía. La sujetó con fuerza sin demostrar signos de timidez o nerviosismo. Llevé mi otra mano para que descansase sobre la de ella. La arrastré con un cuidado excesivo sobre la suya, bajando hasta las puntas de sus dedos. Eran largos y delgados. Sus uñas eran bastante cortas y no estaban pulidas. Debía de mordérselas. —Soy Marianne.—Dijo, inclinándose un poco hacia mí. Su respiración rozó mi cara y sonreí involuntariamente. —Es un placer conocerte, Marianne.—Dije un poco formalmente. Su mano seguía descansando en mi palma. Era un tipo extraño de calor entre nosotros. —También me alegro de conocerte.—Dijo sobre la música.—¿No eres de aquí verdad?— —¿No es obvio?—Reí, despacio quité mi mano para que reposase sobre mi pierna. —Bueno, no tienes acento sureño. Y no pareces formar parte de ningún grupo.—Dijo y podía decir que parecía sorprendida por ello. Aunque, no parecía que fuese a alejarse. Era una buena señal. —Soy de Chicago. Tu tampoco eres de aquí ¿verdad?—Pregunté suavemente. Volví mi cara hacia ella así podía escucharla mejor. —No, soy de…Edgard Barrington POV—Espera… déjame adivinar.—Mordí mi labio durante un minuto, arrugué la nariz bromeando que pensaba.—Tienes un leve acento del sur. No tanto como mi compañero de habitación que es de Texas. Tienes algo de influencia española. Veamos ¿Nuevo México?Rió.—Cerca, Arizona. Muy bien.—Acarició mi rodilla. La sentí relajarse contra el respaldo del sofá. Me permití hacerlo también.—¿Qué carrera estás haciendo?—Preguntó educadamente. Su voz todavía era suave y disfruté escuchándola. Me di patadas mentalmente por haber sido grosero con ella antes.—Música. Toco el piano. Quiero hacerlo de forma profesional algún día.—Me encogí de hombros, un movimiento que vino de forma natural.—Disfruto con ello. Además no hay mucho que pueda hacer.—¡No digas eso! Estoy segura de que puedes hacer más cosas de las que crees. Pienso, que puedes hacer lo que quieras.—Dijo con tanta convicción que casi la creí.Me volví a encoger y retomé nuestro tema principal.—¿Y tú qué haces?—Ingles. Quie
Edgard Barrington POVMe impresionó cuando cayó en mi regazo. Soltó tan de repente mi mano que creo que es por esto por lo que se cayó. Me pregunté por qué se había apartado de forma tan brusca, aunque no estaba en contra de que estuviese en mi regazo. Automáticamente mis manos la sujetaron, impidiendo que se cayese de nuevo.—¿Estás bien?—Le pregunté después de que se disculpase. Espero que no viese cuanto disfrutaba teniéndola contra mí.—Soy torpe. Tiendo a caerme mucho.—Su voz era suave, avergonzada.—Deberías de tener más cuidado. No quiero que te hagas daño.—Dije sinceramente. Despacio, dejé que mis manos resbalasen por su espalda hasta mis rodillas. Había perdido mi agua en algún momento a lo largo del camino. Marianne se levantó. Eché de menos ese agradable peso, pero no iba a decirlo en voz alta.La oí gemir y tirar algo. Hubo un bajo siseo y, a continuación, el crujido de un plástico rompiéndose. Marianne suspiró y se puso sobre algún tipo de mesa cercana.—Si esto te hace s
Edgard Barrington POVToqué las teclas de forma mecánica, dejando que sonasen. Mi corazón y mi mente no estaban en la música esta mañana. Jason se encontraba en algún lugar de la habitación, jugando con su portátil. Al menos no parecía que pusiese atención a lo que yo tocaba.No me había molestado más con lo de Marianne. Y me alegraba de ello.Tenía que pensar un poco más antes de decidir lo que quería hacer.Marianne. El nombre me hizo suspirar. Soñaba con su voz y su perfume. Ojalá pudiese soñar con algo más que el sonido. Eso haría mi vida más fácil.Suspiré por segunda vez. Finalmente decidí práctica, ya que estaba teniendo problemas para sacar algo propio. Algo fácil que tocaba cuando era niño una y otra vez. Algo que a mi madre le encantaba.Fur Elise de Beethoven.Hubo un golpe contra la puerta. Lo ignoré, sabiendo que Jason contestaría. Seguí tocando, respirando de forma constante y profunda.—Oye Jason, qué mierda de música clásica para maricas —La enérgica y estruendosa voz
Marianne CooperDespués de un comienzo lento y una clase demasiado aburrida me alegraba estar fuera bajo el brillante sol. Estaba igual que ayer solo que con más nubes y un poco más de viento. La brisa era refrescante. Tenía algo de tiempo libre y se me ocurrió ir a la biblioteca a provocarme un daño cerebral.Anduve despacio por el patio, simplemente dando un paseo.Mi respiración se detuvo cuando le vi otra vez. Estaba sentado en el mismo banco que el día anterior. Su cara estaba elevada hacia el calor del sol, sonriendo ligeramente. Parecía hundido en sus pensamientos. Me detuve, pensando qué debería hacer.En parte quería alejarme del colegio y cambiar. Si seguía escondiéndome en mi habitación como un niño asustado no tendría nada. Ni vida, ni amigos y, nada de felicidad. Quería todas esas cosas.Finalmente tomé una decisión y me empujé hacia delante hacia él. Cuando estuve a tres metros de él giró su cara al frente hacia mí. Frunció los labios e inclinó la cabeza hacia delante. E
Marianne Cooper POVMe sentí aliviada cuando finalmente llegué a casa sobre las cuatro. Iba a hacer unos deberes y, a continuación, prepararme, pero Amanda ya me estaba esperando.—Hey, hey, hey ¡la cita es esta noche! ¿Qué vas a llevar?—¿De verdad importa?—Pregunté. Dejé mis cosas en el suelo.—¡Desde luego que sí! ¿Quieres sentir que llevas puesto un andrajoso y viejo top y unos vaqueros?—Rió tontamente tirando de mi brazo.—¡Es nuestra primera cita!—Le grité, tratando de liberar mi brazo.—Bien ¿qué pasa si pone la mano en tu rodilla? ¿O tu cintura? ¿Qué es lo que quieres que sienta?—Dio un pisotón delante de mí, sus manos estaban en sus caderas.—Bien, ya veo a lo que te refieres.—Refunfuñé.—Bien, porque ya elegí lo que vas a llevar. Es muy bonito. De seda. Ahora ve a darte una ducha y te ayudaré con el pelo.—Me cogió repentinamente de nuevo, dirigiéndome hacia el cuarto de baño.—¿Por qué tengo que arreglarme el pelo?—Murmuré para mí.—¡Date una ducha!—Me gritó. Me reí de mí. Es
Edgard Barrington POV—Si te comes todo eso te convertirás en un cangrejo.—Se burló devolviéndomela, todavía riendo tontamente. Me reí y comencé a pellizcarle juguetonamente sus costados. Rió más fuerte y se inclinó hacia mí.—Hola a todos. Buenas noches. Seré su camarero esta noche. ¿Qué les pongo de beber?—El acento sureño del hombre era fuere y me hizo sonreír. Iba a tener que empezar a acostumbrarme—Me gustaría una Coca Cola, por favor.—Que sean dos.—Dije. Despacio deslicé mi brazo por la espalda de Marianne, sentándome más cerca de ella.—Así que ¿Qué vas a pedir?—Mahi—mahi con una ensalada mixta, creo.—Puso su cabeza contra mi hombro lo que me sorprendió un poco. La acerqué más, disfrutando de esta nueva comodidad.Pedimos, ella descansaba aun junto a mí. No se movió hasta que llegó la comida, y mantuvimos una constante y agradable conversación durante todo el tiempo. La comida estaba deliciosa pero la compañía era mucho mejor.—Entonces, cuéntame sobre tu vida antes de venir
Edgard Barrington POV—Bien, vale. Edgard ¿saldrás conmigo mañana? A donde quieras. Yo invito.—Dijo bastante deprisa. Me llevó un minuto captar las palabras.—Marianne, me encantaría salir contigo mañana por la noche.—Dije suavemente.—Oh… Bien…—Parecía un poco confusa.—¿No querías que dijese que sí?—No, quiero decir sí, quería que dijeses que sí. Lo he pasado muy bien esta noche.—Dijo más tranquila.—¿La noche no ha terminado aun, verdad?—Pregunté, poniendo mi mano en su pierna.—No, creo que no. Sin embargo, vamos, salgamos de aquí.—Tiró de mi mano. Me ayudó a salir de la mampara y fuimos hacia su furgoneta.Cuando arrancó Marianne encendió la radio. Life house comenzó a sonar. No era uno de sus singles, pero si una de las canciones de su primer álbum. De hecho, me encantaba esta canción y estaba sorprendido de que escuchase esta música.—Me gusta esta canción.—A mí también. Su CD entero en realidad.Entonces sucedió algo increíble. Su mano se deslizó por la mía.Era tan sencillo
Edgard Barrington POVEsa noche tuve problemas para dormir. Decir que estaba entusiasmado por nuestra segunda cita seria un eufemismo. Cuando me desperté a las seis de la mañana gemí, a sabiendas de que no quería despertar a Jason. Me puse los auriculares y subí el volumen de la música. Me quedé tumbado en la cama imaginando una cosa…Besar a Marianne otra vez…Nuestros besos fueron espectaculares. La forma en que su cuerpo se apretaba contra el mío. La forma de su boca ansiosa, tan ansiosa como la mía. La forma en que sus dedos se enredaban y tiraban de mi pelo. No podía esperar a besarla de nuevo.No estaba muy feliz con la idea de que ella pagase, esta noche, pero tenía una fuerte sensación de que no discutiría con ella. Realmente me gustaba su obstinación, es solo que no quería que lo hiciese. Escogería algo simple. Pizza quizás. Ella discutiría, pero estaba seguro de poder ganar.Jason tocó mi hombro, haciéndome saltar. Estaba tan hundido en mis pensamientos que no le había oído